Poco a poco (I)

De cómo poco a poco comencé a hacer realidad mis más íntimas fantasías.

Llevo años leyendo en esta página y ahora me he animado a compartir con vosotros alguna de mis experiencias que considero que pueden ser morbosas.

En primer lugar me presento como veo que hacen muchos autores por aquí. Soy un tipo normal, que lleva una vida normal, pero que desde la adolescencia ha sentido curiosidad por el sexo con hombres, aunque me llevó muchos años el hacer realidad esas fantasías. Decir que tengo una familia estupenda y que con mi mujer el sexo es… el normal de las parejas que llevan años casadas, o sea, aburrido, falto de morbo y de chispa.

Una vez superada esa época de desbordamiento hormonal que supone la adolescencia, aquellas inclinaciones quedaron un poco dormidas, aunque latentes siempre en el subconsciente, pero la aparición y el desarrollo de Internet me llevó a visitar chats de temática gay y bisexual que despertaron de nuevo en mi esas fantasías y ganas de morbo. Los más viejos del lugar recordarán aquellas conexiones telefónicas con aquellos módems que tanto ruido hacían al conectar a la red y el mítico MSN Messenger. Charlas morbosas y calientes, que acababan habitualmente en una masturbación y el bajón posterior que te provocaba ese remordimiento que algún lector reconocerá y que te lleva a decirte a ti mismo que no lo volverás a hacer. Pues bien, a través de un chat gay contacté con alguien, del que tras muchas charlas fui descubriendo que era alguien conocido. Resultó ser un chico que pertenecía a la pandilla de amigos de la adolescencia, del que, aunque yo intuía sus inclinaciones sexuales, nunca habíamos hablado acerca de ello ni habíamos tenido acercamiento alguno. Yo tenía claro que era él, pero Roberto (por identificarlo con un nombre que no es real), no sabía aún quién era yo.

Teníamos conversaciones normales, nada subido de tono, sobre todo porque desde un principio yo intuía que podíamos ser conocidos. Poco a poco fuimos intimando y nuestras conversaciones iban adquiriendo una mayor temperatura. Me animaba a sacar ese lado de mi sexualidad y no quedarme con la duda de si era real o solo una fantasía. Me intentaba convencer de la importancia de separar el sexo del amor, de que debía diferenciar lo que sentía por mi mujer y mi familia de mis impulsos sexuales más primitivos. En resumen, quería darse un revolcón conmigo e intentaba minimizar todos aquellos miedos que yo le iba planteando. En una de nuestras charlas noctámbulas se animó a mostrarme cómo se masturbaba delante de la cámara, y aunque las conexiones y las cámaras de aquel entonces dejaban mucho que desear, ver como acariciaba sus genitales, aquel pene erecto, de tamaño normal, pero muy duro, esos testículos perfectamente depilados, ese torso masculino, ese culo respingón produjeron en mi un efecto embriagador, que llevó instintivamente mi mano a mi pene, que iba a hacer explotar el pantalón de la tremenda erección que tenía. Me hablaba con suavidad de todas aquellas cosas que quería hacer conmigo mientras el rítmico movimiento de su mano me tenía hipnotizado. Cada vez que descubría su glande morado, sentía un latigazo que partía desde la próstata y recorría todo mi pene que me llevaba al borde del orgasmo. En el momento en el que su pene comenzó a emanar semen a borbotones, el mío explotó en uno de los orgasmos más intensos que jamás había experimentado. Cuando las pulsaciones de ambos disminuyeron y procedimos a limpiar el desastre que habíamos organizado se descuidó un poco y la cámara llegó a enfocar por unos instantes su rostro, momento en el que confirmé la identidad que yo ya sospechaba por muchas cosas de las que habíamos estado hablando en nuestras largas charlas. No le dije nada, pero en ese momento supe que, con Roberto, más pronto que tarde, cumpliría alguna de mis más íntimas fantasías.

Pasados unos días, en los que mi cabeza no paraba de darle vueltas a lo sucedido aquella noche, una tarde, al salir de un supermercado de hacer la compra coincidí con Roberto en los aparcamientos del establecimiento. Vivimos en una ciudad de provincias de mediado tamaño, en el que no se conoce todo el mundo como es normal, pero en el que existe la posibilidad de coincidir en establecimientos de mucha afluencia de clientela. Hacía años que no nos veíamos y él me saludó muy efusivamente. A mi la sangre se me quedó helada. Hablamos de todo un poco, de cómo nos había tratado la vida en estos años, del trabajo, la familia, proyectos de futuro… A medida que la charla iba avanzando me iba relajando, pero de mi cabeza era imposible borrar la imagen de su vientre lleno de esa leche caliente que tanto morbo me produce. Por supuesto él ni se podía imaginar en ese momento que su interlocutor era ese casado morboso con quien se había masturbado noches atrás. Finalizamos la conversación con esa falsa intención que tantas veces expresamos cuando decimos que tenemos que llamarnos y quedar un día tranquilamente a tomar un café. Realmente mi intención si que era tomar un café, pero un café con leche. Esa noche en cuanto los niños y la mujer se acostaron encendí mi ordenador y conecté el Messenger para ver si estaba en línea, pero no hubo suerte y así pasaron varios días hasta que por fin una noche lo encontré. Tras los saludos de rigor me preguntó qué me había parecido lo de la otra noche, a lo que contesté que había estado muy bien, pero que me gustaría que fuera real y no a través de algo tan frío e impersonal como un ordenador con una cámara. Se produjeron unos instantes de silencio que Roberto interrumpió con un emoticono de una cara partiéndose de la risa. Le pregunté por esa reacción y me contestó que no creía que eso fuera posible, que estaba harto de casados que lo único que buscaban era quitarse el calentón de encima y que luego nunca se atrevían a nada. No se cómo me armé de valor, pero en ese momento le contesté: “Roberto, estoy decidido a comprobar contigo si es solo una fantasía o realmente me gusta el sexo con un hombre”. De nuevo unos segundos de tenso silencio, que finalizaron con un “¿Roberto?, ¿cómo sabes mi nombre?”. Le contesté que mostró por descuido su rostro en la cámara y que nos conocíamos. Su enfado fue monumental, cosa lógica por otra parte, contestándome que no era justo que yo conociese su identidad y él la mía no. Le dije que llevaba razón, pero que por el momento prefería mantener la mía oculta, por el miedo de que mi familia fuese consciente de mis más íntimas fantasías. Roberto se enfadó aún más, espetándome que él también tenía mucho que perder si se descubría su condición sexual en su trabajo o por parte de su familia, aunque él fuese soltero. Cuando le dije que cuando estuviese preparado le diría quién era cortó la conexión y no contestó a mis siguientes mensajes y así se mantuvo durante muchos días, hasta que una buena noche volvimos a coincidir, aunque lo que allí hablamos y lo que sucedió después lo narraré en el siguiente relato para no hacer este más extenso.

Espero que la historia os resulte interesante. Si los comentarios me animan continuaré contando lo que sucedió a partir de este momento.