Poniéndome a prueba

“Si es lo que quieres, si en realidad es lo que querías, ¿por qué no me lo pides?”. Él no suele pedirlo con palabras, pero en cuanto me arrodillo poniendo mi cara a la altura de la bifurcación de sus piernas me toma por la cabeza y me aprieta contra él, entonces la firmeza de sus manos, la rigidez de sus piernas, y los movimientos reflejos de su sexo hablan por su boca dándome las gracias con total sumisión.

PONIÉNDOME A PRUEBA.

Últimamente me siento muy traviesa. Estoy todo el día pensando en el sexo. Es como si mi cabeza fuera un callejón sin salida porque todo me conduce al deseo, a la exploración de nuevas sensaciones, a la excitación... En fin, que no me conozco. Yo no era así. Siento que comienza una nueva etapa en mi vida sexual, y me gustaaaaaaaa...

Hoy he hecho travesuras. Si hace tan solo unos meses me hubieran propuesto algo así, mi respuesta hubiera sido un NO categórico, pero no sé ni cómo ni por qué, ahora casi todo lo imaginable me parece convertible en realidad y merecedor de ser probado. Al menos, eso: probado.

Llevaba días fantaseando con la idea de tener sexo en un probador de una tienda. He de admitir que la lectura de algunos relatos (Horny, Horny, cuánto aprendo de ti...), y alguna conversación de Messenger, han alentado el deseo de hacerlo realidad.

Compartí la iniciativa con mi marido hace unos días coincidiendo con una tarde de compras y le pareció buena idea. De hecho, hace tiempo, cuando ambos nos sentíamos menos maduros la idea ya se nos había paseado por las cabezas y los genitales, pero pudo la prudencia, y por muy diversos motivos la materialización del asunto quedó aparcada. Además, no teníamos necesidad de correr ese riesgo pues había sitios mejores, aunque a él le encantan estas ideas un poco arriesgadas, pero a mí, tradicionalmente, siempre me han ido las cosas mas organizadas. Vamos que yo por trío entendía el plan "casa-cama-noche", con resultado riesgo cero.

Hoy hemos vuelto a tener una sesión de compras de esas que los hombres odian. Para amenizarle el rato le he recordado la idea del probador y se le han iluminado los ojillos mientras pronunciaba un " Pero si luego no te atreves..." No he contestado, simplemente he seguido a lo mío, y él me acompañaba.

En Zara he cogido un par de prendas y hemos entrado en el probador. No hubiera sido mal sitio porque hay muchos probadores y es difícil controlar el tiempo que tarda una en probarse, pero tienen una gran pega: los probadores no tienen puerta, sino cortina. Bueno, digo una gran pega porque para una primera vez así me lo parece, pero quién sabe si con la experiencia la cortina se convierte en un punto a favor del morbo.

Dentro del probador él se ha sentado en una banqueta mientras yo me he desnudado de cintura para abajo con total naturalidad; primero los botines, luego el cinturón y finalmente los pantalones vaqueros. Quedaban a la vista mis nalgas enmarcadas en un reducido tanga que ocultaba el culito que él tanto desea. Ese culito que ahora estaba contoneándosele inocentemente muy cerca, dado que las dimensiones de los probadores son más bien ajustadas.

No ha podido evitar hacer algún comentario tal como "¿Ves como no te atreves?", esperando que fuera yo quien diera el primer paso y admitiendo a la vez que el probador no reunía las condiciones mínimas necesarias. "Paciencia, cariño, que ahora vamos a H&M y allí sí hay puerta..." Con un gesto de 50% fastidio y 50% incredulidad ha salido del probador para buscar dos tallas menos. "Perfecta; esta sí es la mía. Vámonos."

El centro comercial estaba a tope. Colas para todo. Por supuesto, cola para pagar. Más impaciencia en su rostro, más desesperación por lo aburrido de la mañana y por si era poco, ganas de ir al baño. Salimos de Zara y de camino a H&M le he dicho que mejor fuera yendo al baño si es que no podía esperar, que yo iba entrando en H&M a buscar "algo-loquefuera" que sirviera de excusa para acceder a los probadores, y que nos veíamos en la cola de los mismos.

