Pompeya 3

La historia sigue

Pompeya 3

Pompeya XXIII de agosto del 79 d. C.

EYNA

Estudiamos con profundidad esas grietas, pero las paredes eran demasiado gruesas y no había escapatoria posible, una parte de mí quería escapar junto a la mujer que amaba, pero otra parte quería salir a la arena y decirle al senador Marco que una guerrera celta no era tan fácil de matar.

Daila y yo estuvimos entrenando duramente en nuestra celda, nuestros movimientos tenían que ser los más fluidos posibles, los gladiadores a los que nos tendríamos que enfrentar no eran moco de pavo, todo el mundo hablaban de ellos, habían ganado la libertad en la arena.

Eso me llevaba a otra pregunta, porque prestarse a luchar otra vez en la arena, ellos habían sido esclavos como lo soy yo y ha terminado siendo Daila, tanto pensamiento hizo que me descentrara terminando en el suelo por un golpe de Daila.

Daila- ¡Eyna a ver si nos centramos, un fallo así mañana y no lo contamos!

Yo- Si lo siento Daila, tengo la cabeza en otro sitio (avergonzada).

Daila me dio la mano y nos sentamos entonces me cogió la mano y me miro fijamente como preguntándome que me pasaba.

Yo- ¿Daila, los gladiadores a los que nos vamos a enfrentar mañana son hombres libres, se ganaron la libertad en la arena porque prestarse a esto?

Daila- Por dinero, fama y sed de sangre, posiblemente la vida de gladiador es la única que han conocido y ahora no encajan en ninguna parte.

Llego la hora de salir a la arena a entrenar, cuando salimos Daila se quedaba mirando a esa majestuosa montaña que se alzaba delante de nosotros, yo sentía curiosidad y le pregunte.

Yo- ¿Por qué miras siempre a esa montaña Daila?

Daila- Ese es el monte Vesubio, es un volcán.

Yo- ¿Un volcán que es eso?

Daila- ¡Una montaña con un poder destructivo tan grande que nos destruiría a todos!

Yo- ¿Cómo sabes eso?

Daila- Como mi padre no me hacía ni caso pasaba muchas horas metida en la biblioteca de casa, mi padre tiene muchos escritos que hablaban sobre él.

Yo- ¿Crees que son verdad?

Daila- Espero que estén exagerados porque si lo que dicen es verdad, recemos para que no se despierte.

Dejamos la conversación y nos pusimos a calentar, una cosa llevo a la otra y empezamos a luchar en serio, todos los esclavos se pusieron a nuestro alrededor a animarnos, la verdad que Daila lo hacía muy bien, cuerpo a cuerpo era una guerrera muy peligrosa.

Pensé que menos mal que las espadas eran de madera, de un rápido movimiento de espada consiguió golpearme en las piernas desequilibrándome cayendo al suelo, Daila me tendió la mano riéndose cuando vi que unos de los esclavos del día anterior tenía algo afilado en la mano, se acercaba hacia Daila y traía malas intenciones.

La empuje con mis piernas echándola a un lado y golpee la cara de aquel esclavo con la pierna derecha, el esclavo cayo al suelo y cuando se levantó hecho una furia cogiendo otra vez el improvisado pincho, el hombre del látigo, blandió su látigo cociéndole del cuello y tirando de él.

El esclavo cayó al suelo sujetando el látigo que tenía enredado en el cuello y lo estaba asfixiando, el hombre del látigo le puso uno de sus pies sobre el pecho y acercándose a él le dijo.

Hombre del látigo- ¡Ningún gladiador morirá por una puñalada por la espalda, los gladiadores mueren de frente mirando a la muerte a los ojos, no permitiré que deshonres esta arena con tus bajezas!

En la arena había una columna con una cadena, lo encadeno allí como castigo para que aprendiera la lección, los demás nos fuimos a las mazmorras, nos ordenamos que teníamos que bañarnos, todos los hombres estaban encantados, pero el hombre del látigo lo dejo claro, primero nos bañaríamos nosotras y después los demás.

Los baños consistían de unos cubos llenos de agua fría, por lo menos con eso nos quitábamos el sudor, desde que perdí la batalla en Britania que no había tomado un baño en condiciones y aunque el agua estaba fría se agradecía un poco de limpieza.

