Poemas de José Ángel Buesa (2)

Ya me lo han dicho y lo asumo: soy un romántico empedernido, lo confieso. Por eso, y mientras recupero mis archivos, comparto con ustedes otro poema de Buesa, ese excelso poeta del amor.

Como últimamente el amor se ha puesto de moda entre los que escribimos en esta página y, dado el hecho que me encanta la poesía, no solo trato de escribirla, también me gusta leerla y tengo mis autores predilectos, me tomo la libertad de traer nuevamente a José Ángel Buesa, ese autor cubano que tanto me ha inspirado a la hora de escribir mis intentos de poemas.

CARTA A USTED

JOSÉ ÁNGEL BUESA (cubano)

Señora: Según dicen, ya usted tiene otro amante.

Lástima que la prisa nunca sea elegante

yo sé que no es frecuente que una mujer hermosa

se resigne a ser viuda sin haber sido esposa,

no pretendo tampoco discutirle el derecho

de compartir sus penas, sus goces y su lecho;

pero el amor, señora, cuando llega el olvido,

también tiene el derecho de un final distinguido.

Perdón, si es que la hiere mi reproche: perdón,

aunque sé que la herida no es en el corazón

Y, para perdonarme, piense si hay más despecho

en lo que yo le digo o en lo que usted ha hecho;

pues sepa que una dama, con la espalda desnuda,

sin luto, en una fiesta, puede ser una viuda,

pero no como tantas, de un difunto señor, sino,

para ella sola, viuda de un gran amor.

Y nuestro amor, ¿recuerda?, fue un amor diferente,

al menos al principio, ya no, naturalmente.

Usted era un crepúsculo a la orilla del mar,

que según quien lo mire, será hermoso o vulgar.

Usted era la flor, que, según quien la corta,

es algo que no muere o es algo que no importa.

O acaso, cierta noche de amor y de locura,

yo vivía un ensueño…, y usted, una aventura.

Usted juró cien veces ser para siempre mía.

Yo besaba sus labios, pero no lo creía

Usted sabe –y perdóneme- que en ese juramento

influye demasiado la dirección del viento.

Por eso no me extraña que ya tenga otro amante,

a quien quizá le jure lo mismo en este instante.

Y como usted, señora, ya aprendió a ser infiel,

a mí, así, de repente…, me da pena por él.

Si, es cierto. Alguna noche su puerta estuvo abierta,

y yo, en otra ventana, me olvidé de su puerta;

o una tarde de lluvia se iluminó mi vida

mirándome en los ojos de una desconocida;

y también es posible que mi amor indolente

desdeñara su vaso bebiendo en la corriente.

Sin embargo, señora, yo, con sed o sin sed,

nunca pensaba en otra si la besaba a usted.

Perdóneme de nuevo si le digo estas cosas,

pero ni los rosales dan solamente rosas;

y no digo estas cosas por usted ni por mí,

sino por los amores que terminan así

Pero vea, señora, que diferencia había

entre usted, que lloraba, y yo que sonreía,

pues nuestro amor concluye con finales diversos:

usted, besando a otro; yo, escribiendo estos versos