Polarium VII

En los brazos de la muerte.

Despertaron bruscamente con el sonido de la estruendosa alarma de Polarium. Ya sabían lo que pasaba.

Se vistieron rápidamente con miradas cómplices y besos fugaces que hacían que subiera la temperatura en sus cuerpos. Ambas salieron arreglándose el cabello cuando vieron a la teniente ofrecerles la mirada más terrorífica que jamás habían visto. Sam y Paula se miraron, asustadas, sin embargo, Sam le dio un rápido beso y caminó apresurada hacia la salida, seguida de Paula.

Al llegar, el salón estaba abarrotado de gente.

  • Esto es una locura – Decía Max jadeando entre la multitud – Definitivamente hasta hoy vive la humanidad.

Sam puso cara de terror y Paula se abrió paso entre la multitud.

  • ¿Qué está pasando? – Preguntó a un teniente que al parecer esperaba órdenes.

  • ¡Jasper! – Exclamó el joven aliviado. La tomó de los hombros y la sacó del bullicio – Vas a dirigir la misión a Asia. Hay cientos de tornados y tormentas al otro lado del continente y el coronel no puede posponer tu misión – Le explicó empujándola a uno de los helicópteros – Irás con tu grupo de siempre y con la teniente Ranieri.

Paula cayó de espaldas en el asiento, seguida de Max, Abel y Sam. La teniente Ranieri se subió junto al piloto y en menos de cinco minutos ya sobrevolaban el océano.

  • Sujétense bien – Gritó el piloto.

Paula se aferraba a los cinturones de seguridad y apretaba sus ojos con fuerza, mientras intentaba calmar su respiración. Del otro lado, Sam se sostenía de igual manera, pero sin quitar su mirada de Paula. Se lamentaba no haberse sentado a su lado, de no haber sido porque la teniente la detuvo al subir y le susurró al oído que se cuidara, habría subido a tiempo y entonces estaría intentando calmar a Paula.

El piloto hacía maniobras para salir del laberinto lleno de tornados que se formaron en el camino. El helicóptero se balanceaba de un lado a otro estrepitosamente. Habían pasado un buen par de horas y los chicos estaban pálidos y casi al punto de desmayo.

Aquello era una pequeña casualidad, aunque la teniente tuviera dibujada media sonrisa en el rostro.

Habían dado alrededor de unas 300 vueltas, cada vez que caían en el eje de algún tornado que estuviera cerca y tardaban unos 30 minutos en salir del remolino.

Cuando el helicóptero estuvo en tierra firme. Los chicos soltaron inmediatamente los cinturones y se fueron de bruces unos contra otros. Salieron a los golpes y cayeron desplomados en el suelo, mientras balbuceaban maldiciones y malas palabras a quien sea que los estuviese escuchando.

Paula intentaba quitarse el chaleco que llevaba encima para intentar que su cuerpo agarrara la mayor cantidad de oxígeno posible y con bocanadas inmensas de aire mecía su cuerpo de un lado a otro.

No se percató del cuerpo que se iba encima de ella, un poco torpe y le quitaba el chaleco con desespero.

  • Sam – Jadeaba Paula.

La chica logró desabrochar el incómodo chaleco y Paula pudo quitárselo. Menos mareada que antes, pudo ponerse de rodillas sobre el suelo e inhaló con fuerza.

Sam estaba sobre el suelo, respirando agitada y con los ojos cerrados.

Max y Abel se revolcaban en el suelo, mientras buscaban la manera de ponerse de pie.

La escena resultaba graciosa, aunque poco agradable para los chicos. En cuanto pudieron, se quitaron cada uno sus chalecos, tomando aire durante varios minutos.

La voz de la teniente los alertó y todos se pusieron de pie, con mejor semblante que antes.

Fue tomando una por una, varias AK-101 y se las lanzó a cada uno.

  • No les recomendaría que estuviesen alertas – Dijo notando como los chicos se colocaban las armas sobre sus espaldas – Pero es mejor que las tengan listas para disparar.

  • No sabemos disparar – Dijo Abel confundido.

  • Esto es un gatillo – Le dijo la teniente – Es lo más importante que necesitas saber.

Ambos se miraron con cierto desprecio y la teniente se dio la vuelta, haciendo una seña para que la siguieran.

  • Mira la neblina – Le susurró Paula a Sam.

La chica entrecerró los ojos tratando de visualizar y a lo lejos, muy lejos, se podía notar una pequeña nubosidad negra.

  • ¿Cómo has podido darte cuenta de eso? – Preguntó sorprendida.

  • Vi algo igual en la isla de Cuba – Le contestó – Tengo un mal presentimiento – Agregó apretando el fusil de asalto contra su cuerpo.

Sam se acercó un poco más e intentó reconfortarla con la mirada.

  • No estás sola – Le susurró.

Habían aterrizado en una de las costas de Irán, junto al mar Caspian. El aspecto de aquellos lugares, ya no le impresionaban a Paula, ni a Sam. La destrucción había llegado a un punto tan masivo, que ya no existían las grandes civilizaciones, solo pequeños pueblos.

Lo que originaba la pregunta latente en la mente de Paula ¿Dónde estaban los demás?

