Podía ser su madre
Chupando ruidosamente el capullo, masturbaba fuerte al muchacho. Poco a poco mi boca iba tragando más y más, bajando por el falo. Estaba tan eufórica que no me hubiese importado que se derramara en ese momento. El tenía los ojos en blanco, y esperaba que lo hiciera, y le acaricié los testículos para ayudarlo. Pero no lo hizo. El chico aguantó y me puse más cachonda aún.
El pasado viernes ocurrió algo especial. Tenía toda la tarde libre, así que la dediqué a hacer algunas compras. Quiero decir que estuve varias horas entrando y saliendo de tiendas de ropa, hasta que el agotamiento y el dolor de pies se apoderó de mí. Antes de eso, mientras hacía cola para pagar en una de ellas, vi al otro lado del escaparate a un amigo de mi hijo, que miraba distraído hacia dentro. No le presté demasiada atención, pero veinte minutos más tarde me lo volví a encontrar en una situación muy parecida. Mientras esperaba mi turno, pensé jocosa que quizás me estaba siguiendo, pero deseché la idea porque no tenía sentido que me espiase. Fue al salir de la última tienda cuando nos cruzamos y se paró a saludarme.
La conversación era insustancial, sobre cómo le iba a mi hijo, sobre él, nada que no supiéramos los dos. No obstante, su nerviosismo y las pocas prisas que tenía por irse, me hizo ver que realmente el chico tenía cierto interés en estar conmigo. Me invitó a tomar un café y me hizo gracia la voz engalanada que puso al hacerlo. Así que quería seducirme. La simple idea de que un chico de su edad mostrase interés en mí me halagaba y me predispuso a jugar con él.
Mientras hablábamos estiraba la espalda todo lo que podía, para que mis pechos se subiesen unos dedos. El pobre no sabía dónde poner los ojos, pero moviendo mis manos iba dirigiendo su mirada a cada parte de mi anatomía. Las ponía en mis muslos, tocaba ligeramente los suyos, me los acercaba a los pechos. Me preguntó por la ropa que había comprado, y de entre las bolsas destacaba una de una conocida cadena de ropa interior. Dejé esa la última, aumentando sus expectativas. Le enseñé sin sacarlas de la bolsa las cajitas con braguitas, liguero y medias de encaje.
— ¿Te sueles poner lencería? —me preguntó para arrepentirse enseguida.
—¡Por supuesto! —le contesté asombrada por haberlo puesto en duda—. A pesar de mi edad me gusta ir todo lo guapa que puedo. Algo hará ¿verdad?. Es evidente que no tengo el cuerpo de las chicas estas de la foto pero...
— Eres muy guapa, quiero decir, que eres muy atractiva —el pobre no daba pie con bola—. Tienes una figura muy bonita —dijo recomponiéndose.
Pensé que a esas alturas de la velada, mi joven amigo tenía material suficiente como para tocarse en la intimidad. Seguramente ya lo habría hecho antes por mí. Reconduje la conversación.
— Me suelo poner esto una o dos veces por semana. Me gusta mucho sentir su tacto en mi piel, y a mi marido le encanta también que me lo ponga.
— Tu marido es muy afortunado...
— Eres muy amable.
Cruzamos nuestras miradas y nuestras manos se tocaron varios segundos.
— Eres muy... muy... ¡Podría ser tu madre! —corté deliberadamente su atrevimiento, pero luego fui amable con él.
Cuando acabamos el café, insistió en pagar. También se empeñó en acompañarme hasta el coche. A mitad camino, qué casualidad, pasamos por su casa. Me invitó a subir para tomar una copa. Cada vez me resultaba más tierno y se hacía más joven a mis ojos. A diferencia de mi hijo, él seguía viviendo con sus padres.
— ¿No será muy raro que suba contigo, salude a tus padres, y luego entre en tu cuarto a tomar esa copa?
— Estoy solo este fin de semana. Venga, sube y descansa un poco antes de volver a casa.
Así que subí con él. Una vez arriba me puso la copa, pero siguió mostrándose muy nervioso. Estaba claro que no sabía cómo entrarme, con miedo de espantarme. ¿Cuánto tiempo llevaría con la idea de seducirme? Lo conocía desde que tenía unos dieciséis, hacía muchos años de eso. Yo también estaba nerviosa, pero verlo a él así me tranquilizaba. Yo había subido por la misma razón que él me había invitado, y las cosquillas que sentía dentro de mis braguitas me indicaban que por mi parte la fiesta podía empezar. Como la situación estaba siendo algo incómoda, le dije que me enseñara su habitación.
Entramos. Era como la de todos los chicos, con cosas de su pasado que seguramente deje ahí en cuanto abandone el nido. Me senté en la cama, apoyándome en los codos, dejando que él mirase mi cuerpo yacente. Supe entonces que no me iba a ir de ahí sin haber probado al chico. Le dije que encendiera el ordenador, que quería ver una cosa. Me senté en la silla y abrí el navegador. Le dije que quería que pusiese porno.
—¿...porno...? —se hizo el tonto.
— Sí, lo que suelas ver.
Me puso una página y entre todos los vídeos que aparecieron, pinché en uno cualquiera. El se puso junto a mí, con el pene muy cerca de mi cara. Luego le pedí que me pusiese alguno de sus preferidos y usó su clave de usuario. Ahora aparecieron muchos con doble penetración y penes en la boca, todo muy prosaico. Pero un poco más abajo encontré algo más sustancioso. Pinché en un vídeo de una mujer que aparentemente pillaba a su hija o algo así con el novio.
