Poderes mágicos II: Aprendiz (Auto satisfacción)

La aprendiz, ansiosa por aprender, experimenta sus nuevos poderes en su habitación cuando nadie la ve, o no...

Después de aquella tarde en la tienda volví a casa y apenas medié palabra con mi madre o mi hermana. Después de cenar me fui directo a la cama con la excusa de que madrugaría para estudiar al día siguiente.

Le estuve dando vueltas a la cabeza desde que metí en la cama, había sido algo muy extraño para mí y aún no lo asimilaba del todo. Pero por más que lo pensaba más me gustaba la idea de aprovechar este poder que había llegado a mis manos.

No conseguía dormir, a pesar de estar realmente cansado por el polvo de antes. Mi cuerpo seguí a caliente y yo muy excitado, tenía una erección de caballo bajo las sábanas que subía cada vez que recordaba lo ocurrido.

Me saqué la polla y comencé a masajearla suavemente. Seguía palpitando después de las dos corridas, aunque técnicamente sólo había participado en una. Acaricié los testículos con la otra mano mientras me pajeaba lentamente, no tenía ninguna prisa y me esforzaba por concentrarme en las sensaciones.

Comparaba como había sido cuando había tenido mi segundo orgasmo, era diferente, mis zonas erógenas eran más escasas, pero sentía el placer más concentrado, la punta de mi capullo se hinchaba enrojecida con cada pasada, mi polla palpitaba de placer.

Me acomodé los pantalones para que no me molestaran y me subí la camiseta hasta el cuello dejando así más espacio, fui acelerando el ritmo pero controlándome, tenía mucho aguante, sin embargo podía acabar rápido si me lo proponía.

A mi mente venían las imágenes de la bruja desnuda, su cuerpo sudoroso, sus enormes pechos, su piel suave, su lengua… esa lengua que me había hecho gozar como desde hacía mucho nadie lo hacía. Pero lo que más me venía a la cabeza era mi propia imagen transformado en mujer, le encantaba, era el cuerpo que siempre había deseado en una mujer. Era una versión femenina e increíblemente sexy de mi mismo.

No había tenido ocasión de fijarse demasiado, ni tampoco de experimentar en detalle, pero había sido como un flechazo, como ponerle un 10 a una mujer sólo con verla una vez.

Eché las mantas a un lado para seguir, de modo que tenía mi miembro al aire completamente tieso y mi mano agitándolo con ganas, unas gotas de líquido preseminal salieron y las restregué por la punta con un dedo dándole a mi pene más lubricación.

Estuve un buen rato en esa posición llegando poco a poco al clímax, recordaba los detalles en la piel, hacía que mi cuerpo se sintiera como se había sentido en aquella ocasión, notaba el orgasmo cerca, mis muslos se arquearon y en mi espalda sentía una sensación eléctrica de placer por la espina dorsal.

Un ruido me sobresaltó repentinamente, por instinto me tapé con la sábana, pero me sorprendió en el peor momento, aunque me había dejado de pajear para taparme estaba en el momento de no retorno del orgasmo y sentí como me corría sin necesidad de seguir tocándome, aunque me pedía a gritos que siguiera con fuerza en los instantes finales. Unos chorros casi transparentes cayeron por mi vientre, uno de ellos con tanta fuerza que salpicó mi pecho y parte de la sábana y la camiseta.

-Mierda- Pensé para mis adentros.

Miré entonces a la puerta, estaba entreabierta y había luz en el exterior, por los ruidos parecía que mi hermana acababa de salir del baño. Sin embargo, para entrar en el baño tenía que haber pasado por mi puerta. ¿Se habría dado cuenta? Vi un destello de pelo castaño pasar por delante, quizás se entretuvo un segundo, no me di cuenta, intentaba no moverme demasiado para no manchar más la cama.

Esperé un poco más y escuché como la puerta de la habitación de mi hermana se cerraba definitivamente. Qué descuido el mío, estaba tan embobado pensando en mi s cosas que no había cerrado bien la puerta.

Me levanté con cuidado y la cerré. Antes de cerrarla me aseguré que no había nadie fuera, al parecer mi hermana estaba en su habitación y mi madre seguía en el salón viendo la tele. Cerré la puerta a conciencia esta vez y me quité la ropa, tendría que aclarar la camiseta sin que se dieran cuenta.

Agarré un trozo de papel higiénico que guardaba en mi habitación y me limpié el cuerpo, después eché un poco de agua de una botella en mi mano y la pasé para aclararlo todo bien. Ya más calmado me miré, lo único que llevaba encima era el colgante que me habían regalado aquella tarde, mi pene colgaba, aún a medio hinchar.

L o cierto es que ahora que me fijaba no tenía tan mal cuerpo, tampoco estaba mal dotado, por lo que no me sentía acomplejado por ningún motivo, pero el tener un cuerpo de mujer era fantástico, tenía ganas de probarlo de nuevo.

Probé a hacer lo que me dijo la bruja, sostuve el colgante y me concentré en el cuerpo que tuve, los pechos grandes, pero no enormes, suaves, redondos, piel sedosa, un cabello largo y brillante que me recorría la espalda hasta el trasero, que era firme y poco grande. Volví a sentir esa sensación cálida tan agradable que me recorrió todo el cuerpo.

