Poco a poco (II)

De cómo fue mi primer encuentro con Roberto

Recomiendo la lectura de la primera parte de este relato en el siguiente enlace para ponerse en antecedentes de lo aquí narrado.

https://www.todorelatos.com/relato/174016/

Pasaron unos cuantos días hasta que Roberto contestó a los mensajes que le había ido dejando en el Messenger. Cuando me contestó aún continuaba muy enfadado y aunque yo entendía perfectamente su enfado, intentaba hacerle comprender mi situación de hombre casado que tenía mucho que perder si se hacían de dominio público mis intimidades. De forma acertada me contestó que poco lo debía conocer si pensaba que él era capaz de hacer tal cosa. Afirmaba que jamás le haría a nadie algo así porque él era el primero al que tampoco le interesaba salir del armario. Insistía en intentar conocer mi identidad y me daba nombres como si de rellenar un boleto de lotería se tratase, a lo que yo contestaba con evasivas o con bromas que a él no parecían en realidad hacerle mucha gracia. Llegado un momento me amenazó con bloquearme y no volver a tener contacto conmigo si no le revelaba quien era. Quedé en silencio unos instantes, sopesando las consecuencias que podía tener para mi que todo aquello se torciera de la peor manera posible, pero es bien conocido que cuando los instintos más primitivos como los sexuales dominan, da igual lo que la mente pueda razonar. “¿Cómo podríamos hacerlo para vernos?”, le pregunté. La contestación de Roberto no se hizo esperar: “Tomar un café no hace daño a nadie”. Otros instantes de silencio hasta que me decidí a contestarle concertando una cita en una cafetería de un centro comercial donde cualquiera podría pensar que habíamos coincidido de forma accidental a la tarde siguiente. Pero claro, él quería saber con quién se iba a encontrar allí, porque ya lo habían dejado tirado en alguna que otra ocasión en citas a ciegas y no estaba dispuesto a ello. Pensé que llevaba razón y por fin le dije quién era yo. No contestó de inmediato, se tomo su tiempo para finalmente preguntarme: “¿De verdad me lo estás diciendo, o esto es una broma de mal gusto?”. No entendía por qué preguntaba aquello, pero cuando le insistí en que era real, me contestó que jamás se lo hubiera imaginado, que siempre me había visto como un hetero sin remisión, que su radar detector había fallado en esta ocasión, expresión que me hizo mucha gracia. Me confesó que en alguna ocasión se había planteado buscar algún tipo de acercamiento conmigo, porque le atraía, pero que tuvo miedo a ser rechazado y finalmente siempre desistía de ello.

A la tarde siguiente me presenté puntual a la cita y Roberto ya estaba esperándome sentado en la terraza de la cafetería. Al verme, se levantó y retirando sus gafas de sol me saludó con un apretón de manos que casi me corta la circulación de la fuerza con la que lo hizo. Con una amplia sonrisa me dijo que no terminaba de creerse que todo aquello fuera verdad y que hubiese tenido valor para presentarme finalmente. Le contesté que tomar café con un viejo amigo no implicaba nada, a lo cual el contestó con una carcajada contestándome que ya estaba echándome atrás. Pedimos nuestros cafés y entre cigarrillo y cigarrillo íbamos recordando anécdotas de juventud sin hacer referencia alguna al motivo real por el que habíamos vuelto a encontrarnos después de tantos años. Roberto fue muy discreto y educado en todo momento y yo correspondí de la misma forma. El reloj avanzaba con celeridad y ambos teníamos otros compromisos que atender, por lo que acordamos concertar en otro de nuestros cibernéticos encuentros una nueva cita, sin especificar el tipo de cita que sería. Y así fue, unas noches después coincidimos en el chat y charlamos acerca de lo agradable de nuestro encuentro y que se nos había hecho corto a ambos, hasta que llegó el momento de decidir qué íbamos a hacer a partir de este estado de las cosas. Roberto me tranquilizó diciéndome que no pasaba nada si no quería que nos viésemos más, que entendía mi situación y que sabía lo difícil que podía ser para mi dar el paso de tener un encuentro sexual con él, pero que la decisión final era mía. Que él estaba decidido, porque desde siempre había sentido cierta atracción por mi y que la pelota estaba ahora en mi tejado. Trató de convencerme diciéndome que sólo haríamos aquello que me apeteciera, con total respeto en cada momento a lo que fuese apeteciendo y que bastaba con decir que no si algo no gustaba. En resumen, intentando tranquilizarme y animándome para encontrarnos de forma más íntima. Me dijo que no había problema en quedar en su casa, porque sus padres, con los que vivía, estaban fuera unos días en casa de unos familiares y tenía la casa para él, así que en esa semana cuando yo quisiera. Le contesté que me lo pensaría y le contestaría en breve. Y así lo hice, tras mucho darle vueltas y alguna noche durmiendo con dificultad, sobre todo por los remordimientos, me decidí a citarme con él una tarde en su casa. No estaba lejos de la mía, por lo cual fui dando un paseo tranquilamente. Era ya primavera y la tarde era agradable, con un aire fresco que calmaba el sudor que recorría mi frente a causa de los nervios que me llevaban atenazado. Llamé al portero electrónico y me abrió. Se me hicieron eternos los segundos que tardó el ascensor en llevarme hasta la planta en la que Roberto vivía. Al abrir la puerta del ascensor me esperaba con la misma sonrisa que días antes en la cafetería. Otro apretón fuerte de manos, en señal de seguridad en sí mismo y una invitación a pasar al piso. Nada más entrar me ofreció amablemente si quería tomar algo y le acepté un trago de agua, porque llevaba la boca reseca, probablemente del estado de nervios en el que me encontraba. Se sonrió y me invitó a tranquilizarme, que solo pasaría lo que yo quisiera que pasara. Pasamos al salón, que me recordaba a aquellos salones absurdos que nuestros padres usaban sólo para las visitas y que podría haber pasado por ser el decorado de esa serie de televisión en España que nos recuerda las décadas pasadas.

