Pluma Brava

Texto revisado y ampliado. Es una historia de amor y sexo en tres edades entre una marica de pluma brava y un semental hecho de acero.

PLUMA BRAVA

"Cuando era pequeño había comprendido que mi compañero de juego imaginario tan sólo era libre en virtud de que soportaba una soledad absoluta."

"La historia particular de un muchacho"

Edmund White.

"Su tiesa polla era como una gruesa vena que mostraba su contorno a través del algodón estirado. le volví de espaldas y le besé la nuca, me aparté un momento para quitarme los gemelos, mirando las piernas donde tenía todavía las señales del bronceado veraniego. Pensé: No debo decirle ""Te amo"", aunque ésas eran las únicas palabras que me venían a la mente."

"La estrella de la guarda"

Alan Hollinghurst.

"El oficial creyó discernir una ligera impertinencia en la pregunta del marinero y en su respuesta, pronunciadas ambas bajo el sol de una deslumbrante sonrisa. Su dignidad le ordenaba mandar a paseo a Querella al instante, pero no podía sacar fuerzas para hacerlo. Si por desgracia Querella hubiera bajado por propia iniciativa a las sentinas, su enamorado le habría seguido hasta allí. La presencia del marinero medio desnudo en el camarote lo enloquecía."

"Querella de Brest"

Jean Genet

Aunque Carmen quería una niña y había rezado con devoción para que esto fuese así; Antonio deseaba que aquel vástago, que estaba a puertas, transmitiese su linaje, por lo que rogaba a Dios desde su humilde fe, que sólo aparecía en momentos como este o parecidos, que aquello que partía por la mitad a su esposa fuese un macho.

El pañuelo blanco sacudía el aire roto por la bocina del taxi que serpenteaba entre el tráfico camino del Hospital Juan Canalejo; y allí, en la avenida del Pasaje, unos kilómetros antes de la meta, el taxi aparcó cómo pudo y un lloro respondió a los esfuerzos, histerias y dudas que transportaba. Luis Alejandro había llegado al mundo.

Luis, por el taxista que ayudó al parto y que terminó siendo su padrino, Alejandro por el orgulloso padre que lo primero que hizo, tras comprobar que no le faltaba ni le sobraba un dedo, fue asombrarse de la hombría que lucía aquel sanguinolento bebé en la entrepierna y decir con orgullo: "¡Coño que ven ben armado! ¡A este non lle vai faltar quen o abanee!

Por lo que parecía la fe del padre había ganado la partida.

Tras ese nacimiento, que recogió incluso "La Voz de Galicia" y "El Ideal Gallego" (éste en primera página), los años siguientes demostraron que ninguno de los progenitores iba desencaminado en sus deseos.

Luis Alejandro, o Álex para los demás, pues sólo la madre tenía paciencia y aguante suficiente para no ahogarse pronunciando todo el título, demostró desde su infancia que la peculiaridad de su nacimiento no iba a ser la única que habría que tomar en consideración. Desde niño quedó claro que Álex no era como los demás. Si en esos primeros abriles el hecho se disculpaba por su belleza angelical (un ángel no puede ser brutote, para eso está el demonio), pasado ese tiempo las disculpas perdieron su fortaleza, pues ese rasgo, en vez de difuminarse, se acentuaba cada día más. Así que ese sello que granjeó todos los parabienes durante su infancia, pasó a convertirse en una especie de tampón sobre el que caían todas las censuras conforme iba creciendo ese cuerpo formidable.

Pero si para nadie pasaba desapercibido, menos pasaba para Álex. Ya de niño, cuando esa voz aflautada y zalamera encandilaba a las mujeres del barrio, él advertía su diferencia. Le faltaba aún discurso para limitarla en un certero análisis; pero le quedaba claro que él no era como los demás. No era sólo esa feminización perpetua que lo acompañaba, eran más cosas.

Efectivamente, aquel rasgo tan sobresaliente ocultaba todos los demás. Era como las ramas de ese árbol que no deja ver el bosque. Su carácter seguía un intrincado camino para no caer en la primera zanja que la opinión común ponía a sus pies. Si veía una película de vaqueros, sus favoritos eran los indios; si una de policías, los gánsters pasaban a ser sus héroes; y así con todos los órdenes de la vida. Sin que supiera muy bien el porqué (el discurso llegó más tarde), todas las alternativas que le surgían terminaban por llevar la contraria al sentido común; o mejor dicho: al sentido aceptado, y situarlo al margen por ese remoto poder de atracción que tenía para él lo prohibido o lo mínimamente censurable. Esto llevaba a que de palabra, obra u omisión se situase en una periferia de la que no era consciente por la comodidad con la que aún llevaba su infancia.

De nada sirvieron rapapolvos, viajes al lado oscuro de la camaradería masculina que siempre terminaban de putas, o infinitos sermones sobre lo que Dios pretende de los hombres, Álex no se apartaba ni un ápice de ese instinto con el que obraba en sus elecciones, y, que si no fuera por generaciones y generaciones de conservadurismo familiar, casi podría ser definido de atávico.

Igual que en otras familias, en la de Álex se daba la peculiar mezcla del conservadurismo más arcaico unido al hecho de ser esa masa obrera en la que se deposita la confianza de la revolución. Ese modo de sentir, que muy bien puede explicar cómo un conservador como D. Manuel Fraga continúa de presidente de todos los gallegos, era reacio a cualquier signo de cambio; o más que reacio, alérgico. Todo ese modo de vivir se resumía en un refrán que era patrimonio de este tipo de familias a la hora de tomar cualquier decisión: "Se podrá cambiar de panadero; pero nunca de ladrón"; a lo que su pensamiento añadía una segunda parte que caía de cajón: "Entonces, ¿para qué cambiar de panadero...?"

Así se podía sufrir de todo en la vida pues era, desde esa ideología, el orden natural y sagrado de las cosas. Un mandato sagrado que, en esta estrecha mentalidad, no se vinculaba con la mano del hombre, sino con esa mano divina que moldeaba con sabiduría la existencia de este planeta. Aunque uno podía estar hecho a todo, había ciertas cosas que no entraban en ese saco tan amplio en el que cabían todo tipo de dramas más siniestros, pero llevaderos desde esa mentalidad.

Lo que no entraba en ese "orden natural" era bien sabido desde niño, pues no había púlpito en el que no se repitiese. Desde la iglesia al banco quedaba nítidamente claro que se podía ser ladrón, porque para algo se era panadero; pero de ninguna manera se podía atentar contra el orden establecido que tenía su retrato en la familia, base de una sociedad que, en la infancia de Álex, aún seguía siendo gris y mortecina en todas sus escalas.

Hasta ese mundo particular, en el que Álex estaba anclado con tenaz resistencia, no paraba de colarse por las rendijas esa censura cruel que todo lo examinaba. Poco había que hacer ante eso. Ni tenía la edad, tamaño o independencia que le permitiese asentar sus dominios con precisión; pero tenía una arma más potente y letal contra aquella persistente letanía: su imaginación. Allí Álex reinaba.

Era esa fantasía la que le permitía continuar con la sonrisa de sus ojos despejada; la que hacía que Álex volará por encima de cualquier nubarrón para tarde o temprano dejar escapar ese Sol en los inocentes juegos que ocupaban su tiempo. Desde ese imperio, Álex sembraba el día de pequeños hallazgos y triunfos que fertilizaban su dicha, hasta extremos difíciles de comprender, para el que no dejaba de observarlo en su obstinada búsqueda de hacer de él un hombre hecho y derecho.

Su infancia la pasó rodeado de pistolas y camiones, que su condescendiente imaginación transformaba en "nancys" y "nenucos" en el terrible caso de no hallarse estas muñecas cerca de sus manos. Hacía unas tartas de arena primorosamente ornadas con margaritas y piedras; y sus casitas y tiendas eran unas lujosas construcciones donde lo útil siempre iba acompañado de lo bello. Todas sus casas tenían un amplio hall, y, por supuesto, una cocina bien surtida que comunicaba, dentro de su sentido de la utilidad, con la tienda en la que ofrecía todos los gustos de la clientela. Era en estas ocasiones, y otras similares, cuando la imaginación salía a tomar el sol y campaba por sus respetos.

Con el tiempo, aquellas innumerables casitas y tiendas ganaron en grandeza y dimensión. El verano era la época ideal para hacer estas guaridas que protegían a los lobeznos de sus mayores. No había temporada en la que no se hiciese una o varias cabañas que, en su maltrecha consistencia, duraban poco más allá de entrado el otoño.

El ritual era invariable. Tras jugar por los copiosos huertos y obras, aquellos dos paisajes terminaban por fundirse. Era en esta simbiosis donde un simple tablón pasaba a ser una sólida pared, que se anexaba a la recia columna de caprichosas formas con que el tronco de cualquier manzano obsequiaba aquel espíritu constructor. En dos o tres días de numerosos viajes cargados de cualquier desperdicio, que sus ojos vislumbraban como tesoro. Aquel huerto abandonado que arrullo su infancia, tomaba la apariencia de un poblado gitano, en el que las bandas de muchachos luchaban por lograr un castillo mejor que el vecino.

Tras su fantasía, esas cabañas guardan los mejores recuerdos de su infancia, pues entre sus endebles "muros" muchos de sus anhelos tomaron cuerpo y aroma.

La natural feminidad de Álex, sarasa convencido de por vida, hacía que sus amistades viviesen rodeadas más bordados y puntillas que magulladuras y rodilleras. Como es de suponer, no era muy bien aceptado por los niños que veían en él al marica al que apedrear por la más peregrina de las excusas, si es que hacía falta alguna. Aún así, la crueldad tarda mucho en pulirse, en llenarse de esa mala baba que la hace más hiriente, por lo que tras la burla también llegaba el abrazo más o menos fraternal. Éste solía darse precisamente en la fiebre constructora con la que se abría junio. Álex, entre sus habilidades, tenía un sentido innato para construir y delimitar terrenos. Era la única vez, a lo largo de todo el año, en el que esa voz maricona tomaba el mando para comenzar a levantar castillos de arena que, en su aparente fragilidad, guardaban la fortaleza que esa inteligencia singular hacía germinar. Quien llevase a Álex tenía asegurada que la cabaña resistiría la intemperie; incluso con lujos tan asiáticos como un segundo piso.

A este interés no tardó en sumársele otro más que clarificó ese sentido peculiar con el que Álex vivía la vida, pues nunca se había planteado que tuviese que optar por algo llegado el momento, ya que para él todo era liso y llano, sin ninguna complicación que enturbiara ese viaje. ¡Claro que tenía sus deseos! Pero de momento, su imaginación se los cumplía; y a los once años con eso bastaba. Aunque los deseos se abrían paso antes que las hormonas.

De una infancia de juntos y revueltos, se pasó a una entrada de la adolescencia en la que estaban claramente segregados, siguiendo el viejo tópico de los niños con los niños, las niñas con las niñas. Esta buscada segregación tenía un efecto secundario más que notorio: aumentar la curiosidad por esa segunda mitad que se movía en los lindes de ese espacio difuso en el que uno disfruta de la infancia. Así las niñas pasaban de ser apedreadas, pues en este barrio nadie se andaba con chiquitas, a ser contempladas con indudable interés y cierta calentura que se situaba en un lugar impreciso de la entrepierna. Este período de curiosidad y aprendizaje se situaba en aquella generación entre los nueve y trece años. En sí, era como subirse a una montaña rusa: una vez que se tomaba velocidad, ésta no paraba de aumentar.

Como correspondía con su sentir, Álex nunca había pasado por esa segregación; más bien al contrario: conforme pasaba el tiempo los lazos de unión con el universo femenino eran más fuertes y firmes. De este modo, sin pretenderlo, pasó a convertirse en una especie de pasarela entre esos dos polos que generalmente terminan por encontrarse. Ese puente tenía otro interés más: la belleza de Álex. Ésta casaba a la perfección con su afeminado carácter.

Álex había heredado la belleza perturbadora de su madre. Igual que en ella, él poseía el cielo en sus ojos y la tierra en su cuerpo. Esa mirada limpia y picarona, que desnudaba con inocencia y pasión todo lo que miraba, resaltaba en una cara ovalada, donde unos labios carmesíes femeninamente delimitados hacían de aquel rostro un esbozo de una mujer tierna y pura. La tierra se encontraba en la suma de sus demás virtudes. Sus rizos negros y sedosos; su piel inmaculada y sonrosada, llena de la misma frescura que una mañana que envolvía su torneado y frágil cuerpo. Su apariencia delicada pero sana, hacían de Álex un fruto fresco de esta tierra donde melancolía y delicadeza tienen a veces la misma cara.

La primera muestra de los estragos que podía causar esta belleza situada al filo de ambos mundos ocurrió cuando estaba a punto de cumplir los doce años. Habían terminado la cabaña y una lluvia tormentosa, de esos días grises que empañan el verano, apareció para hacer la dura prueba de resistencia a la labor bien hecha. Como todas las tardes, parte de los muchachos acudían con puntualidad religiosa a sus casas, para tranquilizar la ansiedad de sus madres, metiéndose entre diente y diente monumentales bocadillos de lo que fuese; pero no todos acudían. Aquella tarde cinco muchachos decidieron resistir lo que aguantase la cabaña. Eran, aparte de Álex, Ángel, Ramón, Alfonso, y el líder de aquella manada: Dany. De edades similares y cuerpos más robustos, dentro de la fragilidad de sus primaveras, aquellos muchachos no dejaron de enorgullecerse al ver cómo la cabaña aguantaba el ímpetu de una lluvia que arreciaba. Cuando el orgullo ya no llenaba la mirada, comenzó a aparecer una sinuosa complicidad que llamaba a la puerta para llenar ese tiempo muerto que tanto asusta a los niños.

Podemos coger manzanas y hacernos una merendola –dijo Ángel, un vecino de Álex regordete y brusco que nunca podía parar quieto-. Salimos un momento y nos venimos cargados para zamparlas.

¡Bien! –apuntó el cabecilla de la manada-. Salgamos rápido y con cuatro o cinco que cojamos nos llega. Vosotros ir por allí. Yo y Álex iremos al fondo. ¿Listos? ¡Preparados! ¡Ya!

Como llevados por el viento avanzaron riéndose por entre la hierba, cogiendo sin ton ni son lo primero que encontraban. Parecía una expedición peligrosa. Todos los movimientos se efectuaban como si estuviesen vigilados por crueles enemigos que dispararían a la primera de cambio. En ese breve lapso de tiempo habían descubierto que lo importante no sólo era la cantidad, sino el poder mojarse, el poder correr libremente empapándose con la furia del agua y coger aquí y allá aquel cargamento que los salvaría; después descubrirían que una cosa lleva a la otra.

Como toda misión peligrosa, el objetivo no acaba con la historia, sino que abría otras puertas, otros caminos. Si luciera el Sol, seguramente se desarrollaría por la huerta; pero con ese tiempo tan desastroso que parecía ser eterno, la mirada había que dirigirla al interior de las maltrechas paredes y de sus agitados corazones.

En todo juego infantil las normas y los papeles se van cociendo al momento. Hay un boceto y, a partir de ahí, las pinceladas se suceden a velocidad de vértigo con la presente regla de que nada está escrito y todo puede cambiar.

La historia empezó muy inocentemente. Si tenían las provisiones, lo siguiente era la cena de oficiales; ¡claro está, que se prepararía en la casa del capitán!; y nada más y nada menos por las amorosas manos de su ferviente esposa. Aunque los papeles suelen cambiar de un segundo para otro, hay como una atracción recurrente a la hora de asignarlos. Nadie discutió que Dany, un mozalbete desarrollado de doce años con una belleza indómita, cargada de una violencia que despedía fuego en su atrayente rostro, fuese el capitán; del mismo modo, tampoco se discutió que la maricona de Álex fuese la entusiasta esposa, pues el mismo Álex decidió que si Dany era el capitán él tenía que ser la amante esposa y, por supuesto, optó con todas las para ganar a tal honor. Los demás, se repartían la tropa de asalto.

La impúber esposa del capitán serpenteaba por entre esos empapados soldados repartiendo con picardía los manjares que en su honor había preparado. Para todos tenía una sonrisa coqueta, que se ornaba de adoración cuando servía a su marido.

Al rato, aquellas inocentes manzanas de sano color y fresca pulpa terminaron por convertirse en poderosos alcoholes que emborracharon al capitán seguido de su obediente tropa. Ese alcohol que les hervía la sangre y les hacía propasarse cosía el primer retal de la disculpa: el mortífero brebaje que deja el sentido en suspensión y la lujuria a la altura del cielo. Como correspondía a su posición, el primero en tomar la iniciativa fue el capitán. Su mano se posó en el culo de Álex para agradecerle tan ricas viandas y lo atrajo hacia sí para susurrarle a la altura de sus labios lo caliente que le había puesto la cena. El éxtasis comenzó a borbotear en el virginal cuerpo de Álex, que sin saberlo se había preparado desde la cuna para esta cama. Pero antes había que cerrar un pequeño asuntillo: el silencio.