No había pasado de la primera sección de la tienda cuando le he visto entrar con paso rápido en dirección a los probadores. Le he dejado llegar y volver a buscarme casi a la entrada de la tienda. Me ha vuelto a poner gesto de fastidio. "Pero coge cualquier cosa, ¿qué mas da? Si total... no es para probártelo, ¿no?", ha dicho haciendo hincapié en el "no" final, dándole un rin tintín que volvía a recordarme implícitamente el "no eres capaz" de tantas veces antes. Una vez más no le he contestado y he seguido curioseando por la tienda hasta encontrar dos prendas más que merecía la pena probarse. Entonces me ha sorprendido con un gesto que delataba su deseo: lo que nunca hace... ha buscado entre varios percheros la talla, el color, el modelo... lo que hiciera falta por entrar ya, cuánto antes, pero ya, en uno de esos probadores.

"Bien, ya tengo varias... Vamos...", y con paso decidido le he tomado la delantera camino de los probadores que se encuentran al fondo de la tienda. Me seguía unos pasos por detrás con gesto expectante esta vez. Antes de llegar, una última parada: sección de lencería. "Espera, también uno de estos y uno de estos", he dicho sin mirarle a la cara mientras cogía un sujetador rosa clarito y un tanga a juego. En este punto del relato podría añadir un toque de erotismo ilustrado diciendo que ha sido él quien ha elegido las dos últimas prendas y que en lugar de ser rosa clarito eran negras con encaje transparente, pero no. Vamos a ser realistas. Eso es lo que a mí me hubiera gustado y lo que probablemente, a ti, lector, te gustaría estar leyendo, pero no. La verdad es que las he elegido yo mientras pensaba que si la cosa se ponía difícil, podría utilizarlas para romper el hielo, o en cualquier caso, que si me quedaba bien, me quedaría el conjunto a modo de souvenir.

Los probadores, por fin. Había poca cola. "¿Seis prendas?" pregunta la dependienta. "Sí, seis." Menos prendas no merecen menos de diez minutos en un probador. Más de seis mosquean a cualquiera, además de no estar permitido: normas de la casa.

Los probadores de H&M se disponen todos al mismo lado de un largo pasillo de no menos de 20 metros. El pasillo está muy iluminado, así como cada uno de los pequeños espacios delimitados, ahora sí, por puertas. Hombre... sería mejor que las puertas cubrieran la entrada a cada probador desde el suelo hasta el techo, lo cual contribuiría también a salvaguardar la acústica, pero no. Como las circunstancias no se pueden cambiar, instintivamente, he decidido sacar el máximo provecho de las mismas pensando que este tipo de puerta incompleta aporta cierta dosis de emoción morbosa al momento.

La casualidad se ha puesto de nuestra parte. En esta ocasión él avanzaba apresuradamente delante comprobando cuál era el primer probador disponible y yo detrás con las prendas aún emperchadas colgando por mis antebrazos. A cada puerta sobrepasada veía más cercana la posibilidad de que el último probador fuera el único libre. A decir verdad, entre los tres últimos cabe la posibilidad de que hubiera alguno vacío, pues había puertas entreabiertas, pero viendo que el último lo estaba, la decisión era obvia y nuestros pasos se alargaron mutando en zancadas: mejor tener vecinos a un solo lado que estar en medio de dos rectángulos ocupados. Insisto, nos somos expertos en correr riesgos, así que había que asumir el mínimo necesario, no más.

Me ha dado paso empujando un poco la puerta, que se abría hacia adentro, y ha pasado cerrándola tras de sí. Se ha hecho hueco un momento de tensión. Joer, parece mentira... ¡que somos pareja desde hace años! ¿Cómo pueden unos segundos convertirse en pura tirantez? Ambos hemos echado un vistazo rápido al cuadrilátero evaluando él las posibilidades de convencerme y yo las posibilidades de sorprenderle.

