Polvo de despedida, polvo de bienvenida
De cómo un hombre sensato dice adios al matrimonio y hola a la soltería...
-Te recojo a las nueve, ya le he metido la bola a mi mujer.
Hacía tiempo que quedaba con Tamara a espaldas de Sandra. Era una amiga que había conocido recientemente y con la que podía desnudar mi alma hasta los límites más insospechados. A ella podía contarle las cosas que no era capaz de decirle, ni a mi mujer, ni a mis más íntimos amigos. ¿Me gustaba? Sí ¿Me había liado con ella? No. Por mucho que mi imaginación pudiera hilvanar escenas sexuales juntos, mi conciencia y mi sentido de la responsabilidad no me permitían patinar lo más mínimo. Y, por muy buena que estuviese, me importaba más por su amistad que por su sexo.
La relación con Sandra llevaba haciendo aguas demasiado tiempo. Con demasiada frecuencia me topaba con una nueva chinita que se quedaba en el zapato y que se amontonaba con todas las que, tras varios años de matrimonio, había estado acumulando. No era mala, todo lo contrario. Pero el tiempo fue separando nuestros caminos y, aunque viviéramos en una aparente normalidad, solo tenía que hacer “chas” para desnudar la cruda realidad que nos consumía. Y no era capaz de hacer ese chas...
Con la llegada del verano y del buen tiempo me entraron las ganas de pisar la playa. Con Sandra era imposible porque trabajaba mil horas de lunes a viernes y, al llegar el fin de semana, siempre encontraba una excusa para no arrancar a la que yo asentía para que no se sintiera culpable. Me ahogaba. Vivía a su ritmo y estaba dejando escapar mi vida con tal de no entorpecer la suya. Por eso existía Tamara, ella era mi válvula de escape.
Habíamos quedado en irnos juntos a la playa y la recogí a las nueve de la mañana. A Sandra le había dicho que iba a echar el día echándole una mano a Pérez, un amigo que se dedica a la electricidad y que me llama de vez en cuando para llevarme con él de peón. Así que, después de recogerla, nos fuimos a por el autobús que pasa por “mi playa” y, tras un viaje de veinte minutos, nos bajamos en la parada más cercana.
Estaba nervioso y excitado. Cuando planeamos pasar el día de playa juntos le comenté que practicaba el nudismo y no le importó. Ella es habitual del topless así que el factor piel desnuda no era un impedimento para ninguno de los dos. Pero, claro, no es lo mismo imaginar a Tamara desnuda que verla como tampoco es lo mismo imaginar que me ve desnudo a que realmente me vea. Y, si tenemos en cuenta que Tamara está muy buena y que mi erección iba a ser irremediable, es lógico que tuviera aquel hormigueo que me recorría el cuerpo en todas direcciones.
La playa es una cala partida en dos por una elevación rocosa a los pies de una montaña y nos fuimos al fondo para plantar la sombrilla y las toallas. Es la playa a la que suelo ir con Sandra solo que, con ella, nunca nos vamos tan lejos. Prefiere quedarse cerca del camino que sube a la plataforma en la que, los que van en coche, los dejan aparcados y que se controla perfectamente desde la orilla. Manías a las que nunca me he opuesto porque, al fin y al cabo, son intranscendentes.
Cuando llegó la hora de quitarse la ropa me moría de la vergüenza a la par que me ponía muy pero que muy palote. Sé que Tamara me lo notó. Ella sabía que también me atraía físicamente, en alguna que otra ocasión lo habíamos hablado durante nuestros cafés clandestinos, pero era un tema que, ambos, teníamos perfectamente controlado y que, a priori, no debía suponer ningún problema porque nunca lo había sido. Así que, cuando terminé de desnudarme y me vio el rabo duro como una piedra no le extrañó y tampoco hizo ningún comentario al respecto. Luego fue ella quien terminó de quitarse la ropa para quedarse con un minúsculo tanga naranja chillón que era casi como no llevar nada. Tenía el culo tan redondito y bien plantado como lo había imaginado siempre bajo sus pantalones y un pecho tan impresionante como también se adivinaba bajo sus camisetas. Aunque sí que hubo un detalle que me llamó la atención; tenía los pezones erizados. Y, como no hacía nada de frio, eran señal de una única cosa: que ella también andaba algo excitada.
Nos permitimos el capricho de untarnos de protector solar mutuamente. Con total naturalidad mis manos recorrieron su piel y luego ella hizo lo propio conmigo. Había soñado mil veces con aquel momento. Tenía la piel suave, muy suave, y era blandita. Tamara era una niña de curvas bien modeladas pero no de gimnasio. Sus músculos estaban ahí, pero no eran duros. Eran mucho más agradables y apetecibles.
El magreo sirvió para liberar la tensión sexual, por lo menos a mí porque a ella ni le pregunté si la sentía. No era un tema como para comentar así, a bote pronto y sin venir a cuento. Finalmente, tras estar debidamente protegidos contra los rayos del sol y con la tensión expulsada, nos tiramos boca arriba en las toallas para disfrutar de la mañana de playa que nos habíamos prometido.
No hacía más que mirarla de reojo. No quería que pasara ni un segundo sin disfrutar aquellas maravillosas curvas que definían su silueta. Incluso me cazó en un par de ocasiones hipnotizado en sus tetas.