Para el silencio, sobran las palabras. Así que la mano del capitán cogió la mano de Ramón, un pecoso pelirrojo de grandes labios y mirada ausente que lo dotaban de una belleza muy particular, y con estás palabras hizo firmar a todos un contrato mudo.

¿No te parece que el vino calienta demasiado?

¡Claro! –asintió tímidamente Ramón que no oponía ninguna resistencia al convite que le formulaban. Su mano, guiada por la de Dany, estaba ahora en la bragueta de Álex y allí, siguiendo la voz de su amo, manoseó suavemente a una esposa que comenzaba a humedecerse sin saber muy bien el origen- Es lo que tiene beber: ¡da ganas de follar!

Y los demás, ¿Habéis bebido mucho?

Los demás, de momento, no salían de su asombro. Ni tan siquiera la pregunta mereció respuesta. La mirada concentraba todos sus sentidos y éstos no se apartaban de aquellas manos que seguían tocando aquel pueril paquete del bello ejemplar, que respondía aquellos tocamientos con ligeras sacudidas, como si en vez de la polla tuviera allí una llave a la que dar cuerda para que el muñeco bailase. Álex tenía los ojos entrecerrados y en sus labios apareció una sonrisa que no terminó de dibujarse pues se ahogó en una mueca placentera. Alfonso y Ángel se miraron y sonrieron avergonzados. Ninguno de los dos hizo movimiento alguno para seguir a la tropa, sino que quedaron a la espera de que el otro tomara la iniciativa.

¿Queréis beber más? ¡Dales más vino a mis soldados!

Esta orden fue acompañada de una presión más intensa en la polla que despertó por un momento a Álex del sueño en el que entraba. Él cogió una de las manzanas y cuando se disponía a dárselas siguiendo al pie de la letra el férreo guión, fue bruscamente interrumpido.

¿Pero qué haces? ¡De ese no! – Y diciendo esto, frenó su mano apretándola con tanta fuerza que la manzana cayó al suelo.

Sí, perdona cariño, ¿de cuál?- Dijo ella, ya muy en su papel.

Él no soltó su mano sino que la acompaño a la entrepierna de Ángel y la puso a las puertas. Éste turbado, dio un paso atrás, sonriendo de nuevo avergonzado.

¡Está bien! Parece que no quieren beber más –dijo sin ningún tono de resignación-. Si nos enseñas tu picha y te comportas como una niña, nosotros te enseñamos la nuestra. ¿Vale? ¿Os parece bien?

El primero en entrar fue Ramón. Tras su respuesta, el silencio vigilado por la mirada de Dany, que con el fuego de sus ojos seguía a la espera de una única respuesta que quería: la suya. No tuvo que esperar mucho, pues Alfonso, un aceitunado púber de belleza agitanada, siguió los pasos de su tropa; y teniendo un ejército en el que no cabía la deserción, Ángel entró un segundo después con un susurrado "vale".

¡Pues venga! Desabróchate los pantalones.

Y vosotros ¿qué?

Nosotros después de ti. Las damas primero.

Esto último lo dijo sin ningún tono de burla, sino con una consideración exquisita que sólo podía venir de los labios de un capitán. Pero a esta delicadeza le sumó un primer gesto: se desabrochó el botón del pantalón. Viendo esto, Álex se decidió por fin a bajarse los pantalones. Nada más iniciar el gesto, los otros le rodearon con el ánimo de no perder detalle. En ese instante, Álex sintió que reinaba, pero no en la fantasía, sino aquí, a ras de tierra, y en ese mismo instante decidió que no se despojaría de la corona pasara lo que pasase. Con sus manos se desabrochó el pantalón y bajó la cremallera apareciendo ante los ávidos ojos un calzoncillo de algodón azul celeste, tan gastado que casi era traslúcido. Dejó caer el pantalón y les sonrió con los ojos recibiendo la misma respuesta de ellos. El calzoncillo tenía la goma floja y por su propio peso siguió la misma marcha que la anterior prenda. Y esta vez apareció por fin lo que todos esperaban.

Era una polla diminuta, de piel rosada que terminaba como en un pequeño capullo vergonzoso que se ocultaba bajo el prepucio. Sus cojones, un poco más oscuros, eran, en comparación a su rabo, de mayor tamaño sin llegar a un contraste evidente. Todos se quedaron en silencio; pero el espectáculo no había hecho más que comenzar, pues ante sus ojos el pijillo excitado tomó vida. Poco a poco fue ganando en tamaño sin que el grosor se viera afectado por ese cambio que despuntaba en un ángulo recto. Al final quedó una polla del tamaño de un meñique por la que se vislumbraba la cabeza del capullo, como queriendo saludar. Con dos dedos, Álex tiró lentamente del prepucio hacia atrás y apareció un glande rojizo, intenso, de apariencia gelatinosa, pero de una viveza deslumbrante y así se quedó un rato, dándole pequeños movimientos que apuntaban a todo el público que seguía hipnotizado el primer ensayo general de la polla de Álex.

Ahora os toca a vosotros –dijo con voz melosa.

La mano de Dany bajó la cremallera y con gesto seguro el pantalón, tras esto el calzoncillo. Su polla ya despuntaba. A diferencia de la Álex, ya contaba con unas leves notas de lo que iba a ser en su madurez. Un vello tímido adornaba una pija chica, pero de mayores proporciones que la de Álex, aunque de igual belleza.

¡Ya tienes pelos! –dijo Álex asombrado.

Desde hace mucho –presumió Dany levantando la camisa para que no se perdiera ningún detalle de su incipiente hombría-. Ya no me acuerdo cuando salieron; pero esto no ha hecho más que empezar. ¡A ver, a que esperáis los demás!

Los desnudos se sucedieron por orden de deseo. Primero Ramón, que igual que Dany, lucía una patente erección; después Alfonso, que tímidamente mostró su pequeño rabo aún aletargado y pardo como los gatos en la noche; y por último Ángel que mostraba una semierecta hombría que aumentó de grado al despojarse de toda prenda.

Allí estaban, en un corro íntimo y cerrado, tocándose cada uno su pequeño amigo entre risas y miradas. Álex disfrutaba de aquel momento con una intensidad desconocida. Percibía que fuera lo que fuese el futuro, parte del se acunaría entre aquellas pijas tan infantiles que su inexperta lujuria vaticinaba como deliciosas, pues mucho era lo que se ocultaba en aquellos bocetos. Sus ávidos ojos paseaban por aquel atractivo paisaje, terminando siempre por centrarse en la polla de Dany que reunía los encantos a los que Álex no se podía resistir: una madurez más misteriosa y la belleza indómita del capitán.

Podemos hacer tortilla –sugirió Dany-. ¿No sabéis cómo se hace? Pues es muy fácil: tenemos que juntar nuestras pichas.

Y diciendo esto se balanceó hacia delante y su capullo besó al de Álex. Éste mostró su sorpresa y alegría respondiendo del mismo modo y sintiendo como cada contacto se expandía en oleadas por todo su cuerpo. A los pocos segundos una orgía de rabos se reunía caóticamente en un centro confuso, que se creaba al son de los débiles rugidos de una sexualidad que despertaba. En aquel momento no había nada que los despertase de aquel sueño, ni la tormenta que arreciaba lograría calmar aquel baile de pequeñas mininas, que recién habían comenzado sus compases. Y como en un baile, las parejas se formaron tras la apertura del capitán y su esposa. En una de esas embestidas, Dany se acercó a Álex y lo apretó contra sí, quedando polla con polla reunidas en un fuerte abrazo. De su instinto salieron los siguientes pasos y comenzaron a restregar sus cuerpos con movimientos largos y potentes para que sus vergas sintieran la calidez de sus cuerpos. Y así abrazados, continuaron ese tórrido baile con los ojos cerrados, perdidos en sus sensaciones que, por sus rostros, eran tan placenteras que los demás imitaron aquella nueva danza. Álex comenzó a acariciar la espalda de Dany, con esa delicadeza femenina tan innata que sólo podía surgir de un amor que estaba floreciendo. Nunca había sentido tanta dicha como ahora, y su cuerpo trataba de expresar la caliente adoración que germinaba en él. Un fervor que no era reprimido en ningún momento, pese a no ser acompañado, pues los brazos de Dany seguían aferrando fuertemente a Álex sin mostrar otro signo de vida. Era Álex el que ponía la savia. Sus manos recorrían aquella belleza indómita dejando las notas de cariño en un recorrido incoherente, pero cada vez más atrevido. De la espalda paso al cuello; de ahí a acariciar la cara para después volver a desandar lo andado y reposar en unas infantiles nalgas.

Pese a la frialdad de Dany, Álex notaba que estaban en comunión. Los suaves jadeos comenzaron a salir de sus bocas; y cuando abrió los ojos, comprobó, en el rostro placentero de Dany, que gozaban del mismo abismo. Aquellas pililas salían de su letargo con una sensibilidad exacerbada. Cada centímetro de sus cuerpos era un receptor en alerta que transmitía esos novedosos mensajes, que sólo pedían una respuesta: más de lo mismo. Y aquella ansiedad se traducía en una mayor potencia de sus contoneos, como si tratasen de llegar a un punto de ebullición y allí fundir cuerpo con cuerpo.

Notar aquella dureza en su pichina, sentir la de Dany, que con mayor autoridad regaba su placer, eran sensaciones de las que Álex no quería escapar. En aquel momento, ignorando que aquello no era más que un prólogo, hubiera firmado por continuar así toda la vida, pues sus sensaciones iban a más sin anunciar en ningún momento un posible final. Su mano se dirigió hacia la polla de Dany y éste frenó su meneo, dejándole que hurgara cómodamente en su intimidad.

¿Sabes tirar pajas?

No.

Es fácil –comentó mientras los demás paraban sus pasos de baile para atender a la lección-. Mi hermano Marcial no para de tirárselas. Sólo tienes que acariciarla suavemente. No. ¡Así, no! Así

Y aquella inexperta mano guió al pupilo por el talle de su pija que en un leve movimiento abarcaba el recorrido.

Continúa tú ahora.

Y tú, ¿no me la coges?

No. Eso es de maricones.

Entonces ellos son maricones. Alguno tendrá que tocar el pajarito de los demás.

No es lo mismo. Ellos son hombres. Y si no hay maricones, tendrán que hacérselo entre ellos. Pero este no es nuestro caso.

Álex no se sintió herido por aquella explicación. Si ser maricón era ser aquello: él quería ser maricón . Así continuó pajeando a Dany, disfrutando de tener entre su mano una polla como aquella sobre la que tenía un control total. Los demás se tocaban sus pollas con movimientos torpes, intercalando estas sacudidas con las fricciones de un baile que les resultaba más placentero que mirarse a los ojos para tocarse las colitas, pues la culpabilidad seguía haciendo compañía al placer.

Dany siguió quieto, dejando que la delicada mano de Álex hiciera su experto masaje. Aunque era la primera paja que realizaba, parecía haber nacido para ese menester, pues su curiosidad realizaba una primorosa y armónica labor. El pulgar recorría aquel capullo vivo dibujando círculos en su diminuto contorno, para después bajar apretando suavemente el talle para sepultarse en sus huevos. Todo este movimiento tenía un ritmo preciso que combinaba las largas caricias con estribillos frenéticos, para hacer leves pausas en las que los huevos eran sobados a conciencia. Una de las manos de Dany caía inerte, como despojada de vida, pues toda ella se hallaba en este momento en su entrepierna; la otra seguía abrazando a Álex y apretando fuertemente en una especie de discurso morse que transmitía todo el poso de la verdad, lo que hervía en aquel impúber decidido.

¡Dime que me quieres! –le susurró al oído Álex.

¡No... no digas tonterías! –murmuró entre jadeos.

Soy tu esposa. A las mujeres se las quiere –dijo como una gatita en celo, poniendo mayor lujuria y énfasis en su obra, pero sin perder el secreto de su petición-. Como tú eres mi marido, yo te quiero.

Él ni tan siquiera se molestó en responder. De su boca no salió ni una palabra más; pero sí un regalo. Fue un beso. Un beso tierno y cariñoso dirigido al corazón de sus labios. Un beso que no estaba guiado por el placer, pues aún eran muy jóvenes como para que éste mostrara su verdadera naturaleza, sino por algo más fuerte que él ignoraba que tuviera: el amor. Un amor oculto del que Álex se prendió desde ese momento con un lazo tan fuerte, que el paso del tiempo no hacía sino incrementarlo por su imposibilidad. Pues a partir de ese día, y durante dos años y nueve meses, Dany no quiso saber más de Álex. Así conoció esta maricona la otra cara del amor: la amargura.

Mil y una noches después, las vacaciones de Semana Santa tomaron el relevo a las cabañas. En aquella ocasión el mismo grupo se dirigió a pasar esos días a la fraga del Eume, al mágico monasterio de Caveiro, sobre el que circulaban un montón de historias que rimaban con sus escarpados parajes. Llegaron cuando anochecía y decidieron montar las tiendas no en el monasterio, sino siguiendo el curso del río en el primer llano que encontraran. Éste tardó en llegar y la desesperación hizo que montaran sus habitáculos al lado de lo que parecía un molino. Que Álex estuviera allí respondía, aparentemente, a una única razón: tenía una tienda de campaña. Y aquellos cuatro inseparables mal cabían en una tienda de dos. Como suele ocurrir por estas fechas, el tiempo era desapacible, y un calabobos persistente acompañó todas las operaciones de intendencia que se hicieron bajo la mayor de las urgencias. Cuando por fin terminaron, Álex compartía la tienda con Dany pues fue quien le ayudó a montarla.

El curso de la vida había moldeado a estos adolescentes. Lo que se anunciaba se cumplió. Álex alumbró una belleza ambigua, pero arrebatadora que reinaba en un cuerpo esbelto pero de formas femeninas que sus gestos no hacían más que agudizar. Dany en cambio concentró toda la masculinidad que apuntaba. Pese a su adolescencia, era fácil confundir su metro ochenta con un hombre de mayor edad, pues estaba hecho a cincel, a hachazos bruscos y viriles que formaban un conjunto recio y torneado, en el que despuntaba una musculatura que él cuidaba con esmero para que reluciera con su inviolado esplendor. Aunque les unían más cosas, quizá a estas alturas la única consciente que uno y otro podían apuntar era el saberse agraciados. Estaban dotados de una belleza, cada una en su estilo, que era capaz de enloquecer, pues los acosos a los que eran sometidos fueron constantes desde que ésta asomó tímidamente su patita.

A diferencia de Dany, Álex había mantenido una fidelidad muda con uno y otro sexo. Sobre el femenino sobran explicaciones; sobre el masculino, sólo existe una: en cada hombre buscaba a Dany y éste nunca aparecía. El resultado era que su virginidad seguía intacta, resguardada por el peor de los guardianes: los juramentos de la adolescencia, ese amor eterno en el que un segundo de promesa cierra un tiempo infinito de espera.

Álex amaba con locura a Dany, y había jurado que hasta el fin de sus días no amaría a otro. Mientras, esa espera se producía bajo el manto de bella durmiente: contando los días, las horas, los segundos que faltaban para que lo despertasen de ese esperanzador letargo.

Eso era amor. Era un amor sin fondo, que día a día ganaba en profundidad sin vislumbrarse en ningún momento la plenitud de ese sentimiento que no paraba de medrar. De nada servían las burlas o la violencia con la que fue tratado por él, porque de nuevo el reflejo de una mirada volvía a avivar la llama con mayor fuerza. Cualquier gesto, por nimio que fuese, era a los ojos de este corazón locamente enamorado, una prueba más de que pronto sería correspondido.

Durante ese tiempo, Álex escribió un diario. Como todos los diarios estaba lleno de poesías y claves que dificultaban su interpretación si éste caía en malas manos. En sí era una carta de amor. Una carta de amor larga y prolongada que, como el curso de los ríos, obedecía a distintos estados de ánimo. Un arco iris teñía aquellas sinceras páginas, desde la más negra de las amarguras a la más roja de las pasiones. Línea a línea se componía el rompecabezas de un amor incombustible. Si le había dado una paliza o corrido a pedradas, aquella tinta negra y oscura desplegaba sus llantos inconsolables para terminar, tras un giro radical de su fantasía, relatando aquella afrenta como un encuentro en el que las piedras eran besos y las hostias caricias; todas ellas prefacio de una jodienda placentera. Si el día había sido bueno, y en aquellas miradas ambiguas reconocía el amor sigiloso de su macho, la tinta se hacía alegre como unas castañuelas; y la fantasía iba más allá, a una comunión total de los cuerpos que no tenía fin, pues estaba hecha de principios que se renovaban unos a otros.

Así era el amor que profesaba, tan nuevo como la esperanz con la que el día amanecía.

