Pleasure Resorts (4: Los recuerdos de aquella...)

Pleasure Resorts (4: Los recuerdos de aquella noche) ¿Acaso eran fundados los temores de Ana? Tal vez Carlos no haya sido del todo sincero con su novia sobre las cosas que pasaron la noche en que sus vidas comenzaron a cambiar.

Carlos salió de la habitación y bajó a desayunar solo mientras Ana completaba sus “tareas íntimas” a solas.

Mientras llegaba el ascensor seguía como flotando, con la mente en blanco, ensimismado en el regusto del orgasmo que acaba de tener enculando a su novia.

Bajó al comedor y se sirvió un zumo, acompañado de sus habituales tostadas y un buen café. El primer sorbo de zumo de naranja le retornó a la realidad. El frío de la bebida y el regusto amargo del primer trago le trajo a la mente parte de lo que recién había acontecido en su habitación y pensó para sí:

  • ¡Jóder! No me puedo creer lo de las tías. Tienen como un puto sexto sentido. No creo que Ana sepa nada, pero se huele algo de lo de Sonia…-.

Y es cierto, el sexto sentido está ahí, pero también ese sentido común que a veces nos falla todos, pero que, en este caso es muy útil. Si tu novio comparte tantas horas con una tía que está rondándole, que encima  está buena y que es una zorra de campeonato; la verdad, es como para andar mosqueada.

-Y con razón – pensó Carlos cuando algunas imágenes de aquella noche se le aparecían flotando desde sus recuerdos.

No había mentido a Ana en ningún momento. Le dijo que no la iba a dejar por Sonia y es verdad. Le dijo que la quería y era más cierto que el hecho de que el cielo es azul. Le dijo que se moría por vivir con ella y también era sincero con eso. Lo que pasa es que no le dijo nada de lo que realmente pasó esa noche desde el instante en que se fueron a la barra Jorge y él, mientras Ana huía llorando de aquella discoteca.

De camino a por sus copas cruzó su mirada con la de Sonia. Ésta era la lascivia personificada. Si algún director de casting necesita que alguien interprete la tentación hecha mujer, que la llame, pues no encontrará nada mejor.

Sonia es una mujer alta, impresionante en su planta, a pesar de no tener una gran envergadura física más allá de su 1,74 m de altura. Pero intimida, sin duda. Su figura es realmente escultural. Verla te hace evocar las palabras de Miguel Ángel al esculpir el mármol de Carrara “Yo sólo quito lo que sobra”, pues con ella Dios hizo eso: le quitó todo lo que le sobra a un cuerpo de mujer y se lo echó encima a las demás, ya que no hay otra como ella.

Hoy llevaba su melena rubia recogida, lo que realzaba un gesto felino en sus ojos. Un look agresivo, como buena depredadora nocturna. El fino vestido negro se ceñía a su piel haciendo que no se supiera dónde acababa la tela y comenzaba el pecado hecho carne. Sus redondeados pechos se bamboleaban al ritmo de los beats más graves de los temas que retumbaban desde los altavoces y su estrecha cintura remarcaba una cadera que sólo tenía igual en la perfección de su trasero. Y toda esa sensualidad retenida en una sola mujer tenía sus ojos puestos en él. Tuvo que ser al segundo codazo de Jorge cuando reaccionó y le dijo lo que quería tomar a la camarera. Armados con sus copas repletas se marcharon hacia una mesa para proseguir con su charla. Aún les faltaban unos cuantos tragos más para acercarse a la pista de baile. En su camino hacia la mesa, Carlos se percató de que Sonia le seguía mirando con ojos de loba y es más, se dirigía hacia ellos con paso firme. De tanto mirarla se chocó con dos tíos y casi les echa la copa encima. Por suerte no pasó nada que un par de disculpas balbuceadas no arreglasen, pero esto hizo que cuando pudiese volver a mirar a Sonia ésta estuviese charlando con un maromo de los de anuncio de Dolce&Gabanna.