Comencé a hacer comentarios un tanto cándidos y a la vez picantes. El bulto en su pantalón se hacía más grande y me desabroché la blusa en silencio, hasta el ombligo. Se puso detrás y metió las manos dentro del sujetador. Me manoseó los pechos a placer, tocándome y apretando con rudeza, pero poco podía hacer habiendo tan poco hueco. Sus manos parecían estar atrapadas en mi sujetador. Le pedí que me chupara el cuello con cuidado, y se inclinó sobre mí, desde atrás, liberando así mis pechos de sus ansiosas manos. Su lengua y sus labios me erizaron la piel, acercándose poco a poco a mi boca. Cuando nuestras lenguas se encontraron, volvió a cogerme los pechos de esa forma tan necesitada, así que lo interrumpí. Con cierta dificultad los saqué, poniendo al límite la resistencia del sujetador, dejando los pezones a la vista. Llevé sus dedos a ellos y nos volvimos a besar. Primero me los acarició con cuidado, pero al ver lo pronto que reaccionaban con sus estímulos me los apretó suave, luego más intensamente. Se pusieron muy gordos enseguida y me los apretó fuerte, cada vez más. Con su lengua dentro de mi boca, gemía calentándolo más, haciendo que sus pellizcos fuesen más intensos.
Me puse de pie frente a él y me quité la blusa. Luego desabroché el sujetador y le advertí que la gravedad actuaban en mis pechos de forma distinta a como los veía en los vídeos, pero a él no le importó, pues se abalanzó sobre ellos, chupándolos con fuerza, con más ganas que habilidad. Yo tenía ya una gran necesidad de sentir esa vigorosidad dentro de mí, pero seguí jugando con él. Succionaba como un animal, y le pedí que se metiese todo el pecho que pudiese dentro de la boca, y tragó lo que pudo poniéndose muy colorado. Después le dije que usara los dientes para apretarme los pezones. Creía que le iba a estallar el pantalón.
Me senté en la cama y bajé la cremallera de la falda. Doblé un poco las rodillas para mostrar algo de muslo.
— ¿Quieres que lo hagamos con o sin zapatos?
No se esperaba esa pregunta. Si hubiese sabido lo que iba a ocurrir me hubiese puesto unos tacones más altos esa tarde, pero los que llevaba no estaban mal. El chico no sabía qué responder, le devoraba el deseo y el pánico a ser descortés. Tomé la decisión por él y me bajé la falda. Me quedé semi desnuda, con el panti marrón puesto, las braguitas negras debajo de éste y los zapatos puestos. Sabía que mi aspecto había quedado entre sexy y sórdido, pero estaba demasiado cachonda como para detenerme en ello. Le bajé los pantalones y una buena verga apareció ante mí. Sin preámbulos, la agarré con las dos manos y me la traje a la boca.
Chupando ruidosamente el capullo, masturbaba fuerte al muchacho. Poco a poco mi boca iba tragando más y más, bajando por el falo. Estaba tan eufórica que no me hubiese importado que se derramara en ese momento. El tenía los ojos en blanco, y esperaba que lo hiciera, y le acaricié los testículos para ayudarlo. Pero no lo hizo. El chico aguantó y me puse más cachonda aún.
Le pedí unas tijeras y corté las braguitas, de forma que me las pude sacar. Ahora mi sexo quedaba a la vista a través del panti, aplastado en él. Llevé su boca a él. La lengua luchaba con el nylon, pero podía sentirla perfectamente recorriéndome de arriba a abajo. El también podía saborear el flujo que estaba provocando.
— No sé qué me pasa, yo no soy así —le dije mientras sujetaba su cabeza en mi entrepierna.
Sus manos iban de los muslos a mis pechos, y apreté su cabeza con mis piernas cuando me corrí. Mis pezones se erizaron.
— Mira cómo me has puesto los pezones, cariño.
El chico estaba muy salido y se abalanzó sobre ellos, volviendo a chupar con fuerza. Pero yo estaba aún más cachonda que él, pero eso no se lo podía decir. Con la ayuda de las tijeras, me abrí el panti y dejé a la vista mi rajita. Agarré fuerte su duro y largo pene y me lo metí hasta el fondo. Se deslizó suavemente y el chico empezó a percutirme. Cada vez que su verga llegaba al fondo me hacía gritar. Notaba que me estaba llegando otro orgasmo, en un in crescendo al ritmo del chico. Podía notar cómo el capullo recorría la vagina a cada vez, desde muy profundo hasta casi salirse. Me di cuenta que él iba a llegar antes que yo.
— No te corras dentro, cielo.
— Sí, quiero decir no, descuida —dijo entre jadeos.
El chico estaba sudando y empezó a moverse más frenético. Intenté tocarme para ver si podía venirme a la vez que él, pero hice tarde, pues el chico sacó el pene y eyaculó sobre mi vientre, mojando el panti y llenando mi ombligo. Rápidamente le agarré la empapada verga con ambas manos y le hice vaciarse hasta la última gota.
Le hice prometer que no se lo dijese a nadie, mucho menos a mi hijo o sus amigos. Si cedí a mi deseo e hice el amor con él, fue porque confío en el chico y creo que mantendrá su palabra. Una hora después, aparqué el coche y me desprendí del panti, que tiré a una papelera. Luego llegué a casa, besé a mi marido y me di una buena ducha. Mientras me frotaba los restos de semen de la barriga, me convencí de que si el chico no hubiera sido un íntimo de mi hijo, hubiese llegado mucho más tarde a casa.