-Las vas a gastar de tanto mirarlas –me dijo una de las veces mirando al cielo y sin mover la mirada que escondía bajo sus gafas de sol.
-Es que son espectaculares, chiquilla… ellas son las que tienen la culpa de que ningún hombre llegue a ver tu precioso interior. Son incapaces de ver más allá de tu escote.
-En eso tienes toda la razón.
-¡Hostia!
-¿Qué? –dijo sobresaltada girando la cabeza para buscar mi mirada.
-Sandra –contesté haciendo un gesto con la cabeza señalando al camino, en la otra punta de la playa.
-¡¿Qué dices?! –Y miró también al camino -¿Aquella es Sandra? ¿Seguro?
-¡Y tan seguro! ¡Mierda! Tenemos un problema… Disimula…
¿Qué coño hacía Sandra en la playa un día de diario? ¿Y con quién venía? Me quedé inmóvil en la toalla, parapetado tras el cuerpo de Tamara y vigilando los pasos de mi mujer. Si no había novedades, lo más probable es que Sandra y su compañera se quedaran allí al fondo, cerca del camino y lo suficientemente lejos de donde nos encontrábamos nosotros como para que no pudiera reconocerme si dijera de mirar hacia aquí. No me equivoqué. Apenas salieron del camino y pisaron la playa se dirigieron casi de inmediato a la orilla y dejaron las bolsas donde, habitualmente, nos ponemos cuando venimos juntos ella y yo. Me di la vuelta y me puse boca abajo porque me estaba jodiendo el cuello de tanto mirar de reojo y continué espiando a ver qué pasaba. Tamara, por su parte, asimiló su rol de parapeto y permaneció tumbada boca arriba tomando el sol como si con ella no fuese la historia pero vigilando también con el rabillo del ojo lo que ocurría a unos ciento y pico metros de nosotros, en el otro extremo de la playa.
Tras dejar las bolsas y extender las toallas, Sandra y su amiga se quitaron la ropa y se quedaron en bikini. Se sentaron, se echaron crema solar y luego se tumbaron como nosotros. Dentro de lo tensa que era aquella situación conseguí respirar cierta calma porque, a todas luces, era evidente que no me había descubierto.
-¡Joder! Ahora no puedo levantarme para darme un baño –protesté- porque, en cuanto lo haga, me caza fijo. Me va a tocar quedarme aquí tumbado como un gilipollas hasta que digan de irse.
-Hay una forma de refrescarte –me dijo Tamara-. No te muevas.
-¡¿Qué haces?!
No me respondió. Se levantó de su toalla y se metió en el agua aunque no pude verla. Estaba tumbado boca abajo, con la cabeza mirando hacia la montaña y no me podía mover. Me giré un poco dándole la espalda a mi mujer y, a duras penas, pude ver como Tamara se metía en el agua y, después de darse un remojón, volvía a salir y se acercaba. Entonces se puso encima mía, dejándome entre sus piernas, y se estrujó la melena para que el agua me cayera en la espalda. Solo era capaz de medio verle la silueta a contraluz mientras el frio de las gotas que caían de su pelo me refrescaban tanto como me excitaban. Aquella situación era rocambolesca y peligrosa, casi cruel por su parte diría yo, pero la agradecí enormemente porque me alivió la chicharrera solar aunque también me supusiera un clamoroso dolor de huevos y una presión sobre mi polla que, bajo la tripa, se oprimía contra la toalla.
-¿Otro remojoncillo?
No sé ni para qué lo preguntó porque no me dio opción a responder. Tamara volvió a meterse en el agua y repitió la operación encargándose bien de que el agua me refrescara las piernas, el culo y la espalda. Luego, volvió a tumbarse en su toalla pero, en esta ocasión, se puso también boca abajo cruzando los brazos bajo su barbilla.
-No han mirado para acá –me dijo- están a su bola…
-Pues si… Pero esto puede saltar por los aires en cualquier momento…
Y, finalmente, saltó. Pero no del modo que yo me temía sino que, por el contrario, pasó algo que jamás hubiera podido imaginarme.
Habían pasado varios minutos desde que Tamara había vuelto a tumbarse en la toalla en los que no había podido dejar de vigilar a mi mujer. Aquel no era el plan de playa que me había imaginado y me sentía culpable porque tenía la sensación de que le estaba jodiendo la mañana a mi amiga. Tamara, por su parte, no decía nada y, como yo, también vigilaba lo que hacían mi mujer y su amiga.
-¿Lo habrá hecho más veces? –me preguntó.
-¿el qué?
-Venirse a la playa a tus espaldas.
-Pues ya no sé qué pensar –respondí-. No tiene sentido que se venga con una amiga y no me lo diga. Digo yo que lo normal sería que, de querer venir, me lo hubiese dicho y nos hubiéramos venido los tres.
Estando en la conversación vimos a la amiga incorporarse y quitarse la parte de arriba del bikini. Entonces Sandra también se levantó e hizo lo mismo. Aquello me sorprendió porque mi mujer no acostumbraba a quitarse por completo el sujetador sino que, a lo sumo, se lo desabrochaba cuando estaba tumbada boca abajo. Que se lo quitara del todo era algo nuevo.
-¿Se lo está quitando? –era evidente que sí, pero no pude evitar preguntármelo en voz alta.
