Polvo y paja
Una historia real
Es sábado o domingo y, por alguna razón, estamos los dos solos en la casa. Hemos terminado de comer, cada uno por nuestra parte, por supuesto, y ella se ha tumbado en el sofá a hacer la siesta mientras yo me siento en mi sillón a mirar la televisión.
Ella lleva puesta la camiseta de Mickey Mouse larga, que le permite no llevar nada debajo, y yo el consabido pantalón corto azul.
En un principio, y como para evitar que yo pueda verla nada, ha colocado una de sus manos entre sus piernas para que la camiseta no se le suba.
De forma casi imperceptible al principio, su mano empieza a moverse sobre su zona púbica al tiempo que sus piernas se abren y cierran muy ligeramente. A mí me da la impresión de que está iniciando un movimiento de masturbación, pero es tan ligero que no puedo asegurarlo. De todas formas la idea de que pueda ser así me excita y me hace entrar en erección.
Para intentar aliviar tal situación me toco ligeramente el pene por encima del pantalón. Ella tiene los ojos semicerrados, por lo que no sé si puede verme o no, por si acaso pongo el pie sobre la mesa de manera que la pierna, doblada, oculte un tanto mis manipulaciones que, insensiblemente, se van haciendo cada vez más ostensibles.
No sé si ella se excita a su vez al notarlo o si lo que pretende es excitarme más a mí (nunca presupongo que conozco sus intenciones en mis fantasías), pero el caso es que sus propios movimientos van ganando también en amplitud: el desplazamiento de su mano sobre el sexo ya es apreciable, así como el abrirse y cerrarse de sus piernas.
Mi excitación aumenta a ritmo acelerado y ya me toco claramente el pene, aunque aun por encima del pantalón y sin rodearlo con la mano.
Ella abre los ojos por un momento, me mira, advierte claramente lo que hago y vuelve a cerrarlos, pero se empieza a acariciar el sexo ya con bastante descaro, al tiempo que su rostro adquiere una expresión de ligero éxtasis. Sus piernas ya no se abren y cierran, si no que las deja ostensiblemente separadas para facilitar la acción de su mano entre ellas.
Comprendiendo que ambos estamos en el «juego», me saco el pene por una de las perneras del pantalón y, ocultando aún con la pierna su visión total, me lo empiezo a menear con movimientos lentos y amplios.
Ella abre de nuevo los ojos; puede que no consiga ver mi miembro desde su posición a causa del obstáculo de la pierna, pero seguro que puede ver el movimiento clarísimo de mi mano sobre él; permanece unos momentos mirándome atentamente y vuelve a cerrar los ojos como arrobada. Su propia masturbación es ya sin disimulos, incluso se levanta un poco la camiseta y se empieza a tocar directamente por encima de la braguita, al tiempo que jadea ligeramente.
Decidido a comprobar hasta dónde está dispuesta a llegar, bajo el pie de la mesa de forma que, si quiere, pueda ver claramente como me la estoy meneando. Sin duda sus ojos no han estado nunca cerrados del todo, pues nada más hacer yo aquello los abre completamente para mirar con toda atención mis manipulaciones. Continúa jadeando cada vez con más fuerza, la mano se mete debajo de las bragas para tocar el sexo sin impedimentos y sus caderas se mueven rítmicamente. Mantiene los ojos abiertos clavados en mi pene.
Me pongo en pie y me quito el pantalón, de forma que quedo totalmente desnudo, completamente enfrente de ella y, en esa postura, sigo meneándomela cada vez con más fuerza.
Ella, entre jadeos que ya son casi estertores y moviendo el culo de forma violenta, se desprende de las bragas, separa más las piernas para que yo vea mejor su sexo y se toca con las dos manos.
Entonces se me ocurre una especie de perversión: Como está claro que el verme tocarme la excita (eso siempre ha sido así), y pretende obtener su propio orgasmo en base a ello, me dirijo a mi habitación para continuar masturbándome sobre la cama, fuera del alcance de su vista.
Supongo que, a esas alturas, está ya tan sobreexcitada que continuará su masturbación sin mi presencia, pero lo considero como una especie de «castigo».
A mi vez, también muy excitado, acelero mis movimientos deseoso de correrme. De pronto la veo de pie, a los pies de la cama, mirándome, frotándose el clítoris con una mano y metiéndose un dedo de la otra en la vagina. Señalo el lado vacío de la cama y digo: “ven a hacerlo aquí tumbada”. Así lo hace rápidamente y ambos, masturbándonos y mirándonos alcanzamos el orgasmo, después de un buen rato, entre gemidos y gritos de placer. Ella me pidió que me corriese en su boca, así lo hice.