Poniendo firme al vestuario

Un entrenador tiene que castigar la conducta "desviada" de un joven y bello pupilo hambriento de sexo.

¿Pero qué leches se suponía que estaba haciendo ese niñato?

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Me había dejado de piedra, todo el vestuario a su alrededor, con miradas alternas hacia su “baile” y la entrepierna, con la barra morcillona, presumiendo de supuesta hombría, cuando su gesto machorro hacía entrever la invitación a convertir a mis muchachos en una bacanal de pollas desvirgando agujeros y agujeros sedientos de pollas que los desvirgan.

¡Tenía que poner fin a esto! Me niego a contemplar una juventud animosa, llena de hormonas que usar y descargar en virgos, pasar su tiempo contemplando a un chaval desbocado que les utiliza para su satisfacción.

Di un grito y todos dejaron de posar sus ojos en la polla bailarina para mirarme, con cara asustada, poniendo sus manos en el centro, en un gesto de pudor. El chico dejó de bailar, pero no había miedo en su mirada, sino frustración. ¡Joder, que asco de orgullo marica!

Les ordené salir del vestuario, excepto al inductor. Todos, con la cabeza gacha, uno a uno, como en un trenecito, pasaron junto a mí. El olor a sudor que expedían me cabreó aún más, porque era un aroma a machitos a los que les habían cortado la posibilidad de ser “mujeronas”. Algunos se colocaban discretamente la morcilla mientras oían de mi boca los mejores calificativos: “maricones, huelo a maricones y no a hombres… Volved a vuestras casas y decidles a vuestros padres que os encanta un dedo en el culo, que soñáis con un nabo en vuestras bocas mientras os follan como a una jodida zorra… Manolito, tan machote, mírate. ¡Me das asco!” Mientras le cogía los huevos al capitán, llenos de leche que sabía destinada al jodido niñato que le estuvo enseñando a bailar sus huevos.

Estábamos solos. El niñato y mis partes. Pues tenía que cortar de raíz este problema. En mi equipo no hay mariconas. Se lo iba a demostrar, como hago todos los sábados con los niñatos en el ambiente. Porque lo mío es una labor de fe, una cruzada contra tanto desviado que pretende acabar con nuestro sistema. Un hombre busca a una mujer, debe casarse y haberla desvirgado. Es insano el dar por el culo a un tío, o que se trague tu polla. Eso para las putas a las que no se acercaba ninguno, ahora que me daba cuenta.

El chaval sudaba, pero no había arrepentimiento. ¡Joder! Me acerqué con odio en mis ojos y las manos en mi paquete, deleitándome en el masaje de mi fusta, la que terminaría sangrando en sus nalgas.

“Te gusta el baile ¿eh?” No respondió, pero sus ojos miraban a los míos, no a mi polla. Desafiante el chico.

“Maricón de mierda, te has metido en mi equipo para saborear pollas en tu culo, para que te partan tu culito, para que lo te llenen de leche… ¿no es así?” Ni me di cuenta que esto último lo susurré en su oído, pero sí que mi mano cogía la suya para llevarla a mi pepino, que comprobase el castigo que se iba a llevar. Y el muy cabrón, lejos de amilanarse, me seguía mirando a los ojos, mientras dejaba caer de sus labios un hilillo de saliva. Esto iba mal, tenía que darle una lección.

De nuevo mi mano, ahora a su nuca. Las suyas, también autómatas, ahora se dedicaban a quitarme el cinturón, retirar el botón del ojal y bajarme los pantalones. Tenía que desviar esa mirada desafiante y presioné su cabeza hacia la mía, aún escondida en mis suspensorios. Le iba a dar rabo hasta hartarse.

Mmmmfffff, aggghhhh, offffff ssssluurrrpppp era la única conversación que mantenía conmigo. Le metía la polla más allá de la campanilla y sentía mi cabezota destrozarle la tráquea, pero no se echaba el jodido niñato hacia atrás, sino que me atrapaba los huevos con su mano, poniendo más firme mi tranca. Chupaba y chupaba, ensalivando todo mi pollón, dejándolo brillante, como si de un cetro se tratara. Me acordé de la ventanilla que tenemos en la puerta del vestuario y pensé que si miraban no verían un castigo, sino una derrota: mi enervada polla siendo engullida por una boca masculina, mis peludos huevos en la mano de un hombre. Yo siendo poseído. ¡Cabrón, más que cabrón! No podía dominarme, sentía mi cabeza aprisionada en sus fauces, toda hinchada. Miré hacia abajo y contemplé sus ojos, ahora en blanco, con un movimiento de cabeza triunfal.