A Daila le entraron ganas de jugar, pero la pare y le dije que después en la celda lo que quisiera, no me apetecía terminar en ese pilar haciéndole compañía al esclavo que intento apuñalar a Daila, esta se rio, pero después de escuchar mi argumento decidió que mejor esperar.

Para que se le pasara el calentón le eche un poco de agua fría por encima, cuando volvimos a nuestra celda teníamos ropa limpia para ponernos, entonces apareció el hombre del látigo para decirnos que teníamos que participar en una exhibición de un ludus que había pagado una gran suma de dinero por vernos pelear.

Nos montaron a todos en un carro y nos dirigimos hacia allí, cuando llegamos nos pusieron en fila mirando a una especie de balcón donde se encontraban el dueño del ludus y su esposa, el padre de Daila y el senador Marco, al ver a este último apreté los dientes, no entendía como ese hombre era partícipe de todas nuestras desgracias, siempre escuchaba las bondades de Roma, se les llenaba la boca, pero después permitían a senadores corruptos como este hacer lo que quería.

Para Daila ver a su padre ahí la afecto muchísimo, empezó a temblar, si nos hacían luchar esperaba que nos permitieran luchar en parejas porque en ese estado terminaría mal.

Yo- ¡Daila tienes que relajarte, sé que lo de tu padre te afecta, pero como luches así te van a matar!

Daila- ¡Lo se Eyna tranquila!

El senador Marco reía mientras nos miraba con cara de superioridad, entonces hablo.

Senador Marco- Hemos venido aquí para honrar a unos buenos amigos de Roma, querían probar la destreza de sus gladiadores con la reina guerrera, pero para calentar empezará la hija del cónsul de Roma Augusto.

Mire a ese cabrón con odio, se había dado cuenta del estado en el que se encontraba Daila y solo quería torturarnos a las dos, a Daila le dieron dos glarius y se iba a enfrentar a dos gladiadores que le doblaban en tamaño, si la cosa se complicaba intervendría, aunque eso me costara un castigo.

Daila estaba muy dubitativa y la primera arremetida de gladiador golpeo en sus espadas echando a Daila hacia atrás cayendo de espaldas al suelo, me disponía a entrar cuando el hombre del látigo me agarro del brazo.

Hombre del látigo- ¡Estate quieta o lo pagaremos todos!

Yo- ¡Si no hago nada la mataran!

Hombre del látigo- Ella decidió convertirse en gladiadora, fue su elección y los gladiadores mueren.

Sabía que tenía razón, pero era la mujer que amaba, otro de los gladiadores le echo una red por encima y le lanzo el tridente que llevaba, con un rápido movimiento Daila esquivo el máximo daño, pero se llevó una herida en el brazo izquierdo, entonces ocurrió algo que lo cambio todo.

El padre de Daila pidió que pararan el combate, Daila le miro como agradecida, pero la intención de ese hombre nunca fue ayudarla.

Augusto- Ya que estamos aquí me gustaría hacer una apuesta, apuesto cien denarios a favor de esos dos gladiadores.

Senador Marco- ¿Piensas aportar contra tu hija Augusto?

Augusto- ¡Esa ya no es mi hija, no desde que dejo en ridículo a la casa de Augusto!

Daila estaba de rodillas en el suelo, la sonrisa que se había dibujado en su rostro momentos antes se borró y dio paso a una mirada sombría llena de rencor, me dieron escalofríos solo de mirarla se levantó y mirando a sus dos adversarios se la ingenio para separarlos, de dos rápidos movimientos hizo sendos cortes en ambas piernas del gladiador, después de esquivar su acometida, volvió a dar sendos cortes pero esta vez en los brazos.

El gladiador no podía seguir luchando, entonces Daila cogió fuertemente uno de sus gladius y golpeo en la nariz del gladiador con la parte de la hoja sin filo rompiéndosela, acto seguido lanzo sus gladius a los pies del otro gladiador clavándole en el suelo, en un rápido movimiento se colocó al lado de este y cociéndole del brazo lo estiro y utilizando su codo disloco el brazo del gladiador, los gritos de este eran ensordecedores, acto seguido le soltó un codazo en la mandíbula dejándole sin sentido.

