Poderes mágicos IV: Compras (Sexo con maduros)

Una aprendiz necesita una indumentaria adecuada, nada como ir al centro comercial para comprar y tener momentos de relax...

Perdón por el parón tan prolongado.

Poderes mágicos IV: Centro comercial

Después de lo ocurrido el otro día me di cuenta que aún me faltaban muchas cosas por aprender para comportarme como una mujer. De modo que decidí que practicaría cuando tuviera ocasión a ser más femenina y a ser más seductora. Tenía que ser capaz de transmitir lo que yo veía cuando miraba mi cuerpo al resto del mundo.

Pero lo más importante es que tenía que experimentar más con mis poderes, hasta ahora sólo me había transformado en, por así decirlo, mi versión femenina. De modo que esa misma noche, cuando me hube asegurado de que mi familia dormía probé a transformarme en otras personas, después de muchos intentos no conseguí ningún éxito satisfactorio. Transformarme en mi propio cuerpo femenino me resultaba muy fácil, casi instintivo, pero no pasaba lo mismo cuando intentaba el de gente conocida o incluso inventada. Siempre me quedaba a medias, conservando muchos elementos de mi cuerpo original o a veces ni siquiera ocurría la transformación.

Estaba claro que tendría que hablar con la bruja, si es que conseguía encontrarla. Claro que lo más probable es que fuera ella la que me terminara encontrando a mí. Y cuando eso ocurriera esperaba que pudiera enseñarme más cosas  a parte de lo que ya sabía. Hasta entonces tendría que conformarme con eso, cosa que tampoco me parecía precisamente poco.

Los siguientes días repetí varias veces el numerito de la cam con desconocidos, pero no demasiadas, no quería hacerme notar por el momento, lo que sí que hice fue grabarme a mí misma haciendo streeptease, masturbándome o haciéndome fotos en posturas sexys. Cada vez me salía mejor, aunque todo sea dicho, no necesité demasiada práctica para conseguir un buen resultado.

Conservé todo el material a buen recaudo, pues había sido descuidado al principio y lo último que deseaba es que se enterara mi familia.

Tenía que empezar a experimentar fuera de casa, donde no hubiera riesgo de que fuera cazado. Pero no tenía ropa adecuada para salir de mujer.  Decidí salir a comprarme ropa aprovechando que en época de exámenes no gastaba y había logrado ahorrar un dinerillo.

Con la excusa de ir a la biblioteca a estudiar porque quedaba muy poco para los exámenes salí de casa rumbo a un centro comercial. No me dirigí al más próximo a mi casa por si acaso, así que me fui a la parada del autobús. Ya iba transformado, lo había hecho nada más subirme al ascensor de mi casa.

La ropa que llevaba puesta no me quedaba demasiado bien, como había previsto, pero era la que tenía, la camiseta demasiado ancha disimulaba los pechos de los cuales tan orgulloso estaba. Y mi trasero desaparecía en el pantalón apretado por el cinturón en la cintura.

Para mí era una verdadera pena, ya que me encantaba mi cuerpo femenino y estaba deseoso de lucirlo y de disfrutar de él. Me senté atrás del todo, donde me solía poner normalmente; apoyado en el cristal, mirando la lluvia, normalmente no se ponía nadie a mi lado a menos que estuviera muy lleno, pero en la siguiente parada se subió un anciano que se sentó a mi lado. Era el típico abuelillo ataviado con un jersey grueso, boina y bastón.

No le presté demasiada atención, pero no tardé en fijarme en que no me quitaba ojo, pensaba que miraba por la ventana como yo, pero eran mis tetas lo que miraba. No entendía bien por qué, ya que apenas se notaba nada, pero me di cuenta en seguida del resultado que podía surgir del hecho de no llevar sujetador y del frío que hacía en Madrid en Diciembre.

El viejo se relamió los labios mientras miraba descaradamente mi camiseta con los pezones marcados. Estaba seguro de que aunque no se me hubieran marcado los pezones me estaría mirando embobado, se le veía muy salido al hombre.

