Polvo con la pelirroja bruja de penalba

Un encuentro rural con una bruxa pelirroja , y su encantador amo

POLVO CON LA PELIRROJA BRUJA DE PENALBA

Llevaba ya tiempo andando por aquellos parajes en busca de ciertos restos medievales de monacatos, monte arriba y monte abajo, sin apenas nada que llevarme a la boca y menos aún al buen príapo...

Quiso la fortuna que le buen dios de los peregrinos acudiera a mi llamada de socorro, y despues de una buena brega caminera divisé un aislado caserío al que me encaminé raudo y veloz, como las gacelas.

En la cercanías de la quintana, un paisano entrado ya en la cincuentena doblado sobre sus berzas, le saludé amablemente  y crucé con él una palabras, para a  renglón seguido ayudarle a sacar de la embarrada huerta un carretilla de buenas y sabrosas patatas, como así le hice ver a la vez que le preguntaba sobre la posibilidad de albergarme en alguna posada de los alrededores, a lo cual me dijo el buen labriego, que tal cosa quedaba aun a unas 15 leguas, y que no sabría muy bien como podía estar pues estos días son fiesta y jarana por estos lares, y podria estar llena.

Le pregunté con amabilidad si era posible me dejara previo pago, haciendo sonar la bolsa, del pajar o cuadra para pasar una noche que se avecinaba como mala.

Removió el buen paisano la boina, y tras tomar su decisión y como buen baturro, a gritos le dijo a una tal Gontrodo, que el caballero se queda de huésped con Jaezeño y la Paticorta…, la tal Gontrodo asomó su desmelenada cabeza color zanahoria por la medio puerta de la cuadra asintiendo, a la vez que me examinaba de abajo arriba y viceversa.

Me dejó el buen samaritano en manos de la impresionante pelirroja, que pronta a los mandados de su amo y señor me preparó un camastro de paja entre las dos buenas cabras, que el baturro había nombrado, y allí me quedé entre un Jaezeño que me miraba de aquella manera y la buena de la Paticorta que no dejaba de arrimarse a mí, a buen seguro para que le aliviara del dulce néctar de sus ubres.

Estaba cabeceando de un sueño cuando apareció ante mi la pelirroja de marras, para indicarme que estaba invitado por el señor de la casa a unas patatas cocidas y unas morcillas, lo cierto es que me cogió en el ensueño y con la mano metida en la faltriquera del pollón que dejaba ver su cabezón por la cinturilla del holgado pantalón.

Me levanté y fui como un rayo detrás de la propietaria del pelo de zanahoria, la cual ya ví que tiraba de unos buenos melones, y el nalgatorio es de esos de columpiarse, ó sea lavada la señora y alejado el olor a cabrerío, estaría de buen ver y mejor polvo la buena señora.

Sentados a la mesa, el amo de la casa llamó a la señora de bruxa roxa: ponnos vino  y de yantar … déndole un buen guantazo en el nalgatorio cada vez que se acercaba a la mesa, esta le miraba de mala güeyada entre la pelambrera zanahoria mentando por lo bajinis a toda su parentela.

Comíamos a buen carrillo y de beber el buen baturro trasegaba de lo suyo, y entre rutiazos, nalgadas y metidas de mano entre escote y bajo el faldamento se iba concluyendo la cena, que estaba sabrosa, hasta que el baturro se cayó literalmente encima del palto, para satisfacción de la bruxa, que le untó bien la cara de grasa, para que los cochinos y los animales de andaban sueltos por la casa le babearan bien.

Me llevó hasta la cuadra la buena señora, con la cual me pequé un buen roce al entrar en la estrecha puerta de la cuadra a la vez que mostraba su buena grupa a la hora de colocar más paja en el camastro, donde me ubiqué quedando a medio oscuras, tan solo con la luz de un candil.

El acompañamiento que tenía de camastro, tenía ganas de jarana pues el macho cabrío no hacia otra cosa que amenazarme con los cuernos y sacar la eslinga para mostrar quien mandaba en aquellos predios, la Patircorta se acercaba lo justo que le permitía la cadena, para poner al macho cabrío encendido, a la vez que me dejaba sobarle el tetamen, en ello estaba cuando de nuevo apareció la bruxa, con una poción para mí, y un cántaro y un banco para proceder al ordeño de la Patircorta.

No sé lo que sería lo que me dio, pero mi visión se iba tornando rara y extraña, ya no veía las piernas peludas de la bruxa , ni el olor agridulce del ganado, la veía sonreír detrás de aquella melenaza al viento, y chiscándome con la leche del ordeño de Paticorta, y ofreciéndome los buenos tetos de la cabra para que los chupase en ello estaba cuando sentí que buscaba mi polla ya medio enhiesta, y fue cuando me dí cuenta de que era muda, mientras yo chupaba las ubres de la Patircorta, la bruxa me ordeñaba a  mí, a la vez que veía ya no sé si era real o visiones que su ropa iba desapareciendo.

Su cuerpo estaba perlado de lunares rojos lo cual alcanzaba tambien a su cara que cuando dejé de chupar las tetas de la cabra, chupé aquellos soberbios pezones que coronaban unas no menos tetas de buen calibre. Se quitó los faldamentos y quedó como dios la trajo al mundo, y era soberbia, lo que ya no sé, era estaba ante la realidad o los efectos del potingue.

Delante de mi se puso de rodillas y se dedicó a la buena mamada, mientras se puso a tiro del Jaezeño, que se la montó el buen cabrón a la vez que me enseñaba los dientes y yo creo que hasta le crecían los cuernos y la barbas de chivo, a modo de bárbaro macho cabrío, la muy jodida bruxa hizo que en una de las acometidas me viniese un buen chorretón  que endilgué hasta lo más jondo, lo cual ella aprovechó cuando los zumajos se iban pernil abajo para refregarse bien todo el cuerpo junto lo que je había zumbado el macho cabrío, a juzgar por el olor que allí campaba.

No sé si me dormí, o que pero sentí por mi cara toda aquellas pelambrera a la vez me chupaban de nuevo la polla, y me ponían en ella un frío ungüento que del frío pasó a incendiarse el príapo, sobre todo cuando a Bruxa de dio vuelta se puso encima y se dejó caer a plomo, con un chop, chop, luego se puso a cuatro patas y me dediqué a lo que pude, metiendo allí donde había hueco, mientras de la buena me cogía de la grupa de la buena señora antes que los bellos genios y brujas que salían de la espalada de la buena señora se envolvían en los efluvios de mis corridas  y las de la señora bruxa.

Cuando me desperté me dolía la polla, que estaba morada y morcillona, por más que busqué por aquellos andrajosos predios, ni hallé al buen baturro ni a la buena jodedora que era la bruxa de color zanahoria. ¿Sería todo fruto de mi imaginación…?

Gervasio de Silos.