Pompeya

Una historia de amor bajo un monte Vesuvio despertando de su letargo

Pompeya

Pompeya XXI de agosto del 79 d. C.

Pompeya se acaba de terminar la construcción del Anfiteatro Romano y para su celebración el cónsul Augusto ha preparado unos juegos muy especiales, para ello ha invitado al palco al Senador marco con la intención de casarlo con su hija Daila.

Marco viene de derrotar a la Reina guerrera Enya, la mujer que lidero a los celtas en Britania después de que los romanos mataran a toda su familia por no querer someterse, las tropas romanas subestimaron a Enya y lo pagaron con humillantes derrotas en distintos campos de batalla.

ENYA

Me encuentro en una mazmorra apestosa esperando ser la atracción de todos estos bárbaros, todavía puedo oler los cuerpos de todos mis soldados muertos alrededor de mí, hombres y mujeres que solo querían vivir libres y en paz, pero que roma tenía otros planes para ellos.

Mi padre era el líder de nuestro poblado, cuando llegaron los romanos se negó a someterse y después de azotarlo lo crucificaron en el centro del pueblo junto a mi madre y hermanos, a mí me quisieron violar, pero el descuidado soldado no vio necesario atarme, ese fue su gran error, mientras se desnudaba dejo a la vista su cuchillo que yo aproveche para clavárselo en el cuello, un chorro de sangre cubrió mi rostro y parte del cuerpo, así empezó nuestra rebelión contra un imperio corrupto y lleno de maldad, con veinte años me proclamaron reina de las tribus celtas.

Mi padre me enseño a luchar, pero con el pasar de las batallas fue cuando afile mi destreza con mi espada y la agudeza en estrategia militar, aprendí todo sobre estrategia fijándome en mis adversarios, grandes generales, pero que me subestimaban por ser mujer.

Empecé a utilizar sus estrategias contra ellos y trazando las mías que alguna que otra se podría considerar una verdadera locura, batalla tras batalla nuestra leyenda fue creciendo, hasta que en Roma decidieron que había que aplastar la revuelta y para eso mandaron al senador Marco, un general con muy mala fama.

Teníamos un refugio donde escondimos a los ancianos y a los niños, este cabrón entro allí y después de matar a todos los ancianos, pudo a todos los niños enfrente de sus falanges, entonces nos dijo.

Marco- ¡Si no deponéis las armas y os rendís, veréis perecer a todos estos niños!

Muchos de los padres y madres que combatían a mi lado viendo lo que les podían hacer a esos niños se rindieron, Marco los mando ejecutar a todos crucificándolos en el mismo sitio que crucificaron a mi familia, a mí me dejaron con vida y me tuvieron de rodillas noche y día hasta que vi morir al último de ellos.

Esos recuerdos eran lo único que me quedaban y una sed de venganza hacia ese senador que me lo había quitado todo, saber que lo tendría tan cerca hacia que mi sangre hirviera, a la primera oportunidad que se me presentara lo mataría yo ya no tenía nada que perder.

Era la única mujer entre hombres en esa celda, el primer día todos me miraban con una mirada que me decía lo bien que se lo pararían tomándome por la fuerza, mire a cada uno de ellos para saber cuál de ellos era el más fuerte, era un germano enorme, no entendía lo que decía, pero por la forma de actuar de los demás pude deducir que quería ser el primero en catarme, al entrar en la celda lo primero que hice fue coger un trozo de hueso afilado del suelo y esconderlo, sabía que más adelante me vendría bien y ese momento había llegado.

Deje que se acechara mostrándome dócil y sumisa para él, cuando lo tuve delante puso su asquerosa mano sobre mi pecho y miro para atrás con cara de ganador absoluto, aproveche para asestarle un golpe en la rodilla derecha que era de las dos la que tenía en peor estado haciendo que hincara la rodilla, entonces saque el hueso y se lo clave en la mandíbula hasta llegar al cerebro.

Murió en el acto, ese acto hizo que todos los demás se pensaran muy seriamente el acercarse a mí, todos estuvieron de acuerdo en dejarme la unida especie de cama que había en ese estercolero, allí me encontraba tumbada cuando abrieron la puerta de la celda y me reclamaron.

