Por arreglar un vestido

Mi mujer me descubre quien soy

Ya llevábamos 10 años de casados, no teníamos hijos, evidentemente la culpa era mía, mis espermatozoides salían muertos ya, poca motilidad, y la cantidad era ínfima. Irene, mi mujer, en un principio se entusiasmó con la idea de que yo me sometiera a tratamientos, yo acepte, era ella la que tenía la voz cantante en toda nuestra vida. Los tratamientos no tuvieron ningún éxito, y asumimos que nunca tendríamos descendencia. Irene, era una mujer muy fuerte, sin llegar a ser obesa, alta, de mucho carácter, y que con el paso del tiempo se había acostumbrado a que yo fuera el que hiciera las labores de casa. Yo soy bastante más bajo que ella, delgado, con problemas de autoestima, y acomodado a hacer lo que ella diga. Soy Feliz así, no pongo objeciones a vivir de esta manera. Me he acomodado. Tenemos un negocio de confección, trabajamos juntos, aunque los dos atendemos a la gente, Irene, es la que ahora se dedica a hacer los arreglos a la ropa que nos compran, y no se ajustan bien. Antes teníamos una señora para estas cosas, pero debido a la crisis, tuvimos que prescindir de ella, e Irene se hizo cargo de ello. Y asi empezó mi nueva vida.

Poco a poco, Irene hizo que nos especializaramos, en trajes de mujer para bodas, no trajes de novia, pero si de madrinas, damas de honor y acompañantes, venían, elegían lo que querían e Irene se lo arreglaba. Yo la ayudaba en todo lo que podía, y poco a poco, me fui haciendo a ese nuevo mercado. Lencería, complementos, e incluso calzado, entró en nuestro radio de acción.

A Irene, se le perdieron las medidas, de una dama de honor, al día siguiente vendría a recoger el vestido, y nos era imposible contactar con la cliente, un error así nos costaría credibilidad, así que no nos lo podíamos permitir. Estábamos ya los dos solos, en el taller que teníamos en la trastienda, cuando sono el teléfono, era la clienta, por fin, había visto nuestras llamadas, pero la era imposible acudir a vernos, Irene tomó nota de lo que la clienta la dijo, y la tranquilizó diciendo que al día siguiente el vestido estaría listo.

Mi mujer repaso las medidas y me miró fijamente.

—Juan, te voy a convertir en maniquí, no queda más remedio.

Yo no entendía que me quería decir, y la pregunté que tenía que hacer.

—Por lo pronto desnudate.

Mi cara, debió de ser un poema, y la volví a preguntar porque.

—Pues porque esta señora tiene las mismas medidas que tu más o menos, y los arreglos que tengo que hacer, los haré sobre tu base. Así que no me hagas perder el tiempo y desnudate.

No cuestione, e hize lo que me ordenó. Me quedé con mi slip y con calcetines, me encontraba ridículo. Irene me miró, y me dijo.

—Desnudo es desnudo, osea que todo fuera, no te puedo probar el vestido, con calzoncillos. Espera y ahora vuelvo.

Irene fue a la tienda, y volvió con cajas de lencería y cajas de zapatos. Sacó un tanga rosa minúsculo y me lo lanzó, para que me lo pusiera, además de un sujetador sin tiras a juego con el tanga, y con una medida considerable.

—Cariño, me parece excesivo que me hagas ponerme esto.

—Vamos a ver, soys de la misma estatura, pero me hace falta el contorno de pecho, y tal vez arreglar como cuelga en un culo como el tuyo, a pesar de que tu tienes más que ella.

Su explicación me medio convenció, y me puse el tanga y el sujetador, el cual relleno con algún trapo, para que pareciera que realmente había pechos. No se, que ocurrió, pero una excitación diferente empezó a recorrer mi cuerpo, mi pene se empezó a endurecer y una erección desconocida se apoderó de mí. Irene, se dio cuenta, yo intentaba disimular poniéndome de espaldas, me calzaba los zapatos, y al verme en el espejo me excite aún más.