Esta vez no me hizo falta abrir los ojos para saber que había funcionado, el peso de los pechos se notaba al instante, y el pelo me rozaba las nalgas haciéndome cosquillas. Me dije a mi mismo que tendría que observar alguna vez si la transformación era gradual o inmediata.

Pero ahora no estaba para pensar en esas cosas, pasé mi mano por mis recién adquiridas tetas con mimo, porque eran bastante sensibles. Me encantaba la sensación, era excitante, pero en su justa medida, como un masaje relajante, no me explico cómo las mujeres de verdad no hacen esto a todas horas.

Los pezones se pusieron duros en poco tiempo, no eran muy grandes, tal y como a mí me gustaban, los acaricié despacio en círculos siguiendo el borde de las aureolas. El cosquilleo era gratificante, según aumentaba el ritmo sentía más y más placer.

No tardé en mojarme por abajo, no como la vez anterior que estaba chorreando pequeños hilos, ahora la lubricación se concentraba únicamente donde importaba. Decidí no empezar a masturbarme aún, experimenté a fondo la piel de mis muslos, de mis piernas, de mis pies, luego más arriba, pasando por mi vientre donde me detuve un buen tiempo. Es algo que siempre he encontrado muy erótico en las mujeres y me encantaba el tacto del mío. Hasta el ombligo resultaba sensual.

Cuando hubo recorrido todo lo que pude de mi propio cuerpo unas cuantas veces sentí que mi entrepierna me llamaba a gritos para que no me olvidara de ella. Poco a poco fui bajando la mano, sensualmente, como seduciéndome a mí mismo, o a mí misma, qué más daba.  Una fina y corta capa de vello púbico recibió mi mano al bajar, era suave y apenas se notaba, era un adorno que no molestaba ni parecía antiestético.

Con la palma entera masajee los labios superiores, lentamente, de arriba abajo al principio y más tarde en círculos. Noté como el placer se extendía poco a poco y salía de mi interior en forma de calor, como si fuera un motor.

Poco a poco le fui metiendo revoluciones hasta que mi cuerpo me pidió más, entonces abrí los labios con una mano y con la otra comencé a masajear mi clítoris. Era aún más fantástico de lo que recordaba, era como el mando de una videoconsola para controlar mi placer, lo llevaba de más a menos, acariciaba con fuerza para dejarlo bien arriba durante largos periodos mientras contenía mi boca como podía.

Mis piernas comenzaron a perder su fuerza y me puse de rodillas en el suelo, sin parar de masturbarme en ningún momento. Froté mi clítoris con frenesí, mi cadera se movía de adelante atrás al compás, mis dedos resbalaban con cada pasada que me daba.

No podía aguantar más y me metí dos dedos, era asombroso, entraron con mucha facilidad. Hacían maravillas dentro, presionaba las paredes sintiendo oleadas de placer que me recorrían el cuerpo entero, mis tetas botaban mientras me movía.

Instintivamente llevé los dedos de la mano libre a la boca y los metí acompasando los movimientos de la otra que tenía en el coño. Los saqué llenos de saliva y me los pasé por los pechos que se habían puesto más sensibles todavía.

Noté que me venía el orgasmo, pero era diferente a como lo había experimentado cuando me masturbé siendo hombre, era menos intenso, pero era más largo, más profundo, me recorría mi interior dilatando y contrayendo mis músculos de forma salvaje. Me mordí el labio para evitar gemir, pero me resultaba difícil no hacer ruido, debía de tener un aspecto muy excitante en esa postura, pero ahora eso me daba igual, estaba disfrutando de cada instante y prolongando mi orgasmo al máximo todo el tiempo que pudiera.

Al final no pude seguir moviendo mi mano más tiempo, estaba exhausta, la cabeza y el vientre me ardían. Arquee el cuerpo hacia atrás y me tumbé en el suelo aún con las piernas abiertas y mi mano acariciando levemente el clítoris que ahora estaba al rojo vivo de lo sensible que lo tenía.

Permanecí en esa posición unos minutos mientras recuperaba el aliento, me dolía el labio de tanto mordérmelo para no gritar así que lo humedecí con la lengua.

Cuando me hube repuesto me incorporé, y estiré un poco las piernas que las tenía entumecidas y me eché un poco de agua por el cuerpo para refrescarme, agotando las reservas que me quedaban en la botella.

Decidí recuperar mi aspecto normal, de modo que me di un último gusto con unas caricias por mi trasero y vientre y me concentré como lo había hecho antes. Volvía a ser yo de nuevo, y la verdad es que me sentía realmente cansado, esa noche tendría que aprovechar al máximo las horas que dispondría de sueño.

Me vestí otra vez con el pijama para irme a la cama, pero cuando estuve a punto de meterme me fijé en que la puerta de mi habitación estaba entreabierta. Muy poco, es cierto, pero unos centímetros abierta.  La había cerrado, o mejor dicho ¿La había cerrado? Ahora no estaba tan seguro.

Me metí en la cama intentando no pensar demasiado en el asunto y haciendo lo posible para relajarme, porque todo este asunto me estaba dejando cada vez más sediento de acción y con la cabeza rebosante de nuevas formas de usar el regalo.

Esperaba volver a ver pronto a la bruja y aprender más cosas, pero antes tenía tantas cosas en la cabeza...

Y sin darme ni cuenta el sueño me venció.