Pompeya 4

Toda historia tiene su final.

Pompeya 4

Pompeya XXIV de agosto del 79 d. C.

ENYA

Mientras estamos en la arena en fila y mirando al palco que está lleno de Romanos que nos han destrozado la vida no podía dejar de pensar en algo que había pasado antes de salir aquí, cuando hemos salido de las celdas y hemos ido a la armería a coger nuestras armas, uno de los esclavos se ha acercado a Daila y le ha dicho.

Esclavo- Daila, me gustaría pedirte disculpas por mi comportamiento y el de mis compañeros, te veíamos como una romana y te odiábamos, pero ayer nos dimos cuenta de que tú también has sido víctima de esa roma idílica de la que tanto hablan.

El esclavo se calló mientras miraba a Daila que esta la miraba seria, el esclavo levanto el brazo y se estrecharon los antebrazos, Dalia sonrió y le dijo.

Daila- No pasa nada, ahora todos somos hermanos de armas, salgamos ahí acabemos con nuestros enemigos para que podamos celebrarlo en hermandad.

Otra cosa en la que pensaba era en Daila, cuando hemos salido ha mirado al Vesubio y ha visto algo que le ha preocupado, la he mirado y le he preguntado.

Yo- ¿Qué ocurre Daila?

Daila- ¿Mira a la montaña, ves ese humo blanco que sale en varias partes de la ladera?

Yo- Si lo veo.

Daila- ¡No es buena señal!

Yo- ¿Qué quieres decir?

Daila - Según ponía en los escritos de mi padre esa es una de las señales de que la montaña ha despertado y eso sumado a los temblores, hazte una idea.

Yo- Bueno primero ganamos nuestro combate y luego nos preocupamos de eso.

Daila- ¡A la distancia que estamos del Vesubio no hay salvación, no sobrevivirá nadie!

Yo- ¿Cómo lo sabes?

Daila- En uno de los escritos estaba dibujada la zona letal del volcán y solo fuera de esa zona tendríamos posibilidades de sobrevivir.

Yo- ¡Daila céntrate en el combate, si estás descentrada no tendrás que preocuparte por esa montaña porque estarás muerta!

Daila- ¡Lo sé, estoy preparada, pero tengo miedo Enya!

Yo- Yo también tengo miedo, pero estamos las dos juntas vele cariño.

Daila me sonrió y pareció que se le relajaba el gesto, llegaba la hora de saludar a la grada y todos levantaron su brazo derecho mientras decían la frase los que van a morir te saludan, Daila y yo no levantamos ni los brazos ni dijimos la frase simplemente escupimos al suelo.

Después de eso volvimos a las catacumbas, el primer combate era para el esclavo venido de la Galia, todos le hicimos el pasillo y uno a uno le estrechamos el antebrazo, estaba muerto de miedo, pero demostró un valor intachable.

Su rival era un Griego enorme, se decía que fue uno de los guerreros que más problemas dio a Roma a la hora de conquistar Grecia, no había que llevarse a engaño se decía que era un rival hábil a pesar de su tamaño.

El Galo se movía bien, esquivaba muy bien las acometidas del griego, pero le era imposible contraatacar, entonces el gladiador Griego bajo la guardia y se empezó a dejar golpear por el Galo, el Galo empezó a coger una peligrosa confianza que no era real.

No se daba cuenta de que era incapaz de darle un golpe que de verdad hiciera daño al gladiador griego, cuando este se cansó levanto su gran espada, el galo intento detenerla con su gladius, pero esta fue partida por la mitad como si fuera de papel.

Desarmado y viendo que el Gladiador Griego había estado jugando con él, entro en pánico y fue incapaz de moverse cuando el Gladiador griego le soltó el golpe mortal, el esclavo Galo cayo al suelo sin vida manchando la arena de sangre.

Daila miro sus gladius que estaban envainadas y las saco, se dio cuenta de que aparte de tener el filo romo, eran de mala calidad, hechas de un metal sumamente frágil.

Daila- Mi padre y el senador Marco haciendo de las suyas, estas espadas no valen para nada.

Yo- ¿Bueno tendremos que hacernos con gladius de mejor calidad y sabes como lo aremos no?

Daila- Claro robándoselas a los otros gladiadores (con una sonrisa).

Mientras sacaban el cuerpo sin vida del pobre Galo, el senador Marco se dispuso a dar un discurso a la plebe, pero fue interrumpido por un fuertísimo temblor y por los gruñidos ensordecedores que salían de la garganta del Vesubio.

Daila y yo nos acercamos a los barrotes y al mirar vimos que del coño del volcán ya empezaba a salir una especie de humo negro esto cada vez estaba tomando un cáliz más peligroso, el senador Marco empezó a decir.