El sofá era confortable y la compañía se esforzaba por hacer agradable la situación. Charlamos de cosas sin importancia, intentando Roberto que me sintiera poco a poco más a gusto y me fuera relajando. He de decir que Roberto es una persona de verbo fácil y creo que él también estaba algo nervioso, porque su incontinencia verbal, más que tranquilizarme creo que me puso incluso más nervioso. Después de más de media hora de charla y viendo que la situación no avanzaba en el sentido que esperábamos me preguntó si quería marcharme, a lo que tras unos momentos dubitativo le contesté que era lo mejor, que le agradecía enormemente el interés que había mostrado y el trato que me había dado, pero que el miedo y sobre todo el remordimiento constante de engañar a mi mujer hacía que fuese la decisión más lógica. Contestó que me entendía y me pidió que de todos modos no perdiésemos el contacto y nos viéramos de vez en cuando como viejos amigos, a lo que asentí con la cabeza, porque era incapaz ya de articular palabra. Se levantó para acompañarme a la puerta invitándome a que fuese yo delante de él entre la abigarrada decoración de la estancia.

Justo en el momento que estábamos frente a la puerta me cogió de mi brazo derecho con firmeza y al ver mi cara de sorpresa, mirándome fijamente a los ojos aflojó su mano y ascendió con ella acariciando mi brazo. He decir que soy bastante más alto y fornido que él, por lo que su cabeza miraba hacia arriba buscando mis ojos y su mano continuó acariciando hasta llegar a mi cuello, del que con delicadeza tiró hacia abajo buscando que sus labios se encontraran con los míos. Un sudor frío me heló por completo y me limité a cerrar los ojos y dejar que su boca encontrara la mía. Su brazo derecho abarcó mi cintura e hizo que mi cuerpo se apretara contra el suyo mientras nuestras bocas entreabiertas se encontraban y fundían en un beso que me estaba resultando muy agradable. Roberto entreabrió sus labios y el contacto se convirtió en algo mucho más húmedo y excitante al tiempo que apretaba su cuerpo con el mío haciéndome sentir en calor de su torso sobre mi vientre. Llegado un momento nuestras tímidas lenguas hicieron acto de aparición y poco a poco el beso fue convirtiéndose en más pasional, haciendo que mis brazos, que quizá a consecuencia de la sorpresa habían permanecido inertes, abrazaran su menudo cuerpo correspondiendo así al cariñoso abrazo que él me ofrecía. Fueron unos minutos intensos en los que el beso cada vez se volvía más lujurioso, en el que sus manos comenzaban a recorrer mi espalda y mi pecho haciendo que se me erizase el vello hasta que su mano izquierda fue descendiendo por mi espalda hasta llegar a ese lugar donde pierde el nombre, momento en el que se le escapó un leve gemido que me hizo estremecerme. Nos separamos por un momento y abrí los ojos y vi cómo me miraba con una cara de lujuria que me hacía presagiar que aquello no iba a terminar así. En ese instante me preguntó si aún quería marcharme, a lo que mi respuesta fue continuar besándolo, lo que el entendió perfectamente como que tenía vía libre para hacer conmigo lo que quisiera, y vaya si lo hizo.

