Polvo a la española
No te preocupes si pasan años, meses, es sólo tiempo.
Es pronto, demasiado. Esta maldita costumbre de madrugar.
Café tostadas periódico y la radio. Siempre la radio. El mismo sonido, el mismo café. Las mañanas de domingo son proclives a la melancolía, un sentimiento tranquilo y excitante.
Siempre te recuerdo los domingos. Esos domingos luminosos de resaca. Tarde, ya ni me acuerdo cuando fue la última vez que me levanté a las 10, para mí siempre nos levantábamos tarde. Parecía como si ya el día no mereciera la pena. Yo me iba a correr, tu aún te quedabas un rato en la cama, hasta que volvíamos el sudor, el pan los periódicos y yo. Sigo con esa costumbre. Correr, como si la vida no pudiera atraparme. Ahora me cuesta el doble y corro la mitad.
- ¡Dúchate!, apestas. -Y te carcajeabas con un bollo en la boca
Nunca somos conscientes de lo que la vida puede cambiar en un segundo. Las cosas que no planeas son las que marcan tu historia. Entonces tienes que improvisar, reconstruir, aceptar o negar, planear todo de nuevo. A algunos se nos da mejor que a otros, pero no podemos olvidar que la mejor vida es la que construimos nosotros.
Llegó una llamada un puestazo en un estudio para trabajar en Tokio. Lo vi en tu cara. Ninguna gracia y un fingido entusiasmo. No tenía que decidirlo en ese momento. Una semana. Una semana casi sin palabras. Intentamos mantener a raya un debate imposible, retrasar lo inevitable. Tu no vendrías y yo no podía pensar en quedarme. Solo los silencios. Cambiamos las palabras por los gestos. Sólo podía pensar en besarte, abrazarte, en hacerte el amor como la primera, como la última vez.
No vas a venir.
Sabes que no.
Y tu cuerpo era mi desesperación. Besé cada poro de tu piel, cada pliegue, cada esquina. Recorrí tu cuerpo con las yemas de mis dedos dibujándolo con los ojos cerrados. Até tus manos al cabecero de la cama. No quería que me abrazaras, no quería consuelo. Sólo tu cuerpo y esa pequeña venganza de intentar dejar un inmenso vacío en tu cama.
Sigue siendo domingo unos años más tarde de una maleta escueta y una triste mañana.
Radio exterior de España mientras troto por un parque. A la vuelta un periódico y el pan. Nada ordena nuestra vida como estas pequeñas constantes que nos recuerdan que necesitamos de una cierta rutina para sentirnos arraigados.
Nunca pensé que debía haberme quedado, como también sabía que nunca me pedirías que lo hiciera.
Suena la puerta de mi apartamento. Y allí estás apostada, quieta, nerviosa, cambiada. No acierto a decir nada.
Me empujas con un dedo y una sonrisa.
- "Dúchate, apestas" Y el tiempo pareció haberse detenido. Te miraba pasar a mi salón, estabas preciosa y yo sudaba de puro sofoco. Te giraste
Llevo planeando esto mucho tiempo- Mientras de nuevo, un solo dedo empuja mi diafragma con la precisión de un compás. ¿La ducha?
Sólo soy capaz de señalar una puerta. Me parece que ya estoy rozando el ridículo, pero sigo andando hacia atrás sin dejar de mirarte. Un chorro de agua me hace dar un salto.
Para ser tan lista te encuentro un poco torpe.
Pues yo te veo preciosa.
Si, pero no he venido a eso.
Las manos enjabonan mi cuerpo. Se deslizan por él con increíble dulzura, como tus ojos entre la distancia y la lujuria no dejan de mirarme.
-"¡Te estás poniendo roja! Casi no recordaba lo buenísima que estás. Más delgada, una pena, pero sigues teniendo un polvazo.
Esa manera tuya de ponerte ordinaria me pone a cien.
"No te rías. Seguro que las americanas esas con las que trabajan no van depiladas"- Me sientas al borde de la cama- " Has olvidado como era follar con una española".
Abres mis piernas y comienzas a dar golpes con la punta de la lengua en mi hinchado clítoris. Acompasados. Cuando espero el siguiente paras.
"Te lo voy a recordar". Por fin me besa. Lo he esperado desde que abrí la puerta. Chupo su labio inferior, grueso y suave. Siempre has besado tan bien. Nadie que ha pasado por mi cama ha besado como tú. Me volteas y comienzas a dibujar con tu lengua. Escribes en mi espalda cosas que no acabo de entender.
Busco tu boca, quiero besarte, tanto tiempo sin ti. Tu mano, lenta, recupera el pulso de mi cuerpo. Describes círculos sobre mi sexo, un dedo, dos, lentos, rápidos, presionas, rozas. Creo que no voy a aguantar más. Al borde del orgasmo me dejas, te incorporas, me miras:
Te echo tanto de menos. Echaba de menos tu olor, casi lo había perdido, el color de tus ojos, tu voz.
Retomas el trabajo. Yo ya paso, hace rato que he perdido el control, creo que desde que has entrado soy una marioneta en tus manos, sentimiento y placer mezclados, casi olvido lo que te quiero. Paras. Ya no puedo más, sabes que mi cuerpo puede ahora ir solo.
-"Solo te correrás cuando yo te deje, así que mírame, mírame!" Casi me gritas. Tan apenas puedo mirarte, te masturbas a mi lado, trato de tocarte. Tomas mi mano y usas mis dedos como si fueran tuyos. No me dejas improvisar. A mi me excita casi tanto como a ti.
De repente paras, te giras y en un perfecto movimiento presionas mi sexo ya tan a tu merced. Me miras, sudamos, juntas mi boca a la tuya y me susurras: "Ahora".
Y desaparece la angustia de tu ausencia, el abandono del sentimiento, la negación del cuerpo. Te quiero como entonces.
"No te preocupes por si pasan meses, años. Es sólo tiempo" Y siempre he sabido que lo que me dijiste era cierto.