Senador Marco- Tranquilos, es el dios Vulcano satisfecho por estos combates que hacemos en su honor.

La plebe que había empezado a moverse intranquila se volvieron a sentar, si el dios estaba satisfecho no había nada que temer, algunas frases similares a esas escuchábamos desde las catacumbas los gladiadores restantes.

El siguiente combate serian los cinco gladiadores Tracios contra unos gladiadores traídos de África, estos montaban en cuadrigas y la verdad que se veían aterradores, los tracios se acercaron a nosotras para decirnos.

Esclavos- ¡Ha sido un honor luchar al lado de la reina guerrera y también a tu lado recia romana!

Estrechamos nuestros antebrazos y salieron a la arena en sus rostros se veía la derrota reflejada, pero no el miedo sino una paz como si supieran que estaban a punto de conseguir la libertad, si nos ponemos a pensar una vez de muertos los romanos ya no podrían hacerles nada.

Mire a Daila que cada vez estaba más nerviosa, le cogí de la mano y me la lleve a nuestra celda, esa celda que tantos buenos momentos nos habían dado, la apoye contra la pared y agachándome metí mi cabeza entre sus piernas.

Lamí su delicioso coño hasta que Daila se corrió entre alaridos, después fue ella la que hizo lo propio con el mió, la verdad que el orgasmo que me proporciono también consiguió que me centrara y dejara el miedo a un lado.

Daila- ¿Ha sido increíble, porque me has traído aquí?

Yo- No sé que pasara más tarde, pero quería disfrutar de ti una vez más, lo único que lamento es que no tengamos más tiempo.

Daila me sonrió se abrazó a mí y me dio un beso en los labios, salimos otra vez hacia la salida para ver el combate de nuestros hermanos Tracios, estaban en el centro de la arena rodeados de los gladiadores Africanos.

Los Tracios habían puesto los escudos en forma de muro, pero las cuadrigas de los Africanos se acercaban más a ellos en cada vuelta, nos fijamos que las ruedas de las cuadrigas terminaban en una cuchilla muy afilada, no creo que esos escudos de madera aguantaran más de un golpe de esas cuchillas.

Los Tracios desenvainaron sus gladius dándose cuenta igual que nosotras que las espadas eran de malísima calidad, pero eso no los amilano y plantaron batalla.

Daila- ¿Por qué no les hemos dicho lo de las espadas?

Yo- Ya es bastante duro tener que salir allí, para salir sabiendo que estás condenado desde el principio.

Daila apretó fuertemente los barrotes y vio como en la última vuelta la cuchilla de la cuadriga impacto contra los escudos haciéndolos trizas, los Tracios se pusieron espalda contra espalda, uno de ellos lanzo su gladius clavándosela a uno de los gladiadores Africanos, la lanza que llevaba cayo al suelo siendo recogida por otro de los Tracios que lanzándola contra las ruedas de la cuadriga hizo que estas se trabaran parándose en seco, los dos integrantes de esa cuadriga salieron por los aires empotrándose contra el suelo.

Todas las gradas se pusieron de pie alabando a los Tracios, ellos no se dejaron llevar por la euforia pues tenían claro cuál iba a ser el desenlace de esta batalla, pero por lo menos caerían dejando huella en la arena de Pompeya.

Los gladiadores Africanos pararon sus cuadrigas y descendieron de ellas para batirse cuerpo a cuerpo con los gladiadores Tracios que se habían ganado su respeto, el combate duro poco pues las gladius de los tracios estaban en tan mal estado que apenas aguantaron unos golpes.

Los gladiadores Africanos viendo el arrojo de sus adversarios les dieron una muerte digna reconociendo su valor.

Las siguientes seriamos nosotras, las puertas de la arena se abrieron de par en par para qué saldríamos a nuestra ejecución, mire al senador Marco sus ojos brillaban de puro placer, entonces de otra de las puertas que se abrió salieron los cuatro gladiadores que se enfrentaría a nosotras.

Caminaron hasta ponerse en frente nuestra, no sé por qué, pero me puse delante de Daila, es una tontería porque con dos espadas en la mano no era manca, uno de ellos se puso delante de mí y dijo.

Gladiador- ¡Que pronto te olvidas de los amigos Enya!

Yo- ¡Artai, creía que estabas muerto!

Artai- Mi cuerpo solo respira, pero sin libertad es como estar muerto.

Yo- ¡Creía que habíais ganado la libertad en la arena!

