Podría ocurrirte a ti

Una mujer tan normal y feliz como la que más, que descubre su auténtica y sorprendente sexualidad a los 37 años.

Tengo 37 años, y una vida entera dedicada a mi familia. Soy una mujer satisfecha de la vida que llevo, de mi marido y de mis hijos. Jamás he tenido la sensación de carecer de algo. Amo a mi marido y él me corresponde. Me gusta estar atractiva para él, y por eso cuido mi físico y a pesar de mi edad, sigo pesando los mismos 49 kilos que pesaba cuando tenía 20 años. Creo que los años me han tratado muy bien, aunque yo también he puesto mucho de mi parte para que así fuera.

Jamás he tenido interés por ningún otro hombre que no fuera mi marido, con quien llevo casada quince años. Hacemos el amor con una frecuencia que para mí es satisfactoria, y creo que para él también, y me trata siempre con ternura, delicadeza, haciéndome sentir en cada ocasión el cariño que me tiene.

Sinceramente creo que soy una mujer afortunada. No tengo motivo de queja. Por eso es para mí absolutamente incomprensible el giro que ha dado mi vida. Jamás hubiera creído que mi vida iba a dar semejante vuelco...

Suelo quedar con una cuadrilla de amigas de toda la vida. Una vez al mes más o menos salimos a cenar y a tomar algo. En aquella ocasión estábamos todas muy ocupadas en consolar a Begoña, que acababa de romper su matrimonio. Puede que bebiéramos todas algo más de la cuenta, pero tampoco era la primera vez. Estuvimos toda la noche a la "caza" de algún chico para consolar a Begoña, aunque no hubo mucha suerte. De todas formas nos reímos como nunca.

Pero ocurrió que entre los muchos candidatos que le buscamos a mi amiga uno de ellos decidió que yo le gustaba más. Él, junto con algún otro amigo se juntó a nuestro grupo y estuvimos juntos tomando copas el resto de la noche. Cuando ya se hizo tarde, supongo que se las arregló para quedarse hasta el final y acompañarme a mi casa. Yo, la verdad, es que apenas había reparado en su interés, así que me pareció de lo más natural cuando me ofreció su coche para llevarme a casa. Ya digo que yo había bebido más de la cuenta, y a mí el alcohol enseguida se me sube a la cabeza. Todo empezó como un juego que reconozco que me divertía. Recuerdo que hacía calor y yo llevaba un vestidido corto de tirantes. En el coche me acarició los muslos que quedaban a la vista y yo me limité a corresponderle con una sonrisa recostándome en el asiento. Sinceramente, no esperaba que se volviera y me besara. Me cogió desprevenida. Pero lo hizo y me gustó. Y yo respondí a su beso. Con el siguiente beso le tomó la medida a mis bragas. Entonces sin más preámbulo, me miró fijamente a los ojos y me dijo: "quítate las bragas" En aquel instante me recorrió un escalofrío por la espalda. Pude y supongo que debí haberle puesto en su sitio en aquel momento, pero me limité a obedecer y torpe y dócilmente me quité las bragas. Me las pidió con un gesto de la mano y con una sonrisa complacida me dijo: "ahora túmbate ahí detrás".

El tono era cada vez más frío, más imperativo. Y yo estaba cada vez más subyugada por lo que me decía. Me tumbé como hipnotizada en el asiento de atrás. Estuvo un buen rato acariciándome entre las piernas, comprobando lo mojada que estaba y sonriendo socarronamente. Mientras tanto, a media voz, me llamaba su putita, me decía que era una zorrita preciosa y cosas por el estilo. La verdad es que ahora todos los recuerdos se agolpan en mi cabeza y no soy capaz de describirlo con nitidez. Sólo sé que no era capaz de resistirme y que a cada palabra, a cada insulto, crecía mi excitación. Mi marido jamás me había tratado así, y yo mismo nunca hubiera pensado que aquella situación pudiera llegar a excitarme. Pero sin apenas tocarme, sólo con lo que me decía y con cómo me lo decía, estaba a punto de explotar de placer.

Se bajó los pantalones y me dijo: "ahora vas a ser una putita obediente y me vas a hacer una buena mamada". Por supuesto que obedecí y me apliqué lo mejor que pude a chuparle la verga. No practico a menudo el sexo oral, porque mi marido sabe que no me gusta demasiado. Pero yo misma estaba sorprendida del grado de excitación que me proporcionaba aquella situación. Creo que le hice una buena mamada a juzgar por sus gemidos. En cuanto noté que iba a correrse hice ademán de retirarme, pero el me agarró con fuerza la cabeza y me dijo que fuera una buena zorra y que no se me ocurriera dejar escapar ni una gota. Por supuesto me lo tragué todo. Me sorprendí a mí misma relamiéndole golosamente el capullo mientras me acordaba de mi marido y de que nunca me había tragado su semen, porque me produce cierta repulsión. Sin embargo, aquello me estaba sabiendo a gloria.

Cuando hubo terminado se puso al volante sin decir palabra. Al llegar a mi casa me pidió el número de mi móvil y yo se lo di sin rechistar. Con un gesto me indicó que saliera y yo obedecí.

Pasé tres días con los nervios de punta hasta que por fin recibí noticias suyas. Se limitó a un mensaje en el que me indicaba un día, una hora, el nombre de un hotel y un número de habitación. Nada más.

