Popeye y Charlie Rivel

Una noche de carnaval

Carlos algunas veces pensaba que si había conseguido adelgazar a lo largo de aquellos tres años era por aquella absurda decisión de llegar a disfrazarse de Popeye en carnaval: apenas un año antes aun podría, con más razón, disfrazarse de Wimpy o, contando con la buena voluntad del que mirase, de Brutus. Sólo este año, y sólo tras un arduo y dilatado proceso, tenía la delgadez adecuada. Curioso que pensase en Popeye, en su disfraz, y no en la posibilidad de superar los complejos causados por la gordura a la hora de abordar chicas. La obesidad se había ido (y de qué modo) pero los complejos se habían quedado. De otras personas que habían adelgazado él mismo pensaba que eran falsos delgados, gordos disfrazados a los que en algún momento se les caería la máscara. Y probablemente así se veía a sí mismo.

Así salió, con sus amigos y protegido por su disfraz, que aun a cara descubierta le permitía ser otro, nada menos que Popeye. Se pasearon por pubs y terrazas, se codearon y bailaron con mujeres pirata y brujas, tontearon con vampiresas, sobaron a a una Vilma Picapiedra borracha y cariñosona, y uno de ellos les abandonó por Cleopatra. Otro se fue con una indefinible y culona cosplay, y de pronto eran tres, y tres muermos, a los que el alcohol y la mala pesca habían puesto medio tristones. Carlos ya imaginaba que eso le pasaría a Carlos, pero de algún modo creía que no le pasaría a Popeye. Salía detrás de sus amigos del que ya había decidido que sería su último garito por esa noche cuando oyó una preciosa voz femenina que salía de la boca de ... ¡Charlie Rivel?

  • Oye, Popeye, que me estás pisando- dijo la mujer encerrada en el cuerpo de Charlie. No había allí más rasgo femenino que aquella voz, resultaba algo inquietante, como si los payasos no lo fuesen ya sin aquel extraño detalle.

  • Eeeh, lo siento - Dijo Carlos - ¡Si es que no hay por dónde pasar con tanta sardina enlatada! acabaré por soltar los remos para hacer camino entre tanto bacalao - explotó, sorprendentemente, Popeye en su interior.

  • Qué carácter - murmuró Charlie con desaprobación.

  • ¡Yo soy lo que soy y eso es todo lo que soy! - exclamó, quién si no, Popeye.

  • Ya, pero me estás pisando.

"No estamos tan cerca", pensó Carlos, cuando fue consciente de la distancia entre los dos, y miro al suelo... para ver unos zapatos de unos cuarenta centímetros, uno de los cuales, efectivamente, se perdía bajo su propio pie.

Y entonces la transformación de Carlos fue completa. La miró con cara de Popeye, un ojo cerrado y expresión de mosqueo. Y ella se rió. Y su risa aún era más hermosa y cantarina que su voz. Y los amigos de Carlos y todo el pub se desvanecieron y sólo quedó esa voz, esa risa, y un desasosegante payaso que era el dueño de ambas.

Si le hubieran preguntado a Carlos qué paso en la hora o en las dos horas siguientes no sabría explicarlo. Fue como una de esas escenas tópicas de la comedias románticas que los guionistas vagos arreglan con una canción y unos fundidos encadenados: los dos, ya solos, en otro pub, los dos riendo por algo que el otro ha dicho, los dos paseando por la zona marítima y contándose sus vidas... Me llamo Carlos, pero me llaman Charlie, ya ves, yo soy Charlie pero se empeñan en llamarme Laura. Él ni sentía que pisaba el suelo, se deslizaba por causa de un viento que le cosquilleaba la nuca. Laura no se quitó el maquillaje, el momento más romántico de su vida lo estaba pasando con Charlie Rivel, y le gustaba.

Lo que si recordaba con absoluto detalle es lo que pasó después, como si el prólogo romántico sólo estuviese allí para propiciar esa escena. Por alguna razón que se le escapaba, ella le había acompañado a él hasta su portal, en lugar de lo contrario ¿había comentado ella que tenía demasiado ojos y oídos en su piso?¿había comentado él que esos día estaba solo en el piso de estudiantes en el que vivía durante el curso? En todo caso, si allí hubo alguna estrategia, fue de ella, él estaba tan lejos de la mente femenina que ni sabía que había ligado, ni que aquel romanticismo se coronaba con sexo. Incluso se sorprendió cuando ella le acompañó más allá del portal, hasta la puerta misma del piso, y aun más allá, hasta cerrar la puerta por dentro. Se besaron, dulcemente, como habían hecho ya en alguna ocasión en la noche, los labios se abrieron, las bocas se ablandaron, se pusieron húmedas y gelatinosas, las lenguas se tocaron, se saborearon, ella sabía a licor dulce y a chicle y él querría beber de aquello toda la vida.

