Por bocona me dieron con todo

¡Maldita estúpida orgullosa!, me reclamaba a mí misma, a cada instante; ¡En qué mierda me estoy metiendo!, me decía yo;...el pensar en mí misma, desnuda frente a él y sus amigos,… sus cinco vergas dispuestas a violarme sin compasión,

Muchos me han dicho que soy demasiado orgullosa; es posible. Sé que es uno de mis defectos, y no pocas veces me he metido en líos por no dar mi brazo a torcer; lo que me sucedió el verano pasado creo que fue la gota que derramó el vaso: ya es hora que cambie mi forma de ser. Esa experiencia la tengo atragantada en la garganta, y si no cuento lo que me pasó seguramente que exploto. Es una de esas experiencias que no puedo compartir con alguna amiga, así que decidí desahogar lo que llevo adentro con ustedes. Renato, mi enamorado siempre ha sido más desinhibido en lo sexual que yo: no es que yo sea una pacata ni nada por el estilo, pero hay cosas que simplemente pensé que jamás me atrevería a hacer,… hasta que ocurrió. Todo comenzó con una de las muchas discusiones que a veces hemos tenido en la cama, cuando trataba de imponer yo una negativa a su –para mí-, impetuosa líbido.

Estábamos un domingo en mi departamento, acostados en mi cama: como no había nada que ver en la tele, Renato se me abalanzó encima, deseoso de penetrarme. Yo estaba vestida con un buzo, recostada boca abajo; ante mi negativa de tener sexo, mi enamorado se sentó sobre mis piernas, de rodillas, con las piernas separadas, y sin importarle mi desinterés, me bajó hasta el borde de mis nalgas, pantalón y calzón juntos. Antes que pudiese reaccionar sentí su lengua introduciéndoseme desde atrás, abriendo lentamente y humedeciendo mi rajita sonrosada.

  • Mmmmm,….no, no quiero hacerlo,… mmmahhhh!,…- le decía yo, mientras trataba de zafarme de la situación. Me gusta hacerlo con él,… pero solo cuando yo quiero.

Renato seguía lamiéndome sin hacerme caso; de rato en rato, su deliciosa lengua se ocupaba también de ensalibar mi sensible y apretado agujero posterior, haciéndome alzar mi colita para permitirle acceder con más facilidad, estremeciéndome de placer: él sabe que eso me aloca, me pone a mil,… pero no se lo he hecho saber nunca: de hacerlo, le animaría a ir más allá. Ya totalmente mojada y ansiosa, me doy vuelta de golpe, para evitar que siga con aquella gozosa tortura. Ya estando de cara a él, no tardó casi nada en arrancarme mi pantalón y mis bragas, dejándolos colgando de una de mis piernas, y dejando mi coñito mojado a la vista. Para ese instante él ya estaba con la verga afuera, completamente erecta, y a punto de hacerme gritar de gozo; como siempre no digo nada, sólo se la miro, mientras jadeo de ganas. Su verga es grande, de cabeza ancha y muy nervosa; su rugosidad me enloquece, cuando me la mete con fuerza, de un solo golpe, en mi vagina húmeda y caliente.

Conforme sus embestidas me hacían retorcer de placer, comencé a gemir de gozo; todo iba bien hasta que Renato sacó su pieza de mi vagina, para inmediatamente alzarme las piernas y presionar su pene contra mi ano. No era la primera vez que intentaba sodomizarme a la fuerza; pasaba cada vez que lo hacíamos. A pesar de los años de noviazgo, no sé,… aún me daba miedo y otras cosas, el que me la metiera por atrás (¿ustedes entienden, verdad?), así que el asunto no pasaba de dejarle yo que me introdujese apenas la punta de su pene, hasta que yo comenzaba a sentir dolor; para ese entonces, mi ano ya estaba algo abierto de tanto intento, pero mi decisión era firme: no le dejaría cogerme por el culo.

