Polvete Mañanero! Narcisa y Zabini...
Narcisa siente que el muchacho se remueve en la cama, todavía dormido pero cerca de despertar. La mujer sonríe, ufana y satisfecha, después del festín de carne que se ha pegado durante la noche
Narcisa siente que el muchacho se remueve en la cama, todavía dormido pero cerca de despertar. La mujer sonríe, ufana y satisfecha, después del festín de carne que se ha pegado durante la noche. Sentada frente a su tocador, Narcisa ya se ha duchado, y elegido el vestuario para ese día, y en ese momento está eligiendo qué collar y qué pendientes lucirá. Por lo demás, se cubre con un ligero batín de seda que apenas oculta sus nuevos pechos y sus largas piernas. A través del ve los rizos negros y apretados de Blaise Zabini, despertándose.
-Buenos días, señora-, saluda el chico negro. Narcisa sonríe.
-Anoche no me trataste con tanto respeto, Blaise-, responde, pícara. Estudia el efecto del pendiente de plata que cuelga de su lóbulo. Detrás de ella, Blaise aparta las sábanas y se pone en pie. ¡Qué músculos! ¡Qué espalda! ¡Y qué culo! Narcisa palpó toda la fuerza contenida en esos músculos, y arañó esa espalda, y apretó ese trasero para que la herramienta del muchacho se le clavara en lo más profundo del chocho. La noche fue mágica, se dice Narcisa, y lo mejor está por llegar. Disimuladamente, observa las transparencias del batín, satisfecha. A través de la vaporosa tela asoman sus aureolas claras y sus pezones erguidos. Narcisa espera que Blaise tenga energía suficiente después de la noche que han pasado y las pocas horas de sueño que se han concedido. Zabini acaba de estirar los músculos y parece que busca algo por el suelo de la habitación. Narcisa frunce el ceño. ¿No estará buscando su ropa? Narcisa desecha un par de pendientes y busca otros en el joyero. Los pasos de Zabini le indican que el chico se acerca. Narcisa se relame, y sigue haciendo que busca los pendientes.
-Lo de anoche fue estupendo, Narcisa-, dice Blaise, plantando una mano en el hombro de la bruja. Narcisa ronronea de placer. Escuchar su nombre en los labios de un amante realmente joven hace que se derrita. Los dedos de Blaise le acarician el cuello, y ella cierra los ojos. Hace décadas que no se siente tan bien atendida, así que se deja querer. Si el muchacho sabe montárselo bien, la tendrá abierta de piernas para cuando quiera.
Blaise mira el rostro de Narcisa a través del espejo. La mujer tiene los ojos cerrados. Nunca imaginó que la madre de su compañero fuera una hembra tan fogosa, tan hambrienta. Ni tan salida. Siempre había tenido una imagen errónea de Narcisa Malfoy, la que ella misma trasladaba a la sociedad. Una mujer poco accesible, altanera y orgullosa. Hablar con ella era como obtener un privilegio. Y sin embargo, por la noche y en la cama, la bruja se convertía en otra persona, ávida de placeres y deseosa de polla. La mamba negra de Blaise parecía haberla contentado, esa misma serpiente que cabecea ligeramente mientras el chico acaricia el cuello de Narcisa, dudando entre llevar una mano a las tetas de la bruja o mantener la caricia. Su polla toma el control, y le ordena ser atrevido. Los dedos de Blaise descienden un poco, y Narcisa acepta el progreso con un ronroneo más profundo. Zabini abre el batín delicadamente, devorando el reflejo de las tetas de Narcisa. Se agacha y besa el cuello expuesto. Narcisa gime y levanta un brazo para acariciar los rizos negros de su amante. Blaise amasa ambos melones, haciendo círculos con ellos al tiempo que juguetea con los pezones endurecidos de su amante.
-Hmmm, Blaise-, murmura Narcisa. La mamba negra se endurece al instante. Una transparente gota resbala por el capullo. Las manos de Blaise, algo más ansiosas, deshacen el nudo del batín, abriéndolo por completo. Narcisa tiene las piernas cruzadas, así que no puede ver la raja de la hembra, pero sí el vello oro y plata que adorna el chochito de Narcisa.
