Por culpa de la oveja negra (1)

Siempre ha sido la oveja negra la culpable de todo, su mala fama la persigue pero no siempre es así.

Las piedras pasaban a mí alrededor con toda la intención de alcanzarme, sabía que lo hacían como un juego, igual que las que lanzaba yo a mis amigos, a mi lado tenía a Fidel, mi mejor y único amigo de verdad, estaba agazapado detrás de un tronco esquivando y avisándome cuando venían en mi dirección.

No era un “deporte”, era un juego de críos ya mayores, bueno no tan mayores, en el pueblo no había muchos chiquillos y los que éramos nos organizábamos en bandas para tirarnos piedras, unas veces con unos y otras en el bando contrario, Fidel y yo siempre íbamos juntos.

Cuando sentí el golpe en el hombro apenas me dolió pero, al momento no pude mover el brazo, Fidel al verme quejar salió de su escondite y vino a ver qué pasaba, por eso recibió su pedrada en el cogote.

Nos rendimos, del otro lado se oyeron gritos de victoria y todos nos fuimos a casa, Fidel me llevó a la suya, no podía mover bien el brazo y una mancha morada se extendía alrededor de la hinchazón.

La señora Paz, su madre me vio el golpe y dándo una mirada reprobatoria a su hijo fue a buscar la botella de vinagre para darme unas friegas, cuando ya sentí el alivio me tranquilicé un poco pues sabía que al llegar a casa mi madre no iba a ser tan comprensiva y la zapatilla iba a volar hacia mí.

Sólo entonces fue cuando se percató que del pelo de Fidel salían unas gotas de sangre y después de mirar entre el espeso pelo vio la herida, la cura-castigo fue la esperada, le puso alcohol de 96º, Fidel chillaba y yo me sentía culpable pero luego salimos riéndonos otra vez a la calle y detrás de la tapia de su casa, debajo de una ventana que daba a la despensa de su cocina, nos sentamos.

Nos reímos de las pedradas y de las curas, él estaba acostumbrado a eso y al alcohol, su madre prefería eso a la zapatilla.  Me gustaba la señora Paz por lo comprensiva que era, desde que perdió a su marido, Mariano, que cayó del burro y dio en la sien con una piedra, se había vuelto más protectora con sus hijos y con todos los niños y como yo era su mejor amigo…

Marta, la hermana de Fidel era tres años mayor que nosotros y amiga de mi hermana Felisa, las dos hacían buenas migas y no se metían con nosotros, posiblemente porque había muy pocas chicas de su edad y siempre andaban juntas.

Esperamos a que la hinchazón se rebajara y el hematoma remitiera para poder irme a casa, mientras mi amigo me dijo que tenía un secreto pero que no me lo podía decir, creo que lo dijo para que me picara más la curiosidad y le insistiera para que me lo contara.

Se hizo de rogar mucho pero al final cedió y se acercó a mí apoyándose en el hombro herido.

  • ¡Ay, cuidado Fidel!  Me has hecho daño.
  • Entonces no te lo cuento.
  • Vale pero no te apoyes en mi hombro.
  • Entonces no te lo digo porque no se puede enterar nadie.
  • ¡Si estamos solos…!
  • Es que es muy secreto…
  • Bueno, cuéntame.
  • Pero me tienes que jurar que no lo vas a contar a nadie.
  • Prometido pero no des tantos rodeos.
  • Una cosa… ¿tú te has estrenado ya?
  • ¿Yo, qué quieres decir?
  • ¿Qué voy a querer decir, si te has estrenado con la…?
  • Como no hables más claro…
  • Joder que lento eres de entendederas, quiero decir si ya has estrenado la polla.
  • ¿Yo, adónde, cómo, cuándo?
  • Que difícil lo pones, hay que ser más despabilado, yo sí que me he estrenado.
  • ¿Tú, adónde, cómo, cuándo?
  • ¿Qué no sabes decir otra cosa?
  • Es que no me lo creo.
  • Pues es verdad y si no dices nada a nadie también te puedes estrenar…
  • Claro que quiero pero no sé cómo se hace.
  • Que torpe que eres, ¿cómo se va a hacer, metiendo la polla en caliente, lo entiendes o no?
  • Claro pero me lo tienes que aclarar ¿y adónde lo haremos?
  • Tú tranquilo, mañana nada más después de comer me buscas en el claro que hay en el monte, yo estaré como todos los días con él rebaño, me buscas y ya verás pero… ni una palabra a nadie.
  • Prometido, mañana te busco pero allí sólo estás con las ovejas…
  • Pues eso tonto, ya verás cómo te gusta.
  • ¿Con las ovejas?
  • Shhhit, están buenísimas y no hablan, jajaja.