  • ¡Te he dicho que por ahí no quiero! –le espeté, zafándome de la situación-, tú siempre con tus tonterías que ves en las pornos,...

  • ¡Pero Esther, por favor! –me respondió Renato, indignado como siempre-, no me dejas metértela por el culo, no quieres tragarte mi esperma, no quieres que usemos juguetes, ¡siempre lo mismo!,

  • ¡Pues ya es hora de que entiendas que un no es un no! –, le respondí.

Renato se disgustó una vez más y se echó a mi lado, cruzando los brazos y mirando mortificado el techo. Mi maldita manía de querer tener la última palabra en todo, hizo el resto.

  • Entiende Renato que no quiero hacer esas porquerías –le dije-, lo único que te ha faltado pedirme es hacer un trío con alguna de mis amigas,

  • Ya estás acusándome de nuevo,… -, me replicó mi enamorado con amargura.

  • ¿Y acaso no es verdad? –le dije yo, dispuesta a ganar esa discusión a toda costa-, ¿crees que no me he dado cuenta cómo le ves el culo a Marita?, ¿o cómo te comes con los ojos las tetas de Cristina?,

  • Y seguro que si fuese cierto, tú aceptarías gustosa hacer un trío con alguna de tus amigas,… -, me espetó irónicamente.

  • Primero tendrías que aceptar tú que yo coja contigo y con tus amigos –respondí yo, tratando de apelar a sus celos.

  • ¿Así que si acepto que hagamos una orgía tú, yo y mis amigos, me arreglarás un trío con una de tus amigas? –, me soltó de pronto Renato.

Otro de mis terribles defectos es no saber cuando callar mi bocota, así que en vez de cortar el asunto, seguí:

  • Si –dije con aplomo, para luego soltar el resto sin pensarlo-, pero deben ser cuatro de tus amigos.

  • Hecho.

-¿Hecho qué?

  • Acepto –me lanzó mi enamorado con total seguridad-, acepto tus condiciones y después tú cumples con lo del trío.

  • ¡Estás loco!

  • Lo digo en serio,… a menos que tú te estés echando atrás de lo que dices –replicó, para luego soltar la terrible frase-, TE RETO.

Esa es otra de mis debilidades y él lo sabía muy bien: jamás rechazo ninguna apuesta. Esas dos palabras, "te reto", son como una maldición para mí; apenas las escucho, mi cabeza hierve, pierdo el control, no lo pienso dos veces y, movida por mi orgullo herido (¡maldito orgullo mío!), acepto sin chistar lo que sea.

  • ¡Acepto!- dije fuera de mí-, cuatro de tus amigos me van a coger enfrente tuyo, todos a la vez.

  • Perfecto: haré los preparativos –dijo mi enamorado-, espero que cumplas lo que dices.

  • ¡Yo cumpliré mi palabra! –le repliqué-, vamos a ver si tú cumples la tuya,

Pensé que el asunto no pasaría de una sarta de tonterías dichas sin ton ni son, hasta que una semana después, Janet, la hermana de Renato, nos pidió que le cuidáramos su casa: se iba a la playa con su familia por un par de meses; me encantaba cuando nos lo pedía, ya que mi novio y yo disfrutábamos compartir una suerte de "vida de casados" en su casa, siempre bien provista de víveres y licores finos. Pero en esta ocasión sería diferente: cuando fuimos a recibir las llaves y despedir a su hermana, mi enamorado me lo soltó a boca de jarro:

  • ¿Recuerdas la apuesta? –me dijo-, este sábado mis amigos van a venir.

Me quedé de una pieza: Renato había decidido llevar el asunto hasta el final. Había organizado una pequeña reunión con cuatro de sus amigos: Alberto, un apuesto compañero suyo del colegio (el típico conquistador de todo grupo de amigotes), Alex, ya casado, pero siempre en excelente forma, gracias a las pesas, Jose Luis, alto, moreno y siempre sonriente y Pedro, un amigo de su barrio, un tipo recio que trabajaba como obrero metal-mecánico. Al ver mi estupor, mi enamorado comenzó a azuzarme, diciendo que de seguro me echaría a atrás: unos tres "te reto" dichos por él burlonamente, me hicieron otra vez decirle sin pensarlo bien, que lo haría de todos modos.