Pero la amiga fue más allá y se quitó también la braguita, quedándose completamente desnuda. No podía dejar de mirar, aquello no tenía sentido. ¿Quién era aquella muchacha? ¿Qué había hecho para conseguir que Sandra hiciera algo que nunca hacía cuando venía conmigo a la playa, como quedarse en topless, como si tal cosa? Y, entonces, me topé con la desagradable explicación.
-¡¿Se están comiendo la boca?! –volví a preguntarme en voz alta totalmente descolocado.
-Tiene toda la pinta…
¡Se estaban comiendo la boca! Para mi sorpresa, estaba enterándome en el acto de que mi mujer me ponía los cuernos y, además, lo hacía con una tía.
-¡La madre que la parió!
Tamara me cogió de la mano mientras seguíamos viendo aquel despropósito. Sabía que aquello me estaba haciendo mucho daño y fue su manera de consolarme y de mostrarme su apoyo. Durante muchos cafés me había escuchado contarle lo culpable que me sentía porque no era capaz de barajar mi matrimonio en condiciones y, en esos momentos, estaba viviendo conmigo la mayor de mis decepciones.
-Ahora ya sabemos por qué no te había dicho nada…
Nos quedamos en silencio sin dejar de mirarlas. Mi cabeza era un nido de serpientes que no hacían más que envenenarme y la rabia, la frustración y la incredulidad se mezclaban dando como resultado los pensamientos más retorcidos que pueda imaginar la mente humana. Sandra me la estaba pegando… Me daba igual que fuese con una tía, conocía sus tendencias bisexuales, incluso que fuera así servía para aliviar mi padecimiento al no herir mi orgullo de macho. Sandra no había cambiado una polla por otra, pero, a fin de cuentas, me estaba engañando y eso dolía fuera quien fuera la otra persona.
-¿Le está metiendo la mano por…?
Ni terminé de hacerme aquella pregunta porque era evidente que sí. Después de haberse obsequiado con aquel buen muerdo, Sandra y su amiga habían vuelto a tumbarse boca arriba y habían empezado a hacerse caricias. Veía la mano de mi mujer jugueteando con las tetas de su amiga y, a su amiga, colando los dedos por debajo de la braguita.
-Ahora vengo.
Tamara volvió a levantarse de su toalla y se metió en el agua. No la vi, pero la escuché. Pensaba que volvería a hacer lo de antes y que me echaría agua por la espalda pero empezaba a tardar más de lo previsto. La busqué en el agua como lo había hecho antes pero no la vi. Así que giré la ceba hacia el otro lado y me la encontré paseando por la orilla alejándose en dirección al otro extremo de la playa.
-¡¿Pero qué hace?! –pensé.
Continuó con su paseo sin importarle que los otros tíos que había en la playa la escanearan mientras andaba. No eran muchos, un grupo de tres amigos a unos veinte metros de donde estábamos nosotros y otra pareja un poco más allá. Aquella playa solía ser muy tranquila los días de diario.
Tamara llegó hasta donde estaba Sandra con su amiga y siguió de largo unos metros más, justo hasta donde la montaña caía sobre el mar y cerraba la cala. Allí volvió a meterse en el agua, estuvo chapoteando unos minutos y luego volvió a salir para recorrer el camino en sentido inverso. Mi mujer y su amiga la siguieron con la mirada un par de veces. Cuando pasó junto a ellas a la ida y al hacerlo de nuevo a la vuelta. Se les acercó, les pidió un cigarro “con tó su coño”, y volvió a alejarse de ellas como si tal cosa. La estuvieron observando durante unos metros y, cuando Tamara alcanzó a la siguiente pareja, dejaron de seguirla con la mirada para volver a sus cosas. Yo, por el contrario, no le quité el ojo de encima y, viéndola casi desnuda pasear por la playa y con la sombra de la traición de mi mujer fija en el pensamiento, no hacía más que encontrar argumentos para acostarme con ella. Quería follar con Tamara, me lo merecía. Ya no había impedimentos porque mi conciencia y mi sentido de la responsabilidad habían levantado la barrera conforme descubrí el pastel de mi esposa.
-Pero no es algo que dependa solo de ti- me dije en voz alta-. Ella también tiene algo que decir…
Tamara prolongó el paseo lo que le duró el cigarro y, unos metros antes de llegar de nuevo a mi altura, le dio la última calada, se agachó para apagarlo contra las piedras, lo lanzó a la papelera que teníamos casi al lado y se volvió a meter en el agua antes de regresar a la toalla. Adiviné sus intenciones. Quería desviar la atención de Sandra por si la estuvieran mirando antes de tumbarse de nuevo conmigo. Si la veían meterse en el agua, el cigarro dejaría de ser la justificación para vigilarla porque ya no estaba y una mujer en el agua sería, simplemente, una mujer en el agua.
Al salir del baño volvió a refrescarme la espalda escurriéndose el pelo sobre mí y, luego, se volvió a tumbar boca abajo en su toalla.
-¡¿Por qué has ido?! Se me iba a salir el corazón por la boca de los nervios.
-Quería comprobar de cerca el grado de complicidad de las dos. Por cierto, no me habías dicho que Sandra fuera tan guapa.
-Sí que lo es –asentí lamentándome-. Tuve mucha suerte.
-La otra se llama Noe, ¿Te suena de algo?