Me fui a casa después de comprobar que el hombro estaba casi bien, la señora Paz me había hecho un favor salvándome de la zapatilla de mi madre, yo le tenía mucho afecto por la manera de tratar a sus hijos, reconocía que no nos portábamos bien pero ella siempre encontraba la manera de castigarnos a la vez que aprendíamos la “lección”, mi madre en cambio era más expeditiva,  su zapatilla volaba siempre antes de preguntar, eso a mí, a mi hermana le chillaba y no sé que era peor, si aguantar la bronca o salir con el culo caliente de primeras.

La señora Paz tenía siempre un semblante dulce y quizá por eso la admiraba más, a la vez que la respetaba mucho, mi madre al contrario parecía que siempre estaba enfadada, mi padre procuraba estar el menor tiempo posible en casa para evitar oírla despotricar.

Al día siguiente como le había prometido a Fidel acudí nada más comer a la parte del monte adonde solía llevar el rebaño, estaba en una loma apartada y debajo de una gran carrasca los animales se apiñaban para evitar el calor abrasador.

No muy lejos del gran árbol había una choza que se utilizaba para que el pastor se refugiara del sol, comiera e incluso hiciera la siesta.

Antes de llegar a la choza llamé a gritos a Fidel y al pasar al lado de las ovejas me fijé en los animales, éstos parecían aletargados, despedían un fuerte olor a lana caliente y apenas se les veían las cabezas pues las ocultaban para tener menos calor.

Lo que me había contado mi amigo me intrigaba, me fijé en los culos de las ovejas, a mi no se me habría ocurrido pero a él con tanto tiempo con ellas seguro que se había fijado en algo que yo no sospechaba, levanté los rabos de los animales y pronto descubrí que tenían el sexo parecido a las chicas.

El instinto actuó enseguida y la polla se me puso dura, me pasaba a veces pero realmente no sabía el motivo exacto, por eso lo asocié rápidamente y fui levantando los rabos de las reses que en círculos concéntricos miraban al tronco del árbol.

Todas las ovejas eran más o menos iguales pero de pronto una destacó entre las demás, lo primero que me llamó la atención era la forma del coño del animal, era muy parecido a otro que había visto fugazmente en mi casa y lo otro que me atrajo fue que la oveja era negra, era la única en todo el rebaño y esto me dio una idea.

No esperé a que viniera mi amigo desde la choza, me bajé los pantalones y con la polla completamente dura me acerqué a la oveja negra que me llegaba a la misma altura, le pasé los dedos primero y noté la suavidad de la piel y aventuré uno hacia adentro, el animal baló suavemente y se movió hacia mi agradeciendo la caricia.

Me acerqué con la polla horizontal apuntando directamente al agujero debajo del rabo levantado y ya me disponía a meterla cuando desde la choza oí mi nombre.

Me quedé petrificado, la voz que me llamaba no era la de Fidel, era la señora Paz que al momento se asomó a la puerta y me preguntó qué hacía allí.

  • ¿Qué hacías con las ovejas?  No ves que huelen mal, están sucias y seguro que tendrán pulgas.

La polla me bajó como herida de muerte y vino bien para esconderla y con cara de sorprendido fui hacia la casa donde me esperaba la madre de Fidel con su sonrisa amable de siempre.

  • Lo siento señora Paz, estaba mirando…
  • Ya, me lo imagino pero pasa a la casa.
  • Gracias, hace mucho calor, ¿no está Fidel?
  • No, anoche me contó que te había ayudado para que te cuidara y que tu madre no te pegara.
  • Si, seguro que lo habría hecho, se portó muy bien.
  • Por eso le hice una buena cena y como premio vine yo en su lugar y se quedó durmiendo.
  • Entonces me voy, sólo he venido para contarle que mi madre no me dijo nada anoche.
  • Ya pero, siéntate un momento hace mucho calor y ahí con las ovejas te habrás sofocado mucho.

Noté que me miraba con su sonrisa de siempre pero disimuladamente también a mi bragueta, de momento sospeché que podía haberme visto antes de llamarme con la polla como una estaca dispuesta para hundirla en la negra.