Por lo que pude entender alguien había comprado mis servicios y tendría que dejarme follar por todo hombre que le apeteciera, me llevaron a un sitio donde me limpiaron y me pusieron un vestido que dejaba poco a la imaginación, al llegar a la fiesta estaba llena de romanos ebrios, pero marco también se encontraba allí y rece a todos mis dioses para que él fuera uno de los hombres que quisiera yacer conmigo, aprovecharía ese momento para asesinarlo.

Me pusieron en la mitad de una sala, estaba decorada con estatuas de los distintos dioses romanos mesas llenas de comida y jarras de vino, la gente iba medio desnuda, pero de entre ellos me fijé en una mujer más o menos de mi misma edad, era de mi estatura, tenía el pelo negro como el azabache, unos ojos azules como el mar y un cuerpo cincelado por el mejor de los escultores.

Nuestras miradas se cruzaron y pude darme cuenta de que esa mujer tenía tan pocas ganas como yo de estar allí, los hombres ebrios empezaron a pelearse por quien sería el primero en catarme, uno de ellos empezó a subir su mano entre mis piernas, pero a medio camino paro la mano, yo había cerrado los ojos, me sentía tan humillada tenía grilletes en pies y manos, no podía defenderme, cuando abrí los ojos vi a esa mujer que empuñaba un gladius en cada mano.

El filo de uno de esos gladius lo coloco en la garganta de un hombre que parecía ser senador, entonces dijo.

Mujer- ¡Esta mujer es mía, si alguno intenta tocarla tendrá que luchar conmigo por ella!

Un hombre se levantó, después supe que era el cónsul Augusto, dueño y señor de Pompeya, miro a esa mujer y grito su nombre ¡Daila!, me pareció un nombre muy bonito, se puso delante de mí y giro un poco su cabeza para mirarme, esa mirada hizo que mi sexo se licuara, consiguió que mis ganas de venganza se desvanecieran momentáneamente para dejar paso a una intensa sensación que ardor.

Augusto- ¿Daila que crees que estás haciendo?

Daila- ¡Creo que lo he dejado claro padre, no dejaré que nadie toque esta mujer que es mía!

Muchos empuñaron sus armas para desenvainarlas, pero primero miraron a Augusto, este estaba enfadadizo, pero no dio permiso a nadie hasta que el senador marco abrió la boca.

Marco- Deja que tu hija luche, tengo entendido que tiene una destreza con las espadas dignas de los mejores guerreros de Roma, también tengo entendido que fue entrenada por dos esclavos tuyos que en el pasado fueron dos grandes gladiadores.

Augusto acepto a regañadientes, marco gozaba con la simpatía del senado y no le convenía disgustarlo, algunos de los hombres ebrios desenvainaron sus gladius y se dispusieron a batirse con Daila.

Hombre- Si acaba herida o muerta no nos lo tenga en cuenta cónsul Augusto.

No sé por qué me empecé a preocupar por esa mujer, cogía las espadas de forma correcta y parecía que sabía lo que hacia, pero era una contra cinco y todos parecían altos cargos del ejército romano, la lucha comenzó y termino en un santiamén, que forma de moverse y que destreza demostró con dos gladius en la mano, a los dos primeros no les dio tiempo ni de desenvainar las espadas, de dos tajos les había vencido, al tercero le paro su estocada cruzando las dos gladius y después de empujarlo hacia atrás este lanzo una estocada al aire, puesto que Dalia se había agachado y con un golpe doble al estómago venció al tercero.

A los últimos dos se les quitaron las ganas de seguir la lucha y decidieron que sus vidas eran más importantes que follarse a la reina guerrera, Daila envaino las gladius y dijo.

Dalia- ¡Me llevo a esta mujer a mis aposentos, que paséis una buena noche!

Entonces un complacido marco se levantó y aplaudiendo dijo.

Marco- Daila, estos hombres eran senadores de roma y tú les has quitado la vida, el castigo es la muerte, pero te daremos una oportunidad, lucharás junto a la Reina guerrera en el combate decisivo en la inauguración del coliseo romano.

El cónsul Augusto no estaba de acuerdo, pero no oso chistar al senador marco, este se había salido con la suya, y no era otra cosa que socavar su autoridad, la verdad que a mí me daba igual lo que les pasara a esos dos, pero Daila me gustaba y se supone que esa lucha iba a ser mi ejecución.

Dalia- ¡Muy bien, acataré el castigo, solo pediré una cosa a cambio!