La puerta abría hacia la derecha, dejando oculto un espejo móvil colocado en chaflán sobre esa esquina. Este espejo, que muy pocas tiendas tienen, ofrece una visión completa del trasero al probarte la ropa. A la izquierda un espejo grande y de frente un perchero, bajo el cual había un asiento cuadrado de estructura pesada. Disponíamos de un metro y medio cuadrado generosamente iluminado para ponernos a prueba. Más bien, tal como yo lo sentía, para ponerme a prueba. Para demostrarme a mí misma cuánto erotismo y cuánto morbo se esconden en lo mal visto. En casa, aunque tradicional en las formas y los horarios, siempre soy yo la parte atacante. Ahora no iba a ser menos.

Le he dado la espalda para colgar las prendas que me disponía a probarme, puesto que mi intención era hacerlo realmente, y cuando me he querido dar cuenta se estaba quitando su chaqueta. Al ver mi fingida cara de sorpresa se ha apresurado a dar explicaciones: "Me la iba a quitar de todas formas. Menudo calor hace aquí" . No ha colado, pero bueno, buen intento. Con un rostro desafiante como nunca habría imaginado, no hay lugar al disimulo. Menos mal que para entonces mis intenciones estaban completamente definidas, porque de no ser así, creo que me hubiera odiado en unos minutos más que a su peor enemigo en toda una vida. La intencionadamente alargada espera jugando a ser una modosa traviesa había conseguido que su pene se apretujara dentro de sus pantalones mas y mas a cada petición de paciencia por mi parte, de manera que para cuando me giré para comenzar a besarnos sin apenas haber mediado palabra, bajo su cinturón se adivinaba una pirámide de tela en su máxima tensión.

"Qué poco confías en mí, qué poco me conoces. Te vas a enterar...", le he dicho en mitad de un primer beso entrecortado y ansioso, expectante y estresado. Creo que mientras le desabrochaba el cinturón y los pantalones se ha dado cuenta de que hoy era el día y ése el momento. Sus ojos desafiantes han tornado en sorpresa y complicidad a medida que sus pantalones bajaban hasta los tobillos. Los besos de mi marido rara vez me excitan. Me gustan, sí, y son una buena forma de empezar, pero digamos que es algo tan rutinario que no caben las sorpresas ni las sensaciones nuevas. Nuestras lenguas son viejas conocidas que se encuentran con relativa frecuencia, así que siento que tienen pocas cosas que contarse. He interrumpido el beso para decirle que no podía dejar que los pantalones se le amontonaran en los tobillos, pues desde fuera, por debajo de esa puerta inacabada, se vería una imagen un tanto sospechosa. Asintiendo con la cabeza y la mirada ha recolocado sus pantalones un poco mas arriba, abriendo las piernas para frenar la caída de nuevo, mientras yo apartaba sus calzoncillos y comenzaba a manosear su polla que para entonces ya presentaba una erección considerable.

Los probadores no tienen cierre desde dentro, así que había una pequeña dificultad añadida. Si no hacíamos nada de ruido y desde fuera no se nos veía, cabía la posibilidad de que alguien pensara que estaba libre y nos interrumpiera en medio de aquel arrebato de deseo más o menos programado. Por eso se me ha ocurrido que si él apoyaba su espalda contra la puerta, al menos no se podría abrir la puerta. Y así se lo he pedido. Apoyado sobre la puerta he seguido manoseándole de esa manera apresurada y picarona, mirándole desafiante entre beso y beso. Me resultaba excitante ser consciente de lo que estaba pasando y a ello contribuían desinteresadamente por un lado el espejo grande y el pequeño al otro lado, que nos ofrecían un fiel reflejo de la realidad, y por otro lado, la voz chillona de la mujer que estaba en el probador de al lado que se encontraba en un estado de nervios considerable y no paraba de decirle a su hijo que se estuviera quieto de una vez. Bueno, al menos esta pobre mujer no estaba como para darse cuenta de nada, así que más tranquilidad para nosotros. Aún así he tenido que insistir repetidas veces en no hacer ruido. Se lo indicaba por señas a mi marido que asentía más obediente que nunca. Pero claro, tampoco era cuestión de excederse en silencio, porque también este extremo sería sospechoso. Entre lo cómico del asunto y la excitación del momento he decidido no extenderme mas acariciando su pene, que por otro lado, si de rigidez se trataba, ya era mas que suficiente, y la situación no daba lugar a extras... Al grano. Me he dado la vuelta, y estando de espaldas a él con mis pantalones también bajados hasta las rodillas y mi tanga recogido a un lado, me he inclinado hacia delante, apoyando mis manos en el asiento. Le he mirado por encima del hombro dándole paso, asintiendo con la mirada, y sin dudar ha acercado su polla a mi rajita mojada sujetándome por las caderas. Me ha pedido que se la mojara antes, para que la penetración fuera más rápida y me he vuelto para darle dos lametazos generosos en saliva que han surtido efecto. En dos segundos me embestía desde atrás en silencio, en la complicidad del silencio. He tenido que ahogar un gemido porque esa primera embestida me ha pillado de sorpresa. El nunca entra tan decidido, al menos no en el primer asalto. Se han sucedido varias embestidas antes de que me diera cuenta de que la hebilla de su cinturón golpeaba rítmicamente la puerta. He tenido que detener su ataque, me he dado la vuelta y he comenzado a lamerle la polla bañada en mí. Me gusta chuparle cuando aún está seca. Es como suele ser, pero la sensación de lamerla cuando ya sabe a mí me gusta aún más. Es como cuando después de acariciarme me chupo un dedo para saborear el placer. Me gusta mi sabor, he de reconocerlo.