  • Te invito a una “paloma”, ya verás cómo te refresca enseguida, estás todo colorado.

La “paloma” era una bebida refrescante que tomaban los hombres cuando venían del campo al llegar a casa o en el bar, era lo más corriente para acompañar un rato de charla, era una mezcla de anís seco con agua fresca, el líquido se ponía blanco lechoso y además de refrescar animaba el cuerpo porque el anís tenía muchos grados.

Mi madre no le dejaba a mi padre tomársela en casa y él aprovechaba para irse al bar hasta la hora de comer, yo no la había probado y cuando lo hice tosí de lo fuerte que la noté, la señora Paz se rió pues sin pensar agoté el vaso de golpe y los ojos me lloraron al toser.

  • Jajaja, se nota que no habías probado la “paloma”, debes beberla a sorbos cortos y verás cómo te refresca por dentro y por fuera.

En parte tenía razón por fuera sí que refrescaba pero por dentro me calentaba cada vez más y estaba más contento a cada vasito de “paloma” .

  • ¿Sabes una cosa Abel?  Me gusta ver cómo te ríes, me gusta ver a la gente feliz, ¿quieres otro vasito de “paloma”?
  • Bueno, a mí también me gusta verla contenta, tiene una risa muy linda.
  • ¿A sí?, ¡vaya con Abel, que cosas me dice!
  • Sí, usted tiene unos ojos muy bonitos, sobre todo cuando se ríe.
  • Jajaja, ¿ah sí? jajaja, me gusta que me digan cosas bonitas, hace mucho que nadie me dice nada bonito.
  • Claro, como siempre va vestida de negro…
  • A ver, desde que mi Mariano murió, voy siempre de negro, es la costumbre.
  • Pero es una lástima, usted es joven y con ese moño en el pelo siempre se ve igual y más vieja… ¡uy perdón!, más mayor.
  • Jajaja, no te preocupes, te entiendo y es verdad, siempre con el mismo peinado pero no creas que lo llevo siempre así, cuando no me ve nadie lo suelto, ¿quieres verlo?
  • Claro, me gustaría.

La madre de Fidel de puso delante de mí y lentamente fue soltando el pelo recogido  en la nuca y cuando lo soltó le cayó sobre los hombros, por los ojos que puse notó que me gustó mucho y ella cogió un mechón y me lo acercó para que lo tocara, estaba suave y rizado, se enredaba en mis dedos y sin darme cuenta le estaba acariciando la cabeza con mis dedos entre su cabellera.

Ladeó la cabeza y me dejó ver el cuello y la oreja, nunca había visto un cuello tan blanco y una oreja tan bonita, la mano se me fue a él y los dedos acariciaron el cuello y la nuca.  Paz, movía la cabeza girando para que siguiera con mi mano, su respiración se fue acelerando y cuando pasé por delante en las clavículas, la mujer echó la cabeza hacia atrás y se soltó un botón de su vestido negro.

La piel como la nieve me llamaba la atención, nunca había supuesto que me atrajera una piel así y menos de una mujer mayor y todavía menos de mi admirada señora Paz.

Me puse detrás de ella, que sentada en una silla baja se dejaba acariciar, la naturaleza o tal vez la curiosidad llevaron mis manos entre los botones del vestido, ella iba soltándolos al notar que la ropa le tiraba por mis dedos, yo no veía nada, sólo olía el pelo de Paz, tenía un olor a jabón de lavar, no era perfumado pero para mí olía a flores.

No noté ni distinguí las prendas que rozaba, mis dedos no palpaban el cuerpo de la mujer, simplemente pasaban rozando sobre su piel pero ella respiraba con fuerza, su pecho se llenaba de aire y suspiraba dejando que mis manos siguieran en el vacío que dejaba.

Noté que había llegado a sus tetas cuando sentí un temblor en los hombros de la mujer, de pronto me cogió las manos por encima de la ropa, simplemente había puesto las manos en el nacimiento de las tetas cuando ya se separaban, estuvo unos minutos cogiendo mis dedos hasta que los fue soltando y dejó caer los brazos sobre su regazo.

No hizo falta animarme, seguí bajando las manos hasta rodear por los lados las dos tetas a la vez, era la primera vez que tocaba unas tetas y realmente no era consciente de lo que significaba para ella, el que me cogiera la manos al llegar a ellas lo tomé como una sorpresa y cuando las soltó deduje que quería que siguiera.