Altai- Ya ves lo libres que somos, nos dieron la espada de madera, pero no el salvoconducto para viajar por el territorio Romano que nos permitiría volver a casa.

Yo- Será un honor morir por tu espada, te presento a mi mujer Daila.

Altai- Encantado Daila, no sabes donde te has metido haciéndote mujer de esta loca.

Daila- ¿Os conocéis?

Yo- Si era uno de mis generales.

Altai- Tal ver mueras hoy mi reina, pero no será por nuestra espada.

Altai se dio la vuelta lanzando su gladius contra la grada donde se encontraban el padre de Daila y el senador Marco, clavándose entre estos dos.

Senador Marco- ¡Esta acción os costará la vida esclava!

Altai- ¡Bien pues baja aquí y toma mi vida con tus propias manos cobarde!

Dos de los otros gladiadores nos dieron dos espadas a Daila y una a mí, eran gladius de la mejor calidad, la hoja brillaba como la plata y el filo era perfecto, El senador entro en cólera y llamo a su guardia personal.

Yo- ¡Daila ten cuidado con estos, son unos carniceros, mataron a todo mi poblado sin ningún ápice de arrepentimiento!

Daila- Descuida.

La guardia personal de Marco constaba de diez soldados de alto rango, con una destreza en batalla sobresaliente, ahora sí que se había complicado la cosa, como punto positivo las espadas, tenían un equilibrio perfecto y en manos mías y de Daila harían estragos.

La batalla comenzó, me enfrenté a dos de ellos, me tenían acorralada, entonces Altair quito de encima a los contrincantes de Daila para que luchara a mi lado, los dos a la vez soltaron sendos espadazos que Daila detuvo con sus gladius, pero no se dio cuenta del cuchillo que tenía uno de ellos en la mano e hirió a Daila en el brazo.

Daila podía sostener la espada, pero sus movimientos con ese brazo ya no serian tan rápidos, la diosa fortuna se puso de nuestro lado pues los soldados se confiaron y empezaron a reírse descuidando la guardia, momento que Daila y yo aprovechamos para asestar sendos espadazos que acabaron con esos dos soldados, miramos al palco y pudimos ver el gran desagrado del senador Marco.

Altai y el resto de gladiadores seguían luchando con los otros ocho soldados, en ese momento vi como uno de los soldados iba a clavar su espada en la espalda de Altai, lance mi gladius, pero para cuando se clavó en el cuerpo del soldado este ya había clavado la suya en el cuerpo de mi amigo.

Yo entre en cólera y Daila también, cogí el cuchillo con el que el soldado hirió a Daila, con rápidos movimientos corte los tendones del brazo de uno de los soldados, no pudiendo sujetar una espada fue presa fácil para el gladiador que luchaba contra él.

El senador Marco perdió la paciencia y mando a sus arqueros que nos abatieran, los otros tres gladiadores se pusieron delante de nosotros recibiendo las flechas que eran para nosotras cayendo al suelo herido de muerte.

Yo- ¿Por qué lo habéis hecho?

Gladiador- Altai siempre hablaba de ti, y nos hizo prometer que si él caía en esta arena nosotros cuidaríamos de ti, en esta caso de vosotras.

Yo cogí su mano mientras exhalaba su último aliento y Daila hizo lo mismo con los otros dos gladiadores, entonces levante la cabeza y vi que uno de los soldados seguía de pie, cogiendo una gladius me dirigí hacia él, pero algo me detuvo.

Ese hombre estaba parado mirando hacia el senador Marco con odio, lanzo su gladius al suelo y empezó a andar camino de la salida del Anfiteatro.

Senador Marco- ¡Mátalas es una orden!

Soldado- ¡Mátalas tú, no as dudado en matar a tus propios soldados, a ti no te importa nadie que no seas tú!

Después de soltar esa frase escupió al suelo y siguió su camino, entonces una flecha salió de un arco que el senador Marco había cogido y se clavó en la espalda de ese soldado fulminándolo al instante, el senador marco empezó a gritarnos algo, pero el ruido que estaba haciendo el Vesubio era tan grande que no podía entenderle, de repente el ruido ceso, eso no podía significar nada bueno.

Senador Marco- ¡Lo habéis arruinado todo y lo pagaréis, porque no os morís como los demás esclavos, di mi promesa al cesar que os ajusticiaría y así lo voy a hacer, Centuria bajar a la arena y rodearles!

Marco bajo a la arena, el anfiteatro temblaba, esa montaña llamada Vesubio empezó a rugir con fuerza, no tenía tiempo para pensar en eso ahora, Daila estaba herida, no era de gravedad, pero no podría usar bien el brazo izquierdo para el combate.