Mientras nuestras bocas se entregaban a un intercambio de saliva yo acariciaba su nuca y su espalda, mientras Roberto se dedicaba a desabotonar mi camisa y acariciar mi velludo pecho hasta que encontró mi pezón derecho, el cual se dedicó a acariciar suavemente haciendo que un calambrazo recorriese mi espalda. Inmediatamente abandonó mis labios para entregárselos a mis pezones que respondieron rápido a la húmeda estimulación que les estaban proporcionando, poniéndose totalmente erectos, como jamás los había visto. Simultáneamente, mi pene, que había estado completamente dormido, seguramente presa del miedo y nervios que había estado sintiendo en los momentos previos, reaccionó, y pese a que no es muy grande, más bien todo lo contrario, alcanzó una notable erección, que presionaba con fuerza los jeans que vestía. Con su mano izquierda apretó mi trasero contra él, momento en el que nuestras pelvis se apretaron la una contra la otra, sintiendo como Roberto disfrutaba también de una importante erección, lo que me excitó sobremanera. Sin dejar de lamer y mordisquear mis pezones y mientras mantenía el sobeteo de mi culo con su mano izquierda bajó su mano derecha hacia la zona donde los penes de ambos pujaban por salir de su encierro y la posó sobre mi bulto. Fue una caricia sutil al principio, que me hizo lanzar un leve gemido, pero a continuación lo abarcó con su mano apretándolo, provocando que lanzase un gran suspiro debido al placer que me estaba proporcionando. Imité su movimiento y mi mano bajó buscando su pene, que al palparlo noté que tampoco era muy grande, pero sí más que el mío. Al notar mi caricia, Roberto introdujo su lengua en mi boca de forma que casi me ahoga y al sacarla separó su cabeza no sin antes morder mi labio inferior. Se quedó mirando hacia abajo deleitándose en como nos acariciábamos mutuamente. Sin decir ni una palabra me cogió del cinturón y me arrastró de nuevo al salón sesentero y se acercó al gran sofá de la sala, sentándose en él, momento en el cual comenzó a desabrochar mi cinturón y el pantalón, que dejó caer a los tobillos mientras acercaba su morbosa boca al bóxer que mantenía cubiertos mis genitales. Sacó su lengua y mirándome a los ojos la pasó por el perfil de mi rabo que ya había manchado el calzoncillo de líquido preseminal debido al gran estado de excitación en el que me encontraba.

En ese momento Roberto me susurró: “Parece que no te está desagradando grandullón”. Acto seguido bajó el bóxer con ambas manos permitiendo que mi pene y testículos quedasen al descubierto lanzándose de inmediato a lamer con la punta de su lengua mi glande. Se levantó y llevó su lengua llena de mi precum a mi boca, la cual acepté con agrado, resultándome una situación llena de morbo. A la vez aprovechó para desabotonar su pantalón e igualar la situación. No pude evitar llevar mi mirada hacia su herramienta, la cual comprobé que estaba circuncidada y también lucía brillante debido a la humedad de la excitación. La limpió con sus dedos y me los dio a probar mientras volvía a sentarse para sin aviso introducir mi pene en su boca. El gemido que se me escapó fue monumental. A pesar de que mi mujer en ocasiones me había practicado una felación, con mucha desgana y más por empeño mío que por motivación propia, la sensación de esa boca caliente y húmeda alojando mi pene no tenía comparación alguna con cualquier otra situación. Comenzó a recorrer toda su longitud con la lengua, a acariciar suavemente el prepucio con sus labios, a introducírsela lentamente hasta tocar mi velludo pubis con su nariz. A la vez acariciaba con una mano mi trasero y con la otra masajeaba mis testículos, caricias que me estaban volviendo loco. De repente comenzó con un ritmo cadencioso a chupar el falo y siempre mirándome a los ojos, lo que me excitaba aún más. No tarde más de dos minutos en decirle que paraba porque estaba a punto de alcanzar el punto de no retorno. Sin perder el contacto visual se levantó y puso sus manos encima de mis hombros empujándome hacia abajo, gesto que entendí rápidamente, arrodillándome delante de él, que volvió a sentarse en el sofá ofreciéndome su inhiesto pene. Era mi primer rabo, lo miré con miedo porque temía hacerle daño, pero acerqué lentamente mi boca a él comenzando por lamerle el glande, como minutos antes había hecho Roberto con el mío. Estaba un poco reseco, quizá por la circuncisión, pero rápidamente lo lubriqué con mi saliva y parece que lo estaba haciendo bien, porque Roberto gemía como respuesta a cada caricia de mi juguetona lengua. Poco a poco comencé a introducirla en mi boca, y un leve quejido salió de su boca, advirtiéndome que tuviera cuidado con los dientes. Tras pedirle perdón continué introduciéndome su rabo poco a poco hasta que una arcada me detuvo. Me tranquilizó y me pidió que siguiera a mi ritmo, cosa que hice, lo que no impidió que a veces, dada mi inexperiencia llegará más allá de mis, por entonces, reducidos límites y volvieran las arcadas, cosa que no parecía disgustarle porque en cada una de ellas, las babas que se producían lubricaban el tallo de su falo aumentando así el placer que le daba en cada embestida.

