¡por andar de calienta penes!

Violada tumultuariamente, pero yo me lo busque

Por andar de calientita.

¡Hola!, me llamo Ana María, mis amigos me dicen Anita, Ana o Ann, soy una chica de 21 años, bien formada, de buenas medidas, me encanta usar vestidos ajustados, cortos o minifaldas, pues me encanta provocar la lujuria de los hombres y la envidia de las mujeres, sobre todo si acompañan a sus parejas, en pocas palabras, como dicen por ahí, soy una calienta penes.

Quizá esté mal que lo diga, pero tampoco soy modesta ni mojigata, tengo un par de senos bien duros y paraditos, soy 34 copa B, una cinturita muy breve y un par de piernas largas, durísimas y bien torneadas, pues me encanta hacer ejercicio.

El vello púbico lo recorto cotidianamente pues me fascina usar tangas o pantaletas de hilo dental, mido 1:70 de estatura y mis medidas son 92-55-90, mi cabello es castaño claro, tengo los ojos verdes y nariz respingada, francamente si soy bonita, por lo menos a mi novio le gusto mucho y me encanta verlo como babea cuando me trata de acariciar y cuando me faja, siempre termina con la verga bien parada y hasta se ha venido en seco, de tanta excitación.

Cuando el no puede pasar por mí a la Universidad, normalmente uso unos jeans muy apretaditos, que dibujan perfectamente mis nalgas y mi puchita, causando sensación en la escuela entre mis compañeros de clase y desde luego, entre mis maestros.

Pero lo mejor viene cuando me subo al pesera,(así le llamamos a un transporte colectivo en el D.F.) uf, las miradas no se dejan esperar, la lujuria aflora de inmediato y muchos hombres se me acercan de inmediato, todo queda en uno que otro toqueteo, pero lo que me sucedió hoy, es lo que me motivó a contarlo.

Como hoy se iniciaron las clases en las escuelas de México, el transporte estaba súper lleno, total que en la estación Taxqueña del Metro, al subirme de inmediato sentí como una mano se posó en uno de mis glúteos, al principio, pensé, este es otro de esos toqueteos a los que las mujeres ya estamos acostumbradas, pero cuál fue mi sorpresa que sin más me arrinconaron contra un extremo del camión y de repente ya no podía contar las manos que me estaban manoseando.

En efecto, de repente sentí como unas manos me tocaban las nalgas, mientras otras me acariciaban los senos, otras se entretenían con mis piernas y unas más se disputaban la supremacía de manosearme la vagina.

Sin darme oportunidad de reclamar o gritar, una mano se posó sobre mi boca, callando cualquier grito que pudiese expresar, mientras otras manos sujetaban las mías y me quitaban la mochila que utilizo para mis cuadernos y libros de la escuela, total que los manoseos se intensificaron, yo no sabía qué hacer pues la combinación entre susto y satisfacción se conjuntaban, hasta que sentí como me desabrochaban el pantalón y como poco a poco fue cediendo a los jalones de esas manos toscas y lujuriosas.

Sentí como llegó hasta los tobillos, mientras las manos intensificaron sus caricias, oí como una voz decía, ¡mira nomas esta putita, que buena está!, ¡ya viste que rico calzoncito trae!,

¡Cuál si apenas le cubre su rajita!, ¡huy que ricas nalguitas tiene, mira nada más que duritas!

En ese momento recordé que me había colocado una tanguita de hilo dental para que no se marcara en mis jeans.

Mientras tanto, con gran maestría, otros me levantaron mi blusa dejando al descubierto mi brasier, mismo que de inmediato lo desprendieron aflorando mis tetas que para entonces ya estaban durísimas por la estimulación y cuando esto sucedía, sin más sentí como los dedos los introducían en mi vaginita y en mi culito, para después darle paso a unas vergas que me penetraron y yo casi de puntitas, apenas podía resistir esa embestida brutal, en tanto otros me succionaban los pechos y poco a poco sentí como mis manos fueron bajadas hasta llegar a una par de penes duros, largos y gruesos, que llenaban las manos y me obligaban a masturbarlos.

Cuando terminaron de penetrarme, clarito escuché ¡Ahora nos toca a nosotros!

¡Dios santo!, esto no termina aún, y en efecto, me recostaron en el suelo, me quitaron finalmente toda la ropa y fui penetrada por otros dos tipos, mientras yo suplicaba que por favor ya me dejaran, mis gritos fueron callados por una enorme verga que sin más, se introdujo en mi boca, mientras me tomaba del cabello y realmente lo que hacía era cogerse a mi boca.

A la altura de la colonia General Anaya, el Microbús, se metió por una calle solitaria, bajo al pasaje y el chofer me dijo ¡mi reina, ahora me toca a mí, ya no suplique, lo deje que me manoseara y me metiera la verga para hacer más rápido el momento.

Una vez que me penetró, me empecé a mover rítmicamente, arqueando mi espalda, meneando mis caderas y mis nalgas agitada y furiosamente, al tiempo que le decía, ¡así papito, métemelo hasta dentro, gózame, soy tuya, cógeme!, con lo cual logré que se viniera rápido y acabara, lo que a la vez me dio oportunidad de que no me hiciera algún daño, tanto que hasta me compró unas botellas de agua, algodón y un poco de jabón para asearme y no salir toda maltrecha.

Al final me soltó y creyó que lo volvería a ver y me dijo, ¡mi chula, la próxima te llevo a un hotel y ya verás como si te duro más!

Ok, le respondí, me vestí como pude, salí de unas calles cerca de la Calzada de Tlalpan, abordé un taxi y me fui a mi casa, me di un buen baño, me tome una pastilla del día siguiente por tanto semen que me echaron y mañana me hago análisis por aquello de las infecciones, lo único que no se es donde quedaron mi brasier y mi tanga, pues nunca los encontré.