"Si es lo que quieres, si en realidad es lo que querías, ¿por qué no me lo pides?". Él no suele pedirlo con palabras, pero en cuanto me arrodillo poniendo mi cara a la altura de la bifurcación de sus piernas me toma por la cabeza y me aprieta contra él, entonces la firmeza de sus manos, la rigidez de sus piernas, y los movimientos reflejos de su sexo hablan por su boca dándome las gracias con total sumisión.

He vuelto a mirar de reojo al espejo. Le he visto en él con una sonrisa placentera, con los ojos turbios y la boca entreabierta. Me ha excitado vernos. Me excita verme haciéndolo, follándome su polla con la boca. Siempre que le chupo siento que llevo yo las riendas, disfruto mas sintiéndolo así, por eso, si me coge la cabeza, que sea moderadamente, no dirigiendo mis movimientos.

Por un momento he vuelto a centrarme en lo que oía fuera y con el presentimiento de que la pelota del niño del probador de al lado se iba a colar por debajo de la puerta, he sido consciente de que no podíamos entretenernos mucho si también yo quería un orgasmo, así que he incrementado el ritmo; mi lengua se ha vuelto más ágil y en unos segundos he obtenido un trago de placer que no he dejado derramar mas que al otro lado de mi garganta. Mi primer instinto cuando él aún era un racimo de espasmos y calambres ha sido ponerme de pie y besarle, pero a mitad de camino he recordado que para él no es nada apetecible mi boca después de derramar su semen dentro, así que me he detenido y le he pedido disculpas con toda la confianza del mundo. Para mi sorpresa, ha sido él quien me ha besado esta vez. Ese gesto me ha excitado tanto que en mitad de ese beso he vuelto a mirarnos en el espejo y me he llevado una mano a mi sexo encharcado. Mis dedos se han abierto camino unos con otros hasta que han alcanzado mi clítoris en estado emergente, deseoso de ser atendido. Sus manos cubrían mis nalgas, las separaban y un dedo ha examinado mi ano para ayudarme en la búsqueda de ese placer acelerado. Me han bastado pocos movimientos circulares para retorcerme de placer con su lengua en mi boca, medio desnuda porque mis pantalones han llegado ya al suelo, y acalorada por la fogosidad del momento.

He mirado el reloj mientras él se subía los pantalones y se metía la camisa por dentro. Calculo que habrán pasado como mucho 10 minutos desde que entramos. Yo, en lugar de vestirme, me he desvestido. Me he probado todo menos el tanga (por razones obvias), y eso que me lo he traído a casa.

Hemos salido del probador y hemos recorrido el pasillo en dirección a la salida. Había crecido considerablemente la cola de gente esperando para probarse y hay quien nos ha mirado con no muy buena cara. Tenían razón, hemos tardado mucho, pero es que me gusta estar segura de que las cosas me quedan bien. Eso sí..., me lo he llevado todo.

Uff... prueba superada.