Traté de recomponerme y de una sacudida saqué mi polla de su boca, de la que sonó un chasquido… cabrón, miró hacia arriba con ojos de hambre y pena. Mis músculos lo izaron como si de un papel se tratase. Le iba a dar para el pelo. Lo arrinconé a la pared y el jodido me subió su culo, todo músculo duro y respingón, sin una brizna de vello. Y los ojos de los demás se clavaban en mi nuca. Me estaban examinando.

Un botón rosáceo. Un virginal ojo que se contraía y abría me estaba mirando, me miraba abriéndose y cerrándose al compás de los gemidos que su dueño exhalaba. Sus manos en las losas y su boca en el antebrazo. Se chupaba su propia piel en un gesto de absoluta lascivia. El niñato, lejos de arredrarse por el castigo, me instaba a cumplirlo. ¡Que asqueroso me parecía todo! Y se lo hice saber, a voz en grito, para callar los gemidos que al otro lado de la puerta se escapaban. Tenía que darles a todos una buena lección, y no ser el espectáculo gratuito de una follada entre tíos.

Debió surtir efecto, porque los gemidos desaparecieron, pero no las bocas que los emitían. Al menos había cortado alguna que otra paja o mamada que los machitos realizaban mientras veían como me iba a follar a uno de los suyos. Y entonces comencé el castigo. Porque no podía olvidarme que todo era motivo para un castigo.

Mi nabo, en toda su plenitud, babeando como antes lo estuvo su boca, se acercó al rosado ojo. Y el muy cabrón exhaló un suspiro.

Escupí sobre mi propio tronco. El rubio mariposón lo oyó y rápidamente, sin que me diera tiempo a reaccionar, soltó una de sus manos de la pared para estrechar sus dedos en mi rabo y recorrerlo de la base al capullo, impregnando de mi saliva todo el látigo. Aún más me sorprendió que volviese esa mano a su boca, lamiese con sus labios en las yemas y se las llevase al ano, engulléndose sus propios dedos. “Castígueme bien fuerte, no tenga compasiónnnoooohhhhmmmmffffjoderrrrrsssssssiiiiii”

No recibió compasión, no le di compasión, pero me lo follé con pasión. Su culo no estaba bien dilatado, a pesar de su deseo y mi nabo era todo un señor pollón con hambre. Se comía de un solo golpe su ano y hasta sus entrañas… pero el muy cabrón disfrutaba… como yo… y como el resto del personal. Porque seguía sintiendo sobre mi nuca varios ojos, llenos de sorpresa y lujuria. Por eso una de mis manos se colocó en la rubia melena y otra en la suave cadera y lo giré, de forma que sustituí mi espalda como imagen por dos cuerpos desnudos, en una posición lateral, donde el centro del cuadro era mi poderosa herramienta engullida por unas carnosas fauces. Y la cara del cabrón del rubio, toda orgásmica, acompasada de su propia voz: “agh, agh, fuerte, agh, viejo, agh, castígame jodido viejo… ummfff, quiero polla, polla, polla ufff, sí, agh enséñame aff, umm sssssssssssssssiiiiiiiiiiiiiiiiiiiii”

Algo falló. Mis embestidas, duras, potentes o el sonido de mis huevos chocando en sus nalgas, o el sudor de los dos, o mis manos en su cadera o que se volvieran a oír otros gemidos fue suficiente para que el joven se corriese sin tocarse. Y que al apretar su culo sobre mi tronco yo también me corriese dentro. El muy jodido hizo que no parase y me enfureciese aún más, follándomelo con más ganas mientras notaba como salía el semen de mi rabo y su culo, llorando entre sus muslos, lentamente.

Tengo que encontrar otra forma para castigar tales desviaciones.