Llegaron a la mesa y Carlos se situó hábilmente para no perder de vista a Sonia. No le interesaba, decía antes y ahora se lo repetía a sí mismo; pero el hecho es que no la había perdido de vista en toda la noche. En el trabajo podía desconectar pues tenía importantes responsabilidades con las que cumplir. Sin embargo, se encontraba indefenso en este nuevo contexto. La atracción que generaba la tentación rubia era demasiado fuerte como para abstraerse de ella, claro está que no sólo para él sino para todos los que tuviesen ojos y un par de huevos en el lugar.

Por eso estaba ese tío a su lado. Y ella se reía con él, le tocaba el brazo y se tapaba la boca al reírse. Jorge le hablaba sobre no sabía qué chorrada de otro tío del curro y Carlos pasaba de él por completo.

Ella le miró de repente, como desafiante y le retiró la mirada para dirigirla al colega de camisa abierta y sonrisa perfecta. Aquello fue demasiado para él: se acabó la copa de un trago y se levantó al baño para refrescarse dejando a su amigo con la palabra en la boca.

Tras chocar con varias personas hasta alcanzar su meta, llegando a los lavabos. El sonido de la música se atenuaba tras la puerta de los aseos y eso hacía que su mente se despejase un poco, no así su rabo, que seguía tieso debido a que la imagen de Sonia no salía de su cabeza. Su mirada de pantera clava en sus ojos actuó como un resorte sobre su miembro, izándolo hasta su máxima expresión.

Ana no tenía cabida en su pensamiento en estos instantes, por más que él intentara llevarlo hacia ella, alejando a Sonia de su pensamiento, de sus deseos. Como no lo conseguía por sus propios medios, decidió buscar ayuda en el alcohol, fiel respuesta a los problemas de la Humanidad desde los tiempos más lejanos.

Salió del aseo en busca de otro ansiado copazo, cuando se dio de bruces con su oscuro objeto de deseo: Sonia. Allí estaba plantada ella, en la fila del baño de mujeres. Parecía que las demás estuviesen allí sólo para que ella brillase más. Dicen que las comparaciones son odiosas, menos para ella, que salía beneficiada de cualquiera.

Carlos estaba casi por pasar de largo cuando ella le cortó el paso:

  • Hey Charlie, ¿tanta prisa tienes que no me dices nada al cruzarte conmigo? ¿Tanto mirarme todo el rato a hurtadillas y ahora que me tienes en frente no me vas a dirigir la palabra?-.

Carlos se quedó contrariado, le había pillado de improviso, con las defensas bajadas y las manos sudando. Él no era así sino un tipo seguro de sí mismo, encantador con la gente y que desprende carisma. Pero a menos de un metro de Sonia, en ese pasillo estrecho, se había venido abajo. Ella lo sabía y le encantaba que fuese así. El hecho de que sus armas funcionasen siempre no impedía que se vanagloriase de cada victoria. El triunfo sobre su compañero de trabajo hizo que brillasen sus ojos. Carlos se dio cuenta de ello y fue el punto de inflexión que le hizo retomar las riendas de su persona. Se estiró, levantó sus hombros y mirando con frialdad a Sonia le espetó:

  • ¿Qué quieres que te diga, querida? Pensaba irme luego con los chicos a un local de strip tease, pero mirando tu show de golfilla calientapollas, creo que puedo ahorrarme la entrada-. Y añadió:

  • Y si me dejas pasar, tengo que ir a la barra, pues sin una copa en la mano, se me hace difícil encontrar divertido tu espectáculo decadente-.

Sin decir más se largó de allí dejando a la diosa del pecado con un palmo de narices. Ella le gritó algo, pero con el ruido de la música, él no pudo oírlo.

Carlos se dirigió directo a la barra para pedirse otro cubata cuando sintió que le agarraba del hombro. Era Sonia que estaba realmente cabreada, lo que hacía gracia a Carlos que esbozó una sonrisa al ver los papeles cambiados respecto del resto de la noche.

Sonia abrió la boca para decir algo cuando llegó su acompañante enseñando su torso depilado. Sonia se giró y le mandó a tomar por culo. Así, directamente y sin miramientos. A lo que él le soltó una cantidad de burradas que ella ignoró por completo pasando a hablar a Carlos:

  • ¿De qué vas tío? ¿A qué ha venido esa chorrada con la que me acabas de salir? -.