En cierto sentido, Dany también conservó su fidelidad. Su robusta naturaleza venía provista de dos dones: una polla grande y un corazón tan grande como su polla. Con el primero, ya cumplidos los dieciséis, había pasado por la piedra a media docena de hembras; con el segundo, frenó cualquier intento de los machos de subirse a su grupa. En su corazón sentía que con Álex había tenido más que suficiente. Ni siquiera había pasado por el rito comunal de tirarse unas pajas en la buena compañía de los colegas de toda la vida. Las alemanitas quedaban en la intimidad de sus sábanas y con el frecuente coro de su hermano Marcial que, pese a lo que follaba, no había perdido la costumbre de homenajearse todas las noches, mojara o no. Allí, entre esas sábanas blancas, se la despellejaba con frecuencia pensando en los muchos chochos que aún quedaban por catar, aunque de vez en cuando la nostalgia le pasaba factura. Ésta tenía siempre el mismo remitente: Álex. En las contadas ocasiones que esto ocurrió, su furioso masaje paraba de golpe y no volvía al ataque hasta que su imaginación hacía verdaderos esfuerzos por recrear un coño empapado y hambriento que tardaba en dibujarse por la claridad con la que persistía la embrujadora belleza de Álex. En aquellas zozobras, Dany se disculpaba diciéndose a sí mismo que aquello no tenía importancia, pues Álex no podía ser tomado como un hombre en el sentido exacto de la palabra. De ahí, colegía un segundo pensamiento para ahuyentar un temor que le empapaba todo el cuerpo: "Por lo tanto: ¡no me gustan los hombres!; aunque nunca exploraba un tercero que, seguramente, caminaría por el: "¡¿Me gustaran los maricas?!".

Ahora allí estaban. Fuera llovía mansamente y sólo el murmullo del río acompañaba el silencio de ese primer instante, arropándolos como un gran manto que les hizo olvidar que el mundo continuaba más allá de las lindes de la tienda. Ni tan siquiera escucharon las bromas que le caían a Dany sobre el cuidado que tenía que tener con su culo; ni tampoco escucharon la propuesta de beber ahora la botella de ron que traían; ni si querían unos bocatas; ni las risas, ni los gritos. No escucharon nada. Estaban quietos y mirándose en la oscuridad, sin saber muy bien por dónde iba a venir la vida.

Álex fue el primero en escribir ese diario que, hasta ahora, vivía en tinta. Encendió el intermitente de la linterna y una aterciopelada luz roja inundó la primera hoja. Nunca lo vio tan guapo, tan irreal. Parecía salido de un sueño, pues realmente aquello era un sueño, su sueño . Lo miró tímidamente y cerró los ojos para aspirar la belleza de lo que había visto por el rabillo del ojo. Y allí, con los ojos cerrados, desató los cordones de las botas; y con los ojos cerrados oyó como él hacía lo mismo. Y con los ojos cerrados se desabrochó el pantalón y botón a botón abrió la bragueta y se quedó allí quieto, esperando el eco a su pregunta. Y oyó el sonido de la cremallera y su corazón, loco ya, se encabritó. Tumbado en el suelo de la tienda (y con los ojos cerrados) bajó sinuosamente las perneras del pantalón hasta el tobillo; y allí paró para escuchar, si sus latidos se lo permitían, el roce del vaquero sobre la piel que tanto deseaba. Y la tela entonó un canto dulce hasta morir a la altura de los pies. Y allí (con los ojos cerrados), se quitó el pantalón ayudándose con los pies hasta depositarlo en una de las esquinas. Y allí (con los ojos cerrados) vio como su polla comía la tela del calzoncillo conforme se iba poniendo más y más dura. Y, con los ojos cerrados, escuchó el sonido familiar del pantalón acariciando sus deseos. Y temió abrir los ojos y verlo. Y cerró con más fuerza los ojos, dejándose deslumbrar por aquellas figuras abstractas que se formaban en su retina por los destellos de la linterna. Y éstas comenzaron a casar hasta lograr una armonía que sólo tenía un dueño: Dany. Y allí (con los ojos cerrados hasta dolerle) se quitó el niki empapado, dejando a la oscuridad suspendida su torso caliente. Y esperó. Y esperó. Y esperó. Y desnudó aquella imagen hecha de retazos de luz. Al tiempo que la desnudaba, el sonido que aguardaba emergió escoltando a aquella imagen borrosa y pasional, siguiendo milimétricamente toda la acción, como si su imaginación, ordenada por el deseo, obrase en la piel de su amante. Y abrió los ojos. Y miró.

Vio el techo de la tienda y una sombra curiosa que se proyectaba ora si ora no. Y volvió a cerrar los ojos. Y tumbado encima del saco de dormir se imaginó ya en sus brazos, y la imaginación lo llevó al deseo, y el deseo sólo escribía que nunca se separarían. Y ante ese deseo volvio a cerrar los ojos para vivir ese tiempo quieto.

Podemos unir los sacos –susurró haciendo un esfuerzo para vencer su timidez.

Mejor no.

No. Lo decía para estar más cómodos.

No creo que fuese una buena idea.

Perdona... pensé que era lo mejor que podíamos hacer.

No hay porque pedir perdón.

Ya...

No hay nada por lo que pedir perdón

Ya. Pero yo lo decía por estar cómodos, no por lo que tú piensas.

¿Y tú qué crees que pienso?

Bueno ya sabes...

Ya.

Y esa respuesta fue seguida por el sonido de la cremallera. Un sonido largo, tanto como su sorpresa, pues Dany estaba escribiendo, a los ojos de Álex, la segunda página de un diario mil veces imaginado por una calenturienta fantasía que había dado vueltas como una peonza en torno a su ídolo. Abrió los ojos y contempló como aquel Adonis había abierto el saco de dormir dando muestras de una clara aunque ambigua invitación. Con delicadeza y timidez Álex hizo lo mismo. Cada diente de la cremallera que iba abriendo señalaba un latido de su corazón, cuando terminó aquel camino que llevaba a su deseo, unió su saco con el de su amor. Presentía que aquel acto inocente para otros, tenía en esta ocasión una significación que iba más allá, a regiones donde sólo él y su amado podían compartir y entender. Se disponía a unir la otra mitad, cuando Dany lo detuvo con un gesto mudo cargado de determinación. No hizo nada más que tocar su mano y quedarse quieto como una estatua, en una expresión interrumpida que se negaba a dar un paso más.

La intermitencia de la luz hacía difícil adivinar qué se ocultaba tras aquel gesto sereno. Ocultara lo que ocultase, Álex ardía. El contacto de su mano lo estremecía hasta el punto de ruborizarlo, mimetizándose con el rojo pasional que teñía la estancia. Pasaron como diez segundos, tan eternos que dio tiempo a que se arremolinaran millones de pensamientos que pugnaban por abrirse paso. Qué hacer, qué no hacer. Seguro que la respuesta se hallaba en ese torbellino en el que estaba sumergido Álex; pero ninguna palabra rompía la frontera de sus labios.

Sin embargo, su cuerpo parecía estar en otro mundo, en un cosmos que no respondía a las mismas dudas de éste, sino a impulsos tan primarios como el que llevaba asolándolo tantos años. Con el pulgar de su mano acarició suave, muy suavemente la palma de Dany. Eran mil besos cariñosos, hechos de miel y de susurros, con una ternura que seguía ardiendo con la misma dulzura que el primer día, con una entrega que no ponía condiciones ni límites, pues era ciega al haber visto el amor, al haberlo descubierto desde tan temprana edad en los ojos de Dany.

Tras aquella caricia igual de eterna, la mano de Dany se alejó lentamente, pero sin despedirse, pues en esos pocos segundos se habían tejido lazadas invisibles que los ligaban con una fuerza ancestral de la que eran levemente conscientes. Dany se tumbó en el suelo, mirando hacia el techo, y tras un profundo suspiro giró su cabeza hacia un lado, evitando ver la turbadora belleza de Álex, alumbrada por aquel rojo innecesario que no añadía nada a lo ya explícito.

Aquel espléndido cuerpo, de rotundas y masculinas formas, se hallaba postrado a medio camino de todo. Por una parte, ofrecía todo su esplendor a los ojos de su amado, mostrando la robustez de sus piernas perfectamente delineadas y musculosas, la curvatura de sus nalgas, lo prieto de su dibujado abdomen que pugnaba por la belleza de su torso, la potencia de sus brazos, todo para deleite del amor que seguía embelesado contemplando a su macho; en cambio, ese rostro indómito, en el que refulgía su mirada, permanecía oculto, evitando que el invitado que Álex añoraba cruzase la linde de sus ojos para circular por los aledaños y mostrar su verdadera naturaleza. A Álex le resultaba difícil interpretar, fuera del amor que sentía, qué quería expresar su bien amado.

¿Se puede ocultar el amor? Quizá sí; pero no a los ojos de la persona amada. Sabemos quien nos quiere, porque sobran palabras. Un "te quiero", un "te amo" no viene más que a subrayar lo que ya sabemos, por la sencilla razón de que lo sentimos así. No pude ser de otra manera. El amor puede engañar, pero no mentir. Engaña por que quiere lograr; no miente porque el corazón ciego sólo dice verdades, por mucho que nos cueste. Y ese corazón ciego empezó a interpretar vestigios imperceptibles para un espíritu que, como el suyo, no estuviese perdidamente enamorado.

En la agitación del abdomen que buscaba la serenidad, vio Álex la profundidad del sentimiento de Dany. Si estaba así sólo podía deberse a una razón: él. Un "él" que compartía la misma turbación producida por la misma enfermedad: el amor.

Azorados y azuzados por la misma música, sin atreverse a dar un tímido paso que iniciara el baile, dejaron, en esos primeros minutos, que los embelesase esa melodía muda que supuraba sus cuerpos, caldeando la estancia con un perfume que sólo crea lo inevitable.

Estuvieron quietos como veinte minutos, casi sin pestañear. Sus respiraciones se fueron acompasando hasta ser una. Pese a la quietud, la agitación se podía palpar. Era un estremecimiento soterrado, que refulgía en pequeñas claves; algunas evidentes y otras intangibles. Sus magnificas pollas seguían siendo el hierro dulce que alcanzaron en un principio. Una mancha húmeda empapaba el calzoncillo en el punto donde pujaban sus capullos por salirse de la prisión. Los ojos cerrados, el rostro abandonado a una ausente placidez, y una sonrisa apenas esbozada, eran otras de las muestras por las que discurría ese corriente secreta que se profesaban. Nada alteró aquel estado. Ni las coñas que se traían los de la cuadrilla de al lado enturbiaron aquella declaración, que se engarzaba eslabón a eslabón en una cadena de oro puro y brillante. Gradualmente fue cesando la vida en la tienda vecina. Y a esa muerte dio paso una vida augurada desde que sus labios sellaran aquel pacto con un beso, casi cuatro años atrás.

Sin saber muy bien el porqué, Álex se tumbó al lado de Dany. Éste ni tan siquiera se inmutó, permaneció en la misma postura como si el tiempo se hubiera parado y con él la vida. Tímidamente, y con toda la ternura de la que era capaz, la mano de Álex recorrió suavemente el abdomen de su adorado. Esa caricia sólo tuvo una respuesta: un suspiro suave y placentero. En la segunda vuelta sus suspiros se unieron. Con delicadeza sus dedos recorrieron ese abdomen definido y recio para subir después a un torso en el que despuntaban sus pectorales. Allí mimó, con su femenina exquisitez, el contorno de sus pezones hasta que despuntaron aguerridos. Siguió con delicados círculos trazando la belleza de aquel cuerpo masculino al que se había rendido. Su mano exploraba con un amor infinito todo el pecho de Dany, sin que mostrará el menor signo de vida, fuera del ardor mudo con el que respondían ciertas partes. Su cara se apoyó en el pecho. Y allí permaneció como hipnotizado por los latidos de un corazón que rugía como el suyo. Aquella señal fue el impulso que guió su mano hacia ese rostro que se ocultaba con obstinación en la vergüenza de sus sentimientos. Acarició su mejilla, sus ojos, recorrió el contorno de sus labios que seguían tañendo sus mudos suspiros, volvió a su mejilla y jugueteo con su cabellera, diciendo en cada acto un "te amo" tan profundo como la oscuridad de la noche. Así estuvo como veinte minutos, escribiendo cartas de amor en la piel de su amado. Eran cartas largas, llenas de sentimientos puros, y con una pasión que, en su afecto, rozaba la locura.

En ese tiempo, entendió que la quietud de Dany no respondía a una supuesta frialdad, sino que por el contrario escondía un sentimiento tan grande que hasta a él le asustaba. Cuando entendió esta verdad, sus labios besaron el pecho para sellar el descubrimiento. Fue un beso delicado, suave como una pluma, reverente como una adoración.

Sus pollas seguían duras, empapando la tela de sus calzoncillos como única señal de lo que allí ocurría. Tras el beso vino otro, y otro, y otro. Fue recorriendo palmo a palmo la viril belleza de Dany. Se bañó en el sabor de su amado, lamiendo y besando cada poro de su piel hasta llegar al cuello. En ese momento la esbeltez de su belleza intento cubrir la rotundidad de esa masculinidad suspirante, quieta y callada. Su pollas se unieron y Álex besó el cuello de Dany, para ir subiendo, poco a poco hacia sus mejillas. Cuando llegó a sus labios, esperó que estos se abrieran, pero no hubo respuesta. No rechazaban, pero tampoco animaban a continuar, sino que seguían en ese discurso encerrado en jadeos llenos del más absoluto silencio.

¡Bésame! ¡Bésame, por el amor de Dios! ¡Dios, mi vida cuanto te amo! –susurró Álex.

...

¿Qué te ocurre? ¿Por qué no respondes? ¿Dime?

...

Te amo Dany. Te amo desde siempre. Te amo desde que tengo memoria y uso de razón. Desde aquel día que me besaste. ¡Desde siempre!

...

¡Dios, cuántas cartas te he escrito! ¡Cuánto he pensando en ti! No hubo día en el que tú no estuvieras. Hora tras hora pensando en ti. Amándote en silencio. Porque te amo así: en silencio. Nadie sabe lo mucho que te amo. Ni siquiera Isabel, que es mi mejor amiga, conoce lo que yo siento por ti. Nadie lo sabe, ¿sabes? Y así seguirá. No tienes porque preocuparte.

...

Yo soy la marica. Nunca se me ocurriría hacerte daño. Si tu sufres, yo sufro. ¡Ya he bebido tantas lágrimas...

...

! Pero puedo beber más. ¡Te amo tanto, mi amor! ¡Dios!

...

No sé qué es vivir sin amarte. Hasta cuando me desprecias, cuando me pegas, deseo odiarte con toda mi alma; ¡pero no puedo! ¡Me es imposible! Cuanto más empeño pongo en odiarte, más te amo. ¡ Cuanto más te odio, más te amo! Esto no es normal. A veces creo que estoy majareta. Pero no puedo vivir de otra forma. No sé. No sé vivir de otra forma que no sea amándote. ¿No dices nada?

...

Muchas veces pensé que sería cosa de críos. ¡Sí, ya sé que soy un crío! ¿Pero entiendes lo que quiero decir? ¡Cuántas veces lo he pensado! Pasarán los días, los meses, los años... y te olvidarás. Lo verás por la calle, y te entrarán ganas de reírte pensando en lo mucho que lo amaste, en lo mucho que lloraste. ¡Pero pasan los días y nada pasa, joder! –se dice enfadado-. Todo sigue igual o peor. Lo que siento lo siento más fuerte. ¡Me quema...! ¡Me abrasa esta puta vida! A todas horas... Y no sé qué hacer... sólo sé amarte. Sigues sin decir nada. ¿Te parezco un loco, verdad?

...

¡Por favor, di algo! Esto es muy fuerte, ¿sabes? No tienes ni idea de lo fuerte que es. ¡Cómo duele! –dice a punto de llorar-, ¡cómo duele, joder!

...

¡No sabes lo feliz que soy en este momento! –arrepintiéndose de su debilidad-. No me importa que no digas nada. Yo hablaré por ti. Yo diré lo que tú callas. Yo haré lo que tú deseas, pero no haces. Yo amaré por ti

Y tras esto, volteó con fuerza la cara de Dany y lo besó con toda la pasión que había acumulado a lo largo de estos años. Intentó que su lengua cruzara aquellas puertas cerradas a cal y canto, pero ni la pasión que destilaba pudo con tanta obstinación. Las lágrimas aparecieron en sus ojos, Dany giró la cabeza y volvió a su cueva. Y aquellas lágrimas saladas y amargas siguieron su camino para perderse en las mejillas de su amado, que las recibió con un suspiro cargado de pena. Fue ella la que alegró el corazón de Álex que continuó con su agónico llanto llevado ahora por la más extrema felicidad. Y sus lagrimas saladas humedecieron los besos con los que su amor velaba por su amado.

Sus pollas estaban juntas, en un cálido abrazo, y Álex comenzó a menearse haciendo que chocaran sus humedecidas pasiones. Se sentó sobre el abdomen para contemplar de nuevo aquella belleza pétrea y sus ojos enmascarados por el llanto sucumbieron, como siempre lo hacían, a ese encanto irresistible que emanaba Dany, que mantenía su interrogante quietud.

