Pleasure Resorts (3: Los motivos de Ana)

Sólo para aquellos que quieran meterse en la mente de Ana y no sólo en sus bragas. Estáis avisados: apenas hay sexo.

Ana se despertó primero. La luz entraba por el balcón de su terraza, el cual había estado abierto toda la noche. Se preguntaba si la decisión de no poner el aire acondicionado de la habitación para dormir y dejar que fuesen la luna y la brisa del mar las que pusiesen la temperatura adecuada para su primera noche de vacaciones, había sido determinante en todo el devenir de acontecimientos que se había desatado.

No estaba muy segura de qué había soñado, qué había sucedido ni qué había narrado exactamente. Sólo sabía que la lujuria se había apoderado de ella y que más que una dulce novia en vacaciones, había parecido un súcubo con problemas de ninfomanía durante la época de celo. Bueno, eso si los súcubos tienen época de celo...

Sabía que si Carlos se despertaba, iba a ser extraño. Tenía toda una pelota de pensamientos y sensaciones que le causaban un nudo en el estómago. Apenas podía creer lo que había salido por su boca hacía pocas horas. Tenía frescas en su mente esas escenas, morbosas y placenteras que inundaban su cabeza como flashbacks. Cada vez que cerraba los ojos para concentrarse, se veía a sí misma en la playa gozando sobre su novio y con dos jovencísimas pollas en la boca.

Se sentía sucia, horrible, por lo sucedido ayer y más aún por seguir mojándose cada vez que lo pensaba.

Nunca antes en la vida se había corrido como con el jueguecito que tuvieron. ¿Acaso es necesario un punto de culpabilidad para llegar al orgasmo absoluto?¿Por eso se divierten tanto las chicas malas?¿Es así de ambigua la condición femenina? Éstas y más preguntas se le agolpaban en su aturullada cabeza. Mientras ellos arreglan su sexualidad viendo cómo en una revista porno le meten de todo a una chica en las fotos, nosotras nos leemos todos los "estudios" y rellenamos los tests de "Sexo y pareja" de "nuestras revistas". En todas las publicaciones le decían que no debía ser un objeto y  que no debía dejarse usar por los tíos. Pero es que no se sentía usada.

Carlos abrió una puerta, le acompañó hasta el umbral y le animó a cruzar. Nadie la empujó, nadie la forzó a hacer todo eso, a liberar sus demonios. No debía sentirse culpable por lo sucedido. Es más, fue ella quien tuvo la batuta en la mano, en todo momento y en todos los sentidos. Eran sus fantasías, sus propios fantasmas del placer los que se liberaron de su mente a través de sus palabras; y no quería tener que pedir perdón por todo eso, por ser así, por querer gozar de lo que le excita. Ella era quien podía llevar las riendas y guiar a su semental por los vericuetos de su libido. No tenía por qué comerse la cabeza con tantos debates, con tanta moralina de colegio monjas!!

Y sonrió mientras recordaba cómo había llegado ella a esta situación; cómo, una chica fina, educada en un colegio religioso, se corría con sólo imaginar que se la follaban entre tres a lo bruto... y no hacía tanto del comienzo de todo esto.

Fue hace como un mes o mes y medio. Cuando Carlos y ella habían decidido quedar con otra gente para salir por ahí ese sábado por la noche.

Ana iba a quedar con sus compañeras de la Universidad y Carlos con unos colegas de su Departamento. Parece mentira qué, con lo grande que es la ciudad, acabemos todos siempre apiñados cada fin de semana en los mismos sitios... y eso fue lo que les pasó. Ambos coincidieron sin saberlo en el mismo "club fashion" de rigor.

Ana se lo estaba pasando genial, pues hacía tiempo que no quedaba a solas con las chicas y así veía a Marta, su gran amiga. Se habían puesto al día durante la cena, entre copa y copa de Lambrusco y ahora estaban bailoteando como dos chiquillas sonrientes dentro de su grupo de jóvenes alocadas. Entre la gente, Ana pudo ver cómo su querido Carlos estaba de pie, copazo en mano, charlando con Jorge. Nunca le cayó bien ese chulo. Ese aire de pijo engominado, de putero con dinero le tiraba para atrás. No podía entender que Carlos hubiese hecho amistad con él en el trabajo. Habían coincidido en varios proyectos y decía que era muy bueno currando y que se reía con sus fantasmadas. Pero ella no le tragaba.

Aún así, se quiso acercar para darle una sorpresa a Carlos y ver si le convencía de ir a pasar un rato a su coche, pues el vino y el baile la habían puesto "cariñosa".

Iba por su espalda cuando empezó a oír su conversación:

  • Mira que está buena la guarra de Sonia - decía Jorge mientras ambos miraban a una rubia que se contoneaba como una furcia barata de puticlub de carretera.

  • No me jodas- pensó Ana, - otra vez a vueltas con la puta rubia esa-.