  • Yo no voy de nada, eres tú la que va por ahí calentando al personal, como al pobre chico que has largado ahora mismo-.

  • Le he largado porque me preocupa más esta conversación que lo que pueda sacar de él o de cualquier otro de los que están aquí esta noche. Así que si no te importa, vámonos fuera, que creo que tenemos que hablar y no me quiero dejar la garganta chillando-.

Aunque sorprendido, Carlos asintió con la cabeza. Sonia le agarró de la mano y se lo llevó fuera del local.

Iba como flotando de manos de un ángel. Ir a su lado era lo más parecido a la invisibilidad, pues todas las miradas se dirigían a ella y él, como si no existiera. Cuando al final salieron, ella se dio la vuelta y le preguntó:

-¿Has aparcado muy lejos de aquí? Estaremos más tranquilos en tu coche-.

Carlos alucinaba. El hecho es que esta impresionante chica le estaba casi obligando a irse con ella a su coche, el “nido de amor” en el que él y Ana consumaban su amor de forma más habitual. Pero el que hubiese cambiado ese halo de sensualidad por un punto de cabreo, le hacía sentirse menos culpable por llevarla a su coche.

  • No está lejos, a un par de minutos andando por allí- dijo señalando a la derecha e iniciando la marcha.

Sonia se le acercó y sin mirarle, simplemente se colgó de su brazo y ambos anduvieron sin hablar hasta meterse en el auto, era como una especie de tregua tácita hasta llegar al campo de batalla. Cuando ambos se sentaron en los asientos delanteros fue ella quien inició la charla que tenían aplazada:

  • No entiendo a qué ha venido tu comentario tan borde, la verdad- comentó más calmada que en la discoteca y, siguió:

  • He visto que me estabas mirando y te hago un comentario de broma y me sales con esas burradas. ¿Te he hecho algo y no me he dado cuenta o qué? Yo pensaba que nos llevábamos bien, que éramos coleguitas de curro y eso y, tú vas y me llamas zorra por la cara. No te entiendo tío, la verdad-.

Carlos estaba un poco pillado, pues se había calentado la cabeza con Sonia, pero sí que es posible que ella no se hubiese dado cuenta o que esté tan acostumbrada a su rollo de mujer fatal que no lo hubiese hecho a propósito. Pensó que quizás sería mejor disculparse:

  • Mira Sonia, siento lo que te dije. No pretendía ser tan borde. Sólo es que ando un poco quemado con el trabajo. Ya sabes que el proyecto va algo retrasado y no me lo saco de la cabeza. No he conseguido desconectar esta noche viéndoos a todos esta noche y claro, te salté a la yugular cuando me dijiste que te prestaba más atención de la normal. Siento mis palabras-.

Ella sonrió y se relajó, lo que hizo que Carlos, a su vez se tranquilizase un poco. Sonia le puso la mano sobre el hombro y le susurró:

  • Entiendo lo que me dices. Andamos muy presionados con acabar los proyectos en fecha y no me extraña que a veces no queramos tener delante nada que nos recuerde ese tipo de historias-.

Bajó la mirada y sin apartar la mano que tenía en el hombro, puso la derecha en su pecho y dándole unos pequeños golpecitos prosiguió:

  • Pero, por otro lado, si vamos a estar trabajando así, es mejor que aprendamos a relajarnos y a saber desconectar. Cuando tenemos proyectos fuera de casa, somos como una pequeña familia y debemos apoyarnos para no perder los estribos. No podemos tener este tipo de malentendidos-.

Mientras le decía esto iba bajando su mano derecha por el torso y parándose en la barrera que marcaba el cinturón.

  • Deja tu mente tranquila, no pienses en nada y permite que te ayude con alguna de las técnicas que conozco… - .

