Polvo en los baños del aeropuerto.

Diego se pone celoso, y me rompe el culo en los urinarios de Barajas.

Había llegado el día. Nos íbamos a Italia de vacaciones, y yo estaba abrazado a un váter de la zona de embarque del aeropuerto echando hasta la primera papilla. Vaya por delante que cuando tengo que volar me pongo muy nervioso, pero no tanto. Se me había juntado el viaje con la perspectiva de compartir a mi novio con un desconocido, una noche sin dormir y un cacheo a fondo en el arco de seguridad. Pleno al quince, vuelta al ruedo y salida en hombros.

Sonaron unos golpecitos en la puerta.

-¿Estás bien?

-Sí, ahora salgo… - Escupí por última vez y abrí la puerta. Diego me contemplaba con cara de preocupación.

-Estás muy pálido. Vamos a tomar un café mientras se hace la hora.

-Dame un momento, que me quiero lavar los dientes. Tengo un sabor asqueroso. Vete adelantándote. –Nunca en mi vida me había apetecido menos hablar con él como en ese momento. Salió del baño; yo me lavé la boca y me enjuagué con Listerine antes de salir. Lo vi sentado en la cafetería más pija del dutyfree, mirando hacia la puerta del baño. Ya había pedido su café, así que me acerqué a la barra. Enseguida me sacudió un latigazo en las tripas que no tenía nada que ver con los nervios: ¡menudo polvo tenía el camarero! Bajito, rubio, ojos azules, cuerpazo… También una plumas más que evidente. Y la pluma tiene algo que me pone a mil. También a Diego le mola si el tío está bueno. Y sabía por qué se había ido a sentar en el sitio más caro del aeropuerto.

-Buenos días.

-Buenos días. Un café con leche, por favor.

-Sí, señor. –Por el acento, gallego. Me pone mucho el acento gallego. Se volvió hacia la cafetera y pude contemplar un culo precioso enfundado en los pantalones negros del uniforme. Me giré y vi a Diego sonriéndome, perfectamente consciente de lo que pasaba por mi cabeza. Tenía una mano sobre su paquete, y se lo sobaba con disimulo. Volví a mirar hacia la barra. A cierta altura estaban las botellas con los licores más caros.

-Espere. Mejor que sea un Black Label con un hielo. Disculpe. – Las palabras surgieron solas de mi boca. Iba a tranquilizarme y, con un poco de suerte, a poner celoso a ese témpano de hielo ardiente que tenía por pareja, todo al mismo tiempo. El chico se volvió con una sonrisa encantadora.

-Ninguna molestia, por favor.

-Un poco pronto para beber, pero el avión no me gusta. A mi novio le divierte mucho, – lo señalé- quizá si me tiene que aguantar borracho le haga menos gracia mi miedo.

Se rio y me guiñó un ojo con inocencia.

-Estoy seguro. Yo hago lo mismo cuando vuelo. Ahora mismo se lo sirvo.

Intentó alcanzar la botella poniéndose de puntillas, pero apenas la rozaba con la punta de los dedos. Mi mirada estaba fija en su paquete, que quedaba justo por encima de la barra. Se adivinaba un bulto prometedor. Desistió tras unos segundos, y me pilló mirándolo con descaro. Claro, que tampoco me esforcé en disimular. Me pasé la lengua por los labios, con suavidad.

-No llego, voy a por la escalera. Las desventajas de ser enano.

-Anda ya, enano. Manejable, más bien. ¿Quién quiere un chico alto teniendo a uno como tú? – pasé a tutearlo, tanteando.

Se sonrojó de golpe, pero sonrió con embarazo, halagado. Murmuró otra vez que iba a por la escalera y me volvió a ofrecer una vista privilegiada de su parte trasera. Al momento volvió con una escalerilla de dos peldaños. Se subió y me dejó, esta vez sí, el paquete a la altura de los ojos. Que me jodan si no se le marcaba la polla más que antes. Cogió la botella y la posó sobre la barra.

-Ésta es Blue Label… pero me vale.

-No, no, está aquí detrás… - se inclinó un poco más y yo me lancé a sujetarlo por la cintura.

-¡Uf, qué susto, pensé que te caías! –Deslicé las manos un poco hacia el centro, mis pulgares enmarcando su paquete- Anda, baja, que no quiero ser el culpable si te pasa algo. Lo sujeté mientras descendía riéndose, y pasé fugazmente mi mano sobre su pene cuando al fin lo solté. Me sirvió el whisky, todavía con una preciosa sonrisa en sus labios.

-¿Cuánto es?

-9 euros.

-Joder, la próxima vez pido J&B… Quédate con el cambio – Le di un billete de 10€.

-Muchas gracias, muy amable. Tu marido tiene suerte. – Volvió a guiñarme un ojo, esta vez con más picardía, y el tuteo por su parte me encantó. – A éste invita la casa.

Me sirvió una medida más en el vaso, que ni siquiera había tocado.

-No es mi marido, pero gracias. No hacía falta, ahora sí que me voy a emborrachar. ¿Cómo puedo compensarte?

-No es nada, pero si quieres podemos intercambiar teléfonos para estar en contacto. La gente que viene por aquí es muy estirada, y entre que no soy de aquí y el trabajo no conozco nunca a nadie que merezca la pena…

-Claro, apunta. – Le di mi número, me mandó un Whatsapp y lo guardé a mi vez. – ¿Te llamas?

-Diego.

Joder con la coincidencia.

-Pues nada, en una semana volvemos de las vacaciones, ya quedaremos.

-Adiós, guapo.

Cogí mi copa y me fui a sentar con Diego. Tenía una erección notable, y una media sonrisa en la cara.