Pasó así un rato, yo no sabía muy bien qué hacer, pero la verdad es que cuanto más me miraba más se estaba poniendo cachondo ese viejo a mi lado. Decidí quitarme la cazadora y apoyarla entre la ventana y el asiento para que así pudiera ver mejor, y vaya que si le gustó. Giró el cuerpo hacia mí, para mirar aún más descaradamente y se metió la mano en el bolsillo, ya sabía yo bien para qué.

Lo cierto es que yo también empezaba a notar cómo se humedecía mi interior, me hacia su lado y le miré fijamente, mordiéndome el labio y giñándole un ojo.  El pobre no se lo estaba creyendo pero cuando vio que era de verdad  aceleró el ritmo con el que su mano se movía en el bolsillo.

Pasé una mano por mi pecho acariciándolo a través de la tela, como no llevaba sujetador resultaba más fácil y placentero.  El viejo acercó su nariz y me olió el cuello, aquello normalmente me hubiera dado bastante asco, pero en ese momento estaba muy cachonda. Eché un vistazo al resto del autobús y al ver que no podía vernos nadie me levanté la camiseta mostrando mis pechos a mi acompañante.

No tardó ni dos segundos en contemplarlas y ya estaba agarrando una con su mano libre, lo hacía con bastante fuerza, como si temiera que me las fuera a meter en la camiseta de nuevo.  De modo que le cogí la otra mano y me la puse en el pecho que faltaba, dejando que manoseara a placer. Al viejo le encantaba una barbaridad, acercó su boca y comenzó a lamer mis tetas, a juntarlas y a babosearlas con su boca sin dentadura.

Aquello me gustaba mucho más de lo que imaginaba, me recorría una sensación por la columna vertebral muy leve, pero muy excitante. Sería viejo pero me daba igual, su torpe ímpetu le hacía ir más deprisa, compensando su evidente falta de sexo por bastante tiempo.

El viejo me echó hacia atrás y me apretó contra el frío cristal del autobús, había aumentado el ritmo, cosa que me estaba gustando bastante, pero cuando mejor lo estaba pasando paro sin más. Se apartó bruscamente de mi y se metió la mano en los calzoncillos dándose unas sacudidas mientras gemía lastimosamente, a los pocos segundos una mancha apareció en su entrepierna traspasando sus pantalones. Se sentó en su asiento respirando entrecortadamente, evidentemente estaba agotado.

Me llevé una decepción bastante grande, no esperaba que se fuera a correr tan pronto, pero la verdad es que en el fondo lo agradecí, porque en ese momento estaba bastante cachonda, pero nunca lo había hecho con un hombre y no estaba precisamente preparada para ello. Así que a los pocos segundos sentí que recuperaba un poco la cordura; me bajé la camiseta y me levanté, al fin y al cabo no quedaba demasiado para mi parada. Cuando pasé por delante del señor lo único que pude entenderle entre los farfulleos que soltó fue:

-Que rica… mi niña.

No le hice más caso y me bajé del autobús. Por fin estaba en el centro comercial. Di un par de vueltas por las secciones de moda. Odiaba ir de compras y más a tiendas de ropa femenina, así que no tenía muy claro donde habría ropa que me gustase. Me llevó más tiempo del que tenía planeado, pero salí con varias minifaldas, un vestido, vaqueros y varios top con mucho escote. Ahora entendía por qué las mujeres tardaban más en comprar, la variedad era mucho mayor, sobre todo si no tienes muy claro qué es lo que buscas.

Sólo me faltaba comprar la ropa interior, que parecía lo más fácil, pero estaba agotada de tanto dar vueltas, tanto probador y de cargar con tanta bolsa, así que me fui a buscar un sitio donde sentarme.

