Poco a poco (III)

De cómo Roberto se hizo con mi culo

Recomiendo la lectura de los dos relatos anteriores a este para comprender bien la historia.

Un par de días pasaron sin que Roberto y yo volviéramos a coincidir en la red, tiempo en el cual mi cabeza continuaba debatiéndose entre la moral forjada a través de una educación religiosa tradicional y la depravación que para mí suponía el sexo solo por el morbo y el deseo, debate que preferí aparcar cuando vi que Roberto estaba online. “¿Qué tal todo?”, me preguntó, siempre tan educado, “¿Cómo te encuentras después de lo del otro día?”. Tras contarlo que lo disfruté mucho pero que me sentía muy mal, él se limitó a preguntarme si me gustaría repetir. Sin vacilar le contesté afirmativamente, a lo que él me contestó que entonces me olvidase de todo lo que pasara por mi cabeza y me centrara en disfrutar de los momentos agradables que podíamos pasar juntos. Añadió que se había quedado con ganas de probar mi culazo y había que quedar para solucionarlo. Al oír aquello hasta el pulso me tembló, porque no me había planteado hasta ese momento si aquello me podría gustar o no y así se lo hice saber. Roberto siempre tenía respuesta para todo y esta ocasión no iba a ser diferente. “Tranquilo grandullón, iremos descubriendo qué cosas te gustan y cuales no, todo con paciencia”. La conversación fue subiendo de tono y aunque le dije que no podía conectar el sonido él si encendió su cámara mostrándome lo excitado que estaba, lo que hizo que yo me pusiera burro de inmediato también. Mi mujer estaba cerca y no podía arriesgarme, por lo que la incomodidad era grande mientras veía a Roberto cómo se deleitaba masturbándose y acariciándose los testículos. Como vio que no podía participar en el juego cortó la cámara y me preguntó que cuando podríamos quedar de nuevo, que iba a ser más complicado porque sus padres volvían a casa al día siguiente. En un principio pensamos en hacerlo en el coche, idea que descartamos por incómoda y arriesgada y finalmente me propuso coger una habitación en un motel de alguna localidad cercana, que también me pareció arriesgado, pero como no concretamos nada quedó un poco en el aire.

Esa noche cuando llegué a la cama mi pareja notó que andaba firme, aunque la erección había remitido algo, el pene seguía semi erecto. “¡Vaya como vienes!” exclamó mi mujer, que sin mediar más palabras me besó de forma sugerente y acarició con malicia el bulto por encima del pijama, lo cual hizo que el mástil se levantara por completo. Le pregunté si tenía ganas de jugar, a lo que me contestó que andaba juguetona esa noche y no le importaba. Me introduje debajo de las sábanas buscando su pelvis entre sus risas hasta que buceando en la oscuridad encontré su velludo Monte de Venus. Pasé mis labios por encima de la braguita, lo que le arrancó un gemido, para después empezar a jugar con la lengua mezclando la humedad de mi boca con la que comenzaba a tener su entrepierna. Me paró en seco para quitárselas y sumergí mi cara en esa mata de vello que protegía sus labios mayores. Poco a poco cedían a mis húmedas caricias para dejarme paso a su vulva que me recibía con una importante lubricación natural que aproveché para dar un par de lametones de abajo a arriba que la hicieron estremecerse. Poco a poco me iba dedicando a su clítoris que ya había salido de su funda, mientras que con un dedo le iba penetrando su húmeda cueva. En cuestión de unos instantes me apretó fuertemente la cabeza contra su pelvis y noté como un temblor recorría sus piernas y cómo ahogaba un profundo gemido para no despertar a los críos. Salí de las sábanas y quise besarla, con toda mi cara llena de sus jugos, pero me lo rechazó. Siempre fue muy mojigata. Me puse junto a ella dándole pequeños besos en el cuello y oreja permitiéndole que se recuperara del orgasmo que acababa de tener, y le susurré si quería devolverme el favorcillo. No me contestó, tan solo se incorporó, me giró para ponerme boca arriba y se sentó encima de mí haciendo que nuestros genitales se rozasen. Me decepcionó, porque me hubiese encantado que me hubiese dado una mamada recordando la de días pasados con Roberto. En uno de esos movimientos pélvicos mi pene se introdujo gracias a la abundante lubricación y ella comenzó una suave cabalgada que fue acelerando por momentos mientras yo acariciaba sus pechos, pechos grandes y estriados tras amamantar en dos ocasiones y que me hipnotizaban en sus movimientos mientras la amazona cabalgaba. Un par de sentadas fuertes fueron suficientes para que descargase toda mi excitación en su vagina, tras lo que se dejó caer sobre mi pecho preguntándome qué había pasado que estaba tan tonto esa noche. Me limité a acariciar su cabello dejando su pregunta sin respuesta. Mientras me aseaba un poco en el baño seguía teniendo en mente el recuerdo de la felación que me había regalado Roberto unos días atrás.