Ya no paré, recogí las tetas por los lados hasta llegar a los pezones, para mí era un logro por la diferencia que representaba, no por el efecto que podía dar a la mujer, por eso al estremecerse me sentí animado y victorioso y me dediqué a rodearlos con los dedos y notar cómo se me llenaban con los pezones que salían sin saber porqué.

Cuando ya tenía los pezones tan duros que se le notaban por fuera del vestido le bajé los hombros del vestido que le quedó caído en la cintura, al levantar las tetas para que el vestido dejara al descubierto el estómago mi boca se acercó tanto a su cuello que no me costó nada rozar con los labios la nuca como una acto natural pero que a ella le erizó el vello y le produjo otra salida de los pezones todavía mayor, esta vez hasta las areolas se contrajeron poniéndose ásperas.

  • Abel… ¿para qué has venido hoy a estas horas aquí?
  • Pues… para estar un rato con Fidel…
  • Abel… dime la verdad, te estuve observando cuando te acercaste a las ovejas, te vi levantarles el rabo, vi cómo pasabas los dedos por su coño y vi cómo te bajabas los pantalones cuando viste a la negra.
  • ¿Entonces también vio…?
  • Sí Abel, lo vi y… me gustó.
  • Qué vergüenza señora Paz.
  • No me llames señora Paz, llámame Paz por favor o por lo menos cuando estemos a solas y ahora estamos a solas.
  • Como quiera Paz.
  • ¿Te puedo pedir una cosa?
  • Claro Paz, lo que quiera.
  • Quisiera que me digas como tienes la polla, ¿la tienes dura?
  • Glub, sí Paz, muy dura.
  • ¿Te puedo pedir que me la enseñes?
  • Me da vergüenza, no me la ha visto nadie.
  • ¿Nadie, no me digas que… no te la vio ninguna chica?
  • No… bueno… sí, mi hermana.
  • Bueno pero eso no es que te la vea una chica.
  • Es que no estaba sola, estaba con Marta, su hija.
  • ¿Mi hija, vaya con Marta y cómo fue eso?
  • Fue sin querer, entré en la habitación de mi hermana sin llamar, estaban las dos… y las vi.
  • ¿Cómo que las viste, no fueron ellas la que te vieron a ti?
  • En principio las vi a ellas, se estaban enseñando eso… se miraban cómo lo tenían, se miraban los pelos y…
  • Ah vamos, se estaban enseñando los coños y las pillaste y después…
  • Me obligaron a bajarme los pantalones y enseñarles lo mío.
  • ¿Y qué dijeron?
  • Al principio se rieron pero luego se quedaron serias y se miraron, después me estuvieron tocando y me bajaron la piel y…
  • ¿Y tú no les tocaste nada?
  • No, todavía no les habían crecido las tetas y no tenían nada que tocar.
  • Entonces las primeras tetas que has tocado son las mías…
  • Sí, las primeras.
  • ¿Y qué te han parecido?
  • Me gustan mucho, están muy suaves, bueno los botones no, están muy duros pero también me gustan mucho.
  • Sí, los botones se me ponen duros, muy duros… ¿y no les viste sus coños a ellas?
  • No, apenas les vi, cerraron las piernas enseguida pero a mi hermana le pude ver un poco cuando me apretaba la polla, es parecida a la de la oveja negra.
  • Jajaja, ¡hay Abel, que gracia tienes!, eso me ha gustado pero no, no se parece casi nada, bueno sí, también es un agujero y por lo que parece tú querías llenarlo.
  • Bueno, me dio la idea.
  • Seguro que Fidel te habrá dicho algo, es muy curioso, seguro que él si le habrá metido la suya a la negra, ¿no es verdad?
  • Bueno…
  • ¿Y no te gustaría ver uno de verdad? ¿De mujer de verdad?
  • Claro pero…
  • Espera un momento.

Paz se levantó con el vestido negro caído en la cintura, salió de la casa y fue a la charca que había al lado adonde bebía el ganado, era una fuente apenas con un palmo de agua, la oí chapotear y cuando entró noté que se había lavado la cara y se la secaba con las mangas del vestido.

  • Es que tenía mucho calor, ¿quieres volverte un momento?
  • Claro, ¿así?