Se situó a su lado y volvió a acariciar su torso. Después, la mano bajó sinuosamente hacia su entrepierna, siguiendo el camino marcado por su vello púbico. Y allí acarició la dura belleza de aquella pija descomunal. Su pulgar recorrió el empapado capullo siguiendo, en un giro lento, el contorno de su esplendor. Después, guiado por su instinto, pues era la primera vez que lo hacia, agarró aquel mástil de proporciones similares al suyo, e igual de fibroso, y bajó suave, muy suavemente, por todo su talle hasta terminar en el mullido colchón de su pubis. Volvió a repetir esta jugada, pero cuando llegó a su capullo, sus dedos tomaron la goma del calzoncillo y lo bajaron en el viaje de vuelta. Dany siguió quieto, con los ojos cerrados, gozando de un éxtasis que apenas se había iniciado. Se puso de rodillas y sin ayuda de ningún tipo bajó el calzoncillo. Lo mismo hizo él y se quedó deslumbrado ante la belleza de sus pollas. Acercó su cara a esa verga tiesa y aspiró su hombría hasta emborracharse de placer. Su mano volvió a coger aquel hermoso ejemplar y seguir con ese meneo delicado y pasional que lo enaltecía. La polla chorreaba y tenía un brillo espectacular, parecía una tea ardiendo. Y era cierto: abrasaba.

Su mano palpó sus cojones y jugó con ellos. Eran duros como rocas, como si la fibra de su polla hundiera sus raíces en los testículos. Al tiempo que los magreaba, su mano continuaba con el delicioso vaivén. De nuevo volvió a oler aquel poderoso reclamo, ese aroma a sexo que persistía con una intensidad inaudita cegando todos los sentidos.

Aquella pija emborrachaba, pedía con su extraordinaria figura que bebieras de su caño. Y eso hizo. La punta de su lengua rozó ligeramente el capullo. Y el sabor del pollón se abrió paso salvajemente, inundando por entero su paladar con un gusto salado y picante, con un sabor delicioso. En los primeros instantes, la lengua retozó por el perímetro del capullo, pasando su rugoso tacto para llamar a todas las notas del placer. Después, guiado por su sabor, aroma y cuerpo, cató un trago más grande y desapareció el capullo en la boca de Álex. Era un capullo pequeño en la robustez de aquel engendro, con forma de champiñón achatado que hacía que aquella polla tuviera como un final de estilete romo. Era delicioso tener la calentura de aquella verga entre las encharcadas paredes de su boca. Salivaba, por la lujuria, con profusión y empapó en su corto viaje la mitad de aquella polla de veinticuatro centímetros. Después una arcada frenó su entrada, pero en aquellos doce centímetros, Álex se aplicó. Chupaba que daba gloria. Nunca lo había hecho, pero había nacido para esto. Succionaba con maestría al tiempo que sus labios, en un abrazo, húmedo acariciaban el grueso talle. Después, en el capullo, su lengua revoloteaba traviesa, dedicada a exprimir esa fuente de suspiros que se encontraba en la entrepierna. Esa prodigiosa mamada era simultanea a la masturbación que seguía masajeando aquella pija ejemplar. Durante doce minutos no dejo de chupársela. Lo disfrutaba con tanta pasión que los esfuerzos que tenía que hacer para alojar aquel vergazo, no eran tomados como tales, sino como una cara más del placer que ocultaba aquel cuerpo.

En todo este tiempo, Dany continuó quieto, sólo imperceptibles meneos y una respiración más apurada, eran las señales que coronaban aquella hazaña. Pero sus manos comenzaron a reptar, a tomar entre sus dedos la tela del saco de dormir, y aquellos suspiros fueron poco a poco convirtiéndose en gemidos. Eran unos gemidos tenues, ahogados por la vergüenza; pero ese empecinamiento hacían que salieran a la luz aún más caldeados. Esos indicios animaron aún más a Álex que continuaba saboreando la viveza de aquella descomunal pija. Tomar sus huevos y estrujarlos, sentir su vello púbico y enredar sus dedos en él, asir aquel talle nervudo y terso, y con la delicadeza que le era natural menearlo con todo el amor que sentía, era una combinación demasiado gloriosa, cercana al paraíso, pues sentía que el nirvana, en caso de dibujarse, tendría los contornos de aquel sabroso manjar.

Y así, aquellas manos, que agarraban el saco por no agarrar a Álex, comenzaron a surcar su cuerpo en un viaje lento y sensual. Álex paró de mamársela y él interrumpió su paseo, y saliendo de su cueva, miró implorante a su bienhechor. Y en esos intervalos en los que la luz leía los detalles, él creyó distinguir no sólo pasión en su mirada, sino ese amor que alumbraba en la suya. Sonrió levemente y él contestó con un nuevo jadeo, y cuando la luz volvió, una sonrisa tímida y fugaz cruzó su rostro. Álex acomodó su lengua en la base de la tranca y subió reptando lentamente, dejando que los surcos de su lengua acariciasen con su humedad y tacto aquel robusto mango; cuando llegó al achatado capullo, lo ahogó en su boca y durante unos placenteros instantes su lengua delineó vertiginosas y complicadas curvas por toda su carnalidad, para engullir, como si de un famélico se tratara, una buena porción de aquel chorizo, mientras Dany se magreaba dulcemente los pechos, una y otra vez, como un abrazo dado a sí mismo, en la búsqueda de una protección que no llegaba, pues se hallaba en medio de la tormenta, en otros menesteres.

Repentinamente, aquel monstruo que sólo mostraba señales de vida por su dura apariencia, cobró movimiento. Al principio, imperceptiblemente, como una ligera sacudida que gradualmente fue cogiendo tono y dibujando en el aire el camino de su placer. Eran movimientos largos y felinos en los que aquel espléndido cuerpo se dejaba portear por una sensualidad marcada por la exquisita feminidad de Álex. Parecía que la delicadeza conjurara con su llamado a la gracia. Arqueando las piernas levantaba su pubis para volver a hundirse en un arco perfectamente trazado. Álex dejó de pajearlo para tomarle los muslos y acariciarlos con suavidad. Su mano, igual que había hecho con la verga, subía y bajaba por sus desarrollados músculos para finalizar su viaje en el pubis y volver de nuevo a subir aquellas musculosas montañas. Besó la polla, con besos pequeños y traviesos que recorrieron su contorno, para que no se escapara agarró la polla y continuó besando con la misma dulzura. Dany paró sus movimientos y concentró todo su baile en el abdomen que emprendió el movimiento de aquel impar instrumento. Besaba y lengüeteaba, y vuelta a besar, y vuelta a lamer. De repente, aquellas manos mudas agarraron la de Álex, que se asustó por una intromisión que no esperaba, pero que deseaba. Y unió su mano a la de Álex y se lanzó a meneársela cada vez con más fuerza. Álex sucumbió al espectáculo, no dejaba de observar aquella comunión e imprimió más fuerza aquel delicioso masaje, hasta que de la oscuridad, y acompañado por un bramido ahogado, surgió una rica leche que salpicó, en tandas sucesivas, todo lo que se encontraba a su paso. Con la primera eyaculación, Dany dejó de meneársela, pero no Álex que continuaba mimando duramente aquel pijo, aumentando su pasión al ver cómo respondía el surtidor. El cuerpo de Dany se desencajaba al no poder controlar la paja que le estaban realizando, por lo que se agitó trémulamente en medio del saco, en espasmos cada vez más incontrolables. La leche de polla brillaba con una aura especial, como si fosforeciera. En su precipitada huida cayeron sobre el pecho de Dany, en la cara de Álex, en el saco, en todas partes, pues durante unos siete segundos, aquella polla no dejo de escupir y escupir su preciado y generoso don. Los últimos trallazos parecían lamparones de cera que caían mansamente por aquel precipicio de veinticuatro centímetros. Cuando llegó ese momento, Álex dejó de pajearlo y sonrió lleno de satisfacción, con el mismo instinto de aquel que ha ganado un gran premio. Al instante, se percató de que su cara ardía, y sabiendo lo que era se dirigió con precaución.

Tomó aquel líquido aperlado entre sus manos y acariciándolo lo llevo hacia su nariz para olfatearlo a fondo. En su sensibilidad, le olió a macho, y su gusto se lo confirmó. Era una leche viva, que cosquilleaba al tragarla, amarga y ligeramente picante. En una palabra: deliciosa. Y vio los restos cubriendo aquel nido; algunos en tierra seca y estéril, otros, en la ardiente fertilidad de su amado. Y hacia allí se dirigió. Y donde había leche, hubo beso; y donde hubo beso, lambetazo; y donde hubo lambetazo, un beso húmedo, cálido, mezclando la pasión de Álex con el semen de su joven semental. Sofocado como estaba, Dany ni respondió, o respondió como había respondido hasta ahora: con esa indiferencia que ocultaba la poderosa entrega que deseaba realizar. Cuando terminó la limpieza, Álex se dirigió hacia su amado, y le acarició la cabeza con ternura y le besó la frente, cuando se dirigía hacia los labios, Dany volvió a su cueva precedido por su suspiro.

De nuevo la página del diario era negra y amarga. Con su polla tiesa, esa marica de terciopelo se deslizó por el saco y cogiendo la mano inerte de Dany la situó en su polla. No hubo ningún signo de vida, nada que hiciera pensar que su buena obra, su amor entregado a lo largo de estos años, iba a hallar su merecida recompensa. Como había hecho él, su mano se trenzó con la de Dany, y cuando se disponía a iniciar su paja más deseada, la mano de su amado se escurrió como una anguila entre sus dedos. En el segundo intento, llevado a cabo con mayor dulzura, la anguila volvió a saltar al agua, dejando al pescador en la más absoluta de las soledades, perdido en el profundo lago de su tristeza. Y allí estaba su amado, acurrucado contra la pared de la tienda, con la cabeza como la del avestruz, con el cuerpo como el del Adonis.

Las lágrimas cegaron sus ojos y se fue a su esquina, con corazón roto y el cuerpo herido. Y allí, en su esquina, continuó su llanto, un sollozo negro que venía por todo lo que había llorado y por lo que había dejado de llorar, un llanto tan amargo que hasta sabía a hiel. Seguía en pelota, tumbado y abandonado a su pena, con aquella maravillosa polla erguida y babeante, pues en su derrota, aún estaba con su amado, y para aquel sensible animal, eso no se le olvidaba fácilmente.

Y ese recuerdo fue la espoleta. ¡Dios, cuántas pajas se había tirado pensando en Dany! ¡Y ahora lo tenía allí, a escasos centímetros! Era un señuelo demasiado fuerte como para no caer en la trampa. Y aquella mano libre que no enjuagaba sus lágrimas, comenzó a enjuagar sus alegrías. Se tocó los huevos como si tuviera un coño y subió hasta la mitad del talle de su pija y, desde allí, con el pulgar masajeó el prepucio humedecido por la cantidad de presemen que había brotado. Tras unos instantes cambió la estrategia y agarrándose fuertemente el pijo se la meneó a gusto. Llevaba como tres minutos de placer, mirando entre lágrimas su cuerpo deseado, cuando aquella belleza se levantó lentamente y fue hacia él. Álex dejó de pelársela pues pensó que ya le sobraban manos. Dany se sentó a su lado, Álex ofreció su esbelto cuerpo, pues creyó que por fin había llegado el momento. Pero nada paso. Ni ahora ni un minuto después. Dany lo tomó por los hombros y lo sentó en su regazo. Tenían sus cuerpos pegados. La polla de Dany rozaba la raja del culo; sus pezones, la espalda; así con cada parte de su cuerpo que se hallaba en una perfecta comunión.

¡Pajéate ahora!

Álex empezó a pajearse. Sentir su cuerpo pegado al suyo aumentaba el placer del momento. El calor de su cuerpo entraba en el de Álex por oleadas, acariciando cada poro de su sensible piel. Era como si Dany estuviese en todas las partes, y en ese momento, comprendió que así era, que no hacía falta que Dany le menease la polla, pues estaba allí, en su pensamiento y en su cuerpo.

Dany situó sus manos en la cadera de Álex, como tratando de que no se moviese de ese punto, y lo apretó fuertemente, como si de esta forma el deseo, que ahora se calentaba nuevamente su entrepierna, tuviera una vía de escape. Como marica que era, Álex se comportó como una auténtica mujer, como una mujer deliciosa. Cimbreó su cuerpo restregándolo dulcemente por la recia musculatura de Dany, sintió como aquella polla que había tenido entre sus manos, reinaba ahora con igual esplendor en la raja de su culo, cruzándola a su largo, y tocando sus cojones que hacían de turbante a su achatado capullo que volvía a babear. Buscó sus besos y no los encontró; pero se dio cuenta de que la frialdad también lleva su ternura. Aquel estoicismo calculado, no podía, sin embargo, dejar escapar sus ráfagas de cariño disimulado, y de vez en cuando, la agitada feminidad de Álex, encontraba una respuesta viril a sus meneos, un movimiento seco, pero tierno, de su amado Dany, que escribía unas cuantas líneas en ese diario. Álex decidió prolongar la paja, tocar aquel miembro excesivo con una delicadeza más exagerada, rozando con suaves caricias aquel regio falo. Sabía que la delicia del momento se repartía por muchas otras zonas, sentía un gusto especial en la raja de su culo, en el roce de los pezones sobre su espalda, en la acometida de los bíceps que lo encarcelaba, en aquellas tenaces manos que amasaban su carne. La mano que tenía libre exploró la masculinidad que le acompañaba, recorrió palmo a palmo, con el cariño que le era innato, el cuerpo de su amor, enredándose en sus cabellos, acariciando su cara, bajando por sus dorsales, tocando sus nalgas; y todo esto con un mudo consentimiento que le hablaba de las palabras que aún no había escuchado. Sin embargo, ese sencillo "te amo" que él anhelaba, estaba ahí; a su manera, pero estaba ahí. Así lo sentía Álex.

Su pija babeaba abundantemente. Con los ojos cerrados y la boca jadeante, su excitada feminidad seguía restregándose por el recio cuerpo de Dany, dándole besos mudos a esa estatua de sal que calentaba su cuerpo. El sudor empapaba sus cuerpos facilitando aquella fricción sensual en la que nadaban sus deseos. Su bombeo, largo y acompasado, cambió su danza. Y aquellas caderas que Dany apretaba con fuerza comenzaron un delicioso vaivén. La raja de su culo se deslizaba balanceándose por toda la pija de Dany. Aquellas nalgas, delicadas y femeninas, masajeaban con delicadeza la robustez de aquel ejemplar que volvía a lucir su acero. Acompasó su paja al delicioso viaje que exaltaba una sensibilidad aún inaudita para Álex. Su mano acunaba su hermoso cipote, recorriendo con lascivia aquel paseo de veinticuatro centímetros, para terminar en sus mullidos cojones; ahí, cuando despuntaba la verga de Dany, la arropaba entre sus dedos, recorriendo el perímetro de aquel peculiar glande, para después despedirlo, con ese beso táctil que sus dedos imprimían en la punta de ese capullo que desaparecía en la oscura y tentadora selva de su culo. Cada nueva aparición era saluda con el mismo húmedo homenaje, para después dar su duro pago entre las nalgas que se arrebataban con el calor de un intruso tan demoledor como bienvenido. Paulatinamente, aquel delicado contoneo cobró fuerza, guiado por la urgencia de un deseo que quemaba todo el cuerpo. Sus jadeos se armonizaron fundiéndose en un único suspiro, hondo y grave, que inundaba aquella reducida hoguera de cuerpos entregados. Y la estatua de sal se entreabrió a la vida, a guiar su desmesurada verga por las dulces nalgas de Álex con igual ímpetu que éste.

Álex tardó en percatarse. Estaba tan sumido en sus sensaciones, se agolpaban de tal manera, que le resultaba difícil distinguir las mil caras del placer que asomaban en ese momento. Pero cuando percibió que la bestia había despertado, huyó de su placentera cárcel, y en ese sorpresivo salto comprobó el inmenso deseo que germinaba en el cuerpo de Dany, que sorprendido por ese movimiento inesperado trató torpemente de atrapar la huidiza belleza de Álex. Éste vio su rostro sorprendido, para después, cuando la luz volvió a esculpir la realidad, ver un rostro suplicante y deseoso que con los brazos abiertos lo invitaba a su cuerpo. Y así lo vio durante unos diez segundos, en los que su amor se ató irremediablemente, por y para siempre, a la vida de Dany. De rodillas se fue acercando lentamente, muy lentamente, con su mástil saludando al cielo, acercándose con su poderoso vaivén a la fiera anhelante que lo esperaba con los brazos abiertos. Cuando estuvo cerca, éstos se cerraron dulcemente sobre su cuerpo escribiendo un abrazo firme que fue correspondido con la delicadeza de un Álex extasiado que se fundía en la rotunda masculinidad de Dany. Sus pollas quedaron una junta otra, presionándose, como en un pulso en el que no había claro vencedor, pero que aún así continuaban con igual fortaleza su batalla. Y Álex se disolvió en Dany. Aspiró su aroma, lo regó con sus besos, que sin ser correspondidos, eran mansamente recibidos, lo aró con sus caricias que se repartían por aquella dura musculatura que suspiraba un sudor que olía a macho, a sexo, a vida. Y sus pollas comenzaron a friccionarse, con dureza y pasión, en unos contoneos impulsados por el placer que era el buscado, que era el único que querían.