Entonces los besos se asilvestraron, la lengua de ella exigió más, y él se lo dio. Las lenguas se volvieron agresivas e intrusas, la saliva caliente pasaba de una boca a otra, él se embadurnaba del tinte de ella y de su cachondez. Notó un cosquilleo que empezó en su nuca y le recorrió la espalda y llegó a su... a su polla, apenas un segundo antes de que la manos de Laura la rozasen. Aquello era una escalada en toda regla, y él mismo colaboraba a ella con sus manos que se metían algo alocadas dentro de la ropa de ella, notando un tacto rígido, una tela tirante en la cintura, que no acertó a identificar. Iban como podían, caminando sin soltar ninguno la presa, hacia la habitación. En un momento que él pudo mirarla a la cara, vio que Charlie Rivel había desaparecido, pero en su lugar estaba el Joker, una cara informe con el maquillaje corrido y unos ojos color avellana. Lo ojos bien, eso sí, la iba conociendo por partes.

Él fue empujado y quedó sentado en la cama, Laura se quitó el chaleco y la camisa, que ya eran poco más que trapos arrugados colgando sobre sus hombros desnudos y dejó a la vista aquello que Carlos había tocado: un corsé que retenía sus pechos para conseguir aquel aspecto masculino, y que ahora resaltaba su feminidad. Ella se acercó, comenzó a quitarle el polo, él quiso quitarse los brazos de gomaespuma.

  • Déjatelos, Popeye.

Aprovechando el momento en que ella le sacó el polo por su cabeza, cuando sólo una manga le atrapaba un brazo, con el brazo ya libre la atrajo por la cintura y le besó el escote, Laura se desequilibró y cargó su peso sobre él, y Carlos, libres ya sus dos manos, la mantuvo agarrada y le bajó el corsé, dejando sus tetas libres, libres y preciosas, del tamaño de la curva de su mano, unas tetas a medida, con los pezones disparados, quizá de tanto roce, pero él prefirió pensar que era la excitación. Acercó la boca e hizo presa con sus labios, mamó un poco el pezón, abrió más la boca para abarcar más teta, sintió que podría estarse así horas, Laura gimió, él quiso separarse para darle el mismo tratamiento a la otra teta, pero ella se apartó y se arrodilló entre sus piernas. Lo miró con lo que supuso Carlos que sería lascivia, ella no era consciente de que su cara no era la de una mujer; "el puto Charlie Rivel me va a chupar la polla, qué Charlie Rivel, el puto Joker me va a chupar la polla". No quiso mirar más, se dejó caer de espaldas en la cama y se concentró en la sensación. Y las sensaciones eran la hostia: ella sabía chupar.

Laura sabía chupar, empezó jugueteando con la lengua, pero se la metió en la boca enseguida. Carlos sintió lo templado y húmedo del interior de su boca, un baño tibio, y la suave presión de los labios, la lengua y el paladar, y cuando deseó que aquello no acabara, ella la sacó de su boca y volvió a lamer, de arriba abajo, y arriba otra vez. Se saltó la bajada y llegó directamente a los huevos. Se metió uno suavemente en la boca, lo trató como un caramelo, delicadamente, luego echó la cabeza hacia atrás y lo tensó un poco, Carlos sintió un poco de dolor y un mucho de placer, y ella volvió a subir la lengua por su polla y se metió una buena porción de un golpe, Carlos sintió que hacía tope, no supo con qué, la campanilla tal vez, o la forma en que ella ponía su boca, el estuche que hacía con la boca era espectacular, su polla estaba envuelta en una funda de saliva y gelatina caliente que empezó a subir y bajar, subir y bajar, arriba y abajo y arriba, con la presión justa, con mucha saliva, con más presión al subir que al bajar, lo estaba ordeñando... Y cuando creyó que le iba a sacar la leche, cuando pensó que no iba a poder evitar correrse, ella se salió y se puso en pie.

Carlos sintió sus movimientos más que verlos. Una mirada fugaz le descubrió que el maquillaje alrededor de sus labios había desaparecido, se había ido limpiando con su propia saliva mientras le comía la polla, la boca tenía los labios carnosos, se intuían unos rasgos faciales bonitos, su cara iba haciendo un striptease de maquillaje descubriendo algo prometedor, pero todavía borroso. Ella se puso a horcajadas sobre él, él quería notarlo todo, cerró los ojos y se concentró en el tacto, notó los pezones de ella tocando los suyos, acarició su espalda hasta alcanzar su culo, ella frotaba su coño sobre su muy sensible polla, y muy cerca de su cara, echándole el aliento caliente le dijo "me gusta así, mmmm", mientras no dejaba de frotarse y masturbarse con su polla. Él notaba en sus manos el ritmo que ella se imponía, sinuoso, al frotarse, y su sensibilizada polla apreciaba los relieves del húmedo coño de ella, en la punta del capullo tenía ligeros espasmos.