Carlos se abandonó, se dejó llevar. Había pasado demasiada tensión toda la noche como para acabarla discutiendo de nuevo con su compañera. Iba a pasar lo que temía y lo que deseaba, al mismo tiempo. Estaba estresado pero no era por el trabajo, sino por la lucha interna entre sus deseos más primarios y su amor fiel por su novia. Tenía a su lado a todo aquello que un hombre podría querer en una mujer. Sabía que todo esto era una farsa, que a ella le daba igual cómo estuviese él. Que hace tiempo que se había encaprichado con  él y que iba a conseguir llevárselo al huerto… y eso le jodía. Se sentía contrariado por dejar que esa mujer fatal se saliese con la suya, pero lo cierto es que una vez ella le había bajado los pantalones y sacado la polla de los bóxers, ya todo le daba lo mismo. Sólo quería dejar su cabeza volar y ya está.

Sonia le despojó de todo salvo su camisa y se lo llevó al asiento trasero. Le empezó a besar el cuello, lamiendo el lóbulo de su oreja mientras jugueteaba con los pelos del pecho que Carlos nunca se depilaba, y susurrándole:

-Me gusta tu pecho lobo, Charlie, ya apenas hay hombres de verdad-. Y le agarró su polla, añadiendo: - Un hombre de verdad y bien armado…-

Ambos rieron y ella se separó un poco para sacarse el vestido de encima y quedarse sólo con su fino conjunto de lencería francesa. Es lo bueno de este tipo de trabajo: el sueldo te permite pequeños caprichos, como la ropa interior de diseño, en el caso de nuestra rubia.

Se volvieron a fundir en un lujurioso beso, mezclando sus lenguas en el interior. No recordaban que estaban en un coche en medio de la calle, pero que, a esas horas estaba tan desierta que les ayudaba a abstraerse del mundo que lees rodeaba y centrarse cada uno en el hermoso cuerpo del otro.

  • ¡Te he deseado tanto, campeón! Al verte cada día tan apuesto y tan firme en la oficina. He querido abrirte la camisa tantas veces que voy a conseguir que recuerdes esta noche para el resto de tu vida, Charlie-.

Eso iba a ser seguro, para bien o para mal, pues aunque no quería pensarlo, el caso es que iba muy en serio con Ana y que tal vez esto lo mandase todo a la mierda. Pero, qué narices, cuando tienes a una mujer así entregada a ti de esta forma y no vas hasta el final, es que eres una ameba y no un hombre. Podría haber parado todo eso en muchas ocasiones antes, pero llegados a este punto, pensaba hacer lo que decía Sonia: tener una noche para no olvidar en su vida.

Se abalanzó sobre Sonia y comenzó a comerle las tetas, sobándolas sobre el sostén, sacándolas de su copa y lamiéndolas con desenfreno. Iba alternando los lametones en los pezones con otros en el cuello de la rubia, arrancándole gemidos de placer con cada maniobra:

  • ¡Oh Dios, qué gusto!-.

Sus gemidos alentaban a Carlos que se enardecía en su descontrol y le arrancó el sujetador y el tanga sin más dilación. El deseo le consumía. Y no es para menos, pues era como tener una escultura griega abierta de patas en el asiento de tu coche. Por eso, se detuvo un instante a contemplarla en la belleza de su entera desnudez. Se quedó tan impresionado por verla que ni se movía. Sonia debía estar acostumbrada a este tipo reacción porque, sin inmutarse, lo que hizo fue aprovechar para echar la mano a la polla de Carlos y empezar a pajearle con maestría. Subía su mano a lo largo del cipote que no podía estar más duro. La excitación hacía que tuviese la punta bien lubricada y los movimientos que ella le hacía le sacaron de su ensimismamiento y reaccionó echando a su vez mano a la entrepierna de Sonia.

A pesar de que ésta tenía el coño chorreando, Carlos se escupió en la mano y le restregó la saliva a lo largo de toda la raja. Con ello logró que Sonia aullase de placer y que acelerase sus maniobras masturbatorias. Le pajeaba a toda velocidad mientras Carlos le masajeaba el hinchado clítoris, para luego introducirle un dedo en su interior, despacito, haciendo que las paredes de su vagina comenzasen a separarse para dejar albergar al nuevo huésped que se abría hueco.