-¿Noe? –me quedé pensativo apenas un segundo-. Creo que sí. Es una compañera de trabajo.
-Pues la compañera de trabajo ha conseguido que tu mujer empape el bikini. He visto cerco en la braguita.
No me lo podía creer. Sandra nunca me había permitido pastelear con ella cuando íbamos a la playa. Si trataba de hacerle cosquillas en zonas íntimas, ya fuera el pecho o el coño, protestaba y me miraba casi con puñales en las pupilas. La situación me estaba superando y me estaban entrando unas ganas locas de irme de la playa para no seguir siendo testigo de aquello.
Alargué la mano para coger el móvil de la mochila.
-¿Qué haces?
-¿Te importa si nos vamos? –negó con la cabeza. Comprendía que la situación no era agradable para mí-. Voy a intentar hacer que se vaya. No podremos salir de aquí mientras siga allí tumbada.
Abrí la mensajería instantánea y le mandé un mensaje a Sandra.
-Hola corazón. ¿Qué tal llevas la mañana?
La seguíamos vigilando, esperando que cogiera el móvil para responder. Si había algo que Sandra no podía controlar era su adicción al Smartphone.
-Agobiada –comenzó a responder-. Esta mañana está el despacho que echa humo. ¿Cómo vais vosotros?
-Pasando mucho calor –tecleé-. Y, encima, vamos ahora a hacer un chapú a un apartamento de los de al lado de nuestra playa, que hemos estado hace un rato para ver lo que hace falta, y no veas lo que me va a joder estar pelando cables en vez de estar dándome un bañito. Fíjate si tendré ganas de playa que he visto un escarabajo amarillo –el coche de Sandra- aparcado en el terraplén y he pensado que éramos nosotros –y rematé la frase con emoticonos de los que lloran de la risa.
-Pues no, no somos nosotros –contestó después de verla cómo le decía algo a Noe-. Pero sí que es verdad que ya va tocando. A ver si se deslía un poco la cosa en el trabajo y empezamos a ir. Que estoy pajiza y reflectante. ¿Vas a venir a comer?
-No creo. Estamos ya en la caja para pagar los materiales y, por lo que me ha dicho Pérez, vamos a echar de tirón en la casa esa hasta que terminemos que, con un poco de suerte, será para las cinco o así.
-Me voy entonces a comer a casa de mi hermana, ¿Te importa?
-Para nada. Da recuerdos de mi parte.
-¿Y qué vas a comer tú?
-Ya me haré algo cuando llegue a casa. No te preocupes.
Y, con los emoticonos pertinentes, terminamos la conversación mandándonos besitos y polladas varias.
Mi plan surtió efecto y, conforme Sandra dejó el móvil, volvió a ponerse la parte de arriba del bikini y apresuró a su amiga para irse de la playa. Recogieron los bártulos, subieron por el camino al terraplén en el que estaba el coche y se marcharon.
-Pues… ¿sabes que, ahora que se han ido, se me han quitado las ganas de irme? Por fin puedo darme un baño. ¿Te apuntas?
Nos levantamos de las toallas y nos metimos en el agua. Con la tensión del momento la picha se me había venido abajo y penduleaba inerte entre mis piernas. Me di un chapuzón y, al salir de debajo del agua, Tamara se me echó encima para hacerme una ahogadilla y, al apoyar sus manos sobre mis hombros para hundirme, me estampó las tetas en la cara. Al volver a salir y recomponerme, la cogí del culo para apretarla contra mí y ella me rodeó con sus piernas. Volvió la erección y, como era de imaginar, la notó perfectamente contra su monte de Venus.
-Vuelves a estar de buen humor –me dijo bajando levemente la mirada hacia mi paquete.
Relajé los brazos para que se separara de mí si quería hacerlo pero, por el contrario, apretó sus piernas para no moverse y seguir pegada a mí. Lo que sí hizo fue soltar sus brazos y dejarse caer de espaldas hacia el agua. La sujeté por la cintura y me recreé mirando aquellos esculturales pechos que tanto me gustaban tentado de apretarla contra mí para clavar mi sexo contra el suyo. Me retuve a duras penas.
-¿Qué piensas hacer? –me dijo mientras se reincorporaba y volvía a rodearme con sus brazos por los hombros-. Porque, digo yo, que algo irás a hacer con ella, ¿No?
-Pues la verdad es que no lo sé –empecé a responderle-. Está claro que tendremos que hablar del tema pero no sé qué le voy a decir, ni cómo ni con qué intenciones…
-¿La vas a dejar? –me encogí de hombros-. Échale el polvo de su vida y luego mándala a tomar por culo. Que se entere de lo que acaba de perder.
-El polvo de mi vida sería el que echara contigo –pensé en silencio mientras seguíamos abrazados y apretados en el agua.
Debe ser que mi mirada sí que transmitió mi pensamiento de alguna manera porque, en ese instante de silencio, Tamara sonrió mirándome a los ojos.
-Tú vales muchísimo. ¡Mucho más que ella! –me dijo para, a continuación, rematar la frase dándome un pico.