-Ven, Narcisa-, susurra Blaise al oído de su amante. Narcisa sonríe de oreja a oreja. Sí, el chaval se lo sabe hacer de puta madre. Se levanta de la silla, pensando que se van a ir a la cama. Pero Zabini parece tener otros planes. Aparta la silla y se coloca a su espalda. Narcisa siente la dureza del miembro de Blaise pegada a su grupa. La nota temblorosa. Eso la hace sentir orgullosa. Es capaz de provocar tamaña excitación en un hombre como Blaise. La gota diamantina toca la piel de sus nalgas, dejando una sensación viscosa allí donde roza. Blaise la obliga a doblarse delante del espejo. Narcisa expele un gemido, y se observa a sí misma y al pecho de su amante. Sus tetas cuelgan, esperando las manos de Blaise. Sus dientes le muerden los labios, en previsión de los gemidos y gruñidos que tendrá que callar. Está preparada, mojada desde hace un rato, en concreto, desde que Blaise se acercó a ella. Blaise levanta el batín de Narcisa, exponiendo el culo blanco a sus voraces ojos. Acerca la pelvis y empieza a rebozar la verga contra ese culo, dejándolo pringoso con su líquido preseminal. Narcisa gorgotea, meneando el trasero para que quede completamente embadurnado con los fluidos de su amante. Por un instante piensa que tendrá que volver a ducharse. Lo manda a tomar por saco cuando el cuerpo de la mamba negra repta entre sus nalgas, rozándole el ojete, hasta que siente los huevos gordos de Blaise acariciar sus labios. Narcisa aprieta las nalgas, apresando la polla negra, y se lleva una mano a la boca. Recoge la saliva que se le escapa, y se mueve lentamente adelante y atrás. ¡Por las barbas de Merlín, qué gustito! La verga no roza, encajonada entre sus cachas, así que Narcisa relaja el trasero y la mamba se escapa del contacto, sustituida por los dedos de Zabini, que hurgan en la puertita de atrás. Narcisa teme que Blaise quiera darle por el culo, práctica que teme viendo el tamaño del cipote de Blaise. Además, no quiere darle todo de golpe. Narcisa quiere que Blaise venga a joderla a menudo, así que el negro tendrá que esperar otra ocasión para taladrar su ojete. Aunque esto no quita para que Narcisa siga gozando del roce de los dedos de Blaise en su ano.
Blaise deja caer la tela transparente sobre la espalda de Narcisa. Palmea las nalgas blancas. Narcisa protesta, pero las menea delante de él. Palmea otra vez, y otra, hasta que unas marcas rojas con la forma de su mano quedan impresas en la piel de la bruja. Blaise está agitado. Su pecho es como el fuelle de un herrero, y su polla está tan tensa que tira hacia arriba de sus cojones. Narcisa pega las nalgas a su sexo, jugando y apretándolo. Lo mira a través del espejo, por donde Blaise también ve las tetas de la bruja.
-¡Dámelo!-, pide Narcisa. Una de sus manos se mete entre las piernas, buscando el miembro de Zabini. El chico siente las uñas de Narcisa raspándole los huevos. Un escalofrío le eriza la piel de medio cuerpo. La mano de Narcisa atrapa la mamba, y Zabini nota cómo la dirige a la entrada de su cueva. El capullo responde al calor que nace entre las piernas de Narcisa. Siente la suavidad de los labios mayores a medida que éstos atrapan a la serpiente, engulléndola. Narcisa va expulsando un gemido largo mientras la verga de Blaise toma posesión del coño abierto de Narcisa. Quieto como una estatua, Blaise se deja follar. Observa que Narcisa suelta el nabo, metido solo a medias, y retoma el bamboleo de antes. Adelante y atrás, solo que ahora no busca el roce de la verga en el ojete, sino el empalamiento en la estaca negra de Zabini. Los fluidos blanquecinos de Narcisa empapan la verga, resaltando su color en contraste con el chocolate oscuro de la mamba. El coño de Narcisa engulle más polla en cada acometida, y la hembra suelta un “¡Hmmpf!” cada vez que se empala en el nabo. Blaise goza. Palmea una vez más las nalgas. Narcisa le pide ayuda, implorando. “¡Muévete, Blaise!”. “¡Jódeme, Blaise!”. Zabini se echa hacia adelante, buscando el joyero de Narcisa. Al hacerlo, la mamba colma el espacio útil de la almeja de Narcisa. La mujer grita de dolor, y todavía queda un cacho de polla de Blaise que no la ha perforado. Sin poderlo evitar, las lágrimas anegan sus ojos y corren libres por las mejillas.