Al día siguiente, a media mañana recibí una llamada de mi mujer en el trabajo. Su madre había tenido un accidente doméstico e iba a ser operada de urgencia de una fractura, por lo que se marchaba para el hospital para acompañarla y me pedía que me hiciera cargo de la casa y los niños. ¡Qué putada! pensé para mí, porque, aunque sea mi suegra, la mujer nunca se ha portado mal conmigo. Pero unos instantes después pensé que más que una putada podía ser una oportunidad para quedar con Roberto. Con mi mujer en el hospital con su madre y los niños en el colegio podríamos tener la mañana entera para nosotros. Así se lo hice saber esa noche a Roberto, pero el problema es que ambos trabajamos por la mañana. Tendríamos que idear algo para poder escaparnos. Por suerte ambos teníamos días libres disponibles por pedir aún ese año en nuestro trabajo y yo lo hice con la excusa de poder organizar bien la casa para ocuparme yo solo de ella y los niños. De esa forma mi mujer no sospecharía nada. Por desgracia para mi suegra y suerte para mí, iba a estar al menos una semana en el hospital, por lo que se abría el abanico en el que podríamos tener nuestro encuentro Roberto y yo.

Finalmente cuadramos para dos días después. Me levanté, preparé el desayuno y levanté a los críos, nos preparamos y los llevé al colegio. Pasé por el hospital para dejar ropa limpia a mi mujer (y asegurarme que no se iba a mover de allí) y volví rápidamente a casa para ducharme y aguardar la llegada de Roberto. Puntual se presentó y nada más cerrar la puerta, no perdió tiempo alguno, atrapándome la boca con un tremendo beso y un empujón que hizo que mi espalda se apoyara contra la pared del recibidor. Mientras me besaba me iba desabrochando la ropa y sus manos no dejaban centímetro de mi pecho y abdomen por recorrer. Le quité también a él su camisa, momento que aprovechó para entregarse igual que en nuestro primer encuentro a excitarme los pezones, algo que descubrí con él que me excitaba sobre manera. Cuando intentó desabrocharme el pantalón lo detuve y le dije que mejor nos íbamos a la cama a lo que asintió con la cabeza siguiéndome sin hablar hasta el dormitorio. Allí nos desprendimos de la ropa como si se fuese a acabar el mundo y nos tumbamos abrazados en la cama retomando el beso que habíamos interrumpido instantes antes. Poco a poco fue bajando besándome el pecho, lamiendo mis pezones, mi abdomen, hasta llegar a la pelvis, instante en el que se giró y subió una pierna encima de mí rodeándome ofreciéndome así su pene y sus testículos que sin dudar comencé a lamer. Comenzamos así un estupendo sesenta y nueve que me estaba llevando a cotas muy altas de excitación. Sabía bien como utilizar la lengua y los labios, mientras con sus manos tampoco se estaba quieto, y el masaje testicular combinado con las caricias en la parte interna de mis muslos me estaban llevando al séptimo cielo. Él movía sus caderas arriba y abajo penetrándome a veces tan profundo que se repetía la experiencia de nuestro primer encuentro, provocándome alguna arcada que otra. En un instante dejó de lado mi falo y mis testículos y me dio un lametón en el ojete. La sensación fue indescriptible, jamás nada ni nadie habían hurgado por tan casta zona, pero su lengua jugando alrededor del esfínter me producía un gran placer. Tras recorrer el ano con su lengua en repetidas ocasiones y ensalivarlo bien intentó introducir la punta de su lengua en él. Instintivamente el esfínter se apretó y le resultó una tarea imposible. Roberto se incorporó un poco y me pidió dulcemente que me relajara y me permitiese disfrutar de la comida de culo que me iba a dar. Y así fue, intenté no apretarlo y me abandoné a la sensación de su lengua follándome literalmente por el culo, tanto que hasta abandoné las atenciones a su pobre rabo que quedó huérfano de boca.