Sentía la dureza de esa pija descomunal, al tiempo la urgencia del deseo, acompañada de una ternura ruda y oculta, pues aunque los cuerpos nadaban en un pozo de avidez, había en aquellas fricciones un "te amo" constante que sellaba cada encuentro de sus falos.

La feminidad de Álex se acentuaba entre los brazos de aquel macho bravío. Su dulzura se acaramelaba, el éxtasis la desfallecía, así con cada una de las sutiles cartas que ponía en la mesa de juego. Y esa era la droga que Dany quería. No quería otra, sino aquella exultante mariconería que desprendía las mejores notas de ambos mundos. Pues así era Álex, una mujer que era mucho hombre; un hombre que era mucha mujer. Y de ambos polos bebías sus jugos.

Aquellas pollas golosas y empapadas que no paraban de rozarse ardientemente, de restregarse con lascivia guiadas por el único instinto de gozar, de quemarse en ese goce supremo con que les premiaba el cuerpo, prolongaban su arrebatada danza con la fortaleza preñada de un deseo canibal. Los delicados jadeos de Álex, el arrastrado suspiro, grave y profundo, casi primitivo, con el que Dany daba rienda suelta a la voluptuosa tormenta que reinaba en su perfecto cuerpo, era la música que salía de sus entrañas, de sus institnos. Había tanto sexo en cada acometida, en el aire que respiraba, en la luz que los iluminaba, en sus movimientos imperiosos, que aquella primera vez condensaba todo el sexo futuro.

Álex buscó, en ese mundo huérfano acompañado de tantos placeres, los besos de su amante. Su lengua hurgó a la entrada, empapó con su afecto el rostro salvaje de Dany que permanecía en una mueca extática. Acarició cada poro de su piel, sin dejar de repetir en los intervalos de tanta entrega un estribillo que le salía del alma, de todos esos años, que parecían eternos, de amor secreto pero vivo, de ese quiero y no puedo que se inició un día de lluvia, cuando la niñez se moja con los primeros apremios de la adolescencia, y que continuaba ahora con una noche también fertilizada de humedades. Y ese runrún que coronaba cada beso, no era otro que un "¡Te amo, mi vida, te amo! ¡Te amo tanto, tanto, tanto...!" Y así, verso a verso, rima a rima. Todo para hacer ese poema de dos cuerpos entrelazados por el deseo que no llegaba para saciar un amor tan secreto como aquel.

Metió uno de aquellos dedos afinados y dulces en la gruta de su amante. Éste acompañó el respingo con un "¡aaah!", entre placentero y doloroso, dejando su boca abierta de par en par. Y Álex entró. Y enredó su lengua en la de su amado, que tras unos segundos de indecisión respondió con la fuerza de su dueño. Y esa lengua avasalladora violó la boca de Álex extrayendo todos sus jugos, plantando en cada rincón, en cada comisura, la avaricia desbocada del amante.

Dany se cimbreó agitadamente, como poseído por una fuerza que escapaba a su control. Álex quedó nadando en la fuerza de esa embestida que lo poseía completamente. Cayó inerte como un pajarillo, jadeante como un toro bravo, pero más vivo que nunca, pues cada segundo era una línea más de su sueño, de su deseo, de ese amor que le calentaba el cuerpo y el corazón a partes iguales.

Dany lo cogió por la cintura y lo apretó con fuerza contra sí. Y allí se quedó quieto manifestando todo lo que sentía con el nervio de su quietud. Arrastrando sus manos, como si comiese el cuerpo de Álex a bocados, dirigió éstas hacia ese culo femenino y formado que lucía su amor. Y allí amasó con lascivia, con una lubricidad nueva pues iba impregnada del tórrido erotismo que les corroía, pero también de la rotunda entrega de ese confuso amor mudo y ciego que habían vivido durante cinco años. Con esa vocecita maricona que alumbraba su vida, Álex volvió a declararle un amor eterno, rendido e incondicional, que sellaron sus empapados pollas aplastadas una contra otra, unidas por ese mutuo deseo que las endurecía hasta calcinarlas.

Ahora fue Álex quien gritó de dolor y placer. Aquellos dedos, rudos y masculinos, entraron voraz y bruscamente en esa gruta virginal y apetitosa, dando pequeños saltos de alegría al encontrarse en tan acogedor refugio. Aquellas acometidas nerviosas y urgentes, exaltaron el límite del placer al que creía haber llegado Álex, abriendo la poca conciencia que le quedaba al infinito mundo de placentera entrega que encontraba entre los brazos de su amado. Sus palabras quedaban en el paladar de la boca, resistiéndose a salir, pues sólo los jadeos, hondos y sentidos, franqueaban esa puerta. Seguía agarrado a Dany como quien se agarra a un escollo evitando caer en un precipicio. Todo su cuerpo estaba sellado con su presencia, con su libido, que iba de uno a otro en una corriente turbulenta, pues en ese momento era el uno para el otro. Lo demás, ni existía.

El contacto de su cuerpo le hacía sentir que aquello, pese a que así lo parecía, no era un sueño. Nada era un sueño, pero todo se desarrollaba conforme lo había soñado; o mejor dicho: todo superaba cualquier sueño.

Era una alianza total e íntima. Sus jadeos, sus deseos, su amor... todo era uno. Un uno grande y pleno, que los colmaba hasta vaciar una vida que no había sido vida hasta ese momento. Era ahora cuando vivían, y así lo sentían, pues estaban viviendo el amor con la inocencia de una entrega plena, despojada de los temores que producen las heridas, que produce el haber disfrutado y penado esa palabra que ahora les llenaba la boca, pero cuyo eco se escuchaba por todos los rincones de sus cuerpos.

Y allí, con una polla aplastado a la otra, con el abrasador aroma y calor que éstas emanaban, sus pijas empezaron a aflorar. Y aquel masaje procaz y placentero que viajaba llamando a todas las puertas de su cuerpo fue tomando forma en la raíz de sus carajos. Lo sintieron como algo muy similar a esos cohetes que comienzan a girar lentamente, ganando en cada vuelta mayor velocidad hasta que todo es un girar vertiginoso y energético. Así, aquel cosquilleo fue ganando terreno, primero en sus cojones para expandirse a toda celeridad por su cuerpo, descalabrando a su paso el sentido de sus amos.

En ese momento, sus labios se unieron, para ahogar en un beso húmedo y eterno, el rugido de león que carbonizaba sus cuerpos cimbreantes. Se pegaron más que nunca, intentado el uno fundirse en el otro, pues sólo en esta fusión encontrarían el alivio a una sensación que les rasgaba la razón, que les volteaba la vida.

Y aquellos cipotes inhiestos comenzaron a chorrear con violencia un maná lechoso y aperlado que salía teñido con la misma pasión que los arrojara a uno en los brazos del otro. La leche se precipitó por entre sus cuerpos encharcando el calor que desprendían, soldándolos en la zozobra de esa muerte súbita que los zarandeaba, mientras se mordían con avaricia y violencia.

Así siguieron durante unos quince segundos más. Era tan vívida la sensación, tan física, que parecía irreal. Tras los últimos espasmos de semen, no llegó la cordura, sino un estatismo quieto y prolongado que se resistía a abandonar todo lo que habían gozado como putos perros. Las babas se precipitaban por las comisuras de sus trémulos labios, el semen, ardiente como un ácido, se sepultaba en el vello de su masculinidad infiltrándose poco a poco en el aroma de ese par de machos distintos, pero complementarios.

La caricia de Dany los secuestró de ese hechizo en el que continuaban y con un cariño dulce y entregado se tumbó en el suelo y atrajo hacia sí a Álex, que continuaba perdido en su mundo. Un beso de pajarito, casi como una cosquilla, reanudó el encuentro. Tiernamente se acariciaron, con una suavidad de terciopelo, llena de la mansedumbre de un amor ya cumplido. Y esas caricias, llamaron a los besos. Y los besos a un amor que no se consumía. Y el amor dejó su rastro en los besos con los que Álex regó el cuerpo de Dany. Y allí donde estaba la leche, Álex puso su lengua y bebió el jugo de su amor, para a continuación depositarlo en el abrazo suave de la lengua de su amado.

Así estuvieron, durante unas tres horas, recorriendo su amor con una delicadeza exquisita. Parecía que la feminidad de Álex tomaba el mando que la virilidad de Dany había llevado durante el fiero combate.

Se contaron muchas cosas en las noches siguientes, y se hicieron muchas otras; las mismas, si queremos ser exactos, pero eran tan nuevas que parecían otras, pues esa era la característica de su amor: un sentimiento que renovaba el rostro de un afecto sin términos. Soportaron con cautela las interrogantes miradas que a la mañana siguiente, y durante los días restantes, les dirigieron. Intentaron, y consiguieron, que sólo la noche fuera testigo de ese amor adolescente.

Y Dany lo consiguió. Durante los diez años siguientes no respondió a llamada alguna o intento de conversación que procediera de una marica como Álex.

Sólo diez años después, Dany abrió la boca:

Creeeooo que me caso el próximo sábado –masculló lentamente como si mascara las palabras-. ¡Joder, estoy la hostia de buuooorrracho!

Sólo eran las cinco y cuarto de la mañana de un domingo cinco de junio, pero Álex sintió, tras la primera sorpresa, que amanecía en aquel preciso instante y que el rubor que asomaba en sus mejillas era producto de esa luz que sólo él podía distinguir.

Habían pasado diez años desde su último encuentro. A partir de ahí un muro de silencio infranqueable fue la única respuesta que obtuvo de su amor. Ni un sí ni un no asomaron por esos labios ante las insistentes preguntas que el tiempo cegó. Nada, absolutamente nada, despejó ese mar de incertidumbre en el que estuvo navegando durante esos dos lustros.

Trato de olvidarlo, pero no pudo. El silencio era demasiado presente como para guardar ese amor en el baúl de las insensateces. Lo buscó por todas partes, pero no lo encontró en ninguna. Ninguna de aquellas pollas que alumbraron las noches de soledad lograba apagar el fuego que ardía en su corazón. Casi no tuvo momentos de descanso. Podía ocurrir que se olvidara de él durante días, y, súbitamente, el recuerdo cubierto de dolor emergía con más fuerza, como si ésta se alimentase precisamente de un olvido obligado pero no sentido. En ese momento se perdía en una tristeza melancólica de la que no sabía cómo salir, pues en el fondo sentía ese dolor como la prueba del amor que reposaba herido en su interior.

Cuando la vida le enseñó la malicia, intentó tirar con ella, dirigir sus dardos envenenados al objeto de su ira nutrida por el amor, pero llegado el momento, aquel rencor que le arañaba las entrañas sucumbía a su verdadero rostro y apaciguaba su empuje, pues por nada del mundo quería que Dany sufriera daño alguno.

Eran sentimientos encontrados. Quería su felicidad y quería su muerte; y todo en el mismo grado de deseo. Cuando se reconciliaba con su melancolía, dejándose mecer por la tristeza, anhelaba con sinceridad que Dany encontrase todo lo que merecía. En ese aspecto, su feminidad maricona, trazaba un vasto plan que incluía todos los parabienes en los que asentamos la huidiza felicidad. Tendría un trabajo espléndido, una casa señorial, un deportivo enérgico, unos hijos hermosos y modélicos, una vida social intensa e interesante; pero siempre obviaba un punto de sutura en todo este entramado: la mujer. Ninguna le parecía adecuada para la valía de un macho como Dany. Más de una vez estuvo tentado a llamarlo y aclarar ciertas relaciones que él veía desastrosas para un futuro tan prometedor. Todas las mujeres, ofrecían a su entender, un coño para hoy y un hambre para mañana, o, que en el mejor de los casos, deslucían la potencia de un hombre como él.

Sin embargo, la mayor parte de las veces la melancolía no tenía ese rostro triste pero sereno. En esos días, aquel sentimiento se vestía de ropas lúgubres y pasiones desgarradas que no tenían otro propósito que alimentar una inquina con la que creía que vencería a ese amor que no había perdido ni un gramo de energía en ese estado de reposo y desolación en el que se encontraba. En esos días, lo único que deseaba era su muerte. Una muerte lenta, cruel e inevitable, que le hiciera ver en sus últimos segundos la verdad del amor que él le profesaba, pues sólo él y el amor que portaba eran capaces de superar la dura prueba que supone el cuidado de un enfermo terminal.

Independientemente de los deseos con los que se consolaba, la vida de Dany siguió su curso con sus más y sus menos que hicieron de él lo que hoy es. Su naturaleza lo alejó del estudio para llevarlo al trabajo. Eran trabajos rudos que esculpieron con mayor fiereza un cuerpo ya de por si indómito. La condena de estas actividades tenía una única compensación: el saber vivir con el que se premiaba. Para un hombre como él, ese "saber vivir" no se llenaba de grandes ambiciones, sino que cedía a los placeres más inmediatos. Sexo, drogas (alcohol) y los cuarenta principales eran, en resumen, su "top ten" de lo que es vivir la vida sin tener conciencia de haberla desaprovechado.

En su primera afición estaba Álex. No estaba presente del todo, pero estaba. Tras su "caída", Dany decidió evitar toda tentación tomando dos caminos: uno que lo alejaba de Álex y otro que lo acercaba a cuanto coño bien dispuesto se pusiera ante su kilométrica pija. Estos dos propósitos fueron fáciles de cumplir y hasta llegó un momento que, conscientemente, dejó de temer la influencia que Álex había tenido en su vida y en su corazón.

Éste no volvió a entregar más verdades en su vida. Decía un "te quiero" o un "te amo" con la misma facilidad que un "buenos días", sin sentir mayor cosquilleo en la boca de su estómago, o unas simples palpitaciones que señalaran la alegría que le propiciaba la persona que tenía entre las piernas. Que tras años de folleteos incalculables asentase la cabeza con una relación estable, obedecía tan solo a la pauta general que observa en su pandilla, todos ellos encoñados de unas jambas con las que poblar la tierra de rollizos bebés que se pareciesen a "su padre". Así, cuando la mitad de la pandilla pasó por el altar, él decidió que había llegado el momento de regar con más asiduidad un coño conocido, sin perder de vista y ánimo todos los que se abrían a su paso. Y con la determinación de un cazador que no hierra en el blanco, decidió que sería aquella pecosa de pelo como el fuego la que uniría su destino a su deambular, aquella mujer que cimbreaba sus caderas ajena a todo, pues estaba como perdida, recién llegada de Buenos Aires, a un pueblo perdido como aquel. Y lo que otros no pudieron, él lo logró. Y cuando con paso calmo y seguro se dirigía hacía aquella hembra extraviada, le comentó a su eterno lugarteniente Alfonso: "Ves a esa mujer. Mírala bien. Esa será la madre de mis hijos." Y la madre era Rossana, una argentina loca que capituló a la codicia que despertaba un macho como Dany, pues desde ese primer instante gozó y sufrió a partes iguales. Gozó por el simple hecho de tenerlo arrimado a ella; sufrió por el simple hecho de tenerlo arrimado a ella. Así era Dany, el infinito placer de tenerlo despertaba la alerta de que no podías ser tú la única que sintiera tal deseo. Era el dolor llevado de la mano por el placer.

Álex había contado cada día de esos diez años. En cierto sentido, aunque sin saberlo todo, había tenido una vida similar a la de Dany, sólo que con una intención contraria. Si la sucesión de coños evitaba que Dany pensase en Álex; la sucesión de pollas enfrentaba a Álex con su terca búsqueda de un hombre como Dany. En sus agendas, el mismo número de conquistas jalonaban su fracaso.

La mariconería que apuntaba en su adolescencia terminó por agudizarse en su juventud hasta estallar en un clímax turbador. Esta situación lo llevaba a una paradoja inquietante. Dejando aparte los insultos, menú diario al que se enfrentaba esta loca, ninguno de los hombres a los que se acercaba deseaban "la pluma" que él exhibía con tanta osadía; pero todos, sin excepción, terminaban pereciendo entre sus piernas, plantando su semen en aquel arrebatador culo, mamando aquel pijo descomunal que contrastaba con su fina pluma, dejándose partir el culo por esas embestidas largas y placenteras que terminaban por quebrarte por la mitad, muriendo, en una palabra, por poseer la ambigua fragilidad que ornaba su mujeril encanto.

Como a Álex no se le ofrecía la posibilidad del casamiento, no cayó en ninguna relación que fuese más allá de la semana, pues ese era el plazo en que su descontento tardaba en hervir. A diferencia de Dany, Álex si echó una mirada a los libros y terminó su carrera de psicología con el firme propósito de poner una boutique petarda una vez finalizada su formación. La carrera le serviría para tener mejor ojo en su tenaz exploración; la tienda para expandir ese gusto tan atrevido con el que lucía su hermoso cuerpo. Si en el primer designio no tuvo mucho éxito pues el amor le hacía ver la imposibilidad de su empeño; en la segunda aspiración la victoria vino a compensar su fracaso, y la modernidad de los ochenta que pululaba por A Coruña tenía una cita obligatoria en su desmadrado local. Si querías ir a la moda, allí nacía con todas sus consecuencias.