Descruzó las piernas de mi espalda y se soltó. Se dio un capuzón y salió del agua. Salí tras ella y volvimos a tirarnos en las toallas. Mucho más relajado, continuamos la charla haciendo un repaso a las cosas buenas y malas que Sandra y yo habíamos tenido en nuestros años de relación y teorizando sobre lo que ocurriría a partir de aquel momento. Dimos por sentado que mi mujer no iba a irse a comer con su hermana, aquello había sido una excusa para terminar en alguna parte, seguramente en casa de Noe, lo que no les habíamos dejado hacer en la playa y ese fue el combustible que incendió mi rabia y también mi frustración. ¡Qué cuernos, madre mía, qué cuernos!
Mientras estuvimos charlando fui consciente de la tensión sexual que estaba acumulando porque empezaron a dolerme los huevos como nunca antes me habían dolido. Ver prácticamente desnuda a Tamara hablando de sexo, más aún cuando el hilo argumental de la charla era la infidelidad de mi mujer, me provocaba unas ganas locas de perder los papeles y de abalanzarme sobre ella para echar un polvo. Aparte, que ella bajara con relativa frecuencia la vista a mi erecto paquete, tampoco me ayudaba mucho a sacarme la idea de la cabeza. Aún así me contuve. Sabía que en aquellos momentos no pensaba con claridad y podría cometer la mayor equivocación de mi vida si tiraba la caña. Tamara me apreciaba porque podía desnudarme su corazón con total confianza y, aunque tuviéramos también desnudos los cuerpos, si malinterpretaba las señales podría echarlo todo a perder.
Permanecimos en la playa hasta que apretó el hambre. Entonces decidimos recoger los trastos y regresar a la ciudad a tomarnos unas cervezas en alguna parte. Tras las cañas vino el café y, a primera hora de la tarde, la dejé en su casa y me fui a la mía con una única idea en la cabeza: echarle a Sandra el último polvo como si no hubiera un mañana. Cosa que no sería muy difícil a tenor del calentón que llevaba encima.
Sandra llegó a casa con el mismo rictus de todos los días. Si no fuera porque sabía lo que sabía, no hubiera sido capaz de notarle un solo ápice de engaños en la cara. ¡A saber entonces cuánto tiempo podía llevar pegándomela!
-¿Qué tal te ha ido el día? –me preguntó.
Lo que os decía… La misma rutina de todos los días…
Después de mentirnos como si nos creyéramos nuestras mentiras, Sandra me dijo que iba a meterse en la ducha y ahí encontré el principio de nuestro último polvo. Esperé a que se desnudara y se metiera en el baño y, cuando escuché el agua correr, me quité la ropa y me metí en la ducha con ella. Enjabonarle el cuerpo fue la excusa para empezar a meterle mano y, antes de aclararnos, ya nos estábamos partiendo la boca a besos y ya la tenía chorreando de placer.
Mi cabeza no hacía más que construir escenas lésbicas de sexo entre Sandra y Noe mientras follábamos y me desaté. Me la follé sobre el lavabo, contra la pared, sobre la encimera de la cocina, la tiré en el sofá del salón y le comí el coño recreándome en cada gemido, buscando sus espasmos para incidir en los movimientos de lengua que más la dispararan. Le estimulé el ano, le metí dos dedos por el culo y la hice chillar de éxtasis. Se retorcía de placer y yo solo era capaz de imaginarla chillando en medio de la playa, con Noe entre sus piernas, retozando como posesas con el mismo desenfreno con el que gozaba en el sofá. Me ponía cachondo imaginarla con otra mujer y, saber que lo hacía, que follaba con otra, daba más alas a mi imaginación. Se le dilató el coño como pocas veces lo había hecho, la penetré, luego fui en busca de un vibrador y también se lo metí. Le di por culo mientras sujetaba el juguete en su vagina y, cuando ya no pude más y me fui a correr, le di la vuelta y le solté el lefazo en la cara. ¡Madre del amor hermoso que pedazo de eyaculación! Le pringué la cara, las tetas, el vientre y aún quedó para poner perdidos un par de cojines antes de caer rendido en el sofá.
Ella se corrió tres veces durante el polvo, algo que tampoco era habitual. Así que sí, aquel fue un polvo espectacular, justo lo que quería.
-Te quiero –susurró entre jadeos.
-Ya… Por eso te acuestas con Noe –le contesté.
Le cambió la cara y, por el gesto que puso, dejó bien claro que sí que se la follaba. No tuvo tiempo, o fuerzas, para tratar de disimular y, cuando se dio cuenta de que me lo había confirmado, el sentimiento de culpabilidad le hizo apretar los labios para tratar de dar la primera excusa. Dijo una tontería y luego otra y luego otra. Estaba tan agotada que no era capaz de pensar con frialdad, de inventarse algo medianamente convincente y al final, víctima de su propio ego de loba herida, acabó provocando la discusión.
Aquella maniobra desesperada fue la sentencia de muerte de nuestra relación. Arremetió contra mí con dureza, echándome en cara mentiras engordadas y culpándome de todo. Y entonces me di cuenta de que no me merecía, de que aquella bronca estaba rompiendo tantos platos que ya no tenía remedio ni marcha atrás. Que se había acabado.
