Pobre Beatriz (mi primera violación)

Pobrecilla Beatriz. Fue mi primera violación y fue genial.

Hola, es mi primer relato y me gustaría saber si les gusta y si les pareció lo bastante fuerte y cómo puedo mejorar. Gracias por sus comentarios. T-Bag.


No hay mucho que explicar sobre cómo vino Beatriz a trabajar a casa. Mi madre era una de tantas mujeres que hacen jornada doble, trabajando en la oficina por la mañana y arreglando la casa por la tarde. No daba de sí y conocía a Beatriz por una amiga. La tal Beatriz era colombiana y no tenía papeles pero a la chica no le importaba tener un empleo más. En fin, que empezó a trabajar a casa.

Lo cierto es que me gustó no menos que a mi madre cuando la vi. A mi madre le gustaba porque era trabajadora y amable. Yo no suelo coincidir con mi madre pero Beatriz nos satisfizo a los dos. Aquella joven (aunque mayor que yo) de pelo negro, piel cobriza, ojos dulces y oscuros... Además era muy agradable y tenía ese tono meloso de las sudamericanas. Vamos, que quedé tan encantado como mi madre.

Luego tuve tiempo de poder apreciarla mejor echándole miraditas con disimulo y llegué a la conclusión de que la parte que más me gustaba de toda ella era su culo. Un lujo, creanme, adivinar aquellas nalgas bien formadas mientras estaba de espaldas, ocupada en su quehacer, y no digamos cuando se inclinaba y podía imaginar la redondez de su culo. No, la culpa de todo lo que ocurrió fue de mi madre. Es imposible tener a una chica tan guapa trabajando en casa y no mirarla y es imposible no mirar algo tan hermoso y no desearlo… A veces me excitaba tanto que me iba a mi cuarto, cerraba la puerta y me desahogaba en la soledad de la habitación, con su imagen todavía fresca para hacer todas las cosas posibles con ella. Qué buenos ratos pasé en mi cama pensando en ella, desnudando con la mente ese culo de color moreno...

Pero la imaginación es sólo el principio y empecé a pensar en cómo podría ocurrir que mis fantasías se hicieran realidad. No es que me lo plantease fríamente desde el principio, es que se convirtió en la más excitante de las fantasías el cómo podría hacer que ese cuerpo en general, y su culo en particular, hicieran lo que yo quería. Ella había dicho que tenía novio y era además mayor que yo (tenía dieciséis años entonces y ella veintitantos). Era complicado, pues, seducirla. La única solución era forzarla y tanto el que no tuviera papeles como que yo fuera menor de edad eran puntos a mi favor. Desde luego, era sólo una fantasía sin sentido al principio, pero cuando se da demasiadas vueltas a una fantasía se da, sin quererlo, el primer paso para que la fantasía deje de serlo. El cómo dejó de ser el problema y empecé a planear el cuándo. Finalmente acabé por decidirme un día.

No, no tenía yo muchas luces y simplemente le eché valor. Un día la encontré en la cocina, de espaldas, y decidí que era el momento. Entré con todo disimulo y ella no notó mi presencia. Temblaba por la emoción, por el temor... y no me atreví a nada. Me limité a mirar hasta que acabé volviendo a mi habitación, para pajearme resignado, pensando en lo que podría haber sido y no fue...

Luego me sentí avergonzado por mi cobardía y decidí volver a intentarlo otro día. Me aseguré de elegir una hora adecuada: era temprano y mis padres nunca volvían del trabajo a esas horas. Cuando entré en la cocina y la encontré volví a sentir esa terrible emoción. El corazón se me aceleraba.

-¿Querías algo? -me preguntó con una sonrisa.

-No –le mentí nervioso, porque sí que quería una cosa: deseaba su culo con todas mis ganas. Pero abrí la puerta del frigorífico, haciendo como que buscaba algo de comida mientras la observaba de reojo.

Había llegado el momento de la verdad y tenía que decidirme ya. Supe que si me rajaba otra vez, ya no habría un tercer intento. Cerré silenciosamente el frigorífico. Ella se giró para destapar una de las ollas, contoneando esas caderas lo suficiente para que apreciara aquel culo tan redondo... era ahora o nunca. Se me entrecortó la respiración pero tuve valor suficiente. La rodeé con los brazos por la cintura...