Noté un olor fuerte a anís y cuando me dijo que me volviera vi su sonrisa, se sentó sobre la pequeña mesa de madera y puso la silla de frente, me pidió que me sentara y ella hizo lo mismo sobre la mesa, puso los pies sobre mis rodillas y fue subiendo su falda negra, se había sacado los brazos de las mangas y sólo le quedaba las largas faldas.

Poco a poco fui viendo las pantorrillas, las rodillas, los muslos, Paz no dejaba de mirarme, yo me removía en la silla, la polla me iba creciendo y me molestaba y ella lo estaba viendo también.

Cuando las faldas estaban a medio muslo Paz paró y fue separando las piernas lentamente, un fuerte olor a anís salió de entre las piernas, se había lavado y “perfumado” con anís, a mi me encantaba pues todavía me duraban los efectos de las “palomas” .

Cuando la luz del sol fue iluminando entre las piernas de Paz me fui dando cuenta de que no llevaba bragas, no por las ingles pues el vello le cubría todo, sino por los muslos que seguían blancos como la nieve.

Cuando la falda subió hasta la cintura quedé decepcionado, realmente no vi nada, los muslos se juntaban en una maraña de pelo negro rizado hasta lo imposible, ella lo notó y pareció desengañada, esperaba que tuviera una reacción más vehemente por lo que bajó de la mesa, soltó el cierre de la falda y el vestido entero cayó al suelo.

Por primera vez vi a una mujer totalmente desnuda, no sabía adónde mirar, para mí todo era nuevo, lo que más me gustaba eran las tetas, eran redondas pero terminaban en un pico oscuro, ella se dio cuenta y retorció los pezones haciéndoles salir, mi cara se iluminó y ella se animó a seguir, dedicó un rato a mostrarme lo que podía hacer con sus tetas, las estiraba y las juntaba provocando que las areolas se le escaparan entre los dedos.

La polla me molestaba y me movía en la silla, al fin me levanté y me arreglé dejándola seguir su curso pierna abajo.  Dejó sus tetas rojas por el trato y se tumbó sobre la mesa, la cabeza le sobresalía por la otra parte pero se esforzó en cogerse las rodillas y las subió sobre su pecho, al mismo tiempo separó los muslos hasta dejarlas planos.

Quedé maravillado, la mata de vello se separó en dos y dejó ver una raja de color rosado claro, una serie de “arrugas” alteraba la perfección de las formas como labios verticales.  Ella dejó una rodilla y su mano separó completamente los labios, pasó los dedos alrededor del clítoris y provocó que se pusiera duro como los pezones, luego separó los labios menores y me descubrió la vagina que se abría como un abismo, más abajo pude ver como la piel se oscurecía y en un punto arrugado convergían unos rizos de vello.

Paz extendió las manos hacia mí, me llamaba y como un autómata me levanté de la silla, me acerqué entre sus piernas y cuando ya tenía la cabeza entre las rodillas me preguntó…

  • ¿Te gusta lo que ves, es como el de la oveja negra, huele igual?

Sólo moví la cabeza afirmativamente y negativamente, no sé si fue el olor a anís o el color rosado o la suavidad brillante del clítoris lo que me atrajo para darle un beso pero del beso pasé a sacar la lengua y al momento a moverla.  Paz me atrapó la cabeza entre sus manos y no dejó que saliera de entre las piernas, estuve lamiendo varios minutos animado por los gemidos de la mujer, no veía nada, el vello me cubría la visión pero mi lengua saboreaba y recorría su anatomía, no se parecía nada a la madre que conocía de mi amigo, gemía, jadeaba y gritaba que siguiera, no podía hacer otra cosa, había rodeado mi cuello con sus piernas y me tenía sujeto.

Sólo me decía que siguiera, que no parara, sus manos cogieron sus pezones y los estiraron como si fueran de goma, parecía que los iba a arrancar pero seguía gimiendo hasta que soltó las tetas, me cogió el cogote y lo apretó contra su coño, separó las piernas del todo y se puso a temblar, una serie de espasmos recorrieron todo su cuerpo que me asustaron, en el instante siguiente me manchó toda la cara y cuando pude separarme la tenía mojada de oreja a oreja de una espuma blanca.

La cara de Paz era tan sonriente como siempre, me miró y me cogió de la mano.  Me llevó al lado de la mesa adonde estaba tumbada y me dijo…

  • Me ha gustado mucho Abel pero… no me has enseñado lo tuyo…

Hice mención de soltarme los botones de la bragueta pero ella de lado y con mala postura me soltó el botón de la cintura y todo el pantalón cayó a mis pies.