-… Ah, y si van a hacer cochinaditas, por favor cambien las sábanas, jajajaja –nos dijo la hermana de Renato, sonriente, mientras nos daba las llaves de su casa.

Yo estaba como ida, sonriendo forzadamente, y pensando en que Janet ni siquiera se imaginaba lo que iba a ocurrir en su casa.

No ocurrió nada en particular los siguientes dos días: Renato y yo, ya instalados en la casa a cuidar, la pasábamos como cualquier cosa, pero yo no dejaba de pensar en aquel fatídico sábado que se aproximaba. ¡Maldita estúpida orgullosa!, me reclamaba a mí misma, a cada instante; ¡En qué mierda me estoy metiendo!, me decía mentalmente: el pensar en mí misma, desnuda frente a sus amigos,… sus cuatro vergas dispuestas a violarme sin compasión,… el pensar en eso, en lo que me harían, me hacía sentir sucia, una perra, ¡todo lo podía arreglar diciendo: está bien Renato, tú ganaste!, pero no,… mi bocota me había metido en eso y era totalmente incapaz de aceptar mi derrota. No me podría tolerar a mí misma si aceptaba que no era capaz de hacerlo: podía zafarme y a la vez no quería. Pensé que tal vez mi enamorado se echaría para atrás a último momento, que no querría jamás que sus amigotes me pusiesen la mano encima; esa era mi única esperanza, así que decidí esperar a que llegue el sábado.

Finalmente el día llegó y Renato no daba señal de cambiar de opinión; yo orgullosa como siempre, no dije nada al respecto. Al caer la noche, mi enamorado me dijo que me arreglase para las visitas que iban a venir. Como una zombie me bañé y me maquillé como para una gran fiesta. Me puse un vestido negro de una pieza, de mangas largas, con una faldita de vuelos que hacía resaltar mi estrecha cintura y mis amplias caderas; unas panties negras con unas ligas, zapatos de taco alto y un hilo dental rojo que Renato me compró para lucirlo; la elección de toda mi vestimenta corrió por parte de él. Mientras me ponía el vestido, yo temblaba de pies a cabeza: podía acabar con el asunto negándome, pero mi orgullo pudo más; si me echaba para atrás, Renato me lo sacaría en cara el resto de mi vida, y detesto aceptarme derrotada.

A eso de las 9 de la noche, llegaron sus amigos; estaban alegres, muy animosos y llegaron muy bien provistos de botellas de diferentes bebidas, para pasar una noche de juerga; al poco rato me dí cuenta que mi enamorado no les había dicho nada al respecto: para ellos, solo era una noche de borrachera. Me senté en la sala junto con todo el grupo. Todos me elogiaron mi vestimenta, lo cual me animó un poco. Como ellos y mi enamorado eran unos soberanos borrachos, las botellas comenzaron a volar en sus manos a una velocidad alarmante; soy de beber moderado, pero esa noche, Renato me animaba a beber más de lo que yo acostumbro. La música estaba a full y de tanto en tanto, Alberto y Alex, los más animosos, me sacaban a bailar una que otra tonada. Todos me miraban fijamente mientras bailaba, y mis pasos de baile hacían que mi falda de vuelos se alzase, exhibiendo mis torneadas piernas enfundadas en las panties negras que llevaba. No puedo negar que me divertía, pero a la vez al sentir sus miradas posadas en mi persona, una rara sensación, una fuerte corriente eléctrica que azotaba todo mi cuerpo. Conforme pasaban las horas, me iba desinhibiendo cada vez más, bebiendo sin parar, haciendo bromas con los chicos y riéndome estruendosamente, a ratos pensando en lo que ocurriría después. Casi a medianoche, Alex, el casado del grupo, anunció que se retiraba, ya que tenía qué hacer al día siguiente con su esposa; Renato lo convenció tras insistir bastante, diciéndole que lo mejor de la juerga vendría al rato. Alex aceptó con desgano quedarse. Yo comencé de nuevo a sentir mi cuerpo vibrar sin control, recordando de pronto la bendita apuesta. Me paré para ir por más hielo; ya en la cocina, mi enamorado me dió alcance:

