Polvazo rápido en un patio público

Un polvo rápido en un escenario improvisado convierten a mi madre en la auténtica protagonista de esta historia.

La historia que voy a contar sucedió hace bastantes años cuando tenía unos 11 años.

En este relato mi madre tenía unos 33 años, pelo castaño, algo menos de un metro sesenta y cinco, buena figura con buenas tetas, buen culo y piernas largas y torneadas.

Está muy morena ya que está finalizando el verano y acabamos de venir de tomar el sol en la playa.

Son poco más de las dos de la tarde, y voy caminando con mi madre por la calle camino de casa para comer.

No hay prácticamente nadie por el calor que hace.

Ella lleva un vestido de falda corta, con botones por delante hasta la cintura, que están desabrochados desde arriba hasta más allá de la mitad del pecho lo que permite ver la parte superior de unas buenas tetas.

Viene andando por la calle en sentido contrario al nuestro un hombre, de unos treinta y pocos años, con barba de dos o tres días, de constitución fuerte, camiseta y pantalón vaquero.

Cuando está cerca veo que la mira y sonríe de una forma rara. Para mi sorpresa ella también sonríe de forma extraña, como si se conocieran.

Sorprendentemente, ella le dice:

  • Ahora si llevo.

Y se sube rápido la falda, enseñándole las bragas para bajarse a continuación la falda.

Él se ríe y la dice:

  • Eso se arregla fácilmente.

Se acerca, la agarra por delante la falda e intenta levantársela.

Ella no se deja, tira de la falda hacia abajo, forcejean.

Se abre más el escote del vestido, se la ven más las tetas y el sostén, lo que el hombre aprovecha para meter la cara en el escote y besarla y chuparla las tetas.

Ella chilla, se gira, intentando darle la espalda, pero él con una mano la levanta la falda por detrás.

Lleva un tanga  blanco pequeño, que se le mete en el culo y deja una preciosa vista de sus cachetes morenos.

Con la otra mano la agarra el tanga por detrás, y tira de él hacia abajo hasta que se queda entre las piernas de mi madre, mostrando sus espléndidos glúteos.

Ella chilla, se gira, se retuerce, pero el hombre tira de ella hacia la entrada a un patio.

Me doy cuenta de pronto que se la quiere follar. Ella se da cuenta también, ya que se pone muy colorada y chilla varias veces:

  • ¡No no no!.
  • ¡Socorro!.

Dentro del miedo que siente, que sentimos, me doy cuenta que está excitada sexualmente.

Él se agacha y la levanta del suelo, quiere subírsela a sus hombros, pero ella forcejea, no se deja, sin lograrlo ya que el hombre logra ponerla boca abajo sobre sus hombros, poniéndose a continuación de pies, con el culo de ella por delante, al lado de su cara.

Las bragas de mi madre se deslizan por sus muslos, hasta sus rodillas, cerrándose de piernas para no perderlas.

Se la cae un zapato, los dos.

Veo el culo de mi madre, y en medio su chocho, como si fuera el centro de una diana a la que hay que acertar, a la que hay que meter un buen nabo.

El hombre la sujeta con un brazo, y con la otra mano la da un buen azote en las nalgas, luego otro y otro, cada vez más fuerte.

Mi madre no para de chillar, de mover sus piernas, pateando en el vacío.

La mete los dedos entre las piernas, por detrás, en la vagina y camina llevándosela hasta lograr meterla por la puerta del patio, yo los sigo.

Hay un banco en el centro del patio, rodeado de edificios.

Se acerca al banco, y la baja al suelo, tirando a continuación de los tirantes del vestido y del sostén hasta bajarlos a su cintura, mostrando sus tetazas de pezones grandes y aureolas casi negras, apresándola los brazos por detrás.

La agarra las tetas, se las soba, las chupa, las lame.

Mi madre no se mueve, está en estado de shock, dejando que haga lo que quiera.

La empuja y la tumba boca arriba sobre el banco, levantándola las piernas hasta los hombros del hombre.

Se la baja la falda y, al estar el tanga desplazado, la veo la vagina, cubierta por una fina tira rectangular de vello corto en la zona del pubis.

Él tira del tanga hacia arriba, se lo sube por las piernas y se lo quita, para, a continuación, desabrocharse el pantalón, mostrando un cipote enorme, grueso, del tamaño de un vaso de whisky, lleno de anchas venas azules y tieso, casi vertical.