Encontré un banco libre y me desplomé como un saco de patatas. Aproveché para revisar las facturas, tenía bastante ahorrado y me habían dado dinero por mi cumpleaños pero no era cuestión de despilfarrar con la ropa. Por suerte no había salido demasiado caro, aún me quedaba encima dinero suficiente para la ropa interior y para tomarme algo, pues con la excusa de salir pronto no había tomado apenas nada para desayunar.

Salí al exterior del centro comercial a buscar un bar o algo similar y tras andar un rato vi en la acera de enfrente un pequeño local de té que olía maravillosamente bien a bollitos, normalmente no era muy goloso, pero no sabía si se debía a mi transformación o a mi hambre, pero me apetecía un buen dulce.

Entré en el pequeño local, muy cálido y acogedor, con los muebles de madera verde. Pero no había nadie sentado. Mejor para mi, que estaría más tranquila. Pedí una taza de chocolate caliente y un bollo a una mujer que apareció tras el mostrador, cuando me los sirvió volvió a meterse en la cocina, como si se sintiera incómoda en el resto del local.

Me senté a tomarme mi desayuno un poco aburrida, pero ya que estaba sola se me ocurría que podría aprovechar para divertirme un poco. Eché un ojo  para asegurarme que nadie podía verme y comencé a tocarme los pechos. Me encantaba la sensación, no importaba las veces que lo hiciera, para mi eran los mejores que había visto, del tamaño exacto de mi mano, suavesbastante sensibles, los pezones no eran demasiado oscuros ni las aureolas demasiado grandes. No podía resistirme a masajeármelos, a pasar los dedos en círculos, a tirar levemente de los pezones que ya los tenía duros.

Era un calentamiento estupendo, pues al poco de comenzar ya comenzaba a sentir como me humedecía y como mi coñito me pedía atención. La verdad es que el viejo me había sobado las tetas muy bien, pero me había dejado con un calentón encima que no era normal. Con una mano me desabroché el cinturón y metí mi mano bajo la ropa interior y a frotar mi clítoris con frenesí. Hoy no iba a ir despacio y a prolongar mi orgasmo, lo quería ahora, quería que fuera fuerte, quería chillar de placer.

Me encontraba superexcitada, me apretaba los pechos con fuerza con una mano y con la otra intentaba encender fuego en mi coño de lo deprisa que iba, estaba fuera de control, me mordía el labio para no gritar pero varios gemidos se me escapaban sin poder evitarlo. No sabía si la dependienta me estaba escuchando o no, pero no me importaba si salía a echarme la bronca, en ese momento quería acabar.

Me bajé la cremallera de los pantalones y me dejé más espacio para maniobrar, ahora me estaba metiendo un par de dedos, acariciando las paredes de mi coño con ellos, de dentro afuera… más y más. Al final no pude evitarlo y solté un pequeño grito cuando me corrí, no fue muy alto, pero con mi voz sonó muy sensual, como erotismo puro para mis oídos, cosa que me hizo excitarme aún más y prolongar mi masturbación un ratito más. Por suerte para mi no acudió nadie, ni del exterior ni de la cocina, cuando grité.

Estaba sonrojada y acalorada, afuera hacía frío, pero dentro de la tiendecita sentía como si mis mejillas fueran hornos. Bajé un poco el ritmo para finalizar mi paja y para recobrar el aliento, mis piernas aún estaban algo entumecidas por la excitación y mis pezones tiesos como estatuas.

Me encontraba muy relajada, por lo que me sobresaltó muchísimo cuando escuché la puerta del local abrirse emitiendo un tintineo de las campanas que colgaban del techo. Después de pegar un bote me apresuré a colocarme el pantalón y a sentarme correctamente para disimular. Entre la excitación, el calor, y la vergüenza debía estar más roja que un tomate, de modo que bajé la vista para que mi sedoso pelo me cubriera la cara como una cortina negra.

Escuché los tacones de la persona que había entrado, un sonido seco y suave que se acercó hacia mi mesa, alcé un poco la vista y entre mechón y mechón vi que la bruja estaba de pié, delante de mí, mirándome con una sonrisa seductora.

-Hola gatita. ¿Te has divertido?