  • Ya vamos a comenzar –me dijo-, vamos a hacer un jueguito para animarlos a todos.

  • Bien –, le respondí, ya bastante chispeada por efecto de la borrachera.

Una vez de nuevo en la sala, sentada en un sofá largo entre Renato y Pedro, mi enamorado tomó una botella vacía, la apoyó en la mesa de centro y comenzó a hacerla girar sobre la mesa de centro: era un viejo juego de niños, en el que el pico de la botella apuntaba a uno de los presentes, el cual era obligado a cumplir una orden; el castigo era dictado por el participante al cual la base de la botella apuntaba. Renato giró la botella de tal modo que primero yo le ordené un castigo a Alex: le dije que haga un striptease. Alex se paró y nos deleitó –sobre todo a mí-, bailando y quitándose la camisa: sus excelentes pectorales y su bien formado abdomen me encendieron, haciéndome gritar y reír a la vez con su baile: era todo un exhibicionista. A continuación me tocó en suerte a mí ser castigada; Alberto me ordenó bailar sensualmente de espaldas al grupo. Me paré casi tambaleándome, y al ritmo de la música, separé mis piernas y comencé a contonearme exhibiéndoles mi trasero. Riéndome y sintiéndome muy erótica, meneé muy lascivamente mi trasero ante los amigos de mi novio, sintiendo la pesada calidez del ambiente en mi piel, mientras todos contenían el aliento, y yo alzaba mi culo ante ellos, a la vez que me cogía los pechos con ambas manos. Tras sentarme al finalizar mi castigo, tomé un vaso enorme, lo llené de whisky, y lo sequé de un solo sorbo: ya me sentía preparada para todo.

Giré la botella y me tocó castigar a Alberto: le ordené que baile conmigo un "perreo"; ni corto ni perezoso, se paró y buscó ese tipo de música en la radio. Frente al grupo, comenzamos a contonearnos al ritmo de la música. Yo movía mi culo muy pegado a Alberto: sentía con delicia su caliente aliento en mi nuca, su pene ya erecto me rozaba las nalgas de tanto en tanto que bailábamos, haciéndome vibrar, mientras seguía bailando y miraba de tanto en tanto a mi enamorado, que sonreía complacido. La botella volvió a girar, y ahora mi enamorado era al que le tocaba castigarme a mí:

-Ponte en cuatro y chúpame la pinga frente a todos –, me dijo.

Todos comenzaron a reírse por la ocurrencia, menos Renato y yo. Una mirada cómplice de mi enamorado me hizo saber que había llegado el momento. Yo ya estaba bien borracha, así que sin decir nada, me puse de pie. Caminando con total seguridad, giré sobre mis talones y juntando mis pies, me arrodillé a los pies de mi enamorado. Un profundo silencio se hizo en la sala mientras le bajaba el cierre, sacaba afuera su pieza ya totalmente erecta y me la introducía en la boca. Primero se la fui chupando lentamente, soltando quedos suspiros, para ir aumentándolos poco a poco. Podía sentir la mirada de todos encima mío, ¡Dios, me estaba tragando la verga de mi novio enfrente de ellos!. Sentía todo mi cuerpo atravesado por ráfagas de electricidad, que me ocasionaban un cosquilleo en mi entrepierna que crecía por oleadas a cada instante. En esa posición, con los pies juntos, sabía que las miradas de todos se posaban en mi ancho y redondo culo, casi por completo a la vista por mi faldita levantada. Podía adivinar la cara de los amigos de mi novio, babeando al ver mis nalgas blancas, apenas separadas por esa tirita roja en medio, más metida en medio que cubriendo algo; sin saber por qué, comencé a quebrarme, alzando mi culo, meneándolo para ellos. Casi me atragantaba con la verga de Renato, que la sentía esa vez más grande que nunca. La cabeza me daba vueltas por haberme atrevido a tanto,… y a la vez me sentía poderosa, al intuir que los tenía a todos al palo.