Probé también a imitar su masaje en los testículos, cuya piel depilada por completo estaba muy suave y comprobé que estaban bien duros. En un momento me agarró la cabeza con ambos manos y comenzó a marcar él el ritmo con el que quería que continuase la mamada, comenzando así a follarme literalmente la boca. He de confesar que pasé unos momentos algo desagradables, porque había instantes en los que me faltaba la respiración, las arcadas eran continuas y los ojos me lloraban del esfuerzo, pero la excitación que sentía en aquel momento podía con todo. Estuvo así unos minutos hasta que me preguntó dónde quería que me echara su carga de semen, a lo que inmediatamente y sin pensarlo contesté que en la cara. Sacó su rabo de mi boca y me golpeó con el un par de veces en las mejillas para tras un par de sacudidas comenzar a lanzar chorros de semen que me recorrieron la cara de arriba abajo, la nariz, la boca, los ojos mientras bramaba como un animal del placer que estaba sintiendo.

Yo tenía la respiración tan acelerada como la de Roberto y mi cara debía ser un poema, con los ojos llenos de lágrimas y la cara llena de su leche caliente. Tras unos segundos me hizo levantarme y agarró mi pene para masturbarlo mientras con su lengua recorría mi cara recogiendo los restos de semen que había dejado en ella para a continuación buscar mi boca para compartirlo conmigo en un lascivo beso. El gran morbo de la situación bastó para que en solo unos envites de su mano mi rabo explotase y me proporcionase el orgasmo más intenso que había tenido en mi vida.

Caímos ambos rendidos en el sofá y tras unos segundos en silencio Roberto comenzó a reírse diciéndome que menos mal que estaba cortado y tenía miedo, que ni una buena puta le habría dado la mamada que yo le había proporcionado minutos antes. Sonreí como respuesta y debí ponerme colorado, porque rápidamente me dijo que no me avergonzase, que había estado muy bien y que no debía preocuparme por nada de lo que allí había pasado.

Me invitó al baño a limpiarme y me ofreció una bebida refrescante que con gusto acepté. Creo que en ese momento Roberto notó que tras bajar la excitación comenzaban a aflorar en mí sentimientos de culpa, por lo que se apresuró a pedirme que no me preocupase, que había sido solamente sexo, que no lo mezclara con los sentimientos que podía tener hacia mi pareja. Tras apurar la bebida nos despedimos porque el tiempo de la excusa que había puesto para escaparme de casa estaba a punto de expirar. Quedamos en hablar tranquilamente a través de Internet cuando pudiéramos.

Cuando regresé a casa fui inmediatamente a la ducha con la excusa de que venía acalorado con la mirada agachada, pensando en que llevaba la culpa grabada en los ojos y no quería que me los viesen. Me froté con rabia, sintiéndome muy sucio y lleno de rabia por los remordimientos que taladraban mi cabeza por lo que había pasado en las horas anteriores. En un rato la cena estaba lista y nos sentamos toda la familia a la mesa. Por suerte la batalla que supone comer con dos críos de corta edad entretuvo mi mente durante todo el tiempo que duró la cena. Una vez acostados los retoños y recogidos los restos de la cena y la cocina mi mujer comenzó a contarme no sé qué historia le había sucedido en el trabajo, pero realmente no la escuchaba. Por mi cabeza tan solo pasaban una y otra vez las imágenes de lo sucedido esa tarde con Roberto. Con la excusa de que estaba muy cansado me fui a la cama antes que ella y evité así tener que mantener una conversación cara a cara por miedo a que viese la culpa en mi rostro. No pude dormir aquella noche, mi cabeza era un hervidero de sentimientos que iban y venían. Por un lado, le daba la razón a Roberto en separar el amor del puro sexo y por otro me sentía una mierda por haber fallado a la confianza que mi pareja tenía puesta en mí. Esa sensación a día de hoy sigue estando latente por mucho que intente racionalizarlo.

Un par de días después volvimos a coincidir en el chat Roberto y yo. Me preguntó cómo me sentía después de lo que había pasado y una vez que lo puse al día de mi desazón, él simplemente me preguntó si quería repetir, porque se había quedado con muchas ganas de probar mi culazo. Mi respuesta fue un rotundo sí.

Si el relato es del gusto de los lectores y tengo el tiempo necesario para redactarlo os contaré cómo fue nuestro segundo encuentro.