Daila miro hacia la grada y se fue a colocar a mi lado cuando el senador marco la llamo la atención.

Senador Marco- ¿Se supone que los tienes que matar no crees?

Daila- ¡No me han hecho nada, además no es a ellos a quien quiero matar!

Augusto- ¡Niña insolente!

Daila volvió a salir a la zona de combate y cogiendo una de las gladius la lanzo hacia la grada, esta se clavó en la columna de madera que se encontraba al lado de su padre, a Augusto le entraron sudores y tenía una cara de auténtico terror, pero se rehizo y cuando iba a decir algo el senador le callo.

Senador Marco- muy bien Daila, me has dejado satisfecho, mañana darás un buen espectáculo.

Al colocarse a mi lado cogí su mano con miedo de que me la rechazara, pero no fue así, la agarro con fuerza y al mirarme volvió a ser esa Daila cariñosa de siempre, ahora me tocaba a mí, mis rivales serian otros dos gladiadores, estos no eran tan grandes como los que se habían enfrentado a Daila, pero tenían algo que me hacían desconfiar, enseguida supe lo que era, su trabajo en equipo era soberbio, pero además no jugaban limpio.

Mientras uno me atacaba, el otro me lazo arena a los ojos, moví la cabeza lo suficiente rápido para que solo me entrara algo de arena en un ojo, me molestaba un poco, pero por lo menos tenía un ojo bueno y podía seguir luchando.

Mi armamento era una gladius y un escudo, puse el escudo a una distancia corta de mi adversario, de esa forma no sabría de donde le vendría el golpe, en la primera estocada le clave el gladius en el muslo, este se echo para atrás por el dolor, enseguida me di cuenta de que el otro estaba detrás y cuando me fue a atacar me aparte, el gladiador que me ataco desde atrás clavo su lanza en el estómago de su compañero.

Con un gladiador fuera de combate solo me quedaba el otro, este me lanzo una lanzada poderosa, pero apartándome agarre su lanza y utilice su fuerza contra él, atrayéndolo hacia mí utilice el mismo truco que Daila y le golpee la nariz con la parte de la hoja que no tenía filo, dejándolo fuera de combate, entonces me moví y me coloque al lado de mi amor.

Las dos miramos al hombre del látigo con algo de miedo, pensando que estaría enfadado por haber perdonado la vida de nuestros rivales, pero tenía una sonrisa disimulada, parecía que estaba satisfecho con nuestra actuación, los demás combates se fueron dando, parecía que lo que se estaba haciendo allí era una criba pensando en los combates que tendríamos al día siguiente en el Anfiteatro.

Cuando todos los combates terminaron solo quedábamos ocho de los dieciséis que entramos en ese ludus, nos volvieron a poner en fila y entonces vi que el senador marco ya no estaba tan contento como antes, pero lo disimulaba con una sonrisa falsa.

Nos volvieron a meter en el mismo carro y nos trajeron de vuelta a la mazmorra que había en el Anfiteatro, cuando entramos lo primero que hice fue abrazar a Daila que no pudo aguantar más y empezó a llorar amargamente entonces apareció el hombre del látigo y le dijo una palabra a Daila.

Hombre del látigo- Lo has hecho muy bien, lo mismo va para ti celta, espero y deseo que mañana salgáis con vida.

Daila se apretó más a mí y no podía dejar de llorar, yo la abrace lo más fuerte que pude e intente consolarla, me tumbe sobre el asiento de piedra y ella se sentó sobre mí, el cansancio nos pudo y mientras nos íbamos quedando dormidas su llanto fue cesando.

La lluvia que caía me despertó, ya era de noche y tenía a Daila sobre mi pecho, todavía las lágrimas le resbalaban por la mejilla, le di un beso en la frente y se despertó, se me quedo mirando y la bese.

Daila se puso de pies y se fue quitando la ropa dejando su espectacular cuerpo al desnudo, el agua que se colaba por las grietas que se habían producido en el último temblor caía sobre su cuerpo dándole una apariencia mucho más hermosa, entonces fui yo la que puse de pies y me empecé a quitar la ropa.