Laura le besó, gimiéndole dentro de la boca, respirando fuerte por su nariz, estaba en un preorgasmo, y él también, tan caliente que pensó que podría correrse así, sólo con el roce. Laura incorporó un poco y arqueó la espalda, dejándole ver desde aquel ángulo fabuloso sus tetas y su placer, y se separó lo justo para maniobrar. Se dio la vuelta, mostrándole su culo, un culo liso, suave. Laura retrocedió gateando y se lo acercó a él la boca, el culo, y el coño, chorreando miel. No lo chupó, no: lo recibió y lo bebió, lamió con ganas, dejó la cabeza quieta y era ella la que se movía y lo usaba para su placer, Carlos estaba embriagado de jugos, y ella le quitó la miel de la boca, quería que aquella sensación preorgásmica se eternizase, pero estaba tan a punto que tenía que obligarse a sí misma a cambiar. E fue de la boca de Carlos, del alcance de su boca, restregando el coño por su tórax mientras bajaba. Se arrastraba sobre él, alejando su culo.

Carlos trató de agarrarlo, acercó las manos, pero no llegó a él: la sensación cuando ella misma se penetró en esa posición fue brutal, notó todo el recorrido de si polla hasta que Laura quedó sentada sobre sus huevos, ofreciéndole el culo, Empezó un metesaca, apoyando sus manos en las rodillas de él, él veía su espalda, los cordajes del corsé, todo aquel serpenteante movimiento, se agarró a su culo, “para no caerme, pensó”, sonriente, ella gemía escandalosamente, él se sentía protagonista de una peli porno, empezó como pudo a dar él también golpes de pelvis. ella cambió ligeramente de postura ye empezó a masturbarse el clítoris mientras él la follaba, en la nueva posición Carlos se sitió más cómodo y dio pollazos más enérgicos, y azotes, ella casi gritaba, empezó a convulsionar, se salió de él y se tumbó en la cama, dejando a Carlos un primer plano de su coño, de su masturbación agónica. Se frotaba el clítoria a una velocidad vertiginosa, se oía un caliente chapoteo...

Carlos se masturbaba también con aquella vista y acercó su otra mano al coño de Laura, que encharcado como estaba, dejó pasar dos dedos de el como si nada. Enceguecido del placer, Carlos los sacó del coño y se los chupó, y volvió a meterlos y los volvió a chupar. El sabor era fuertemente afrodisíaco. Ella le estaba mirando, le llamó guarro entre gemidos.

-Me gusta – dijo él.

-Te gusta, ¿eh? Cochinoooo... MMMMmmmmmm.....- ella casi ronroneaba. Se corría entre temblores, naufragaba en su propio orgasmo, pero tuvo fuerzas para doblar su cuerpo y atrapar la polla de Carlos con la boca.

Y eso era todo lo que Carlos necesitaba para terminar, sentir la boca de ella. Laura tironeba con la boca, de una forma animal, impulsada por su orgasmo, y Carlos se corrió como nunca, soltando chorro tras chorro si importarle si iba a la boca de ella o se perdía en el aire. Ella chupaba, lamía y tragaba, era puro instinto. Así quedaron, desmadejados, agotados, sudados, sucios. Carlos la miró embadurnada de leche, que había lavado algo más de su maquillaje, pero que aun no permitía apreciar sus rasgos. Ella sonreía, él la llamó cochina y ella sonrió aun más.

En medio de sus sueños Carlos soñó que ella se despedía y se iba, él quería pedirle que se vieran otra vez, pero soñó que no le salían las palabras, que su boca no quería abrirse y ella se iba.

Cuando despertó, ella no estaba. Laura, Y él no tenía más que su nombre. En ningún momento había visto su cara realmente, podría cruzársela por la calle sin reconocerla. Ella sí le había visto, pero ¿de qué le valía eso a él? Entonces vio la nota “En el DAKAR a las 5:00”, recordó que eso le quería pedir en sueños, precisamente en el Dakar. Tal vez se lo había dicho, después de todo.

Fue más que puntual. Pensó absurdamente en vestirse de Popeye, pero descartó la idea: ella sí conocía su cara, “¿y si se lo ha pensado mejor? ¿y si hay veinte chicas? ¿y si es un callo malayo? Bueno, peor que Charlie Rivel no va a ser...” En estas iba cuando llegó al Dakar, veinte minutos antes de la hora, y se cumplió: había una veinte chicas, unas en pandilla, otras solas, alguna con chicos, alguna arrastrando aun la noche de farra, como si se acabara de levantar, “ojalá fuera aquella de la mesa”, pensó Carlos, “una chica preciosa”, que ni le miró. Se sentó él también en una mesa, con la esperanza de haber llegado antes y dejándole a “Laura” el trabajo de darse a conocer. La camarera, desde la barra le preguntó si tomaba lo de siempre, él dijo que no, que una tónica, lo de siempre era absurdo, porque lo de siempre era un desayuno, él iba habitualmente por las mañanas, y era evidente que la camarera lo estaba vacilando, esa chica siempre con cosas, pero siempre con una sonrisa en la cara, ya por la mañana..., esa chica, que salía de la barra para servirle su tónica, caminando con cuidado, con sus zapatos de cuarenta centímetros de largo y sus ojos avellana.