Una vez que Roberto vio que había conseguido relajarme me descabalgó y se introdujo entre mis piernas alojando mi pene en su boca a la vez que apretaba con suavidad mis testículos para de repente y por sorpresa, introducir la punta de su dedo índice en mi puerta trasera. No sentí dolor, pero si una sensación muy extraña, agradable, pero extraña. Llegado ese momento me preguntó si estaba molesto, a lo que le contesté que no. Me preguntó si quería que siguiese y simplemente levanté un poco mis caderas para facilitarle la labor, gesto que entendió perfectamente, continuando con una lenta mamada a mi rabo e introduciendo su dedo cada vez más profundamente en mi ano. Cuando consideró que ya me había acostumbrado a su dedo introdujo un segundo dedo, y ahí sí que sentí una punzada de dolor que hasta hizo que mi erección bajase un poco. Escupió sobre el agujero y sobre sus dedos y retomó tranquilamente las caricias en mi ano. El dolor fue dando paso lentamente a una sensación placentera que hacía que quisiera que me penetrase más profundo, más intenso. Cuando Roberto observó que mis gemidos iban en aumento se incorporó mirándome fijamente, agarró mis tobillos y levantó mis piernas hasta apoyarlas encima de sus hombros. Un escalofrío me recorrió toda la espalda, deseaba en ese momento que me penetrase, pero me daba mucho miedo también que me hiciese daño. Escupió de nuevo sobre su mano y la pasó por la entrada de mi culo y repitió la operación lubricándose la punta de su rabo y todo el tallo. Respira y relájate, verás como lo disfrutas me dijo, mientras apoyaba su capullo sobre la entrada de mi ano. Sentí una fuerte presión, cerré mis ojos, y noté como el esfínter cedía ante el empuje de Roberto. Sentí dolor, una fuerte punzada, pero lo que más me sorprendió en ese momento fue que me entraron unas ganas enormes de defecar. Luego ya he visto que es normal y que no es preocupante, pero en ese momento me asusté e instintivamente apreté el ano lo que me produjo mucho dolor. Roberto inmediatamente se retiró y me pidió calma y tranquilidad, ofreciéndose a dejarlo si yo quería. Le conté lo que me había pasado y me dijo que era normal, que no me preocupase.