  • Oye hermano –rompió el silencio de pronto Alex-, dejen eso para cuando estén solos,

  • No te preocupes –le respondió Renato acariciándome el pelo-, ella está de acuerdo,

Por un instante me saqué la pieza de mi novio de la boca y volteé a verlos: Alberto y Alex –que estaban sentados atrás mío, se tocaban encima de sus pantalones, con sus bultos casi explotando la tela de sus jeans. Sonreí al ver que Alberto, ya en confianza, sacaba su verga afuera y comenzaba a masturbarse. Con gestos con las manos, mi novio les invitó a participar, mientras yo volteaba de nuevo a seguir chupándosela. Empecé a mamársela rápidamente a Renato, mientras cerraba los ojos, al sentir dos manos que comenzaban a acariciar mis nalgas. Me sobresalté al principio, para luego soltar un profundo suspiro al sentir unos dedos que diestramente apartaban mi hilo dental, para luego introducirse sin dificultad, en mi vagina mojada. Todo el cuerpo se me estremecía, en parte por temor y en parte por la excitación. Entreabriendo mis ojos, podía ver a Pedro, sentado junto a mi novio, sacando su pene y masturbándoselo con desesperación; no la tenía tan grande como Renato, pero su grosor era bastante para mí; temblé de sólo pensar en tenerlo dentro.

Para ese instante ya mi mente no pensaba más que en gozar, por lo que ni me inmuté cuando sentí dos firmes manos que me cogieron por las caderas, acomodándome para ser penetrada. Renato me cogió entonces del cabello con firmeza, haciendo que me trague su pene casi hasta la garganta, mientras Alberto lentamente me introducía su pieza.

  • ¡Mmmmmghhhhummm!!!! -, fue el gemido que salió apenas de mi boca al sentir la pieza golpeándome las entrañas-, ¡mhhh!, ¡mmm!,…¡mmm!,

Alberto me bombeaba golpeando su pelvis contra mis nalgas insistentemente, mientras yo luchaba por sacarme de la boca el pene de mi novio. Su amigo me tenía firmemente cogida de la cintura, machacándome sin parar. Mi raja abierta estaba mojada como nunca antes; me sentía la más puta del mundo, mientras mi novio y su amigo me tenían así ensartada. Todo mi cuerpo vibraba de placer insano, al estar en cierto modo, siendo infiel a mi novio en sus propias narices: a Renato esto no le importaba, ya que podía ver cómo gozaba con la escena. Mientras sentía las bolas de Alberto golpeteándome, totalmente mojadas por mis jugos, mi novio me bajó el cierre del vestido; yo, sin dudarlo, me lo fui sacando manga por manga, sin dejar de mamársela, hasta quedar con la parte de arriba de mi prenda a la altura de mi cintura, y dejando mis senos al aire; una corriente de aire hizo que mis pechos se erizasen, erectándoseme los pezones sin remedio. Alberto seguía clavándome su pieza sin parar, haciendo que mis tetas se bamboleasen al ritmo de sus embestidas, pero al poco Pedro se apoderó de ellos, manoseándolas a sus anchas. Los jadeos de mi novio y su amigo iban en aumento, conforme yo, movía mi culo rítmicamente, tratando de que su pinga se meta más adentro de mí, mientras me metía la pieza de Renato en la boca casi por completo.