¡Juuuuuooooder, pues si que estroy la huuuostia de buuurrrracho! Crrreeo... creo que voy a... ¡Joder! Crieo que vuuuooooy a ichar la puota... la poota.

Y se desplomó entre sus brazos y una primera arcada trajo consigo todo el alcohol, mierda y demás que sobraba en aquel arrebatador cuerpo, regando, en su precipitada carrera hacia el servicio, todo lo que pillaba a su paso, incluido Álex. Y allí, en la taza inmaculada, echó los últimos estertores de una noche que no había hecho más que comenzar.

¡Juuuoder, con lo musssscho que tú me quieres! ¡Y mira cuuoóomo te estroy poniendo todo!

¡Tranquilo! –lo consoló poniéndole la mano sobre la frente- No pasa nada. No te preocupes por eso ahora.

¡Joder, cooon...con lo mussssscho que tú me quieresss...! ¡Con lo muscho, muscho que trú me quieresss...! –dijo sollozando- La huosssstia estoy fatal. ¡Quéee maaal estrooy, juoder! –se dijo cómo si no terminará de creérselo- ¡Y mira toda exxxssta mierda! –arrepentido-. ¡Mira tuoda essa mierda! ¡Laaa huuuostiia, mira cuuant... cuuanta miiierda he bebido!

¡Tranquilo, Dany! Eso no tiene que preocuparte ahora. Vomita todo lo que tengas que vomitar. Será mejor. Te hará bien.

Esssxx que... esss que, al final... ¡sssuuuuuuuólo te traigo mierrrda! No he traído mássx que mierda a tu viiida –y comenzó a llorar como un niño-. ¡Mierda y másx mierda!

Eso es una estupidez –contestó con ternura-. Estás tan borracho que sólo dices estupideces.

Me... me puarece... que aún me quida un puoquito...

¡Está bien! Échalo todo. Te hará bien –repuso en tono maternal, pues en ese momento era una madre enamorada-. ¡Te hará bien, mi vida!

¡Broooough...! ¡Broouoough...!

¡Así, así! ¡Tranquilo, tranquilo! Vas bien...

¡Joder, con lo muscho que tú me quieresxx!

Ya.

Creeeo... creo que chxsa esstá... Sí. Criiieo que sí. –dijo intentando incorporarse.

Será mejor que te duches. –le recomendó tomándolo entre sus brazos- ¿Puedes ducharte tú solo?

No sé... Puuuede que sí... puuuede que no.

¡Pero que payaso eres! –expresó con orgullo y sin abandonar ese tono maternal.

Ya puarece que me encuontro muscho mejor.

¿Seguro?

Sí. Me puarece que sí.

Pues espera. Enciendo el calentador y te duchas. Después me das la ropa y pongo la lavadora. No puedes volver así a casa.

¡Joder! –volviendo a llorar y tambaleándose peligrosamente- ¡Que buino eressss! Siempre fuiste muy bueno. Creeeeo que fuiste buuuino toda la vida...

...

Sí. Esssx cierto, ¡joder! Y me hasss querido tanto...

¡Va! Deja de llorar. No digas más tonterías –dijo aún turbado por el halago.

Esssx cierto. Tú me quieres muscho, muscho, muscho... Y yo...

...

Yio... Yo...

...

¡Juuuoder! ¡Cuuuuoooómmmo ti he puuesssto todo!

Bueno... Voy a encender el calentador... y a arreglar un poco todo esto. ¡Dúchate tranquilo!

El sonido del agua le anunció la cascada de belleza que iba a encontrar. Entró nervioso, intentando mirar hacia otro lado, pero el deseo pudo más que el pudor. Y allí estaba aquella imagen que le acompañó durante diez años. Ahora era de mármol. Su virilidad había alcanzado un grado de madurez, que se expresaba con mayor rotundidad en la rudeza de sus músculos. Se cruzaron las miradas y él quedó quieto, como hipnotizado, dejando que el agua escurriera poco a poco la espuma que cubría su cuerpo, y que como un telón se abría a las miradas. Bajó lentamente los párpados y una tímida sonrisa se dibujó en sus labios, pero a este gesto no le siguió el pudor, sino que siguió mostrando esa ruda belleza que reposaba exaltada en su cuerpo. Álex no aguantó ni un segundo más aquella mirada, aquella hermosura que volvía a engrandecer un amor pasado pero siempre presente y nunca olvidado.

Será mejor que ponga la lavadora... Así te acuestas y dará tiempo a secar la ropa.

Cuomo veas... –contestó dándose la vuelta y llevando sus manos hacía la cara, como si llorase.

Dilatando el momento, fue cogiendo prenda por prenda y se retiró como una doncella educada, sin dar la espalda a su amo. Evitó pensar que él estaba allí, que lo que amaba más que a nada en la vida, estaba a su lado para perderse para siempre en la cárcel del matrimonio. Y con esa furia, fregó palmo por palmo el reguero de vómitos que señalaba su entrada. La misma aversión lo acompañó a la lavadora, tarareando una canción para no escuchar el agua que con su chupchup acariciaba el cuerpo de su único amor. Repentinamente, aquélla música tentadora cesó, y el sonido de su fuerza alumbró la nueva melodía: el silencio. Pero para Álex, cualquiera de las dos, eran él y el embrujo al que lo sometía no cesaba de pujar con fuerza en su cuerpo. Instantes después era la puerta la que anunciaba su próxima presencia.

Y el dormitorio, ¿duónde está?

Es esa segunda puerta –señaló- La segunda puerta a la izquierda...

Perdona... Perdona por el estropicio... Ya me encuentro un puoooco mejor...

No pasa nada. Todo está bien –respondió con timidez-. No ha sido nada. Nada que no se pueda arreglar.

Sí...

Ahora descansa... Así mañana estarás como una rosa...

Sí.

La apostura enrollada en una toalla desapareció con lentitud, pero antes de entrar en el dormitorio se paró un instante y se quitó la toalla, dejando por un breve instante esa imagen esculpida en la retina de Álex. Estuvo petrificado unos minutos. Fue hacia el cuarto de baño y se duchó rápidamente, saboreando durante esos breves instantes, el nido donde había estado su amor. Dejó que el agua se deslizase por su cuerpo, sin hacer ningún intento por restregar el aroma del vomito que cubría su torso. Su pensamiento estaba en otra parte y cuando éste se hizo tan presente cerró el grifo de la ducha.

Cuando entró en el dormitorio, tampoco portaba toalla alguna. Dany estaba tumbado en un costado de la cama, de espaldas a él, mostrando la firmeza rotunda que, aún en reposo, escribía su cuerpo. Paseó su vista por todo aquel paisaje y a cada paso que daba reconocía que los años no habían hecho otra cosa que incrementar el valor de aquel tesoro. Se metió con cautela en la cama, sabiendo que pasara lo que pasara no iba a poder dormir, pero tomando la precaución de no despertar a su amado. Temía, pues diez años así se lo hacían entender, que sí se despertase, aquel sueño se desvanecería al contacto con la realidad.

Ya tumbado, unas lágrimas mudas humedecieron sus ojos. Eran unas lágrimas que no podía evitar ni quería evitar. Eran por diez años de amor, por todo lo que había llorado, por todo lo que había disfrutado, por todo lo padecido, por todo... pues Dany lo era todo.

¿No me vas a abrazar...?

...

Giró lentamente la cabeza saliendo de su cueva y volvió a repetir la pregunta. Y aquellas lágrimas, por primera vez en tanto tiempo, rieron como locas siguiendo su muda procesión ahora más alborotadas. Álex se acercó lentamente y se abrazó al cuerpo de Dany.

Ahora será mejor que descansemos.

Sí...

Y se pegó como una lapa a Dany, plegándose a él en la caricia de una intimidad que había anhelado durante tantos, tantos años. Y aspiró ese aroma que lo perseguía por siempre desde todas las esquinas; y sintió la calidez única e indescriptible de su cuerpo, una tibieza que acunada cada uno de los poros de su piel enamorada; y dejó que aquellas lágrimas mansas y locas empaparan la piel de su amante, sembrando el amor que ellas portaban; y acompasó su respiración a la de su amado hasta ser un solo cuerpo, un cuerpo enamorado. Y a los pocos segundos, Morfeo llamó a su puerta y los encontró entrelazados formando un ovillo de felicidad. Ningún movimiento perturbó este sueño. Parecía que el amor, después de tanto tiempo, sólo buscaba reposo.

Una sonrisa imborrable se dibujaba en sus labios, mientras en sus ojos disfrutaban del amor de sus sueños. Sus manos entrelazadas, acariciadas por la respiración de Dany, y unidas en un abrazo íntimo y duradero. Sus cuerpos íntimamente ligados en un beso que no se esfumaba por lo mucho que se tenían que decir.

Y así pasaron las horas, y llegó el día; y así pasaron las horas; y llegó el mediodía; y así pasaron los segundos, y llegó un beso tierno y cariñoso que tímidamente, y con extremada dulzura, fue recorriendo cada uno de los dedos de Álex. Y cuando estos terminaron volvió a besarlos, pues una vez despierto sólo quería entregar lo que había soñado durante diez largos años de huida.

¿Te desperté?

Sí... ¡No!

Y saliendo lentamente de su cueva, dirigió una sonrisa a Álex, y siguió hablando, puntuando cada frase con pequeños besos.

No quería despertarte. Siento lo de ayer...

No tiene importancia.

Ya... Es que... Es que no encontré otro modo para venir. No vi mejor salida que esa. Sólo me llegó el valor cuando me emborraché.

¿Eso quiere decir que te vas ya?

¡No! –sonrió- Ahora más que nunca quiero estar sereno. Y me alegró de estar sereno. Hacía tiempo que no me despertaba tan feliz, tan de puta madre.

Yo... –sonrió- Yo también hacía años que no me despertaba tan dichoso. Tan de puta madre, como tú dices.

¿Sí...?

Creo que pasaron diez años desde la última vez...

Ya...-bajó la cabeza avergonzado- Lo sé...

¿Quieres desayunar?, o, mejor dicho -rectificó mirando la hora-: ¿Quieres comer algo?

Sí –y se acercó a sus labios hasta besarlos con una ternura descarnada-, a ti...

Y sus lenguas se acariciaron hasta sonreír. Y aquellas manos entrelazadas se despidieron por un instante para encontrar en sus caricias el amor de sus cuerpos. Álex acarició el pecho de Dany mientras éste recorría, con aquella rudeza inolvidable cargada de dulzura, la cadera de su amante, amasando en cada caricia el contenido amor de esos años. De nuevo volvió a recorrer aquel cuerpo abruptamente esculpido, donde las formas se pronunciaban con intrepidez y descaro para guiarte por toda su belleza. Sus lenguas seguían abrazadas y sus cuerpos comenzaron a restregarse como respuesta a todo el cariño de sus manos. Surcando por los recios abdominales, la delicada mano de Álex se enredó en el inicio del vello púbico y jugueteó por un instante con aquellos pelillos rizados y duros, antesala del hierro dulce que atesoraba su macho y que, con la gravidez de su peso, ahora hacía acto de presencia.

¡Dios, cuántas veces había soñado este momento! Era un deseo que lo perseguía desde siempre, y que ahora se formalizaba en aquella atractiva rudeza, en aquel porte de macho tosco pero tierno que ahora magreaba. Su pinga fue adquiriendo su naturaleza desproporcionada para terminar alojándose entre las piernas de Dany, que con ese balanceo, que buscaba la esencia de su amante, recibió las primeras caricias. Dany aprisionaba el cuerpo de Álex, como intentando que se fundiera con el suyo, pues su deseo era ese: poseerlo, estar tan dentro de él que nunca pudiera abandonarlo, ni tan siquiera cuando la cobardía diese de latigazos a su corazón.

La mano de Álex surcó el talle fibroso de aquella polla insaciable, depositando en esa caricia, que buscaba el retrato de un pijo a la fuerza inolvidable, toda la pasión que había acumulado a lo largo de esa larga espera. Cuando llegó a su achatado glande, éste ya rezumaba todos los jugos de su amor y con el pulgar fue recorriendo ese apetitoso perímetro para recoger el primer vino de una cosecha que sabía, de antemano, golosa y gloriosa.

Recorrienron con urgencia todos los rincones que habían codiciado. En aquel peregrinar, sus cuerpos transmitían un alcance nuevo al placer, como si cobrarán sentido al estar uno al lado del otro. Volvió a palpar la jactancia de una polla que concentraba todos los atributos de su dueño, descubriendo en cada palmo la fiereza de Dany, pero también su calidez, su ternura, pues ahora ésta se abría sin cortapisas, jugando de tú a tú, dando oro por oro.

Dany cerraba y abría las piernas dejando que la polla de Álex electrizara completamente su cuerpo, hasta que salía por entre sus huevos, asomando su atractiva y húmeda cabeza. Una declaración vino a sorprender esta embestida que frenó en seco.

¡Te amo, mi pequeño! Por mucho que me engañe, sé que te amo.

Las femeninas lágrimas, que siempre lo acompañaban, afloraron en los expresivos ojos de Álex. No sabía qué decir, qué hacer. Era tal el estado de felicidad que sentía en ese momento que dejó que el cuerpo expresase con su llanto alegre todo lo que su corazón agitado gritaba.

¿Lloras...? ¡Joder, eres tan bonita! Nadie lloró las veces que dije esto. Ni siquiera Rossana. ¿Por qué eres tan bonita? ¡Joder, no sabes cómo te amo! Ahora que estoy aquí contigo, me doy cuenta de lo mucho que te amo. ¡Y mira que hice intentos por olvidarte! Y creía que te tenía enterrada... Pero me puedo engañar aquí arriba –señaló la cabeza-, en este puto coco... ¡No llores mi vida, no llores! ¡No llores! Puedo engañar a este puto coco, pero este corazón que llevo nunca se lo creyó del todo. Lo que sé, porque ahora está por fin alegre. Tan alegre como mi polla.

Dany... – dijo reprimiendo sus sollozos- ¡Yo nunca te dejé de amar!

Lo sé, mi vida, lo sé... Las pocas veces que nos cruzábamos lo seguía viendo en tus ojos. Lo veía con tanta fuerza que me aterrorizaba que tu amor descubriese el mío. Y la rabia con la que te miraba, era eso... rabia por pensar que me podías descubrir, que te podías acercar a mí pidiendo lo que ya era tuyo y que yo te negaba por cojones, por el puto "qué dirán". Como ves: mucho cuerpo, pero unos cojones pequeñitos. Soy un puto cobarde... soy un puto cobarde. No tengo miedo a nada ni a nadie; excepto a ti y a mí.

No hay que tener miedo, Dany.

Ahora no lo tengo, pero cuando salga por la puerta de nuevo se me achicaran los cojones. Saldré mirando hacia atrás, por si alguien me ve salir, y me miraré de arriba abajo, buscando algo que diga que estuve contigo... Y me miraré la cara, miraré si aún quedan tus besos, si aún hay algún resto de la felicidad que siento. Y si lo descubro, si veo que estás ahí... tendré que borrarlo, aunque mi corazón llore, tendré que apartarlo de mí, y sólo podré disfrutarlo cuando en mi soledad te recuerde. Es así. Lo siento, pero es así. No puedo evitarlo. No creo que nunca lo vaya a evitar.

Ya...

Soy así. Así estoy hecho. He intentado cambiar, pero no puedo. Si lo pienso bien, soy un puto fracaso andante. Soy machito, porque no quiero ser marica; y no soy marica, por que no soy lo suficientemente macho para serlo... ¡Joder, menudo pensamiento! ¡Je, je, je, je...!Nunca lo había visto así, pero así es...

¡Pero nos amamos!

¿Y...?

Eso es lo importante. Eso es nuestra felicidad.

Ya... Pero no me llega la felicidad. Yo lo quiero todo. Soy así de egoísta. Quiero la felicidad y quiero el respeto. El respeto ya lo he logrado; lo conseguí a base de darme de hostias; de recibir dos y dar doce. ¿Y la felicidad...? Haré como si la tuviera. Siempre lo hice así. Mi felicidad está hecha para los demás. No sé por qué, pero desde niño fue así. No sé si confundo la felicidad con el orgullo, con ese sentirse admirado, que es lo que forjó mi "felicidad". ¿Y la verdadera? Pues de vez en cuando, me acercaré a ti para palparla, para magrearla a fondo y que su sabor me sacie de camino a casa. Porque allí, volveré a la felicidad. Volveré a vivir como si nada de esto hubiera pasado. Me sentiré dichoso por los comentarios de mis amigos sobre la buena pareja que hacemos, o escucharé, con una sonrisa en mis labios, los ruegos de mi madre pidiendo ese nieto que nunca llega. Y así pasarán mis días, uno tras otro, en fila. Amándote en secreto, porque no soy quien de amarte a la luz del día. ¡No llores, mi pequeñín, no llores! Te lo digo porque es la verdad. Y hoy sólo te voy a decir la verdad. Además, Rossana es una tía de puta madre. No llora como tú; ni tampoco creo que me ame la mitad de lo que tú me amas, pero sé que me adora. ¡Y como ella –dijo con orgullo-, todo el mundo!