  • ¡Dios mío, chiquillo! ¿Qué tienes ahí?
  • Nada señora Paz…
  • Cómo que nada, tienes una polla de hombre o más diría yo.
  • Ya me lo dijo su hija y mi hermana.
  • ¿Hace mucho de eso?
  • Dos o tres años.
  • Caramba o sea que, apuntabas maneras…  ¿Me dejas tocarla?

Me puse a su lado, con una mano la abarcó desde el capullo hacia abajo, el prepucio desapareció en la palma de su mano y de entre sus dedos salió el glande brillante y rojo.

  • Mmm, es una preciosidad, se merece un beso, ¿me dejas?

No me dio tiempo a contestar, apenas tocó con los labios pero noté cómo la lengua rozaba la gotita que asomaba.

  • Se me ocurre una cosa, ponte detrás de mí, a mi cabeza.

Yo no entendía nada, tenía la cabeza mal puesta, forzada para mantenerla erguida pero cuando me puse detrás de su cogote, ella la dejó caer de la mesa y quedó colgando entre mis piernas, me miró con la cabeza al revés, yo le veía todo el cuello estirado, con las manos me cogió de las caderas y me acercó a ella, la polla le apuntaba entre los ojos, no llegaba a otro sitio pero Paz me dijo.

  • ¿No te gustaría tocarme otra vez las tetas?, anda cógelas a las dos.

Alargué las manos sobre ella y se las cogí, las tenía duras y no se deformaban pese a estar boca arriba, al cogerlas me incliné y la polla se encaró con su boca, no me di cuenta por la emoción de cogerle las tetas desnudas hasta que sentí la humedad tibia de su boca rodeando mi capullo.

Cuando ya estaba asegurado cogiendo a la vez los dos pezones salidos ella tiró de mí y se metió la polla hasta la mitad entre los labios, la melena le colgaba de la mesa y el cuello parecía que iba a partirse pero la polla entraba recta en su garganta.

Ella misma me impuso el movimiento, me acercaba y me alejaba, la polla entraba y salía entre sus labios, yo con las tetas en las manos miraba sobre su estómago, su vientre y más allá el poblado bosque que abierto en dos como un desfiladero enseñaba el clítoris hinchado y brillante.

Empecé a sentir que la polla engordaba más de lo normal, ella apenas podía tragar y cada vez lo hacía más adentro, le dije que me iba a correr, ella con la boca llena movió la cabeza diciendo que no, pensé que no quería que lo hiciera pero no pude aguantar y me corrí, en el momento que notó el primer chorro caliente en su paladar tiró de mí y se la tragó toda hasta tocar mis huevos con la nariz, vi pasar por su cuello el bulto de mi capullo palpitando y llenándolo de leche caliente.  No me soltó hasta que la polla se fue aflojando y aún así la apretó con los labios para escurrirla bien.

  • ¿Te gustó Abel?
  • Mucho pero lo siento no pude evitarlo.
  • Que va, lo que te decía era que no te salieras, que me llenaras la boca de leche, está sabrosa. ¡¡Aaah!!.
  • Si es así…
  • Si quieres ahora puedes meterla a la negra…
  • No, ya no me gusta la oveja.
  • Jajaja, no, me refería a la mía, también es negra, jajaja.
  • Jajaja, es verdad y me gusta más.

Le di la vuelta a la mesa y me puse entre sus piernas, apoyó los pies en el respaldo de la silla y levantó la cintura para coincidir en altura y cuando ya tenía el capullo en su mano para metérsela oímos la voz de Fidel que llegaba llamándome.

En un segundo tiré de mis pantalones que llevaba arrastrando en los tobillos y Paz se puso el vestido negro por la falda, tuvimos suerte de que Fidel se entretuviera buscándome entre las ovejas y tardara un poco más.

Para cuando mi amigo entró en la cabaña ya estaba todo ordenado, Paz me sirvió otra “paloma” para disimular el olor a anís y se puso a poner orden en la tabla que hacía de estante.

  • Hola hijo, ¿ya te has levantado?
  • Si mamá, gracias por dejarme dormir un poco más, esto del pastoreo es muy sacrificado.