Daila empezó a admirar mi cuerpo y no sé por qué me ruboricé, fue su mirada, su sonrisa y la caricia que me izo con el dorso de la mano, esta podía ser la última noche de una de las dos o de las dos.

Daila me llevo donde el chorro de agua era más grande coloco su espalda sobre mi pecho y empezó a restregar su hermoso culo contra mi pubis, no pude evitar meter una de mis manos en su coño, ese coño que me volvía loca.

Se dio la vuelta y empezó a besarme el cuello, después fue bajando hasta llegar a los pechos como me gustaba la forma de chuparme los pezones, bajo por mi estómago hasta llegar a mi encharcado coño, me lo abrió con los dedos y metió su lengua en él, era el mejor bálsamo que te podían dar, notaba las oleadas de placer subir por mi espalda.

Tenía los barrotes cerca y tuve que sujetarme en ellos porque las piernas me fallaban, el orgasmo fue atronador, Daila siguió un rato más hasta que se quedo satisfecha, la levante y poniéndola delante de mí la atraje y la bese, mi sabor en sus labios era el mayor afrodisíaco, mientras degustaba sus labios metí uno de mis dedos en su coño, pero pronto le metí el segundo entonces empecé a sentir como la respiración de Daila se aceleraba, como me miraba con el mayor de los deseos.

Yo también bajé a degustar esos preciosos pezones que tenía, cada vez que se los mordía ella gemía más fuerte, el orgasmo le llego con mis dedos dentro de su coño y mi boca en sus pezones, cuando recupero la respiración cogió mi mano y empezó a lamerla mientras yo la senté en el asiento de piedra para poder degusta mi última cena.

Le estuvo chupando el coño un buen rato, Daila me pedía más y más, entonces le empezaron a temblar las piernas mensaje inequívoco de que estaba a punto de correrse, su orgasmo fue atronador, pero esta vez no se metió la mano en la boca grito su orgasmo a los cuatro vientos dejando claro a toda Pompeya que se había corrido y que era feliz.

Como colofón a esa noche de sexo nos sentamos en el suelo para hacer la tijera que tanto me gusto la noche anterior, la sensación de rozar mi coño contra el suyo es tal que no puedo explicarlo con palabras, la tierra empezó a moverse debajo de nosotros, pero en ese momento solo estábamos las dos, gritamos el orgasmo en la mitad que un terremoto, el mayor que habíamos experimentado, la suerte estaba echada.

MONTE VESUBIO

El último temblor termino de desquebrajar el domo de lava que taponaba el cono del Vesubio, las fuerzas destructivas de ese volcán ya estaban liberadas, era cuestión de tiempo para que entrara en erupción y destruyera todo a su paso.

DAILA

Después del estupendo sexo que hemos tenido solo he podido dormir un poco, estoy muy nerviosa me pregunto si Eyna estará tan nerviosa como yo, ella ha combatido en innumerables batallas contra Roma y parece que duerme placidamente, lo único que deseo es no ser un estorbo para ella mañana.

Hace cuatro días era la heredera de Pompeya y mírame ahora, he terminado siendo una esclava y mi padre me ha repudiado, lo mejor es que no me arrepiento de nada porque si mañana muero lo haré al lado de la mujer que amo, y lo are mirando a mi padre a los ojos.

De repente Eyna se ha movido, pero sigue dormida, me he sentado y he colocado su cabeza sobre mis piernas, le acaricio la cabeza y ella empieza a sonreír en que estará soñando tal vez en nuestra victoria.

La miro y pienso, pase lo que pase mañana te protegeré con mi vida.

EYNA

Me he despertado con la primera claridad del sol, Daina ya se ha despertado y se está poniendo la armadura, los brazaletes y las protecciones de las piernas, ha llegado la hora de la verdad, pase lo que pase la protegeré con mi vida, yo también empiezo a vestirme.

Nos traen el desayuno, no sé lo que es, pero me lo como, no se puede luchar con el estómago vació, Daila lo mira y pone cara de asco, como se nota que la jodida no ha pasado hambre en su vida, se arma de valor y se lo come rápido para no notar su sabor, yo la miro y sonrió.

Se abren las puertas y salimos, la gente grita, yo miro a Daila y las dos tenemos la misma resolución en la mirada, la de sobrevivir.

Continuará.