Pero podemos irnos de aquí. Ir a un lugar donde no nos conozcan, donde podamos estar juntos tú y yo.

No, Álex. No es así mi vida. Yo ya no puedo irme de aquí. Nunca salí de aquí. Y aquí voy a quedarme, o, ¿te olvidas que el sábado me caso? Aquí tengo a mi gente, te tengo a ti. Fuera no tengo nada, no sería nada.

Si serías. Estaríamos juntos. Seríamos el uno para el otro. Yo puedo montar una boutique en cualquier otra parte. ¡Podemos ir a Madrid! Aquello es más grande, más libre...

No tiene mar.

Pues a Cádiz o a Barcelona.

No está mi gente. Yo soy de este puto pueblo; aunque lo odie, aquí me quedo. Y créeme, el sitio no cambiaría nada. Sería igual. ¡No importa el sitio! A ver si me entiendes: ¡Soy yo el que no puedo!

¡Pero Dany...!

¡Lo siento, Álex! Lo siento, pero es así.

Es así, pero no tiene por qué ser así.

¿Pero no me entendiste? ¿No estás escuchando lo que te estoy diciendo? Soy yo el que no puedo: Soy-yo-el-que-no-puedo. No podría soportar ni una mirada, ni una puta mirada. Cuando saliera a la calle, cogido de tu mano, no podría soportar todo el puto chismorreo de la gente. ¡No podría soportarlo, Álex! Lo siento, pero no podría. No estoy hecho de esa pasta.

Pero no tienes porque sentirte así. ¿No te sientes bien amándome? ¿Dime?

¡Claro que me siento bien, mi vida! Eres mi felicidad. Ya te lo dije.

¿Y qué hay de malo en todo eso? ¡Es amor! No es nada más y nada menos que eso. ¡Y eso es bonito, Dany!

No hay nada de malo en todo eso. Pero escúchame: lo único malo soy yo. Claro que me siento bien amándote. Pero ahí se acaba mi orgullo, ahí se acaba mi felicidad. ¡Después hay más cosas, Álex! No estamos tú y yo solos en el mundo. ¿Lo entiendes? Ni tampoco este mundo está hecho de poetas que le cantan al amor ni de cantantes que nos lo hacen bailar abrazados. El mundo, querido Álex, está hecho de gente como yo.

Pero se puede cambiar, Dany. Es difícil pero se puede cambiar.

Ya. Puede que sí. Pero yo no estoy hecho para batallas, Álex. Yo quiero vivir. Ya me llega luchar lo que lucho. ¿Y también tengo que luchar por el amor ahora? Por la única cosa que se entrega generosamente, ¿también tengo que luchar? Yo no quiero hacer de mi polla una militancia, Álex. Quiero vivir este amor y punto. ¿Lo tomas o lo dejas?

¡Cómo lo voy a dejar! No puedo. Tú lo sabes. Lo sabes desde que te vi. Pero también tienes que saber que todo se puede cambiar. Todo.

¡No! –lo interrumpió bruscamente- ¡Joder, no sigamos con esta charla! Me entristece. Y hoy no quiero entristecerme. ¡Hoy soy demasiado feliz como para ver lo cabrón que soy! ¡Te amo y quiero amarte! Esa es la felicidad de hoy. Eso es lo que quiero darte.

Y se fundieron en un beso que puso punto final a la charla para dejar que fuesen sus cuerpos los que hablasen. Dany giró y abrazó a Álex y giraron por la cama llenos de la felicidad de ese momento. Sus pollas volvieron al acero, saludándose en igualdad de condiciones. El beso que los amarraba con voracidad siguió camino por otros lares, buscando acariciar la belleza que los embriagaba, buscando respirar el amor que se tenían.

Dany situó a Álex encima y cogiendo su rostro entre las manos contempló por un momento la femenina y tentadora belleza de su amado, hasta ver en el reflejo de sus ojos toda la hondura del sentimiento que los unía. Y no le asustó su intensidad, pues sabía que los suyos eran como espejos. Y besó, con toda la ternura de su corazón, aquellos pozos sin fondo llenos de un amor sin límites. Siguió repartiendo aquellos besos que, después de tanto tiempo, salían de su corazón. Mezcló su saliva con las lágrimas y saboreó el gusto salado que puede tener la felicidad, pero cada beso que entregaba le hablaba de la dulzura de un amor como aquel.

Álex se revolvió con ternura y retozó su cuerpo por la férrea armadura de su hombre. Bajó con delicadeza, poniendo suaves besos en cada uno de sus pliegues, dejando que sus manos acariciasen con ternura aquel cuerpo entregado. Besó su cuello mientras Dany se revolvía mansamente en su placer. Sus manos recorrieron sus poderosos bíceps, para subir, con extrema delicadeza y tacto, hacía esos hombros anchos que coronaban su torso. Fue sembrando aquí y allá pequeños mimos que erizaban la piel de este gigante. Se sentó sobre él, quedando el inicio de su verga justo en la raja de su torneado culo. Vio desde esa altura con que precisión se dibujaba la belleza de su amante, y hacia ella cayó ahogado, turbado por el amor y el deseo. Besó un pezón y su lengua jugueteó impetuosamente hasta que éste mostró su naturaleza erecta.

Eran unos pezones oscuros, gruesos, rodeados por un vello suave que ayudaba a dibujar la perfección de unos pectorales robustos y marcados. Los pellizcó con lascivia, mientras Dany, con los ojos entrecerrados, se retorcía de placer, hasta que sus manos se posaron en las caderas de Álex, acariciando ese perfil estilizado, dominado aún por esa suavidad que bañaba todo su cuerpo, femenino por estilo, pero masculino por naturaleza.

Hundió su cabeza en ese pecho de hierro y dejó que las últimas lágrimas tuvieran allí su tumba. Tras depositarlas, bajó hacia su abdomen marcando sus pasos con sentimentales besos que repetían esa copla que no había dejado de sonar desde que lo conoció: te amo. Antes de llegar al ombligo, se encontró con el bálano empapado y vivo. La puntita de su lengua lo rozó suavemente, casi como si fuera la caricia de una pluma; después depositó la misma ternura de pasos anteriores en la severa pujanza de aquella fortaleza. Eran besos cálidos, eléctricos, que se sumaban uno tras otro, hasta que el ansia que generaba tomaba el pulso a aquel gigantesco cipote. Aquellos labios estilizados se abrieron dulcemente adaptándose, en su abrazo húmedo, al contorno de la magistral pieza. Como no podía ser de otro modo, el aroma de macho se concentraba en su poderoso sabor. El paladar gozó con el regusto acre y carnal que desprendía aquella belleza. La lengua reptó con su superficie surcada por entre los pliegues del prepucio, arrastrando aquella sazón a macho que se perpetuaba en cada lamida.

Aquel gusto era un potente motor. La avidez de Álex sucumbió al poderoso embrujo de aquel postre. Su lengua serpenteaba frenéticamente acariciando aquí y allá todo el cerco de aquel nervudo engendro. En estos primeros instantes su atención se centró en lo que coronaba aquel mástil altivo. Los precipitados centímetros que lo separaban de la base fueron sabiamente atendidos por su delicada mano. Magreando los cojones, fue subiendo por el tallo para bajar con la suavidad de una lascivia que empleaba delicadas formas en su trabajo. Así una y otra vez. La lengua recorrió toda su polla hasta empapar los cojones y mordisquear ese vello que atesoraba ese embriagador aroma a macho. Dany acariciaba su cabeza, indicando en aquellos mimos el ritmo preciso que debía de imprimir a esa mamada. Se deslizó por sus piernas, hasta dejar su cara a la altura de la picha. Cogió a ésta por la base y la situó en un ángulo recto perfecto. Y llevando el amor en su boca lo dirigió hacia ese bocado.

Con lentitud y suavidad, despertando mansas notas de placer a su paso, Dany vio como su polla desaparecía en la agradecida cueva de Álex. Era un viaje lento y placentero, donde cada paso seguía un ritual preciso pero sorpresivo. Los labios cercaban dulcemente con su humedad el contorno de la verga, mientras que la lengua sacudía en vertiginosos ramalazos cada uno de los poros de aquel precioso material. Centímetro a centímetro el placer de Dany sucumbía a una extraordinaria mamada. Esta delectación era mutua. Álex, que había mamado lo imaginable, se encontraba ante una pieza que a cada paso despertaba más y más su ardor, sin que se vislumbrara, de momento, dónde terminaba éste. Siguió tragando con gozo aquella kilométrica y fibrosa pija. Dany sintió, con la extrema sensibilidad que Álex había despertado, como la punta de su romo capullo chocaba contra el paladar y continuaba con precisión su viaje hacia las entrañas. El abdomen de Dany se expandía y encogía al ritmo de respiraciones profundas y soterradas que marcaban la grandeza de su placer. Su glande chocó contra la campanilla y la arcada que esto produjo se transmitió con toda nitidez a la polla de Dany. Tras esto, Álex dobló un poco más la polla, buscando una posición que facilitara la entrada de aquel pijo que no se cansaba de devorar. Asombrado, Dany, vio como aquella naturaleza frágil y delicada demostraba una avidez a años luz de todas las mamadas anteriores que, en la mayor parte de los casos, se quedaban a mitad de camino del colt de calibre veinticuatro. Sin embargo, Álex seguía introduciendo en esa gruta oscura, húmeda y cálida aquel manjar que se derretía de placer por la maestría con que succionaba.

Comprobó como aquel masaje, manso y frenético a la vez, actuaba a dos tiempos. Por un lado, la capacidad succionadora que marcaba unos pequeños hoyuelos palpitantes en ambas mejillas; por otro, esa lengua frenética y juguetona que enceraba con su maestría el contundente talle de ese cipote. Rara vez se había corrido de gusto con una simple mamada; pero era tanto el placer que estaba recibiendo que presentía que se iba a abrir como una presa con la corrida larga y urgente que se acumulaba en la base de sus huevos. Por alguna extraña razón, no quiso que esa primera leche se alojara en su estómago, y cogiéndolo por el pelo lo obligó contra su voluntad de seguir disfrutando de ese pedazo de carne. Jadeando lo atrajo hacia sí y enmudeció esos suspiros con un beso cargado con el ardor de sus cojones. Magreó con profundidad todo aquel cuerpo estilizado, pues saboreaba con igual deleite cualquier contacto que se produjera, pues todos le electrizaban.

¡Déjame chupártela!

Y diciendo esto se escurrió entre su cuerpo, besando a su paso las delicadas formas de Álex, arrastrando sus labios húmedos y trémulos por esa piel aterciopelada y acogedora. Así, hasta que el aroma de su rotunda hombría se precipitó hacia sus fosas nasales, anunciándole que la delicadeza terminaría abruptamente para surgir esa cara contenida y viril que atesoraba su verga. Metió el capullo en su boca, mientras sus manos magreaban aquel culo femenino y apetitoso, buscando en su suavidad el cálido recibimiento que allí se guardaba. La primera mamada despertó el gritito agudo de la mariquita, que se cimbreó como una zorra que se despertase con temor al inmenso goce que estaba recibiendo. Su sabor era dulce, ligeramente picante, pero de tonos delicados, como correspondía a una maricona como ella. Sin embargo, esta sensación llevaba al engaño. Pues aquel sabor delicado, guardaba entre sus paredes una viveza insólita. Dany sintió como el sabor y el aroma de aquella fibrosa pija iba conquistando íntegramente paladar, cosquilleando cada una de las papilas hasta derrotarlas en ese combate, que podía llevar a engaño por la delicadeza de su esencia. A su modo, la polla de Álex, siendo similar a la de Dany, carecía de esa fiereza con la que la denotaba su amo, pero tenía una tenacidad de un corredor de fondo. Entendió que aquella minga, guiada por los arcanos barrocos y maricas de su amo, podía ganar más batallas que la suya que se desgastaba en ferocidades impulsivas, ignorando, de este modo, que el placer tenía más de ceremonia pensada que de empuje primitivo.

En sí, eran la combinación perfecta. La fuerza primitiva de uno se acoplaba al gusto cultivado del otro. Con semejantes cualidades, un choque como este sólo podía producir relámpagos. Y estos primeros rayos los estaba disfrutando Dany con la polla de Álex.

Aprendiendo la lección que instantes antes había recibido, Dany dividió su estrategia. Succionaba el glande mordisqueándolo levemente, para después retozar furiosamente con la lengua rugosa que repasaba todos los rincones del contorno. Intentó, por el placer que estaba sintiendo, tragar aquel majestuoso cipote, pero al llegar a la mitad del camino sintió una arcada poderosa que lo detuvo, y se contentó con suaves embestidas que terminaban con un beso tierno en la punta del empapado capullo. Sin embargo, aquellos veinticuatro centímetros tenían un poder de atracción inmenso por su contundencia. Sacando toda la lengua hizo como una especie de alfombrilla donde reposó primero el glande para después, bajando levemente, continuar toda la caída hasta el mullido colchón de sus huevos que mordisqueó con gula.

Allí percibió el aroma arrebatador de aquel culo que no había dejado de masajear, y tras comerse los cojones, quitó sus manos de aquel manjar y ayudó a levantar a Álex que no dejaba de retorcerse como una gatita en celo, ronroneando con igual lascivia. De este modo, los huevos anidaron en su boca, pero a escasos centímetros se percibía el aroma tentador de aquella acogedora casa. Sabiendo su intención Álex se abrió de piernas y separó sus nalgas dejando a la luz del día una rosa oscura y fresca que parecía exhalar.

Tenía el culo depilado, sin rastro de bello que entorpeciese penetración alguna. Aquella característica añadía una lozanía excepcional. El ojete, por efecto de las manos de Álex, parecía sonreír, alegrarse de que por fin fuese él quien lo dominase de una puta vez. La punta de la lengua avanzó trémula hacia la diana. A escasos milímetros revoloteó como una mariposa, y comenzó con igual delicadeza a recoger el néctar que allí se guardaba. La flor respondía a esos placenteros ataques abriéndose para que recogiese todo lo que tenía guardado y jugando con las mismas armas que juega la naturaleza: la belleza de sus formas y el sabor de su ambrosía.

Aquel placer, inimaginable momentos antes, cobró para Dany un significado muy especial. Se sorprendió al ver cómo la punta de su lengua entraba con suavidad en la exquisita gruta que ahora libaba, cómo apretaba con suavidad cada una de las perforaciones y entendió el infinito placer que allí le aguardaba, y desde ese momento deseo estar ahí dentro para disfrutar como una puta del abrazo cariñoso y delicado que se encerraba entre esas paredes. Siguió regando aquel huerto por espacio de quince minutos.

Mientras Álex se retorcía como un junco, llevado por las corrientes que allí creaba su amor. Su pija estaba dura y sintió la necesidad de rimar aquellas incursiones con un masaje placentero que pedía su entrada a gritos. Tomó su polla y con la mano que le quedaba libre fue hacia la de Dany, hasta caer sobre él. Dany hundió su rostro entre las nalgas y devoró como un salvaje todo lo que allí se concentraba, mordisqueando levemente los huevos de Álex. Éste masajeó su polla y la de Dany, y en su turbación atrajo hacia sí a ese pollón para saciar de algún modo todo el deseo que le calcinaba. La mamó como una gata en celo, repasando con una lentitud pasmosa, cada uno de los poros de aquel fenómeno. Cada mamada era dilatada al máximo, contrastando con la urgencia con la que Dany comía su culo. Su lengua reptaba con impudicia por ese tronco avasallador, parándose la puntita de su lengua, entre los cruces de venas que allí se reunían con vigor. A esto se unía un movimiento convulso y encontrado que los hacia follarse con perforaciones profundas que rompían el aire. El culo se clavaba en la devoradora boca de Dany, igual que su polla embestía, con esa fiereza que le era propia, a ese aire imaginario que recogía la figura de su amante.

El sonido húmedo de la saliva y los jadeos acunaba a sus cuerpos ardientes y sudorosos, entregados el uno al otro.

Sus manos paseaban, con igual procacidad, por la belleza de sus cuerpos, abrasados por la rotundidad del uno y la delicadeza del otro. Eran movimientos que reflejaban un descontrol total, un no saber qué hacer con tanto que había. Habían preparado este momento, lo habían recreado por pasiva y activa con todo lujo de detalles, soñado con él; pero una vez que se había producido, todo era más de lo esperado. Nada guardaba relación con el sueño, sino que lo superaba hasta límites que ni el deseo había entrevisto.

Y en ese momento se dieron cuenta de esa realidad. Entendieron que el amor juega con las cartas de los sueños, para que una vez que las encuentras, superarlas. Y siguiendo esta constatación, sin decirse palabra, aquellas caricias que araban sus cuerpos, empezaron a mimar con una afecto inaudito. Y sin decirse ni una palabra, buscaron sus labios para fundirse. Y sin decirse una palabra, se miraron a los ojos para verse en ellos reflejados.