Una vez dentro de ella, puso la palma de su mano hacia arriba y se puso a acariciar la parte rugosa de la parte de arriba del interior de coño de Sonia. Buscaba el punto G de su amiga y por sus gritos, debía ser que estaba acertando en su búsqueda

  • ¡Oh, por Dios, Carlos! Increíble lo que me estás haciendo…-

Sonia ya se había olvidado del nabo de Carlos y se había concentrado en el placer que estaba sintiendo con las habilidades digitales de su amante. Se acariciaba los pechos con ambas manos, aumentando así su placer:

  • ¡Me vas a destrozar de guuusto, cabrón!-.

Carlos la miró con aplomo y sonrió, viendo como su diosa pagana se rendía a sus sabias caricias y a la pericia de su dedo corazón.

  • ¿Que te vas a correr, eh, zorra? ¿Es lo que me quieres decir? ¿Te vas a correr sin que te la meta siquiera?-

Ella no contestaba sino que sólo se oía su respiración cada vez más entrecortada. No podía ni tener sus ojos abiertos del gusto que estaba recibiendo. Pero haciendo un esfuerzo acertó a mirarle y le ordenó con un último resquicio de su altivo orgullo de mujer objeto:

  • ¡Cómemelo, Carlitos! Cómeme el coño y haz que me corra contigo…- gimió, lo que no le permitió seguir hablando.

  • ...Po… Por favor, hazloooo…- fue todo lo que pudo acabar por suspirar.

  • ¿A sí? ¿Te mueres por sentir mi lengua mientras juego con tu coñito?- soltó Carlos.

Le sacó el dedo del interior y lo pasó por el clítoris, para luego, empapado de sus jugos, metérselo a Sonia en la boca mientras le gritaba:

  • ¡Chúpalo, zorra! Si quieres que coma el coño como a una guarra, demuéstrame que lo eres-.

Ella no tenía inconveniente en hacerlo, hubiese hecho lo que fuese con tal de que Carlos acabase el trabajo que había empezado. Se metió el dedo como fuese una polla. Le empezó a hacer una mamada a su dedo, que estaba mojadísimo ya por todo el flujo que emanaba de su chocho palpitante. Él estaba a mil, contemplando a esa belleza sumida a sus deseos con tal de conseguir su ración de placer. Por supuesto que le iba a comer el coño, lo estaba deseando, pero quería que fuese ella quien se lo pidiese, que le suplicase. Quería que ella, tan preciosa y tan puta, se rindiese ante él y sus capacidades amatorias

El aroma que desprendía el coño de Sonia impregnaba todo el ambiente y Carlos ya sólo pensaba en hundir su cabeza en la entrepierna de ella, para sentir en su boca el sabor de su deseo.

Le sacó el dedo de la boca y se puso a morderle las tetas, succionando los pezones y retorciéndolos con los dedos… bajando poco a poco por su firme vientre hasta llegar al monte de Venus, donde una fina tira de vello parecía indicar el camino al placer de Sonia. Un camino que Carlos no tardó en seguir con su lengua, hasta llegar a la rajita donde volvió a meter su dedo.

Lamía su vulva y acariciaba su interior, mezclando dos zonas de placer que estaban llevando al séptimo cielo a la rubita… tal como sus chillidos entrecortados atestiguaban.

Viendo que la entrada se dilataba y su dedo comenzaba a quedar holgado, decidió introducirle otro dedo más en el coño. Ése fue el desencadenante de la reacción en cadena que desembocó en una serie de gemido, insultos, tacos, convulsiones y, finalmente, en una auténtica corrida de Sonia que dejó a Carlos con las manos y la cara empapadas. Y cómo no, manchando también el asiento de su coche.

Aunque, quién iba a preocuparse de esos detalles cuando estás entre los muslos convulsos de un ángel de la seducción, degustando su ambrosía…y más cuando ella se recupera de su brutal orgasmo y decide que ahora es tu turno.

  • Siéntate campeón, que te voy a comer la polla como nadie te lo ha hecho nunca-.

Esta afirmación en boca de otra sería un poco fanfarrona, pero viniendo de Sonia, era más bien una declaración de intenciones de quien está muy segura de sus propias capacidades.

Viendo que debido a la fenomenal comida de coño previa, el rabo de Carlos estaba bien duro y húmedo, le dio un par de meneos con la mano, mirándole a los ojos, con una mirada de loba hambrienta y diciendo:

  • Tal vez quieras ponerte el cinturón de seguridad cariño, porque te pienso llevar a las alturas con mi boquita…-.