-¡Hostias, perdona, Narcisa!-. Blaise se incorpora, sacando media polla del coño de Narcisa. La mujer lo frena con una mano buscando las nalgas del macho. ¡Joder, qué daño! ¿Y había pensado en permitir que le diera por el culo? Narcisa se siente desgarrada, como si le hubieran metido una barra de hierro candente y no una polla vigorosa. Con un palmo de rabo dentro se siente mucho mejor. El dolor remite. Poco a poco, Narcisa menea las caderas. Sí, eso lo aguanta.
-Joder, Blaise, menuda polla tienes, hijo. Ni se te ocurra volver a metérmela así, ¿vale?-. Narcisa mira por encima del hombro al chico, que parece asustado. –Venga, vamos, empuja otra vez, pero con cuidado-. Narcisa libera la nalga de Blaise, poniendo la mano en su propia grupa. Zabini bombea, lento y con cuidado, buscando los límites de la dama. El placer borra el dolor. Zabini se olvida de su idea anterior, que era poner un colgante en el cuello de Narcisa y verlo botar entre sus tetas mientras él la penetraba. Zabini atrapa la muñeca de Narcisa. Lleva la mano a su bajo vientre.
-Fréname cuando veas, Narcisa, porque te voy a dar duro-, avisa Blaise. Narcisa crispa la mano, temblando de deseo y de anticipación. Piensa que le va a doler, pero Zabini sabe controlar cuánta mamba le mete entre las piernas. El chico se agarra a sus caderas y bombea, fuerte y seguro. Media polla entra y sale del coño de Narcisa. La mujer boquea, hambrienta, y se mira al espejo. Se le ha corrido el maquillaje, sus tetas botan como enloquecidas, y sus nalgas flanean al ritmo de las embestidas de Blaise. Entiende que el chico está siendo todo lo delicado que la situación permite. A veces nota una ligera punzada de dolor cuando la mamba entra de más, pero debe admitir que nunca una polla le ha llenado tanto el chichi. Cada meneo del muchacho toca la puerta de su útero, de tan profundo que llega. Con cuidado, y sin para el metesaca, Blaise se doble sobre Narcisa. La diestra acaricia el costado de la mujer, buscando a las alocadas tetas. Narcisa siente unos dedos fuertes aplastando la suave piel de sus glorias, en busca del pezón rebelde y saltarín. Cuando lo tocan, es como si Blaise encontrara el premio. Narcisa siente la corriente de placer y empieza a mugir como una yegua.
-¡¡¡OOOOOMMMMMM!!! ¡¡NO PARESSSSS!! ¡ME COORRRRRROOOOOO!-. Narcisa atrapa la mano que le soba las tetas, animándola a pellizcar y a aplastar, mientras los espasmos la sacuden, cerrando el chochito y enclaustrando a la mamba. Blaise crispa la mano, y en silencio, con los dientes apretados y sujetando un empellón que amenaza con partir en dos a Narcisa, se derrama en el interior del coño de la bruja, porque Narcisa aprieta con toda la fuerza de sus músculos. Narcisa siente el semen caliente buscando espacio, colmando cada recoveco que existe entre las paredes de su higo y la enorme polla del negro. Grita de júbilo, colmada y follada, acompañando los estertores de la mamba de Zabini, hasta que ambos se relajan, tratando de recuperar la respiración.
-¡Ay, Blaise! ¡Qué polla tienes!-, alaba Narcisa, sintiendo el semen del muchacho resbalar por sus nalgas y sus piernas. Su propia corrida se mezcla con la del chico. Blaise sale de ella dejando un hueco muy difícil de rellenar. Narcisa permanece doblada, con el culo en pompa, dejando que el reguero de sexo satisfecho deje de correr. Necesita una ducha, pero no está segura de que las piernas temblorosas puedan mantenerla erguida. ¡Cómo folla el chaval!