Podéis pasar a casa.
Extraños planes de un marido y sus amigos.
Quizá no fue una buena idea dejar a mis amigos una copia de las llaves de mi casa con la intención de que entrasen y se escondiesen en un armario del dormitorio mientras mi esposa y yo salíamos a cenar. El plan era sencillo, pero con alguno de ellos no se puede contar.
Días antes reunidos los amigos y después de tomar unas copas me fui un poco de la lengua, como muy de cuando en cuando me suele pasar y se me ocurrió decir que tras la aparente actitud tímida de mi esposa se escondía una desbocada hembra hambrienta de sexo. Como se echaran a reír mis colegas, comentando que Felicia, mi mujer, era una mosquita muerta, me armé de orgullo y les aposté cincuenta euros a que ella era tal y como les estaba contando. Aceptaron, pero me preguntaron de qué modo lo comprobarían. “Venid a casa” –les dije. Se trataba de que se escondiesen en el armario y cuando ella y yo regresáramos de cenar y tomar unas copas, ellos mismos comprobasen desde su escondrijo de espías cómo Felicia y yo nos lo montábamos en la cama, todo eso por supuesto sin que ella se diese cuenta. Ese era el trato y no otro.
Mis amigos R y L ocuparon pronto su puesto aquel sábado noche. Al llegar a casa a Felicia le extrañó cierto olor a alcohol y también a mí, que pronto comprendí que R y L abrierón el minibar para entonarse. En todo caso ella no le dio demasiada importancia a aquel olor y así nos fuimos al dormitorio, donde a media luz empecé a desnudar a mi mujer algo temeroso de que advirtiese la presencia de R y L en el armario, menos mal que a mi mujer después de unos vinos se le relajan un poco los sentidos, pero yo por un par de pistas supe que estaban metidos en el armario con la puerta entreabierta para observar bien. Felicia pronto empezó a calentarse y conociéndola como la conozco sé que tras eso en ella viene un estado frenético de excitación y necesidad sexual que, admito, muchas veces soy incapaz de satisfacer.
Por mi lado, también me excitó el hecho de saber que nos espiaban y follé con mi mujer sonriendo hacia mis amigos. Fue tanto mi entusiasmo que me corrí con rapidez, y después vino mi propio desastre, porque ellos se presentaron a tomar su ración.
Quizá no fue una buena idea dejar a mis amigos una copia de las llaves de mi casa con la intención de que entrasen y se escondiesen en un armario del dormitorio mientras mi esposa y yo salíamos a cenar. El plan era sencillo, pero con alguno de ellos no se puede contar.
Días antes reunidos los amigos y después de tomar unas copas me fui un poco de la lengua, como muy de cuando en cuando me suele pasar y se me ocurrió decir que tras la aparente actitud tímida de mi esposa se escondía una desbocada hembra hambrienta de sexo. Como se echaran a reír mis colegas, comentando que Felicia, mi mujer, era una mosquita muerta, me armé de orgullo y les aposté cincuenta euros a que ella era tal y como les estaba contando. Aceptaron, pero me preguntaron de qué modo lo comprobarían. “Venid a casa” –les dije. Se trataba de que se escondiesen en el armario y cuando ella y yo regresáramos de cenar y tomar unas copas, ellos mismos comprobasen desde su escondrijo de espías cómo Felicia y yo nos lo montábamos en la cama, todo eso por supuesto sin que ella se diese cuenta. Ese era el trato y no otro.
Mis amigos R y L ocuparon pronto su puesto aquel sábado noche. Al llegar a casa a Felicia le extrañó cierto olor a alcohol y también a mí, que pronto comprendí que R y L abrierón el minibar para entonarse. En todo caso ella no le dio demasiada importancia a aquel olor y así nos fuimos al dormitorio, donde a media luz empecé a desnudar a mi mujer algo temeroso de que advirtiese la presencia de R y L en el armario, menos mal que a mi mujer después de unos vinos se le relajan un poco los sentidos, pero yo por un par de pistas supe que estaban metidos en el armario con la puerta entreabierta para observar bien. Felicia pronto empezó a calentarse y conociéndola como la conozco sé que tras eso en ella viene un estado frenético de excitación y necesidad sexual que, admito, muchas veces soy incapaz de satisfacer.
Por mi lado, también me excitó el hecho de saber que nos espiaban y follé con mi mujer sonriendo hacia mis amigos. Fue tanto mi entusiasmo que me corrí con rapidez, y después vino mi propio desastre, porque ellos se presentaron a tomar su ración.