Marco- ¿Dinos cuál?

Dalia- ¿Quero una celda para las dos alejada de los demás para más intimidad, os parece bien?

Marco- Solo por lo que me has hecho disfrutar tu padre el cónsul y yo te concederemos lo que has pedido.

Mientras la encadenaban a mí y nos poníamos en marcha pude escuchar la conversación entre esos dos.

Augusto- ¡Cómo te atreves a dar semejante orden en mi presencia!

Marco- lo siento Cónsul, pero las leyes son las que son y todos tenemos que acatarlas (riéndose).

Mientras íbamos de vuelta a los calabozos mire a Daila e iba muy sonriente y entonces le pregunte.

Yo- ¡Porque me has ayudado, yo no te he pedido nada!

Daila- No me gusta como son tratadas las mujeres en esas fiestas, son trofeos de guerras que han ganado y tras decidir que son esclavas las utilizan a su antojo.

Yo- ¿Ahora yo soy tu esclava no es así?

Daila- No, eres mi invitada y yo te invito a pasar la noche en mi celda (riéndose a mandíbula partida).

Yo - ¡Te lo tomas a broma, dentro de cuatro días iba a ser mi ejecución pública, ahora nos ejecutarán a las dos, deja de estar tan contenta!

Daila- ¡Mi padre me ha vendido a ese hombre concertando un casamiento que yo no quería y todo por afianzar su puesto en el senado, prefiero morir a tu lado que terminar casada con un ser tan abominable como el senador Marco!

Mire a Daila y me di cuenta de que aunque fuera una mujer Romana de buena cuna, le esperaba un infierno al lado de ese infraser.

Yo- ¡El anfiteatro tampoco será un paseo de rosas!

Daila- Lo sé, es posible que muramos, pero con esto he conseguido dos cosas.

Yo- ¿Qué dos cosas?

Daila- La primera cancelar la boda y la segunda pasar la noche en tu compañía.

No pude evitar sonreír, aquella mujer me estaba cortejando descaradamente y yo parecía una chiquilla sonrojada, entonces me miro y me dijo.

Daila- ¿Sabes que me he fijado en ti desde el momento en que has entrado en la sala verdad?

Yo- No soy para tanto.

Daila- Ha sido verte y mojarme en el instante, tus cabellos brillan como el oro y tus ojos son del mismo color de la miel, tienes un cuerpo trabajado por todas las batallas vividas, pero sin perder un ápice de feminidad, además he seguido todas y cada una de tus hazañas.

Llagamos a la celda y nos metieron dentro, el senador Marco cumplió lo prometido, la celda estaba al final de la mazmorra, además de ser amplia tenia dos especie de asientos de piedra que se podrían utilizar como camas, Daila se me quedo mirando con una sonrisa malévola en el rostro, se sujetó los tirantes de su vestido y se los bajo quedando totalmente desnuda ante mí, si ya con el vestido se dejaba ver un buen cuerpo, sin él tenía el cuerpo de una diosa reencarnada, tenía un coñito lleno de bello, pero más arreglado que el mió, se veía muy brillante.

Con la mirada me hizo un gesto dándome permiso para que la devorara viva, me acerque a ella y lo primero que hice fue besarle en el cuello y aspirar su aroma, olía muy bien, después me centre en sus pechos, cuando me metí ese pezón duro como una roca en la boca, Daila puso su mano en la boca y entre jadeos lo único que se le entendía era sigue no pares.

Me fijé que tenía su mano metida entre sus piernas, frotándose su sexo, cogí su mano y la olí, desde antes de las batallas contra roma que no había olido el perfume íntimo de una mujer y el de Daila olía a manjar de los dioses, fui bajando poco a poco hasta llegar a su peludo coño, cuando acerque mi boca a él, pensé que me ahogaría de lo encharcado que lo tenía.

Dalia se separó de mí y sentándose en uno de esos asientos de piedra, puso cada pie en cada esquina de este dejándome la visión de su sexo abierto y mojado, no me lo pensé dos veces y me puse a lamerlo con toda la pasión del mundo, Dalia se pellizcaba los pezones mientras yo le comía el coño hasta que se corrió, su eyaculación fue tan cuantiosa que no me dio tiempo de bebérmela toda.