Allí estaba Sonia, la única chica del Departamento, tan lista como golfa. La típica que es siempre el centro de atención del lugar. Carlos le había dicho que era la mejor en las reuniones y negociaciones con los clientes. Siempre se llevaba el gato al agua, sin dudar en emplear las más rasteras técnicas de seducción como estrategia de negociación.

  • Una maldita calientapollas- fue lo que se le pasó a Ana mientras él le contaba eso. Impresión que quedó refrendada con el bochornoso espectáculo que estaba dando en la pista, yendo de mano en mano de sus compañeros de trabajo, bajo la atenta mirada desde el burladero de Carlos y Jorge.

  • Parece mentira que estando como está, además, sea tan guarra-. Le gritaba Jorge al oído a Carlos, que le miraba extrañado, sin saber a qué se refería. Como parecía necesitar más detalles para ubicarse, Jorge se los dio:

  • Te lo digo por lo que me contaron Luis y Richard. La zorra se lo montó con los dos durante el Proyecto de Cementos S.A. Pasaron una semana en Motpellier y como durante el fin de semana eso estaba muerto, se montaron su propia fiestecita en la habitación del hotel. ¡¡Ya me entiendes, eeeh!!-.

Ana no se lo creía, resulta que su  novio trabajaba con una golfa experta en tríos y, es más, hasta podía tener algún proyecto que implicase ir juntos y... y escuchó algo que dijo Jorge que no la calmó precisamente:

  • Joder, Charlie, tronco, no me creo que esta tía te tire los trastos cada vez que te ve en la Central y tú sigas como un corderito al lado de "Tu adorada Anita"-.

Así que no era su mente de celosa novia paranoica la que le hacía estar alerta por la amenaza de esa rubia asquerosa. Acababa de descubrir que se le insinuaba a su novio en el trabajo. Se estaba poniendo mala, pues sabía que cuando una tía así quiere algo, lo consigue. La resistencia de Carlos no iba a ser eterna y la coartada de los viajes de trabajo no lo ponían más fácil.

  • La verdad es que a veces me gustaría que Ana fuese un poco más así, que se soltase un poco el pelo conmigo. Digamos que con los escarceos esporádicos que tenemos a veces no me llega - confesó Carlos.

Ahí ya si que se derrumbó. Sus ojos se llenaron de lágrimas y se marchó corriendo a llorar al baño. No podía creer que su novio les estuviese contando sus intimidades al gilipollas repeinado que tenía por colega. Le entró una ira que apenas podía resistir. Le quemaba la traición que le habían cometido. Tenía ganas de ir allí y partirles la cara a los dos: a uno por idiota y al otro por cabrón.

Pero en lugar de eso, se quedó mirando cómo las lágrimas corrían por su cara, desdibujando el maquillaje de su rostro y contemplando la borrosa imagen que recibía del espejo.

-¿Qué he hecho mal?- se preguntaba.

Acaso no se abría de piernas cada vez que él quería. Si le llamaba en cuanto se quedaba sola en casa para que le echase un polvo... ¡¡qué más podía querer!! Si ella era la novia ideal, si hacía todo lo que él le había enseñado, pues no tuvo más maestros en el amor que Carlos.

Su amiga Marta la vio así y la sacó del local, sin tan siquiera preguntarle por qué se encontraba en ese estado. Con un poco de aire fresco seguro que las explicaciones de Ana tendrían más sentido.

Se cruzaron con los dos culpables del llanto que, una vez más, no se percataron de su presencia.

Pero si Ana se hubiese quedado a escuchar un  poco más, tal vez se hubiese cabreado menos y habría podido encontrar alguna respuesta en las palabras de Carlos:

  • Me refiero a que con el ritmo que llevamos, todo parece un poco forzado. Casi programamos los polvos. Llevo tirándomela tanto tiempo en el coche que creo que he cogido lumbalgia. Estoy harto de todo ese rollo tan calculado. Quiero que nos vayamos a vivir juntos y follar porque queramos, no porque sus padres o los míos se hayan ido fuera. Creo que se lo diré cuando estemos de vacaciones, o cuando volvamos. No estoy seguro-.

  • Quiero a Ana, tío. Me da igual si Sonia es una zorra y si va detrás de mí- dejó claro Carlos.

Jorge se reía y le decía que si era un calzonazos y que le tenía cogido por los huevos, a lo que Carlos contestó también con risas y cagándose en la puta madre de Jorge  mientras iban los dos a por otras copas dándose collejas.

Afuera, las dos amigas se abrazaban y Ana trataba de contar lo que había pasado dentro. Marta la tranquilizaba y logró que se calmase y dejase de llorar.

  • Si va diciendo eso por ahí, tendrá sus motivos- le soltó.

Ana alucinaba. Ahora su amiga le sale con eso...