Estaba gozando como loca cuanto Alberto me apretó las caderas con fuerza, para soltar una exclamación; como un latigazo sentí por dentro un chorro abundante de su caliente semen que me inundaba, casi al mismo tiempo en que me vine, embotándome el cerebro una increíble oleada de placer. No pasó mucho antes que Renato también soltó su leche en mi boca, casi ahogándome. Sentí casi se me salía por la nariz su semen espeso y abundante que bajaba por mi garganta, degustando yo su sabor por primera vez: al fin mi novio había cumplido uno de sus anhelos.

Me puse de pie atontada, chorreantes mi labios de semen, sintiéndome sacudida por el potente orgasmo que había tenido. Apenas me había parado cuando el resto de los chicos casi me arrancaron el vestido, dejándome en un tris desnuda, solo con panties y zapatos encima. Como en un sueño escuché la voz de Alex, casi ordenándome que me ponga en cuatro sobre el sofá. Él ya estaba completamente desnudo y me aguardaba sentado, con su verga tiesa y lista para mí. Deseosa de recibir más, me la metí en la boca, chupándosela hasta la base. Renato estaba atrás mío, abriéndome las nalgas e introduciéndome su lengua en el ano. Jose Luis y Pedro –ya desnudos también-, se acercaron, poniendo sus vergas erectas a mi disposición. Embotada yo por la lascivia, comencé a alternarme en chuparles la pinga a Alex y a Jose Luis, disfrutando la sensación distinta, en mi boca, de sus dimensiones, así como el sabor diferente de cada una. Mi temblorosa mano fue entonces cogida por Pedro, quien me hizo que le masturbe su grueso miembro. Yo jadeaba como una demente, arrancándoles a los chicos todo un concierto de gemidos. Frente al sofá donde yo estaba, y encima de Alberto que, jadeaba satisfecho en otro sofá, había un inmenso espejo en el que pude ver la escena en la que yo estaba participando: ¡soy una perra! –pensé-, ¡lo estoy haciendo con tres tipos y mi novio a la vez!; Renato no paraba de abrirme las nalgas, tratando de meterme su lengua hasta el fondo, mientras que de mi raja caían sendos borbotones de la leche de Alberto, manchando el sofá.

Sin avisar, mi novio me tomó por la cintura, apartándome del resto; lo hizo tan de improviso que la pinga de Alex salió de mi boca, en el preciso momento en que se venía: la chisgueteada de su leche me dio de lleno, bañándome el rostro. Mi novio me cargó sosteniéndome por la cintura, casi sin ninguna dificultad; sentado en el sofá me separó entonces las piernas, tratando de ensartarme su pene en mi agujero ya ensalibado. Mientras él trataba de sentarme encima de su verga, comencé a temblar sin control, ante la inminencia de que penetrase mi virginal ano.

-…¡No por favor, mi amor, nooo!!! –comencé a sollozar sin control, sintiendo la cabeza de su pene forzando la estrechez de mi agujerito-, …¡la tienes muy grande, me va a doler, nooo!,…¡NOOOO!!!,….

Renato, sin hacer caso a mis ruegos, me atenazó la cintura con sus manos, obligándome a descender sobre su pieza. Pataleando, traté de zafarme, en vano. Los chicos observaban embelezados lo que mi novio me hacía. Comencé a llorar como una chiquilla, confundiéndose en mis mejillas mis lágrimas, con el semen que la recorrían. No tardó mucho en que sintiese como la cabeza de su enorme pene iba abriéndose paso hacia adentro, dilatándome dolorosamente, mientras que la frente se me perlaba de sudor frío por el miedo; la ley de la gravedad hizo el resto: ¡Cuando su cabeza entró por completo, grité muy fuerte, sintiendo que me moría!; pasé algunos instantes luego como desmayada -"viendo estrellitas" como dicen-, saltándome las lágrimas de los ojos. Conforme comenzaba a sentir como la cabeza de la pinga de Renato se movía dentro de mí, de adentro hacia a fuera, una y otra vez, el dolor inicial dio paso a una intensa sensación de calor que me subía de mi culo adolorido, recorriendo todo mi cuerpo hasta mi cabeza: poco a poco mi culo anestesiado comenzó a descargar por todo mi ser sendas descargas de un placer nuevo y totalmente intenso. Cada vez que yo descendía introduciéndome el pene de Renato hasta el fondo, gemía con fuerza, a la vez que sentía como a cada embestida me sacaba todo el aire de mis pulmones. Los amigos de mi novio miraban mis pechos erectos y bamboleantes, mi raja semiabierta y completamente mojada y un primer plano de mis nalgas atravesadas sin misericordia.