-Pero, ¿qué estás haciendo? –me dijo alarmada pero sin poder decir una sola palabra más porque la amordacé rápidamente con un paño de cocina.

Se resistió como una condenada y tuve que esforzarme para dominarla. Soy bastante atlético pero me sorprendió la fuerza con que se echó hacia atrás para hacerme perder el equilibrio. Pero evité caerme y me eché sobre ella para empujarla contra la encimera. Con una mano derribó la olla en su intento de escapar y todo el guiso cayó al suelo y eso me irritó mucho y me puse nervioso. Me sentía furioso. Aquello podía ser mucho más sencillo si ponía algo de su parte. Cogí sus manos y las llevé a su espalda para hacerle una presa. Doblé sus muñecas hasta oír cómo gemía, pero sin conseguir someterla.

Fue realmente difícil sujetarla con una sola mano mientras llevaba la izquierda a su culo... Le metí mano con gusto pero con rapidez porque me costaba dominarla a pesar de que era más fuerte que ella. Llevaba la bata blanca con rayas verdes que llevaba como uniforme y que como no me gustaba nada, se la subí hasta por encima de la cintura. Luego cogí sus bragas y las bajé. No fue fácil tampoco desabrocharme el pantalón con la mano derecha. Sacudí el cuerpo hasta que los pantalones se quedaron a la altura de mis rodillas.

Estaba muy nervioso pero cuando le rocé las nalgas con el capullo me puse enseguida a tono... Mi verga se puso bien tiesa y derecha mientras se la restregaba contra ese culo tan duro primero, acariciando luego el coño pero sin llegar a metérsela en la raja porque no era ésa la entrada que estaba buscando. Tuve paciencia y un poco más arriba encontré el agujero que tanto quería penetrar. Ella comprendió enseguida y trató de resistirse aún más. Se movió repentinamente, con las fuerzas que le quedaban, pero yo estaba decidido a atravesarle e culo y no logró que perdiese el control.

Cuando noté que estaba a punto se la metí sin contemplaciones, porque me era indiferente ver la cara que ponía la pobrecilla. Rectifico, no es que me fuera indiferente es que realmente me gustaba saber que le estaba haciendo daño y la besé cuando noté sus excitantes lágrimas. Había metido la punta del capullo pero era apenas el principio y yo quería llegar hasta el final. Empujé con fuerza, quería meterla todo lo que fuera posible y me daba igual que le doliese. Yo iba a llegar hasta el final y se la fui metiendo todo lo adentro que pude. Apretando su cuerpo contra la encimera, le metí una mano por el escote para sobarle las tetas pequeñas pero firmes. Se movía como un demonio para liberarse de mí pero yo me movía más fuertemente aún. Su culo se movía arriba y abajo al ritmo de mis empujones. Sus gemidos de dolor y sus insultos me excitaban aún más, a pesar del paño que tenía en la boca, y por un momento –una millonésima de segundo- pensé en lo que estaba haciendo y me sentí culpable, pero fue sólo un momento porque volví a embestirla con más energías. Por supuesto me corrí dentro de su culo. No iba a privarme de ese placer y aunque no le había metido la polla más que hasta la mitad (no era tan fácil romper un culo como pensaba) la excitación fue tan fuerte que la mordí en el hombro hasta hacerla sangrar para desahogarme mientras descargaba la leche de mis huevos en su cálido culo. Ninguna de las chicas que habían tenido sexo voluntariamente conmigo me había hecho tan feliz...

No la solté enseguida sino que le advertí:

-Ahora voy a soltarte pero no hagas ninguna tontería.

La solté y cayó al suelo. Fue más la excitación que la culpa que sentí viendo cómo se levantaba, con apenas fuerzas para subirse las bragas. Le temblaba la boca de ira y me miraba con odio pero fue lo suficientemente lista para no hacer ninguna tontería: sabía que haría cualquier cosa para hacerla entrar en razón.

Nunca había disfrutado del sexo anal. Tampoco de poder forzar a una chica. Fue un placer doble pues. No sería la última vez que lo pasara tan bien con una mujer pero ésa es otra historia... En cuanto a la pobre Beatriz, aquella misma noche llamó a casa para decir que no iba a trabajar más, sin dar ninguna explicación. Mis padres se sorprendieron mucho y trataron de negociar sin conseguirlo; me preguntaron si tenía idea de que podía haberle disgustado.

Si ellos hubieran sabido...