Me separé de ella y tenía una expresión de paz y felicidad que por un momento se me olvido donde estábamos y me vinieron recuerdos muy felices de mi poblado, Daila me tendió su mano y me beso, saboreando el gusto y oliendo sus propios fluidos.

Se levantó y me ayudo a quitarme el vestido, por primera vez me sentí segura de mi misma y le permití ver mi cuerpo sin ningún pudor, se empezó a relamer e hizo el mismo movimiento que hice yo con ella, me beso el cuello y aspiro mi aroma, yo no olía tan bien como ella, pero mi olor no le disgusto para nada, bajo a mis pechos que eran un poco más grandes de los suyos y eso incluía los pezones.

Daila se metió primero uno y después el otro, ninguna mujer del poblado había conseguido hacerme sentir el placer que ella me estaba dando, tenía tanta destreza en darle placer a otra mujer como de blandir las espadas, ya me tenía a punto del orgasmo y ni siquiera me había tocado aun mi sexo.

Después de estar un buen rato chupando y mordiendo mis pezones, empezó a deslizar su lengua por mí estómago hasta llegar a mi peludo sexo, se parió en seco y se quedó admirándolo, después hizo que me sentara en ese asiento de piedra y abriera las piernas para ella, cuando tuvo todo mi sexo abierto y brillante de unidad para ella, metió su lengua en él.

El placer que estaba sintiendo no se puede explicar con palabras, solo con rozarme el clítoris con la punta de su lengua consiguió que me corriera de la forma más abundante en toda mi vida, no contenta con eso, empezó a meter dos dedos en mi encharcada vagina consiguiendo que me corriera por segunda vez, en esta ocasión tuve que meterme la mano en la boca y morderla para ahogar el grito que iba a soltar.

Roma me había vencido otra vez, pero esta había sido la derrota más placentera de mi vida.

Nos dormimos abrazadas la una a la otra, quien me iba a decir a mí que después de ser apresada por el ejército romano estuviera viviendo estos momentos de placer, si dentro de cuatro días me llegaba la hora me iría con una sonrisa de oreja a oreja.

A la mañana siguiente, una mujer apareció delante de nuestra celda, en sus manos traía dos objetos tapados por cuero, se los dio a Daila y después de despedirse me miro a mí.

Daila- Prepárate que vamos a entrenar, dentro de cuatro días tenemos que estar lo más compenetradas posible, si se esperan que muramos rápido les vamos a dar una gran sorpresa.

Eran dos gladius de madera, de esas que usan los gladiadores para entrenar, empezamos un combate para ver la destreza de cada una y tengo que reconocer que si el otro día me impresiono, ahora me estaba dejando sin palabras, menuda destreza tenia esta chica, si la hubiera tenido como mi capitana en mí ejército tal vez el final hubiera sido muy diferente.

En medio de nuestro entrenamiento el suelo y todo la mazmorra empezó a temblar, nos tuvimos que agarrar a los barrotes para no caernos al suelo, esto era nuevo para mí, nunca había sentido que el suelo temblara a mis pies y me sentí muy asustada.

Dalia- Aquí es muy común que el suelo tiemble ya te acostumbraras.

Yo- Estás segura Daila, yo no lo veo para nada normal (muerta de miedo)

Daila- Si tranquila, llevo sintiendo estos temblores toda mi vida y no a pasado nada.

Una vez que el temblor ceso, seguimos con nuestro entrenamiento, la verdad que nos compenetrábamos muy bien, empecé a pensar que tal vez el día de mi ejecución tendría que ser aplazado.

Llego la hora de comer y nos trajeron algo, tenia toda la pinta de ser cualquier cosa menos comida, luego se atrevían a llamarnos a los demás bárbaros Daila se lo comió y me insto a comer para recuperar nuestras fuerzas.

Después de comer, me eché sobre el asiento de piedra y Daila se echó encima de mí, podía ver como se estaba quedando adormilada entonces ocurrió otro temblor de tierra con más violencia que la vez anterior, por mucho que Daila me dijera que no pasaba nada y que eso en esa región era normal, yo no podía quitarme la sensación de la cabeza que algo verdaderamente terrorífico estaba empezando a despertarse, algo con tal poder que acabaría con todos nosotros.

Continuará.

Me gustaría dedicar este relato a Freddy, su hermana y a mis queridísimas Giovanna y Almudena.