Yo sudaba a mares, mirando sus rostros, embriagados ya del deseo de violarme sin parar toda la noche: yo por mi parte, gozaba del placer insano y delicioso de saber que aún tenían ellos el ánimo de seguir haciéndome tener orgasmos sin pausa. Nuevamente eché una mirada al espejo enfrente mío: mis ojos casi se me salían de las órbitas con cada gemido que me arrancaba la verga de mi novio, abriéndome más el culo; ¡sentía mis nalgas separadas casi por completo por esa lanza de carne incrustada en medio!, mis piernas temblaban sin control, conforme el pene de mi novio se introducía cada vez más hondo; mis entrañas cedían paso ante el -ahora para mí-, inmenso aparato que me estaba penetrando.

  • ¡Ya no me la metas más, Renatooo!,… -exclamé respirando agitadamente, sin poder controlarme-, ¡ya no me la metas más adentro: me vas a partiiir!!,

  • Ya te la metí por completo, Esther –, me respondió mi novio con toda tranquilidad.

Era cierto: recién es ese momento, en que dolor casi había desaparecía por completo, sentí mis nalgas golpeando contra sus huevos. Sus amigos no dejaban de masturbarse, hasta que finalmente José Luis dio un paso adelante. Agachándose tomó mis piernas con ambas manos y poniéndoselas casi en los hombros, me la metió por completo de un solo golpe; ¡ya no jadeaba sino que gritaba como una poseída de loco placer!, mi cuerpo parecía sacudido por un terremoto al tener las dos vergas adentro: toda yo me crispaba, sintiendo que me venía de nuevo, cada vez que dentro sentía las dos cabezas de sus penes frotándose una contra la otra, apenas separadas, ¡pensé que iban a convertir mis dos agujeros en uno solo en cualquier momento!,

  • ¡AAAAAHHHH!!!,… ¡AHHHH!!!!! –gritaba yo con todas mis fuerzas-, ¡sáquénmelas!, ..¡SÁQUÉNMELAAASSS!!!,

Aquella demencial cogida duró lo suficiente para tuviese dos brutales orgasmos seguidos. Después de eso Renato me descargó su leche en el culo como si fuese una explosión; ¡grité hasta el llanto cuando su esperma caliente me quemó por dentro mi ano rasgado!. Totalmente desfallecida, me quedé con la pieza de mi novio un rato más dentro del culo, hasta que José Luis se vació dentro de mí, inundando de nuevo mi vagina. Tras romperme el culo, Renato me dejó tirada en el sofá, para irse a sentar frente a donde yo me hallaba, sudorosa y manando leche por todos lados. Los amigos de mi enamorado no tenían la intención de dejarme respirar: Alberto, ya repuesto, me cargó sin poderlo yo impedir, y haciendo gala de sus musculosos brazos, me comenzó a penetrar, él de pie, y yo, como una criatura, colgada de su cuello. Mis gritos de placer se dejaron oír con fuerza de nuevo, cuando Alex se puso atrás mío, calzándome por mi ano dilatado. Yo mordía con desesperación los hombros y cuello de Alberto, mientras esos dos brutos no paraban de penetrarme doblemente. A partir de ese momento, todo son recuerdos nebulosos: me recuerdo convulsionando de gozo al sentir otra vez mi ano y vagina llenos de semen. Después me dejaron en el sofá, donde me cogía yo a la vez el culo y la vagina, sintiendo cómo me ardían de tanto mete y saca. Luego recuerdo que los chicos me ordenaban y yo les obedecía mansamente en todo; me acuerdo poniéndome en cuatro y abriéndome las nalgas con mis propias manos: "¡carajo, Esther!" –me increpó Alex-, "¡ábrete más el culo y agáchate!". Tengo en la mente la imagen mía reflejada en el espejo, siendo enculada por Alex mientras se la chupaba a Pedro, quien exclamó gozoso: "mmm,…¡qué buena boca tienes, Esther!. Siii, reflexioné en ese instante: qué buena bocota tengo, precisamente ella es la que me había metido en tamaña situación.