La dejé que chillara y pataleara, que se envenenara con su amargura y continuara diciendo disparates. Cuanto más decía, más consciente era de su verdadero carácter. No me sorprendió. Después de tantos años juntos la conocía mejor que ella misma y, si no habíamos roto antes, era porque la fidelidad era un valor que aún compensaba el egoísmo que practicaba. Me había acostumbrado a manejar sus ataques y a volverla dócil antes de que perdiera los papeles. Pero ya no merecía la pena. Ni siquiera después de pillarla en flagrante delito era capaz de dar su brazo a torcer o de mostrar el más mínimo ápice de arrepentimiento. Tamara tenía razón, yo valía mucho más que ella.
Luego vino el llanto, cuando ya era tarde, cuando se dio cuenta de que lo próximo que iba a pasar era lo que iba a pasar. Tomé la palabra, respiré hondo y le expuse la cruda realidad sin arremeter contra ella. De un modo templado, con una sensatez que me sorprendió hasta a mí, le trasladé mis sentimientos y mi pesar. No la culpé de nada, pero fui inflexible en mi decisión y, finalmente, le dije que me marchaba.
-ahora no tenemos la mente fría para hablar con serenidad –le dije-. Pero llegará el día en que, si quieres, podamos cerrar esta herida de un modo más civilizado. Cuando salga por esa puerta empezarás a entenderlo y, al final, hasta me darás la razón. Marcharme es lo mejor que nos puede pasar.
Después de vestirme y de salir de casa, cuando ya no podía verme ni oírme, rompí a llorar como un niño pequeño. Era mucha la tensión que había acumulado y tenía que salir por alguna parte aparte de que, evidentemente, la situación era una tragedia que justificaba mi llanto y no lo reprimí. Bajé al parking, cogí el coche y me fui a beber solo para ahogar las penas. Luego, después de cinco copas, cogí finalmente el teléfono para mandarle a Tamara un mensaje.
-Ha pasado. Hemos roto.
Contestó casi de inmediato. Se empeñó en que fuera a buscarla, quería estar conmigo en aquel momento pero yo no quise. Seguía sin tener la mente fría y prefería que la soledad fuera mi compañera en las primeras horas. Solo mi mente y yo podíamos ponernos de acuerdo de manera coherente y cualquier injerencia externa, por muy buena intención que tuviese, podía hacerme daño. Aparte de que, si veía a Tamara, seguía corriendo el inmenso peligro de querer follármela por despecho y esa era una opción que no cabía en aquel momento. Así que, tras una hora de mensajes y dos copas más, la convencí para que no insistiera y quedamos en vernos a la mañana siguiente, que nos iríamos de nuevo a la playa.
Dormí en una pensión en la que se escuchaba a la gente follar porque tenía las paredes de papel. Los gemidos de la chica de la habitación de al lado no ayudaban a que me relajara. Estaba tan obsesionado con la ruptura que hasta me parecía que era mi mujer la que gritaba al otro lado de la pared aunque luego, cuando volvía a ser medio sensato, me daba cuenta de que Sandra no chillaba así ni aquella era su voz. Pero daba lo mismo… Igualmente me la imaginaba desnuda follando con Noe en aquellas habitaciones cuchitriles y volvía a sumergirme en una espiral de veneno, rabia y frustración que me deprimía pero que también me mantenía la polla bien dura. Al final el agotamiento mental me venció y, con la polla en la mano, me quedé dormido sobre la cama sin deshacer.
Me desperté igual de empalmado que me había quedado dormido. Antes de dormirme había abierto la ventana de la habitación y la luz que entraba por el patio de luces me sacó de mis sueños. Tamara fue mi primer pensamiento de la mañana y, luego, Sandra. Cosa que no me pasó desapercibida y que sabía que significaba algo.
-Día uno… -me dije en voz alta.
Remoloneé en la cama un rato antes de comenzar la jornada. Aún faltaba un buen rato para ir a recoger a Tamara y, aparte, soy de los de despertar tranquilo. Sin embargo los gritos de la chica de la habitación de al lado me obligaron a espabilarme más rápido de la cuenta.
-¿Otra vez estáis follando?
Me vino a la mente la fantasía de salir desnudo de mi habitación e ir a tocarle la puerta a los de al lado con la excusa de decirles algo acerca de sus inagotable apetito sexual y lo que conseguí fue que me entraran ganas de pelármela. Enseguida me imagine escenas de un trío, dos hombres dándole estopa a una mujer sin rostro que, en mi fantasía, lo mismo era una amiga, que era mi mujer, que era Tamara que… En fin… Que me puse cómodo encima de la cama y me casqué una buena paja.
Luego me di una ducha y aquello no se me bajaba. Vale que no estaba constantemente en erección pero, cuando menos, se quedaba morcillona. En mi mente se repetía una y otra vez la escena de mi mujer con Noe en la playa y las fantasías que había construido después y se entremezclaban con los momentos de excitación que había tenido con Tamara, con la perfección de sus curvas bajo los rayos del sol, con aquel minúsculo tanguita naranja chillón y su culito respingón… No entendía por qué tenía el apetito sexual tan disparado y supuse que se debía a la sensación de volver a sentirme libre que estaba experimentando. Estaba como un adolescente insaciable y a poco estuve de cascarme otra paja en la ducha pero no pasó, el agua me espabiló y, aunque cachondo, empecé a pensar con la cabeza que tiene cerebro para controlar mis emociones animales y dotarlas de racionalidad.