Ella me ve, y chilla desgarradamente:

  • ¡No, no, que está mi hijo!.

El hombre no la presta atención y la ve a meter el rabo.

Mi madre vuelve a chillar, excitada, dirigiéndose a mí:

  • ¡Vete! ¡vete!

El hombre grita:

  • ¡No, que se quede!, ¡que vea como me follo a su puta madre!.

La mete el rabo en el chumino, con ganas, con fuerza, hasta el fondo.

Ella emite un sonido como si la faltara aire, sus ojos y boca están muy abiertos.

El hombre la sujeta con las manos las caderas y las piernas, que permanecen sobre los hombros de él.

Se mueve adelante y atrás con ganas, cada vez más rápido.

Veo su cipote tieso aparecer y desaparecer dentro del agujero de ella.

Una de las piernas del hombre está apoyada sobre el banco, doblada, ayudando a embestirla con más fuerza.

Oigo el ruido de los huevos del hombre que chocan con el culo de ella, así el de su polla cuando entra y sale de su vagina.

Oigo voces:

  • ¡Mirad, se la está follando!.
  • ¡Vaya tetazas!.

Levanto la vista y hay gente en las terrazas del edificio de al lado, que están viendo como se la follan.

La oigo gemir y vuelvo a mirarla.

El hombre continúa follándosela, se la folla cada vez con más fuerza.

Mi madre tiene ahora los ojos cerrados y la boca semiabierta, con la punta de la lengua entre sus labios sonrosados, enseñando unos dientes blancos y regulares.

Las tetas enormes se mueven adelante y atrás, se bambolean por los movimientos del mete-saca, con los pezones enormes, como cerezas, y aureolas casi negras.

Vuelvo a mirar arriba y en una terraza un hombre de mediana edad se folla por detrás a una mujer que, medio agachada, se apoya en la barandilla, mientras contemplan como se follan a mi madre. Tiene la falda levantada por detrás y el hombre aprovecha, agarrándola las caderas, a metérsela.

En otra terraza cuatro o cinco chicos de entre quince y diecisiete años tienen el cipote fuera de sus pantalones y se masturban con ganas, animados por el espectáculo que mi madre les muestra.

Hay una chica de unos dieciséis años con ellos que tampoco se pierde detalle. Uno de ellos la levanta la falda, ella se gira, le empuja y corre juguetona para meterse en la vivienda perseguida por el chico. La oigo chillar, la ha cogido.

Ha parado el ruido de los huevos del hombre al chocar con el perineo de mi madre, por lo que vuelvo mi atención a mi madre y a su violador.

Ya ha acabado, saca el cipote chorreando esperma blanco y denso.

Ella está quieta, su pecho sube y baja por la respiración.

Oigo otra vez chillar a la chica de antes, levanto otra vez la vista hacia una de las terrazas.

Uno de los chicos que está en la terraza grita excitado:

  • ¡Mirad, se está follando dentro a la Loli! ¡venid rápido! ¡está buenísima!

Los demás corren a verlo, se meten en la casa.

Oigo al hombre decir, con voz grave, a mi madre:

  • ¡La próxima vez será mucho mejor, zorra! ¡vete preparándote!

Echa una mirada triunfal a su cuerpo desnudo y coge del suelo el tanga de ella, se lo mete en el bolsillo y se marcha rápido sin mirar atrás.

Mi madre continúa tumbada boca arriba con el vestido y el sostén en la cintura, abierta de piernas, enseñando todo. Su vagina abierta de par en par después del polvazo que la han echado.

Después de un rato se gira, me da la espalda y comienza a incorporarse poco a poco.

La veo las nalgas coloradas y me entran unas ganas enormes de sobarlo, de follarlo, o de que se lo follen, pero eso es otra historia.

Se levanta y, con esfuerzo, se logra soltar las manos, colocándose, como puede, el sostén y el vestido.

Oigo aplausos. Son los vecinos que, desde las terrazas vecinas, han disfrutado del espectáculo porno al que han asistido gratuitamente.

Mi madre camina despacio, dolorida, sale fuera del jardín, coge los zapatos y se va como si yo no estuviera presente, pero la sigo detrás, sin decir nada.

Nunca hablamos sobre lo sucedido, como si nunca hubiera existido.