Nunca quiso pensar que habían muerto. Eso sí le aterraba.

Sin darse cuenta, la teniente los guiaba hacia la neblina oscura que se percibía cada vez más cerca. Habían caminado durante mucho tiempo y no se veían sobrevivientes.

  • Silencio – Dijo la teniente, deteniéndose.

Un gruñido empezó a surgir de la tierra. El suelo comenzó a vibrar despacio.

  • A la montaña – Anunció la teniente empezando a correr.

El suelo empezó a vibrar con más fuerza, haciendo que la ida a la montaña fuese más difícil.

  • ¡No! – Gritó Sam.

Los chicos se detuvieron, la montaña empezaba a derrumbarse. La teniente ya no estaba.

Se detuvieron en medio de la nada, mientras se balanceaban. Lograron mantenerse unidos, apretando con fuerza el brazo del otro.

  • ¿Por qué nos quiso llevar allá? – Preguntó Abel mientras el gruñido del suelo empezaba a disminuir.

  • No nos quiere vivos – Dijo Sam.

  • Hay algo muy extraño – Agregó Paula pensativa – Sigamos hacia allá.

Paula tenía esa mala costumbre de dejar a todos con dudas, pues nunca decía lo que pensaba, solo aumentaba la intriga. Pero ella no quería decir lo que realmente pasaba por su cabeza, hasta cerciorarse de que estaba en lo cierto.

  • Vamos rápido – Les dijo a los chicos.

El gruñido volvía a surgir.

  • ¿Qué pasa Paula? – Le preguntó en un susurro mientras bordeaban la montaña que antes se había derrumbado.

  • ¿No te parece extraño que si aquí está el centro de todo, sea posible que llegue hasta América? – Le dijo, volteando a verla.

Cuando cruzaron el último tramo, se detuvieron ante un enorme hoyo que yacía en el medio de lo que alguna vez fue un bosque.

Se veían árboles enormes derrumbados y raíces que cubrían el abismo, impidiendo ver más allá.

  • No te muevas – Le susurró Sam a Paula y con su mano hacía una seña para que Abel y Max permanecieran quietos.

Paula no tuvo tiempo de preguntar, cuando notó como las enormes y gruesas raíces que parecían descansar sobre la tierra, empezaban a moverse como serpientes.

Sam sostuvo la muñeca de Paula fuerte, mientras daban pequeños pasos sigilosos hacia atrás.

Las raíces se elevaron bruscamente y parecían mirar a los chicos.

  • ¡Corran! – Gritó Paula.

Los cuatro se dieron la vuelta y empezaron a correr por sus vidas.

Las enormes raíces se empezaron a deslizar detrás de ellos y el suelo volvía a vibrar. Enormes grietas aparecieron, impidiendo que los chicos continuaran. Se vieron encerrados y aquella cosa parecía tener vida propia.

Del abismo de las grietas salieron otro par de raíces, aunque no tan grandes como las que ya estaban acechándolos.

Empezaron a deslizarse suavemente por entre los chicos. Ignorando a Paula. Parecían acariciar su ropa y su pecho y luego pasaban de ella. Sin embargo, con los demás no fue así.

Cuando llegaron a donde estaban Abel y Max, parecieron alterarse. Las raíces se enrollaron en sus cuerpos, elevándolos en el aire.

Cuando llegaron al cuerpo de Sam, Paula la abrazó y las raíces volvieron a pasar de ella. Se soltaron del abrazo cuando escucharon los gritos de los chicos. Parecían apretarlos con fuerza. Abel estaba rojo y Max de un color morado que daba terror.

Ambas chicas tomaron los fusiles de asalto y comenzaron a disparar.

La raíz que sostenía a Abel parecía más débil, pues inmediatamente al cruzar las balas el chico cayó al suelo.

Pero la que sostenía a Max no lo soltaba y cuando estuvo a punto de hacerlo, otras llegaron tomando a Max por los brazos y piernas.

Paula disparaba a todas y Sam con lágrimas en los ojos, los cerró con fuerza cuando se dio cuenta que las raíces empezaban a halar cada miembro del cuerpo de Max.

Varios chasquidos anunciaban que ya el chico había muerto. El grito ahogado se grabó en la memoria de Paula.

La sangre se derramó sobre la tierra y los restos del cuerpo de Max fueron tragados por las grietas.

Paula cayó de rodillas al suelo, con la mirada perdida. Sam se le acercó y la abrazó, mientras mojaba la ropa de Paula con lágrimas.

  • Sam – Susurró muy bajo – Tenemos uno de estos en casa.

Sam la miró perpleja.

  • El coronel no nos dijo toda la verdad – Agregó – Y Cristina debe tener algo que ver.

Sam tomó una de las raíces cortadas a disparos y la escondió en sus bolsillos.

  • Vámonos ya – Dijo Paula, levantándose.

Durante el camino de vuelta, ninguno de los tres chicos dijo palabra alguna.

Cuando llegaron al sitio donde habían aterrizado, el piloto estaba tirado boca abajo sobre la tierra, manchada de sangre.

El helicóptero no estaba.

  • Cristina – Susurró Sam para sí misma.

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@thundervzla

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