Por casualidad
Encuentro en la calle, mimos y una nueva manera de encarar la vida.
En la Patagonia. Me encontraba en una ciudad mas grande que la que habito, pero ni una ni otra dan libertad para vivir nuestra sexualidad. Todo a escondidas, todo con miedo. Pero es allí donde afloran otros "sentidos", que impactan a primera vista. Una frenada con la camioneta, para dejar pasar a alguien y yo, que tengo 42 años, me encuentro con un pibe que llevaba puesto su delantal de colegio secundario, tipo mediodía. Le pregunté si quería que lo llevara y accedió. Marcelo es su nombre, que vino de una provincia bien del noroeste a estas tierras patagónicas. Un morochito, de unos 1,75 de alto, flaco, hermoso, con unos labios únicos. Lo llevé un poco afuera del pueblo, como para charlar, pero con solo mirarlo se me hacía agua la boca y apenas paré el motor de la camioneta, me besó. Un ternura imposible de igualar, yo que me creía que nunca un pendex me daría pelota. Le abrí la bragueta y le toqué su pija bien parada, que mide 20 cm y tiene un grosor de unos 5 cm: de lo mejor. El estaba apurado por irse a su casa (en realidad de unos tíos) y me dijo si nos podíamos ver mas tarde. Como yo me volvía a mi pueblo, nos intercambiamos los números de celulares, pero antes pude probar su hermosa pija, que apenas me entraba en la boca. Un olor especial, de pendex pijudo, con aroma de leche tierna.
Pasaron uno par meses y un día me escribe un mensaje de texto. Oh causalidad, él que no me preguntó ni donde vivía, ni que hacía (hasta el día de hoy, y ya han pasado 8 meses), me encontró haciendo unos trámites en la gran ciudad. Esa noche de diciembre, se celebraba el aniversario del pueblo, con grandes fuegos artificiales, y es en ese momento que me dice que él está en el puerto, de sereno, en un sector en que no hay nadie. Fui a verlo. Apenas bajé de la camioneta, me besó. Estaba vestido con un gran mameluco, que lo hacía más hombre, más grande, y en medio de una noche de luces fantásticas, nos pudimos ir tocando. Cuando solo quedó la luz de la luna, me llevó por el muelle, hasta sentir solo el ruido del mar. Allí, con el agua pasando debajo, me bajó los pantalones y se abrió el mameluco, hasta que le salió toda su pija fuera. Se la chupé y no esperé más. Se puso un forro, y comenzó a intentar ponérmela. Me retorcía de dolor, de placer, de eternidad. Una vez que encajó bien, me dio como un tarro, mezcla de frío patagónico con el ardor de este joven, yo parecía rejuvenecido al mango. Cuando acabó, después de un largo rato, le pedí que no me la sacara, y asi, de pie como me cogió, yo vi caer mi leche entre los tablones del muelle. Fue la primera vez, y todo siguió mejor.
Ese día me despedí. Parece que él no necesita saber de mi, pues solo me dice que conmigo vive una relación sexual, como nunca con una piba u otro hombre. Recién cumplió 18 años, por lo que su fuego es terrible. Desde esa vez, y cada dos meses, mas o menos, nos hemos encontrado. Un día cualquiera comienzan los intercambios de mensajes, y si estamos en el mismo pueblo y con tiempo, programamos el encuentro.
Ahora vamos a un telo, que por dos horas nos permite vivir apasionadamente. Esto ocurre cada vez que vamos al telo (solo fueron tres veces):
Nos dan la habitación. Metemos la camioneta, cerramos el portón y probamos las luces de cuarto y ponemos la música. Inmediatamente nos desnudamos. El se ducha primero, luego voy yo. Andamos desnudos, así nos acostamos y empieza con sus terribles y apasionados besos, que no corta en NINGUN MOMENTO. Yo lo empiezo a recorrer, disfrutando de su piel morena, su pelo rizado, sus manos grandes, que también me van acariciando. Le beso las tetillas, lo muerdo un poco, y empiezo a bajar hasta alcanzar ese hermoso bocado, para descubrir luego que tiene TRES TESTÍCULOS. Lo notaba con mi lengua, y le pego un grito de admiración. Esto es mejor de lo que suponía, me digo.
La ultima vez fue así. Lo puse boca arriba, apuntándome con su pija y me ensalivé bien el orto. Me senté y de a poco, la fui metiendo. Me la banqué hermosamente. Cabalgué hasta cansarme. Lo atraje hacia mí, mientras seguía con la chota adentro, y me dio abrazos y besos inigualables. El se sacudía lo que podía y me decía que la estaba pasando bárbaro. Como no acaba enseguida, seguí probando posturas: en cuatro, sentado él al borde de la cama, de costado, de adelante, con las patas mías sobre su hombro. Después de un buen rato de franela y cogida, descansamos. Nos fumamos un pucho, mientras jugamos con las luces, y los espejos, donde podemos ver esos cuerpos fatigados y hambrientos por seguir cogiendo. Escuchamos la música que pone el telo, o miramos la tele. Se apaga el pucho, y comienza el segundo y definitivo momento.
Para que decirles lo que sentí cuando, después de pasar por todas las poses, me dijo que le dé el forro, porque quería acabar. Le pregunté cuál sería la posición que él quería, y optó por la común. Me abrí bien de piernas, y empezó un bombeo interminable. El placer ya dibujaba una nueva estrella en el cielo. Jadeaba, me besaba la nuca, yo levantaba el culo, y él cada vez más adentro, asi lo sentí. Me avisó cuando terminó, pero era previsible por la forma de respirar. Le pedí nuevamente que no me la sacara, y mientras tomaba aire, se puso de costado, y así pude acabar yo, sobre mi vientre, con un olor a sexo que solo Marcelo y yo podíamos sentir, porque allí había mas que cuerpo, ya había alma, por la manera de entregarnos. Mientras nos separábamos, pegamos una última mirada al techo de la habitación. Ahí estaban, en el espejo, esos dos hombres, el pibe y el viejo, satisfechos de vivir lo vivido. Últimos besos y a bañarnos otra vez. Respirando alegría por conocernos, por entregarnos, se sube a la camioneta, lo dejo en el centro y nos decimos, hasta la próxima. Jamás me pidió dinero, y esto es lo que más valoro. Bien por el pendex.
Y arriba la Patagonia, que sigue regalando estos espacios para que no quedemos en el intento.
TOBIAS