Me vestí, le mandé un mensaje a Tamara para decirle que salía ya a recogerla y me marché del hotel. Por el camino iba pensando en las cosas que quería contarle. Refrescaba mi memoria tratando de recordar todos los detalles de lo que había pasado la tarde anterior desde que la dejé en su casa hasta que me fui de la mía e, irremediablemente, al repasar el momento polvazo con Sandra volví a empalmarme.
Tenía sentimientos encontrados. Por un lado los malos recuerdos me animaban a creer que había tomado la mejor decisión posible respecto a nuestra relación pero, por otro, el ser consciente de que el sexo con ella había terminado me entristecía y me hacia recordar que Sandra también tenía muchas cosas buenas que ya no iban a volver. Tenía la conciencia inquieta. Afortunadamente llegué a casa de Tamara y, al verla, la inquietud de mis entrañas cambió de protagonista y me terció el ánimo de la contradicción a la esperanza.
-¡Hola chiqui! ¿Cómo estás? –me dijo nada más subir al coche.
-Confundido pero con la sensación de haberme liberado –contesté.
-Normal –apostilló.
Arranqué de nuevo y salimos en dirección a la playa. Por el camino le conté todo lo que había pasado en casa, cómo me había follado a Sandra, las cosas que había pensado mientras lo hacía, lo increíble que fuel el polvo que echamos, la discusión, la ruptura…
-¿Te sentiste culpable en algún momento? Te la estabas follando para romper con ella…
-Pues la verdad es que no. Culpable no. Nostálgico tal vez…
-Eso es señal de que has hecho lo correcto. Así que, aunque ahora estés confundido, verás como pronto lo superas.
Llegamos a la playa y repetimos el ceremonial de bajar por el sendero, irnos al fondo, plantar la sombrilla y las toallas, quitarnos la ropa y untarnos recíprocamente de crema protectora. Sin embargo algo cambió con respecto al día anterior y es que, ambos, nos recreamos más a la hora de deslizar las manos por la piel del otro. Nos magreamos con más suavidad, con más erotismo. En mi caso lo tenía claro. Llevaba todo el día cachondo y me sentía libre. No pude evitar aprovechar aquella sensación para disfrutar del sabor sexual del tacto de su piel. Pero ¿Y ella? ¿Qué la movía a comportarse así de sensualmente? ¿Era real o eran ilusiones mías?
-No se le ocurrirá a tu mujer venir hoy otra vez a la playa, ¿No?
-Pues no sé qué decirte… Supongo que no. No me ha mandado ni un solo mensaje ni he vuelto a saber nada de ella desde que salí de casa. En otras broncas se ha ido a casa de Laura –su amiga de siempre- a desahogarse pero nunca habíamos pasado por una discusión como esta, con ruptura incluida. Así que no tengo ni idea de cómo puede haber reaccionado.
-Tal vez deberías mandarle un mensaje a Laura para saberlo.
-Pues sí que debería… Que hayamos roto no significa que no me preocupe por ella. No es que Sandra sea de hacer locuras pero estoy intranquilo y me gustaría saber que, aunque con el berrinche, está bien –dije haciendo el gesto de entrecomillar con los dedos-. Ya me entiendes…
Me animó a que cogiera el teléfono y me enterara de cómo y dónde estaba mi mujer y así lo hice. Le mandé un mensaje a Laura y, casi de inmediato, contestó.
-¿Qué te cuenta?
-Sandra está en su casa –le dije mientras iba leyendo-. Se fue allí al rato de nuestra bronca y se han pasado la noche en vela. Dice que todavía está dormida.
-¿Tú cómo estás? –me preguntó Laura- ¿Dónde has pasado la noche?
-No le vayas a decir que has estado en el hostal “Sodoma y Gomorra” –bromeó Tamara que miraba la pantalla con su cara pegada a mi hombro.
-me fui a un hotel –empecé a teclear-. No estoy bien… Dar el paso no ha sido fácil y me preocupa cómo lo esté pasando Sandra pero es lo mejor que podíamos hacer. Ya sabes que esto viene de lejos…
-Ella está igual… Anoche se pimpló solita una botella de ron y nos ha amanecido con la llantina. ¿Quieres que le diga que he hablado contigo?
-En principio no. No creo que le haga gracia. Pero tú sabrás si debes hacerlo y en qué momento. Ya sabes que confío en tu criterio, nos conoces muy bien a los dos…
-¿Dónde estás?
-No estoy en la ciudad. Y no es que no quiera darte detalles, es que no tengo un rumbo predeterminado. Pero estoy bien, no te preocupes. Gracias por todo lo que sé que estás haciendo. Vamos hablando…
Tumbado boca abajo apoyado sobre los antebrazos y con el móvil en las manos, me quedé mirando unos segundos la pantalla por si Laura decía algo más. Terminó despidiéndose con emoticonos lanzando besos y respondí igual.
-Pues no, no creo que Sandra vaya a venir hoy a la playa. Seguramente se levante a la hora de comer. Las noches de ron sí que me las conozco…
-¿Y a Laura cuánto la conoces? –la miré sin entender qué quería decirme- ¿Te has liado con ella alguna vez?
-¡Ah! ¡No! ¡¿Qué dices?! ¿Es que no te he contado nunca quién es? Es la amiga de Sandra de toda la vida. Venía en el pack, por decirlo de alguna manera. Sandra, y su amiga Laura. Ha estado con nosotros en mil momentos, buenos y malos… ¡Hasta hemos dormido desnudos los tres juntos en la misma cama! –dije sonriendo al recordar esa anécdota-, pero nunca me habría liado con ella. ¿Por qué lo preguntas?