Me puse delante de ella, por fin tenía al asesino de mi familia y de todas las personas que conocía delante de mí si moría él vendría conmigo, de repente escuchamos un gran estruendo y al mirar hacia arriba pude ver al Vesubio escupiendo fuego y un humo negro y espeso, temblaba todo de tal manera que no podíamos estar de pies sin caernos, tenía a Daila cogida de la mano, parte de las gradas del Anfiteatro se habían derrumbado matando a toda la gente que estaba allí, entre ellos al padre de Daila.

El suelo se abrió bajo nuestros pies y caímos a las catacumbas del Anfiteatro, el golpe fue durísimo, con un fuerte dolor en el costado me levante y busque a Daila, estaba viva.

La ayudé a levantarse y nos dimos cuenta de que la pared se había caído y que por el agujero podíamos salir, a mi izquierda tenía una espada, la cogí y me dirigí hacia el senador Marco, estaba inconsciente por el golpe que se había dado, levante la gladius dispuesta a darle el golpe de gracia, Daila me detuvo y me dijo.

Daila- No hay tiempo tenemos que ir al puerto y conseguir un barco para escapar, el

Vesubio ha despertado y ahora su fuerza destruirá a todo el que se encuentre en Pompeya.

Me cogió la mano y me saco de esas mazmorras cuando salimos vimos que todas las calles que daban hacia el puerto estaban bloqueadas por personas muertas de pánico intentando escapar, no savia que hacer, habíamos sobrevivido a la ejecución y todavía nuestras vidas tendían de un hilo.

Daila- ¡Tenemos que llegar a la villa de mi padre, cerca de ella se encuentra una cueva a suficiente altura con suficiente profundidad para resguardarnos!

Yo- ¿Estás segura de que en esa cueva estaremos a salvo?

Daila- ¡De lo que estoy segura es que si no vamos allí moriremos!

Los caballos habían quedado al otro lado de los escombros, salimos a pie y nos dirigimos hacia esa cueva, el día se había convertido en noche, casi no se podía respirar por esa especie de nieve negra que caía del cielo y empezaron a llover bolas de fuego lanzadas por ese volcán que parecía querer matarnos a todos.

Con mucho esfuerzo conseguimos salir de la ciudad y nos empezamos a dirigir hacia la villa que estaba más cerca de la ciudad de esa montaña del demonio, cuando ya vislumbrábamos la muralla de la villa, un grito nos hizo detenernos y darnos la vuelta, era el senador Marco que venía persiguiéndonos montado en una cuadriga tirado por cuatro caballos.

Estaba a punto de alcanzarnos cuando una de esas bolas de fuego cayó justo a su lado, el senador Marco salió volando chocando contra el suelo, no podía mover las piernas, puesto que se le habían roto, Yo seguía con mi idea de clavarle la gladius, pero a Daila se le ocurrió un final mejor para el senador, lo arrastramos hasta la cuadriga y lo atamos allí con las cadenas que sostenían a los caballos, intento soltarse, pero cuando se dio cuenta de que no podía empezó a suplicar por su vida, entonces Daila y yo nos acercamos y le dijimos.

Daila/Yo- ¡Los gladiadores no suplican!

Intentamos coger los caballos, pero estaban muy malheridos, no se podían mover, de repente escuchamos un estruendo mayor al anterior y una nube espesa, negra y caliente empezó a descender por la ladera de la montaña, su velocidad era increíble, yo me puse a correr, pero Daila me detuvo.

Yo- ¿Qué haces Daila?

Daila- ¡No podemos huir de eso, lo sabes tan bien como yo y no quiero pasar mis últimos momentos corriendo para no conseguirlo, bésame!

Bese a Daila con todo mi amor, con toda la pasión y el corazón, al separarnos no había tristeza en la mirada de Daila sino satisfacción y entonces me dijo.

Daila- Me has hacho más feliz en estos cuatro días que lo que he sido en toda mi vida.

Yo- Yo también soy muy feliz.

Nos movimos hasta ponernos a unos cien metros del senador Marco, antes de morir veríamos como él moría, llorando y suplicando por su vida fue tragado por esa nube, las siguientes seriamos nosotras.

No hubo ninguna lágrima, miramos de frente a la nube que se acercaba, como gladiadoras que éramos la muerte nos vendría de frente, nos cogimos de las manos y levantamos ella su brazo izquierdo y yo el derecho, gritamos al unísono y con todas nuestras fuerzas ¡LIBERTAD!, mientras éramos tragadas por esa nube que lo iba destruyendo todo a su paso.

Sus cuerpos fueron carbonizados al instante, pero su amor viviría por siempre.

FIN.