Retomó entonces las tareas de lubricación y volvió a presionar con su glande la entrada hasta que poco a poco fue cediendo sintiendo ahora una leve punzada y una gran tensión en el esfínter. Apretó un poco más y sentí como me llenaba por dentro cuando introdujo la mitad del tallo. Se detuvo y me preguntó si todo iba bien. Asentí con la cabeza y me dijo que iba a aguantar un poco ahí mientras mi cuerpo se adaptaba al intruso. Pasados unos instantes se retiró unos centímetros para a continuación volver a empujar suavemente y ahí se me escapó un gran suspiro al sentirme completamente lleno por dentro. Aunque sentía un escozor descomunal, la sensación de esa presión dentro de mi era muy agradable. Poco a poco comenzó un leve movimiento de entrada y salida que era ciertamente doloroso, pero que a medida que iba avanzando y retrocediendo dentro de mi me producía cada vez más placer. De repente inclinó su cuerpo hacia delante acercando sus labios a los míos para besarme, haciendo que mis rodillas entrasen en contacto con mi pecho, provocándome así una sensación de total exposición a él, lo que me resultó muy excitante. Me besó de forma cariñosa susurrándome que me iba a hacer suyo, y así fue, porque de repente noté como sus testículos se aplastaban contra mi culo, señal de que había conseguido introducirse por completo en mis entrañas. Comenzó lentamente a follar mi culo haciéndome sentir mucho placer cuando presionaba la próstata, y aunque las punzadas de dolor no cesaban, el placer superaba con creces al sufrimiento al que estaba sometiendo a la zona rectal. EL ritmo del bombeo era creciente, hasta que de repente salió de mí, dejándome una sensación de vacío instantánea, que rápidamente compensó introduciendo y sacando su capulla de mi ano en repetidas ocasiones. Comenzó a decirme que tenía un culo estupendo, muy estrechito y placentero y que me lo iba a dejar bien preparado para follárselo siempre que quisiera. Siguieron embestidas cada vez más fuertes mientras mis rodillas golpeaban mi pecho y notaba como sus bolas golpeaban mi culo. El sudor fruto de su esfuerzo goteaba sobre mi cara y al abrir los ojos vi en su rostro que estaba a punto de correrse, y no me equivocaba, porque en unos instantes se retiró y llenó mi pene y mis testículos de una abundante corrida. Inmediatamente bajó mis piernas y se abalanzó sobre mi rabo, que había permanecido flácido durante toda la penetración a pesar del gran placer que me había proporcionado, y en segundos consiguió con sus labios y lengua que alcanzase una importante erección. Bastaron un par de minutos para que estuviese a punto de eyacular, lo cual le avisé y en lugar de retirarse realizó un par de movimientos profundos haciendo que todo mi semen fuese a parar dentro de su boca proporcionándome un inmenso placer.

Quedamos los dos tumbados boca arriba en la cama, jadeando y sudando hasta que me preguntó qué me había parecido. Le dije que me dolía bastante, pero que me lo había pasado genial, a lo que me contestó que era algo normal la primera vez, que poco a poco iría disfrutándolo mucho más sin dolor. Me besó apasionadamente durante unos instantes y fuimos a darnos una ducha. Me ayudó a limpiar y curar con delicadeza mi ano mientras me preguntaba si me gustaría hacérselo a él. La verdad no supe qué contestar, tan solo le dije que nunca había follado un culo, lo cual le sorprendió, porque tenía de mi la imagen de machito, confesándole por mi parte que mi vida sexual no había sido muy extensa, como podía comprobar por mi respuesta. Tan solo me dijo “Pues tendrás que probar”.

Nos vestimos, llevamos la ropa de cama llena de fluidos corporales y algo de sangre a la lavadora y nos despedimos con un buen beso con la promesa de encontrarnos nuevamente.

Pasé el resto del día solo ocupado en cosas de la casa hasta que a media tarde recogí a los niños del colegio y pasé la tarde con ellos supervisando las tareas que tenían que hacer, mas luego el baño, la cena y por fin cuando los acosté y hablé por teléfono con mi mujer reflexioné sobre lo sucedido. Roberto llevaba razón, los hombres somos muy morbosos y diferentes a la mayoría de las mujeres en el plano puramente sexual. No debía arrepentirme por disfrutar plenamente de mi sexualidad, lo cual no quitaba que tuviese un gran sentimiento de culpa por haber traicionado la confianza dentro de la pareja.

Hubo algunos encuentros más, en los que Roberto me fue descubriendo experiencias inolvidables, pero esos ya los contaré en otros relatos.