Paz me miró disimuladamente y luego sus ojos fueron a mi bragueta, ya estaba normal aunque seguía goteando leche.

  • ¿Cómo es que has venido?, no hacía falta, yo me manejo bien con las ovejas.
  • He recordado que iba a venir Abel, le he invitado para enseñarle a… tirar con la honda…
  • Ya… bueno, ya que estás aquí me voy a casa, siempre tendré algo que hacer, me voy a duchar nada más llegar, estoy que ardo, ¿tú no Abel?

Le pillé la indirecta a Paz y al momento la polla lo acusó, ella sonrió al notar mi movimiento en la silla y se tocó el pelo coquetamente agachando la cabeza para recogerlo en el moño y de paso enseñarme el escote que mostraba el canalillo blanco.

  • Tened cuidado con las ovejas chicos, algunas son muy ariscas.
  • Sí, mamá, ya lo sé.

Cuando Paz desapareció camino abajo Fidel me cogió del brazo y me llevó hasta las ovejas, fue mostrándome el coño de sus preferidas, las conocía todas y las llamaba por su nombre y también las que eran más receptivas, al momento se sacó la polla y la meneó hasta ponerla dura, miró a su alrededor y al comprobar que estábamos solos se dirigió a la más cercana y cuando le metió la mitad se volvió hacia mí y me preguntó.

  • ¿Pero qué haces Abel?, no ves cómo se hace, es fácil, eliges la que te guste le levantas el rabo y escupes en el capullo y adentro de un golpe, mira.

Me lo demostró con la que tenía a su lado y efectivamente era fácil pero a mí la polla no me hacía efecto, Fidel se desesperaba, me había descubierto su gran secreto y yo no le demostraba interés.

  • ¿Qué te pasa Abel, no te gusta ninguna, no tienes ganas de meter la polla en caliente?
  • No sé, es que me parece… tan pequeña.
  • ¿Tan pequeña? Si la tienen como una adolescente y tú eres casi un niño, mira yo.

Mi amigo me quiso convencer con todos los argumentos y para eso se bajó los pantalones y me enseñó la polla entera, me tuve que volver por no reírme, no tenía ni la mitad que yo, aun así me bajé los pantalones y sin llegar a tenerla dura del todo se la dejé ver.

  • ¡Ostras Abel, qué rabo tienes!, para esa polla la mejor es la negra, es la que me reservo yo para los días de fiesta, te la dejo, ve a por ella, ya verás lo que es un coño de verdad.

La negra estaba al otro lado del árbol y fui adonde estaba, Fidel me miraba desde su sitio y yo me puse detrás de la oveja con la polla en la mano, levanté el rabo y al verla me acordé de su madre, el coño de Paz era el doble de grande, aun rodeado de pelo tenía el bulto que le daba tanto gusto a la mujer y el agujero era redondo y seguramente se acoplaría a mí polla perfectamente.

  • ¿Ya se la has metido, te gusta?
  • Sí, está muy buena.

En realidad, al intentar acercarme la polla se me bajó y no hubo forma de enderezarla, lo intenté por Fidel pero sólo recordaba las tetas de su madre, de cómo me había comido la verga y cómo se había tragado mi leche y si no hubiera venido él se la habría metido en su coño.

  • ¿Te has corrido ya?
  • Síííí, qué bueno.
  • Ya te dije.

Me guardé la polla desmayada y me abroché rápidamente y fui adonde él haciendo espavientos de lo que había disfrutado, mi amigo había follado por lo menos a tres, les daba dos metidas y cambiaba y en la última gritó como si la estuviera preñando.

Luego me pasó el brazo por el cuello y como amigos y compañeros de “fatigas” fuimos a la casa, cogió la botella de anís y le dio un trago directamente y me pasó la botella, yo la olí primero y recordé el coño de Paz, lamí el cuello de la botella antes de echar un trago y me relamí los labios.

  • ¡Eeeh, no te pases!, que esto es fuerte, con dos chupadas así te mareas.
  • Ya lo creo, estaría todo el rato lamiendo el anís.

Al llegar a casa mi madre me olió desde lejos, el interrogatorio fue breve pero efectivo, la zapatilla se encargó que le explicara mi experiencia con la “paloma” aunque el inductor “fue” Fidel, ella me prometió decírselo a su madre, seguro que Paz se lo haría pagar debidamente.