Y los ojos sonrieron y les devolvieron el amor que sustraían de esa luz que emanaba de sus cuerpos. Y se abrazaron con fuerza, fundiéndose en un solo cuerpo; pecho contra pecho, polla contra polla, pues era la fuerza de su abrazo la única forma de decir un "te amo". Una corriente eléctrica recorrió sus cuerpos, depositando aquí y allá una armonía que sólo encontraba el uno en el otro. Y entrelazaron sus piernas y volvieron a mirarse para constatar que nada había pasado, que allí seguía la misma llama avivada.

¡Te amo, Álex!

Yo también, mi vida –contesto con alegría-. ¡Te amo tanto que hasta duele! Todo el sufrimiento de estos diez años no es nada comparado con la felicidad que siento ahora. Ya siento hasta el dolor de saber que te vas.

¡No me iré del todo! No tardaré otros diez años en volver. ¡Te amo demasiado como para resistir una sola hora sin ti!

¡Jo... qué bonito!

¡Es cierto! Es bonito, pero también es cierto.

Lo sé. Y quiero tu amor tal como me lo das. Ahora sé que aunque no estés, seguirás aquí conmigo.

En cierto modo, siempre fue así.

Ahora lo sé. Pero durante diez años creía que el único que estaba era yo.

Yo también lo creía. Pero si hoy estoy aquí, si reuní los cojones suficientes para venir, es porque nunca salí de aquella tienda. ¿Te acuerdas?

¡Jo, cómo no voy a acordarme! Fue lo mejor que me paso en toda mi vida; después de hoy...

Ya.

Sí. Para mí, aunque esta es nuestra "noche de bodas", aquella la tenía como una auténtica "noche de bodas", al vivirla durante este tiempo como la última. La única y la última.

¡Demasiado tarde para una "noche de bodas"! –dijo con resignación.

No, para mí ésta es la primera vez que hago el amor –respondió con seguridad-. No eres el primer hombre; pero si la primera vez que hago el amor , y no me suena a vacío ni engaño.

Es muy bonito lo que acabas de decir. Nadie me lo dijo nunca. Todas las putas con las que he follado...

¡No las llames así! –protestó.

¡Esta bien! Todas las mujeres con las que follé. ¿Te gusta así...? Todas hablaban de su placer, ni una me mostró su corazón; quizá porque yo nunca lo puse

¿Por?

Por duro. Aunque ahora sé que no era por eso.

Y, ¿entonces?

¡Joder! ¡Ya lo sabes mimosa! ¿Qué quieres? ¿Qué te lo diga? –Álex dio un besito en sus labios y sonrió pícaramente- ¡Pero si ya lo sabes!

¡Dilo!

Estabas tú...

Enroscaron sus lenguas con una ternura despojada de ansiedad, mientras acariciaban sus cuerpos con igual deleite. No eran el uno para otro: eran uno. Habían descubierto que el amor sólo jugaba una carta, la que ellos escribieran. Y no podían dejar de amarse, de repartir ese afecto en besos cargados de sentimientos tan fuertes, que quemaban con su solo contacto.

Tú, en cambio, nunca te fuiste.

Ni tú tampoco, por mucho que te enterrara.

¡Estoy muy feliz, Dany!

Yo también, mi vida.

Ahora veo que diez años de dolor es una corta espera. Ahora veo que no era un amor de loca, sino que tú también me querías, que las hostias que me dabas encerraban la rabia por amarme con locura.

¡No me recuerdes eso! Me sienta mal. Me dolía hacerlo; pero tenía que hacerlo. ¡Menudo hijo de puta estoy hecho!

¡Perdona! No quería herirte. Además no me dolían; ¡bueno, sí! Pero lo que más me dolía era que no me amaras.

¡Nadie! Ni yo podía saber que te quería. La única manera era odiarte, aunque eso me doliera.

¡Somos unos putos locos!

Aquí la única loca eres tú; pero aún te falta un poquito para enloquecer del todo... Aun te falta que te folle como nadie te ha follado. En ese momento, serás una puta loca. ¡Una loquita deliciosa! ¡Quiero hacerte el amor, mi vida! No deseo otra cosa, ¡quiero follarte! –dijo acariciándola- ¡Follarte y que seas mía!

¡Ya soy tuya! Siempre soy tuya.

De nuevo soldaron sus labios, y aquellas pollas que se besaban aprisionándose, se despidieron, con sus mástiles erectos. Álex se acomodó en la cama, abriéndose de piernas y flexionándolas, mostrando esa rosa negra cubierta de rocío. Antes de meterla, Dany escupió, dejando que cayese justo en la punta de su capullo. Desde allí, con un lascivo masaje, extendió la saliva por todo el tronco. Volvió a escupir y a repetir la operación, hasta que la polla adquirió un brillo inusitado, casi irreal por la carnalidad obscena que reflejaba en su fulgor.

Y aquel estilete vertiginoso se acercó a las puertas del placer. Lo miró con todo el cariño, pero desprendiendo también en su mirada una advertencia: "¡prepárate para lo que te espera!" Álex entendió perfectamente el silencioso aviso. Había follado en cantidad de ocasiones, tantas, que ya había perdido la cuenta; pero ahora se sumaban dos cosas que eran nuevas: el amor y una magnífica polla que rasgaría todas sus entrañas con cada una de sus embestidas. Pero estaba preparado. Llevaba ya diez años preparado, diez años buscando a alguien que sustituyera a lo insustituible: Dany.

Y aquel capullo chato y avaricioso acarició con su dureza la sensibilidad del ojete empapado por el deseo. Y con un golpe ansioso y tremendo entró en aquella cueva encantada. Álex se sintió poseído, lleno, notaba como cada órgano se resituaba para hacer hueco al invasor que no dejaba el mínimo espacio libre. Notó una presión en los riñones, en el estómago y sintió unas ganas tremendas de mear y cagar al mismo tiempo, pues toda aquella zona ardía presa de la excitación. La sensibilidad era tan exacerbada que sentía como cada uno de los pelos del vello púbico de Dany besaba, al final del largo trayecto emprendido por al verga, su culo. Apretó la envergadura de aquella majestuosa verga que se clavaba en su próstata, que marcaba con fuego un apetito resguardado durante diez años. Cuando abrió los ojos vio el semblante de Dany como transportado a otro mundo, y comprendió que no era únicamente él el que había visto la cara del éxtasis. Se lo quedó mirando, viendo como las sensaciones que transmitían sus entrañas se traducían en aquel rostro indómito del que brotaba una sonrisa placentera levemente esbozada, pero abortada antes de llegar a su plenitud por el mordisco avaricioso con el que castiga su labio inferior.

La energía de aquel mango infinito se transmitía con urgencia por todo su cuerpo. Un escozor continuo, y exasperante en su placer, regaba sus entrañas esparciéndose en oleadas salvajes que noqueaban su sentido. Parecía que tenía allí alojadas las mil pollas que precedieron a este fenómeno que, en su quietud muda, seguía arrojando toneladas de ardor con su solo tacto. Las manos de Álex se dirigieron hacia ese culo turgente y musculoso, agarrándose a él con la voracidad que una águila captura a su presa. Aquel gesto despertó el instinto de esa masa muscular que comenzó a zumbar con una potencia furiosa. Eran descargas apremiantes, que rugían en su cálido camino pues la longitud de aquella verga hacía de cada penetración, pese a la premura del impulso, un viaje casi eterno por el filo de la enajenación. Eran movimientos masculinos y fieros, acompañados de los bramidos graves de aquel macho curtido en mil batallas, y seguidos, a muy poca distancia, por esos maullidos maricones que exudaba Álex en un estado de arrobamiento próximo al trance.

Eran sus cuerpos sudados y lúbricos los que hablaban por ellos. Los choques furiosos que los llevaban a un descontrol perfecto, donde la razón adormilada cedía el mando a un deseo calenturiento y salvaje. Aquella verga fibrosa se hundía a velocidad de vértigo en el culo de Álex, para salir en lo que dura un suspiro con la misma alegría y potencia de la entrada. La espléndida arma de Álex vibraba como enloquecida por el irascible impulso de su amor y amante. Era una espada loca y tentadora que tiraba sus lances a diestro y siniestro, sin otro fin que el que venía dado por el placer que sentía por aquellos ataques, cuyos ecos reverberaban por su cuerpo. En su agitación, Dany aún tuvo consciencia para quedar atrapado por la belleza de aquel falo. Sus movimientos serpenteantes y rabiosos, se sosegaron unos grados. Una mano ruda y fuerte recorrió con apremio toda la hechura de esa pija hipnotizante que gozaba a su libre albedrío. La paja furiosa, ruda y extremadamente placentera, se unió a las perforaciones de su amo y señor, pues así se sentía una maricona como Álex: un esclavo de por vida.

El calor de sus gritos caldeaba aquel encuentro húmedo y voluptuoso. La atmósfera no hacía más que subir en temperatura, haciéndoles retroceder a un estado primitivo, alejado de todo ceremonial. Eran dos machos copulando; el resto, ni existía. Ahora los jadeos y gritos ganaban en profundidad y empuje. Sus movimientos se acoplaban a la perfección, desde posiciones totalmente simétricas. La salvaje virilidad de Dany encontraba el guante ideal en una feminidad que a estas alturas superaba la ninfomanía de una hembra en celo. Tenía el culo abierto como un pozo en el que aquellas sacudidas brutales hacían hervir todo su cuerpo que se hallaba a punto de estallar. Las trémulas manos de Álex recorrieron ciegas la hermosa arquitectura de aquel doncel agitado que escocía sus entrañas con un ritmo atroz, casi sádico. El sonido de sus choques era húmedo, como si estuvieran encharcados por un lodo espeso y fragoroso. En su mundo perdido, Alex intentaba articular alguna palabra, algo que expresara mínimamente toda la tormenta que reventaba en su cuerpo, pero sólo salían unos grititos, unos maullidos implorantes, casi como los de un bebé, pues portaban ese aire de sorpresa ante la novedad de un gozo extremo, que todo lo hacía nuevo y desconocido. Las gotas de sudor resbalaban palpitantes por sus cuerpos, salpicando en su caída el ardoroso terreno de este encuentro.

De repente, pues no sintió desarrollo en este polvo que lo vivía como un orgasmo prolongado, percibió el aviso de su erupción. Sus cojones empezaron a hervir como una olla a presión, y con la misma pujanza aquella leche dulce y espesa inicio una carrera precipitada hacia el arrebato. Su cuerpo se convulsionó como un junco durante una tormenta, siguiendo los avatares de aquella corrida gloriosa que asomaba su rostro. Su esfínter se contrajo y apretó con la fuerza de su feminidad a la pija zumbadora que engendrara toda aquella vorágine. Sintió, dentro del furor, palmo a palmo la extraordinaria forma de aquel pijo fibroso.

Una ráfaga de latigazos restalló contra su torso que se pobló de rastros perlados de un semen que parecía inagotable. Salía con tal fuerza que llegó hasta su rostro, hasta el cabecero de la cama, hasta la pared, y si fuera otra la posición de su polla, seguramente hasta el techo. Eran descargas largas, con breves descansos en los que aquel surtidor volvía a tomar fuerzas de flaqueza para continuar con su arrojada marcha.

El rostro encogido, mudo, concentrado, resumía la fuerza de aquella muerte gozosa que estaba viviendo. Como la erupción mansa de un volcán, el último fulgor salió dócil, y se arrojó, con la inconsciencia que sepultaba a su amo, por el duro precipicio de esos veinticuatro centímetros de arrogante belleza. Su cuerpo inerte contrastaba con la fabulosa robustez que ahora imprimía a sus asaltos Dany. Toda la fuerza de su musculatura se concentraba ahora en su pelvis. Álex comenzó a ser arrastrado a lo largo de la cama. Cada perforación avanzaba unos centímetros hasta que chocó con el cabecero. Pero ni este obstáculo fue un freno. La fuerza de su polla era huracanada y el cuerpo de Álex se torsionó ante el calibre de un falo que entraba a matar. Álex no tenía fuerzas para responder a este ataque, seguía muerto, resoplando los últimos estertores de aquel orgasmo único, y el ritmo sincopado de Dany no hacía otra cosa que echar más tierra a esa tumba placentera en la que se encontraba.

Aquella fuerza infinita llegó a su cima. Todos sus músculos se tensaron y su rostro quedó como fraguado en una expresión trágica que declaraba la intensa culminación de aquel brutal asalto. Eyaculó con la misma potencia de su amante y su semen inundó aquellas entrañas perforadas a conciencia. Su polla permanecía quieta, clavando a Álex como un empalado. Unos estremecidos impulsos, casi imperceptibles, eran la única señal de vida de aquel glorioso instrumento sepultado. Álex experimentó aún así la ardorosa energía de aquella leche de polla que comenzaba a alojarse con prisas en su cuerpo. Notaba como una vibración continua, como si millones de anguilas juguetearan por su cuerpo arrasado por la pasión.

Permanecieron así unos minutos, pegados el uno al otro, jadeando, recobrando fuerzas. Después aquella robusta polla salió de su escondrijo dejando el culo de Álex totalmente abierto. La rudeza anterior dio paso a la ternura, y ésta fue la que besó a Álex; después aquella lengua cariñosa, salió de pesca. Y con la certera puntería de un experimentado marinero, su lengua lamió los restos del semen de su amado. Cada sorbo era punteado con un beso en los labios de Álex donde semen y saliva volvían a unirse. Cuando acabo con su cuerpo, como un felino se contorsionó para lamer los que se precipitaban por el cabecero, por la pared. Aquella lengua tenía un apetito insaciable de Álex, no sólo quería su amor, sino también todos sus frutos.

Cuando terminó esta operación que se prolongó por espacio de quince minutos, bajó a la gruta acogedora. Allí estaba su leche que brotaba en churretes siguiendo el camino armonioso del cuerpo de Álex. Paso su lengua estriada por el culo hasta robar el último de los suspiros. De nuevo unió semen con semen en un beso que prolongaba aquel encuentro más allá. Bajó de nuevo para hurgar entre las paredes. Su lengua se sepultó hasta el fondo rozando la suavidad de ese acogedor salón, recogiendo el sabor carnal que presidía sus entrañas.

Y así estuvieron horas y horas, dejando que los mimos bordaran el polvo, dejando que el polvo llamara a los mimos. No fueron conscientes del paso del tiempo ni de ningún otro llamado al que éste somete. No se acercaron ni al borde de la cama. Estuvieron allí, en su nido, ajenos a todo lo que no fuese ellos.

Cuando no follaban se amaban con las palabras. Dejaban que éstas fueran las caricias, para después dejar que las caricias fueran palabras. Fue la luna la que sorprendió a los amantes, aquella luna que cantaban los enamorados, pero que a ellos los separaba.

Se vistieron con tristeza y los diez metros que los separaban de la puerta fueron diez minutos. No temían la despedida, pues sabían que el reencuentro no tardaría diez años; pero aún así, no la querían.

Cuando abrió la puerta. los ojos de Álex se llenaron de lágrimas. En el rellano reinaba una tranquilidad absoluta, como si a fuerza de ignorar que existiera el mundo, éste terminara por obedecer ese mandato. No se besaron, tan solo se agarraron de la mano y se miraron a los ojos, y lentamente, muy lentamente, las manos se separaron. Dany se alejó y, con la alegría que aún así llevaba su cuerpo, saltó los seis peldaños de un brinco. Iba a hacer lo mismo con los siguientes cuando se frenó en seco y giró hacia Álex.

¡Ah! Una cosa más: ¡No digas a nadie que te amo tanto!

Tras esto desapareció y Álex se quedó apoyado en la puerta escuchando el eco de sus precipitados pasos que vinieron a él como caricias. Sonó el portazo y no le hizo falta agudizar el oído pues seguía escuchando nítidamente su bajada por las escaleras. Era curioso, aquel sonido, pese a haber muerto, seguía acariciándolo con la misma urgencia con que lo había amado aquel día; es más, le parecía que aquel sonido emulaba al de un corazón palpitante.

Y allí se quedó durante unos minutos dejando que fuera el sonido de aquellos palpitantes pasos los que le hablaran de su amado. Y repentinamente, entendió que seguiría unido de por vida a aquel eco de su amor, por mucho que el tiempo y sus trampas los empujaran. Entendió que ni la distancia lograría mermar un sentimiento que, como aquel, había resistido el paso del tiempo por un desierto de diez años, y que ahora resistiría el ahogo de sus encuentros en ese océano en el que nadaban. Pues eran ellos, entre aquellas cuatro paredes, la tumba de las miradas.

Y cerró la puerta.

Y unas lágrimas se escurrieron por sus mejillas.

Y sonrió.

Y cerró los ojos.

Y avanzó por el pasillo sin tropezar, guiado por el aroma de su amor.

Y se tumbó en la cama.

Y se arropó con la frescura de sus recuerdos.

Y ya no soñó más.

Y vivió.

Esta historia está dedicada a Ivi (FG).

Por ser de oro y no enterarse, y porque con gente como él, la vida se ilumina.

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