También ella comenzó por trabajarle los pezones, lamiéndolos con la punta de su lengua, haciendo que se pusieran bien duros e hinchados, para luego dale un pequeño mordisco. Carlos gimió por la mezcla de dolor y por un placer inesperado que ese ardid le había ocasionado.

Tras un par de minutos en esas tareas, Sonia bajó por su cuerpo, pero no hacia su miembro directamente, logrando que Carlos no pudiese con su impaciencia: se moría por tener la boca de Sonia alrededor de su polla. Ella por su parte, no parecía tener ninguna prisa por chuparle el rabo, pues se detuvo en la cara interna de sus muslos, para empezar a besarle y a lamerle en esa zona, lo que enloquecía a Carlos.

Dejó los muslos y empezó con sus huevos. Primero pasó la punta de su lengua por uno y luego por el otro, bajó un poco hasta el perineo, lo que hizo estremecer al macho y gritarle:

-¡Cómemela ya, Sonia! Me vas a hacer correr antes de tiempo, maldita zorra- .

Ella se rió y pasó de sus ruegos, porque podríamos afirmar que conocía las señales que preceden a la corrida de un tío mucho mejor que él mismo. Y sabía que, en este caso,  aún podía torturar un poco más a su colega ates de que éste estallase.

Comenzó a hacer círculos con su lengua, casi desde su ano y subiendo hasta la base de su pene. Una vez allí, deslizó su lengua suavemente hasta la punta. Lamiendo el glande con gracia y esmero, como un buen helado de fresa; y, cerrando de repente sus labios sobre esa punta para luego bajar hasta la base, logró meterse todo ese pollón hasta la garganta.

Carlos no se lo creía, pues era la primera vez que una tía conseguía meterse su gran herramienta por entero en la boca. No había duda de que estaba ante una hembra bien bregada en estas lides

Sonia seguía a lo suyo, metiéndose y sacándose el miembro de  la boca, jugando a la vez con su lengua en la punta mientras cierra los labios apretando el tronco de esa polla que palpitaba ante una inminente corrida.

Por eso se detuvo, sacándosela de dentro y mirando a Charlie a la cara, le preguntó con cierta ironía:

  • ¿Qué te pasa, campeón? ¿Vas a correrte ya? ¿Quieres correrte en mi boca? ¡Lo estás deseando, eh! Lo veo en tu cara, no puedes más y quieres echármelo todo encima, dentro de mí y que me lo trague todo. ¿Qué pasa, que no te dejan correrte así cuando te la chupa tu novia? Seguro que no. Así que aprovecha, campeón, que yo no pienso dejar que se me escape ni una gota-.

Dicho esto se la metió por entero mientras acompañaba sus chupadas con un meneo que no pudo por menos que lograr que un torrente de semen se proyectase hasta su paladar, casi ahogándola y haciendo que se apartase lo justo como para que el segundo chorretón le inundase la cara y el pelo. Pero esto no la echó atrás y siguió comiendo polla hasta que los gemidos de Carlos se apagaron y de su rabo ya no salía más leche.

-Te lo dije, Charlie. Seguro que nunca te la habían mamado así, ¿a que no?-.

Justo cuando Carlos tomaba aliento para responderle que tenía razón, aunque le doliese reconocerlo, unos golpecitos en el cristal les devolvieron a la realidad de su escenario: un coche en la acera de una zona no demasiado retirada.

Carlos giró su cabeza hacia la ventanilla, así como Sonia, aún con restos de semen en su cara y ambos no sabían si respirar tranquilos o si cabrearse por lo que vieron: allí estaba Jorge, su compañero de trabajo luciendo una malévola sonrisilla cachonda

Casi se le había enfriado el café mientras recordaba estos sucesos del pasado reciente, cuando un beso de Ana le hizo reaccionar. Ya había llegado y tocaba acabar juntos de desayunar. Lo que no había terminado es el recuerdo de todo lo que pasó esa noche desde la irrupción en escena de este nuevo personajillo.