Acudí puntual a la cita. Nunca se me pasó por la cabeza no acudir. Y creo que a esas alturas él también tenía claro que yo acudiría. Cuando entré en la habitación el estaba allí, sentado en una butaca y fumando.

La puerta estaba abierta y él ni siquiera se movió cuando entré. Me dijo que me desnudara y que me quedara en ropa interior.

Luego me dijo que me tumbara en la cama boca arriba y que abriera las piernas agarrándolas por las rodillas. Al de unos minutos que a mí me parecieron horas se levantó y se acercó a mirar, rozar, oler, mordisquear, acariciar, hurgar bajo mi tanguita... Tuvo que notar la humedad que me iba empapando, pero yo seguía quieta. El deseo se hacía evidente en mi cara. Me retiró el tanga hasta donde era posible, lo justo para rebuscar en mi interior con las yemas de los dedos y provocar por fin mi primer orgasmo.

Tras un minuto de respiro me obligó a ponerme a cuatro patas. Él estaba detrás. Me bajó el tanga a la altura de las rodillas. Mi coño estaba ya muy trabajado así que recibió cómodamente los dos dedos que me quiso meter. Los sacó untados de flujo. Me los metió en la boca y los succioné con delectación. Repitió la operación unas cuantas veces. Para entonces yo empezaba a pensar cuándo me follaría por fin, porque lo estaba deseando con todas mis fuerzas. Pero aún me tocaba esperar. Su lengua rígida y nerviosa buscaba y encontraba los puntos que me proporcionaban mayor placer. Ahora era un toque rápido, ahora se demoraba, me lamía saboreando mi coño y yo creía que me voy a morir de puro placer. No tenía prisa, consiguió que me corriera por segunda vez.

A pesar de mis jadeos no me permitió tumbarme a descansar. Seguía a cuatro patas. Me soltó el sujetador y mis tetas quedaron colgando. Se tumbó para lamerlas, chuparlas, comerlas. Yo volvía a notar otra oleada de placer. Volvíamos a empezar. Seguía pensando cuándo me follaría de una vez. Justo en ese momento, como si pudiera oír mis pensamientos, me dice a media voz: "Estás deseando sentir mi polla, ¿verdad?" Tuve que contestar la verdad y le dije que sí. En realidad no pensaba en otra cosa. Me dijo que si quería que me follara tendría que ser una putita obediente. Sus palabras explotaban en mi cabeza. Lo que decía y cómo lo decía me excitaba casi tanto como lo que me hacía. Estaba paralizada. No movía ni un músculo mientras él no me lo ordenaba.

Se sentó un rato delante de mí. Sonrió y por fin se desnudó lentamente. Tenía un magnífico ejemplar de polla y estaba tiesa, preciosa. Volvió a leer mi pensamiento: "Te gusta, ¿eh?" Me la puso delante de la cara y me obligó a chupársela. Diosss, me encantaba tenerla dentro de la boca. Él se dio cuenta enseguida, no podía ocultarle nada, sé que estaba a su merced, y me dijo: "Si quieres polla, tendrás que ser una putita educada y pedirla por favor". De nuevo sus palabras me deshacían por dentro. Ensayé fórmulas educadas para perdirle lo que tanto deseaba, pero hasta que no rogué, hasta que no supliqué, no volví a tenerla de nuevo en mi boca. Bien mojada de mi saliva la retiró y se puso de nuevo detrás. Esperé unos segundos que me parecieron eternos. Por fin entró en mi coño como un cuchillo caliente cortando mantequilla. Pensaba que me iba a desmayar de tanto placer. No tardé ni un minuto en correrme. Y él seguía sin eyacular.

Empezaba a notar el cansancio, pero no me había dicho que me moviera y seguía quieta. Jamás se me hubiera ocurrido moverme sin una orden suya. Mi entrepierna estaba empapada de mis fluidos. Su polla seguía por ahí detrás, en algún sitio. Notaba de vez en cuando su capullo rozándome el culo. Estaba tan absorta en mi propio placer que no era consciente de que iba a taladrarme el culo. Estaba tanteándome el ano. Me agarró del pelo con fuerza y me ordenó callar. Puta era mi nombre de pila. Su polla entraba decidida sin que yo puediera hacer nada por evitarlo. Me limitaba a obedecer a sus órdenes de que me abriera aún más, temblando de no hacerlo a su gusto. Era como sentir un hierro candente que te abre por dentro. Quería gritar pero me había ordenado silencio. Me saltaban las lágrimas y él empezaba a bombear con ritmo, casi con furia. Me acordaba de mi marido, a quien siempre había negado el placer de mi culo. Ahora cabalgaba agarrado a mis tetas y ya no era dueña de mí. En ningún momento lo había sido. Creía que me iba a morir de dolor pero en realidad iba a morirme de placer. Un placer aún mayor si cabe. Ahora sí, por fin se corrió. Me llenó el culo de semen. Cuando me sacó la polla me caían chorretones de leche y sangre por los muslos. Me temblaban los brazos. Entonces, ignorándome, se tumbó a descansar. Tuve que pedirle por favor que me dejara tumbarme a mí también. Me dio permiso con un gesto de hastío. Me acurruqué a su lado con miedo a molestarle. Adoro a ese hombre. Adoro cómo me trata.

Mi vida es otra desde que él ha aparecido. Sólo vivo para satisfacer sus deseos. El sexo ha adquirido otra dimensión completamente distinta. Anhelo encontrarme con él, y toda mi existencia se centra en obedecerle. Soy feliz. Ahora soy realmente feliz.