-Porque me ha resultado curioso la complicidad con la que has hablado con ella…
-Siete años de experiencias es lo que tiene… Y, como sabe cómo es Sandra, ha sabido escucharme y entenderme cuando me he desahogado con ella por alguna de nuestras discusiones…
-Hasta que me conociste a mí y empezaste a desahogarte conmigo… Solo que, conmigo, nunca has dormido desnudo –bromeó.
-Pero solo porque llevas puesto el tanga que, si quieres y te lo quitas, echamos una cabezada en tu toalla, que es más grande.
-Es que yo solo me desnudo delante de un tío si me lo voy a follar…
-Pero si llevar eso y no llevar nada es prácticamente lo mismo.
-Tú lo has dicho: prácticamente. Tal vez sea un trozo minúsculo de tela pero el límite que establece es lo suficientemente mayúsculo como para justificar que esté o que no esté.
Le eché un vistazo de la cabeza a los pies y de pies a cabeza y sentí como se me apretaba de nuevo la polla sobre la toalla y contra mi cuerpo. Estaría encantado de quitarle el tanga yo mismo. Llevaba soñando con follar con ella desde que empezamos a quedar meses atrás y, hasta aquel momento, el sentido de la responsabilidad y de la fidelidad no me lo había permitido. De hecho, ni siquiera habría bromeado sobre el tema más de la cuenta para no dar lugar a malentendidos. Pero veía aquella espalda al sol, aquel culito, sus pechos asomando entre sus brazos sobre la toalla y la excitación me arrastraba a fantasear con el polvo que le echaría en aquella misma postura.
-¿Me acabas de follar con la mirada?
-¿Tanto se ha notado? –bromeé tratando de disimular.
-No más que otras veces.
Me quedé cortado por un instante, no sabía qué decir. Vale que no haya que ser un lince para darse cuenta de cómo la miraba pero nunca imaginé que me fuera a hacer una referencia en voz alta al respecto y, menos, que aquellas palabras no sonaran a reproche sino, más bien, a curiosidad. ¿Qué le decía? Era Tamara, mi confidente, mi amiga… La chica con la que podía hablar de todo, la que me había visto desnuda el alma antes que el cuerpo. Podía ser yo mismo…
-¿Y yo qué le hago si estás tan rica, hija? Lo raro sería no mirarte.
Sonrió sin decir nada más. Como si estuviera esperando que le dijera que estaba rica, como si lo necesitara. Apretó su cara de nuevo contra mi hombro a modo de cariño y se levantó de la toalla.
-¿Vamos al agua?
Cuando me levanté de la toalla me preocupaba mi erección. Tamara ya había tenido de verme empalmado el día anterior en la misma playa pero, que me viera la poya así después de hablar de folladas con la mirada, me resultaba más íntimo y destacable. El caso es que, al levantarme, no se anduvo con tapujos y, desde que empecé a incorporarme, me estuvo buscando el rabo con la mirada. Se recreó hasta que termine de ponerme de pie y me puse a su lado y, juntos, echamos a andar hacia el agua con la vista al frente sin mediar palabra.
Después de darnos un chapuzón, volvió a hacerme una ahogadilla estampándome las tetas en la cara y, cuando salí de debajo del agua, volvió a agarrarse a mi cuerpo como un mono, Rodeándome la cintura con las piernas y sujetando sus manos cruzadas por detrás de mi cuello. Tenía la polla tan dura que hasta le servía como otro punto de apoyo, como una rama sobre la que quedarse sentada. De hecho no dudó en acomodarse para estar bien sujeta y contó con ese punto de apoyo que le brindaba mi rabo.
Oprimía sus tetas contra mi pecho y teníamos las caras tan solo a un palmo de distancia. La cogí del culo para mantenernos en equilibrio y nos sumergimos hasta quedar solo con la cabeza por encima del agua. Me perdí en sus labios y en su mirada y sus palabras me trajeron de nuevo a la realidad.
-¿Sabes una cosa? –empezó a decirme- Llevo queriendo quitarme el tanga contigo desde que nos conocemos. Más aún después de comprobar cómo, café tras café, te has comportado conmigo como un verdadero amigo y has sido un tío cabal que se ha alejado de la vulgaridad y que ha demostrado ser fiel a sus valores y a sus principios. No eres el único que follaba con la mirada –sonrió nerviosa en una pausa de unos segundos-. Me encantaría que me lo quitaras… Ahora que lo tuyo con Sandra está roto, supongo que puedes hacerlo… Si quieres…
Solté una de las manos y se la coloqué en la espalda abierta a todo lo que daba. Entonces la apreté contra mí con fuerza y me acerqué a besarla en la boca. Ella deslizó sus brazos para cerrarlos sobre mi cuello y se fundió conmigo en aquel nuestro primer beso. Luego, empecé a hacerle caricias en los cachetes con la mano que me quedaba en el culo y ella respondió frotándose contra mi polla. Cuando colé los dedos por debajo del tanga, Tamara deslió las piernas para facilitarme que se lo quitara.
-El primero de los polvos post matrimonio –sonrió-. Bienvenido al sexo sin compromiso de la soltería…