—Anda, mira que bonito, resulta que acabo de descubrir, que a mi maridito le gusta ponerse ropa de mujer, hay que joderse.

Me imagino que puse rojo como un tomate, pero no podía luchar contra lo evidente. Irene empezó a tomar medidas, y en su cara se veía satisfacción, casi no tenía que hacer ningún arreglo, me percaté, de sus rozes en mi culo, también como sin querer pasaba cerca de mi ridículo pene, que tenía una dureza desconocida. Así estuvimos un buen rato, me hacía poner y quitar el vestido, pero me ordenaba conservar la ropa interior. De repente, dio por finalizado el arreglo, y dijo que ya podíamos subir a casa. Nuestra vivienda, se situaba encima de nuestro negocio. Recogió el vestido, y yo fui a quitarme aquella ropa interior que tanto me había excitado.

—Cariño, me dijo, no seas guarra, eso ya no se puede vender, esta usado, dejátelo puesto y ahora en casa lo lavas y te lo guardas, para otra ocasión.

—Irene, me has llamado guarra.

—Te acabas de comportar como una guarra, amor, te has puesto cachonda al ponerte las bragas, así que no andes con tonterías y subamos a casa que tengo hambre.

Al llegar a casa, me di cuenta de que andaba con tacones con mucha soltura, nunca lo hubiera imaginado. Volví a intentar quitarme aquello, pero mi mujer me dijo que me lo dejara puesto, que podíamos cenar así, que para una vez que me excitaba que lo alargará. Era cierto, mi micropene seguía erecto y duro, era extrañisimo. Hicimos la cena. Irene me hablaba con voz autoritaria y cuando pasaba detrás mía, se pegaba mucho a mi espalda. Decidió que cenaramos en la terraza, no teníamos muchos vecinos y era discreta, pero cualquiera podría verme. Otra vez asentí, y serví la cena allí. Irene me pedía cada vez una cosa diferente, y yo iba a buscarlo. Cuando terminamos, recogí la mesa, mientras ella fumaba su cigarrillo. Asee la cocina, y espere a que ella me dijera, si nos íbamos a la cama o veíamos la tv. Con desdén me dijo que a la cama. Ya en la habitación, volví a intentar desnudarme, pero Irene se lanzó sobre mi, jamás había echo algo así, a pesar de que era mucho más activa que yo, nuestras relaciones eran mucho más metodicas, muy de vez en cuando y sin pasión.

—Hoy vas a gozar, maricon, acabo de descubrir lo que te gusta, siempre he sabido que eras poco hombre, pero me encanta saber que voy a tener una sumisa putita para mi.

No supe como reaccionar, mi mujer me zarandeaba, pellizcaba mis pezones, mordía en mi cuello, pasaba su lengua por mi rostro, apretaba mis nalgas, me obligaba a dejar mis brazos muertos a los lados de mi cuerpo. Sus palabras eran hirientes pero me gustaban. Maricon, puta, te voy a follar, sabía que eras un mierda, al fin se lo que eres, impotente, picha floja, tu leche es de maricon, así infinidad de cosas. Yo tenía un calentón importante, notaba el flujo de su coño como chorreaba sobre mis piernas, su calentura era increíble también, nunca la había visto así. De repente me giro, y me hizo ponerme en cuatro, se situó detrás de mi, y empezó a rozarse con mis nalgas, se masturbaba contra mi, yo no se como, pero empujaba mi culo contra ella, aquello me estaba llevando al cielo, me veía como una mujer penetraba por detrás por un hombre. Irene se aproximaba al orgasmo, su roce era cada vez más rápido y nervioso, la oí chillar y note como se corría, aquello me hizo acabar a mi también, me corrí encima de nuestra cama, la cantidad fue la misma pero el placer tan intenso, no lo había experimentado nunca. Poco a poco, recuperamos la respiración, Irene se tumbó, yo me estaba incorporando, cuando ella me dijo.

—Maricon, a partir de ahora, esta será nuestra vida sexual. Tu serás mi mujer, y te follare vestida así, cada vez que quiera. Entendido?

—Si mi amor.