En más de una oportunidad los amigos de mi novio me pasaron de mano en mano: mentiría si les digo cuántos orgasmos tuve. Pero recuerdo bien a Renato, masturbándose y disfrutando verme a mí, a su novia, siendo vejada una y otra vez, como una reverenda puta, por sus amigotes. Yo gozaba como jamás lo había hecho, y realmente ya no podía ni impedirlo: estaba totalmente exhausta. La fiestita terminó cuando Pedro, que se había estado guardando para el final, hizo que Alberto y José Luis me echasen boca abajo sobre la pequeña mesa de centro de la sala, sosteniéndome ambos firmemente de las muñecas: salí de mi estupor al recordar la gruesa pinga de Pedro; supliqué y supliqué, pero fué en vano: frente a Renato, que estaba sentado justo enfrente, su amigo me escupió el ano, para luego clavármela sin compasión:

  • ¡AYYYYYYY!!!!,… ¡AHHHHH!!!!,

¡Sentí cómo mi ano se abría aún más, el dolor era casi insoportable!!!,… llorando a mares, Pedro me la metía sin compasión, cogiéndose con fuerza de mis tetas para poderla meter más hondo. Pensando en que era mejor acabar con ese tormento rápìdo, comencé a mover mis caderas rítmicamente, esperanzada en que Pedro se venga pronto: craso error. Él empezó a bombearme con más determinación, haciéndome gemir como una salvaje. Ya perdido todo control de mi cuerpo, por mis piernas comenzó a chorrear una marea de líquido caliente: me había orinado de placer.

  • ¿Te gusta, verdad Esther? -, me preguntó Renato.

  • Sí,… -, dije quedamente.

  • ¿Cómo?,… -, preguntó con malicia.

  • ¡ SIIII, ME GUSTA, ME GUSTAAA!!!! – acepté finalmente a gritos, vencido ya mi orgullo por completo-, ¡SÍGAN, SIGAAAANNN!!!,…¡AHHHH!, ¡AAAAHH!!!,.. ¡DENME MÁS POR LA ZORRA, POR EL CULO!!!,… ¡SOY UNA PUTA, SOY UNA PUTAAAA!!!,

Tras la corrida de Pedro simplemente perdí el conocimiento. Si hicieron algo más conmigo, no lo sé. Desperté en la cama, agotada e infinitamente satisfecha, con Renato al lado. Había dormido todo el domingo y casi media mañana del lunes. Ya no podía nunca más negarle nada a mi novio: había gozado como una cerda. Habíamos entrado a otra dimensión del sexo: dándome un beso con ternura, Renato me recordó lo que había pendiente:

  • Ahora te toca quedar con tus amigas –me dijo-, ah, y deben ser cuatro; creo que sería lo justo, ¿no te parece?,

Estoy de acuerdo, y lo cumpliré al pie de la letra: una vez más, mi orgullo me impide no cumplir mi promesa. No tengo la menor idea de cómo convencer a mis amigas, pero lo haré. Además, no me parece tan mala idea la cosa: siendo sincera, mi amiga Cristina, con sus enormes tetas, siempre me ha parecido suculentamente atractiva,