-Así que has hecho un nuevo amigo… Muy guapo. -¿Irónico, celoso, sincero?

-Sí, y muy simpático. Le he dado mi número para quedar los tres algún día. – Di un sorbo de mi whisky con ademán indiferente.

-Me estás matando, cabronazo. –Levanté la vista, sonriendo, al escuchar el susurro ronco y excitado.-Acábate ese whisky de primera hora y sígueme al baño. Segunda puerta.

Se colocó la polla sin disimular demasiado y se levantó, dejándome cachondo perdido. Di un largo sorbo a mi vaso, notando cómo el calor del licor descendía por mi esófago, serenándome los nervios pero aumentando a la vez mis ganas de sexo. Me obligué a beber despacio, pero aun así tardé menos de cinco minutos en acabarlo e ir hacia los servicios. Había que subir unas escaleras para llegar hasta ellos, así que estaban casi vacíos. Entré en el WC de la segunda puerta y me encontré con Diego medio escondido, esperando. Tenía el pantalón corto medio bajado y se acariciaba con suavidad la polla, para no perder la erección de caballo que tenía. Como la mía, ya que estamos.  Ya notaba los calzoncillos empapados, esperaba que no llegase a filtrarse al pantalón. Me lancé a besarle, pero me mordió el labio con fuerza, agarrándome luego la cara con la mano y atrayéndome hacia su cuerpo, restregando su miembro por mis pantalones. Me quitó la mochila y la dejó en una esquina del habitáculo, sobre la suya.

-¿Te ha gustado tontear  con ese putito? ¿Quieres que nos lo follemos algún día?

-Sí – jadeé, entregado totalmente al juego. Me escupió en la boca entreabierta, y noté su saliva escurrirme por los labios. Al segundo lapo abrí bien y me relamí, extasiado. Por el rabillo del ojo veía cómo el rabo de Diego cabeceaba, soltando líquido preseminal por todo mi paquete. Ya daba igual que se notase mi propio precum, iba a ir con pinta de haberme meado por todo el aeropuerto. Pero, en ese momento, nada me importaba menos. Nos besamos, ahora sí, jugando con la saliva en la boca del otro, mientras notaba unas manos anhelantes desnudándome de cintura para abajo.

-Súbete al wáter, vamos. – Obedecí y Diego se tragó enseguida toda mi polla de una vez, casi ahogándose con ella. Le sujeté la cabeza mientras me follaba a saco su garganta. La saliva escurría por las comisuras de su boca, y los ojos se le anegaron en lágrimas. Apartando mis manos, se retiró para tomar aire y me dio la vuelta con brusquedad. Yo me incliné sobre la cisterna para facilitarle el trabajo, y enseguida gemí cuando noté su lengua adentrarse en mi ano, ansiosa. No quería montar un espectáculo, pero su beso negro estaba muy cerca de hacerme gritar de puro placer. Me mordí el brazo para permanecer callado, mientras mi chico seguía comiéndome el culo, explorando mi recto y llenándome de babas toda la raja, preparándome para la follada que se avecinaba. En efecto, al poco rato me hizo bajar del WC, me empujó para dejarme inclinado otra vez sobre la taza, y me metió la polla de una sola vez. Volví a gemir. Había dolido un poco, y quise sacarla, pero no me dejó. Me tapó la boca con la mano y se acercó a mi oído.

-Espera, que hoy eres mi putita. – Joder, cómo odiaba que me llamase cosas así, pero cómo me ponía… Sacó la polla - ¿Vas a volver a meterle mano a alguien delante de mí?

-Sí –respondí entre sus dedos. Ya sabía lo que me esperaba con esa respuesta, pero estaba deseándolo en realidad. Otra salvaje embestida, que ya trocaba el dolor en placer.

-Cabronazo – dijo, pero lo sentía sonreír contra mi oreja, que mordió con más cariño que otra cosa. En realidad, estos juegos de roles tampoco eran lo suyo; los dos somos tan guarretes y tan sinceros con el otro que siempre nos limitamos a hacer lo que nos apetece en cada momento. Aumentó la cadencia de las embestidas, sacando toda la polla cada vez antes de clavármela hasta los huevos. Me sujetaba con una  mano por la boca, y con la otra me pajeaba con fuerza. Cuando empezó a follarme a toda velocidad, supe que le quedaba poco. Intenté calentarlo aún más.

-¡Vamos, lléname el culo con tu lefa! – susurré, apartando su mano de mi boca.

-¿Quieres que me corra en tu culo, cerdo?

-¡Sí joder, préñame!

Con una última estocada, se quedó rígido en lo más profundo de mí. Violentos espasmos sacudían su cuerpo, mientras se derramaba en mis entrañas. Yo aparté su mano de mi polla, que ya no movía, y acabé la paja con rapidez. Mi corrida salpicó por todas partes, llenando de lefa la tapa del WC, el suelo y la pared del urinario. Siempre yo, me saqué el rabo del culo y me puse a comérselo, limpiándolo de su semen y mis jugos anales. Diego suspiró, pero no le quedaba fuelle para nada más. Me ayudó a incorporarme (las piernas me temblaban de manera descontrolada) y, con cuidado de mirar que no hubiese nadie, salimos del urinario.

Bajamos las escaleras y pronto acabamos delante del mismo bar de antes. Diego miró el reloj.

-Uf, falta una hora todavía. ¿Qué hacemos?

Miré su cara, roja del polvo, miré las gotitas de precum que había mi pantalón, y, finalmente, miré hacia la barra, donde el otro Diego no había perdido detalle del camino que habíamos tomado hacía unos minutos.

-¿Tomamos algo? Te puedo presentar a un tocayo tuyo muy simpático. – Dije, sonriendo.