Yo miraba a mi madre y recordaba a Paz, las comparaba sin querer y sonreía al recordar aquellas tetas, las de mi madre tampoco debían estar mal, no se las había visto nunca, era muy recatada y demasiado arisca, con mi padre apenas le toleraba alguna caricia y nunca se vestía o pintaba para parecer un poco atractiva, aun así empecé a compararla con Paz y siempre salía perdiendo.

Con mi hermana pasó todo lo contrario, la demostración de Paz sirvió para reconsiderar el encuentro de las dos chicas, reviví el momento, la vergüenza que pasé sobre todo cuando me exigieron que me bajara los pantalones, para mí ellas no hacían nada malo, era yo el que había incurrido en el error de entrar en el cuarto y dejé que me menearan la polla lo que quisieron, recordé con qué cara se miraban, con los ojos se decían lo que les gustaba mi rabo y lo que se podía hacer con él.  Cuando mi hermana regresó a casa me saludó como siempre.

  • Hola, ¿qué pasa enano?

Me sentí raro, vi a mi hermana de otra manera, ya no era el pequeño que venía de clase sucio de polvo de corretear con los amigos jugando al futbol o tirándose piedras, ahora veía a mi hermana, otrora inalcanzable como una joven no mucho mayor que yo, con un cuerpo bastante formado y ya sabía qué podía encontrar debajo de su ropa.

Ahora  me daba cuenta de lo que podía haber hecho entonces, tenía “la sartén por el mango”, a las dos les gustaba mi polla y podía pedirles lo que quisiera, las había pillado masturbándose una frente a la otra y estaban calientes por lo que con un poco de habilidad las habría seducido y aunque no tenían tetas todavía les podía haber obligado a mamármela, en aquella ocasión no se habrían negado y menos estando las dos juntas pero eso ahora podía cambiar, ya sabía lo que opinaba Paz de mi tranca y eso era contagioso.

Con mi hermana en casa me fijé en ella, ya no era la jovencita de antaño, ahora ya tenía tetas y no pocas, la hermana de Fidel también era una señorita que llamaba la atención, no tenía las tetas de mi hermana pero su culo era famoso, siempre llevaba pantalones ceñidos o elásticos, explotaba su atractivo, intentaba competir con mi hermana y llevaba sujetadores de relleno y eso me dio una idea,

Intentaría enfrentarlas a las dos resaltando su “virtudes”, posiblemente quisieran demostrar que lo suyo llamaba más la atención y la primera vez que ella vino a casa le dije delante de mi hermana.

  • ¡Hola Marta, mmm, te noto especial!, ¿te has hecho algo?
  • ¿Especial?, no nada, ¿por qué?
  • No, sólo que el pantalón te sienta muy bien, si me permites tienes un culo envidiable.
  • ¿Te has dado cuenta?, se lo digo a tu hermana, ella dice que tiene el culo más bonito que el mío.
  • Ni pensarlo, mira ahí llega… Felisa, le estoy diciendo a Marta que tiene un culo muy bonito o por lo menos se lo hace el pantalón.
  • Es el pantalón, si llevara otro no sería igual.
  • Eso pensaba yo, porque si tuviera las tetas igual que el culo…
  • ¿Qué le pasan a mis tetas?
  • ¿Qué le van a pasar?, que son pequeñas o por lo menos más pequeñas que las mías.
  • De eso nada, si no te pusieras ese sujetador que te las sube al cuello.
  • La verdad es que mi hermana tiene unas tetas, bueno… debe tener.
  • Eso, debe tener porque si las vieras no pensarías lo mismo.
  • Pues la solución es fácil, cambiaros las prendas, tú te pones su sujetador y ella tu pantalón, a lo mejor os lleváis una sorpresa…
  • ¿Tú crees?
  • No sé, no entiendo mucho pero si no estáis seguras de lo que tenéis cada una…

Parece mentira, en un momento se enfrentaron las dos amigas, imagino que se habrían visto mil veces y sabían lo que tenían cada una pero ante la opinión de un tercero y chico y en teoría imparcial la cosa cambió, las dos se metieron en la habitación  y al momento me llamaron como juez.

Cuando entré me sentí como un “Obispo bajo Palio” dispuesto a imponer justicia y para eso necesitaba datos y los datos los iban a aportar con gusto las dos.  Todavía no sabía lo difícil que iba a ser el juicio pues no contaba con mi “secretario” pero cuando empecé a analizar las pruebas ya era tarde…

Continuará.

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