  • Joder Ana, quiero decir que es un cabrón por ir diciendo todo eso, pero el problema no es que lo diga, el problema es que lo piense y se largue con primera guarrilla que le dé un poquito de acción- se explicó Marta.

Tal vez era verdad, no le cabreaba tanto el hecho de que se lo hubiese confesado a Jorge como el que pensase que estaba aburrido de ella y que la fuese a dejar.

  • Mira niña, te diré lo que vamos a hacer- comentó Marta, - Mañana tú y yo nos vamos a buscar unos modelitos para esas vacaciones que os vais a pasar en Canarias. Le vas a dejar tan helado que se va a pensar mucho eso de dejarte sola en casa por motivos de trabajo...

Y eso hicieron. Al día siguiente allí estaban las dos, de tienda en tienda probándose lo más sexy y atrevido que, dentro de su buen gusto en el vestir, pudieron encontrar.

Llegó el momento del bikini. Marta le llevó un par de modelos al probador a Ana. Cuando cogió uno de ellos, se quedó con ganas de preguntar dónde estaba el resto. Era un mínimo tanguita y una parte de arriba que se veía que no aguantaría las grandes tetas de Ana en movimiento.

  • ¿A dónde crees que voy yo con esto, Marta?-

  • A ver, tía. A veces hay que hacer que los hombres sepan valorar lo que tienen. Es como con los niños, que siempre quieren el juguete del otro. Si te pones esto en la piscina, todos los tíos te mirarán y se les pondrá el rabo tieso. Cuando Carlos lo vea, se mosqueará pero en el fondo, sabrá que tiene el juguete con el que todos quieren jugar. Y no lo querrá soltar. Lo que tienes que hacer es ponerle celosillo, hacer que te miren y babeen todos los tíos del hotel, pero como si no fuese culpa tuya-.

Los argumentos de Marta comenzaban a convencerla de que eso sí podía funcionar.

  • Pero es que no me cubre nada...- se quejó.

  • Ah, Ana, de verdad. Con el cuerpazo que tienes y el poco partido que le sacas... Si yo tuviese esas tetas no me las tapaba ni para ir a Misa. Y con lo de abajo, te doy el teléfono de un sitio donde te lo depilan todo, todo, t-o-d-o... así no te preocupas de si se te ve algo y, además,, ya verás qué cara pone al verte sin un pelo en el chocho- se rió Marta.

  • Eres una guarra- se rió ella también, pero sonrojada.

Lo tenía decidido en ese momento. Iba a ir a por todas en ese viaje a Fuerteventura. Si había alguna que le quisiese quitar a su hombre, iba a tener que currárselo mucho. Iba a hacer todo eso que nunca se había atrevido, bien por su educación o bien porque le asustaba incluso el que pudiese gustarle.

Todo eso le vino de nuevo a la mente en la cama del hotel. Habían venido a gozar el uno del otro, a tomarse unas vacaciones de sus vidas, no sólo de sus trabajos. Quería sentir que cada paso que daba, cada límite que sobrepasaban juntos, era algo que les hacía estar más cerca y les fortalecía como pareja.

Por eso, cuando Carlos se despertó no tuvo tiempo ni de pensar en lo pasado la noche anterior. Abrió los ojos y aún somnoliento buscó a Ana en la cama, pero no estaba allí. Ella estaba levantada, completamente desnuda y con los brazos apoyados en el lavabo de la habitación.

Avanzó hacia ella, con la típica erección matutina con la que cada día saludaba al Sol. Ella seguía de espaldas, viendo por el espejo cómo él se acercaba por detrás, así que se armó de valor y le gritó:

-¡Vamos campeón, es tu día de suerte. Hoy vas a abrirme el culo!- y dicho esto le entregó un bote de lubricante y se quedó con el trasero en pompa esperando a ser sodomizada.

Decir que Carlos estaba confundido era poco. Una cosa era lo del numerito de la piscina, el coño depilado, el juego perverso de la noche anterior... pero levantarse y encontrase a su chica ordenándole que le rompiese el ojete ya era demasiado. Podía callarse, untarla con el lubricante y darle por el culo hasta reventar; lo cual era algo con lo que se había masturbado más de una vez. O bien, para un poco todo esto y situarse los dos en el mapa.

  • ¿De qué va todo esto cariño? ¿Qué es lo que está pasando?- salió de su boca, a la vez que su polla iba perdiendo la dureza de unos segundos atrás.

  • Vamos, tigre, no me digas que no te mueres por metermela a fondo por detrás-

  • No si no sé a quién me estoy follando. ¿Va todo bien? ¿Qué coño te está pasando? Apenas te reconozco desde que bajamos del avión- dijo mientras la miraba a través del espejo. Y siguió:

  • No me malinterpretes, me puse a tope con tu bañador y ese rollo de la piscina. Flipo con follarte sin condón y poder comerte el coño sin tener que sacarme pelos de la boca. Lo de anoche, no sé, tuve la mejor corrida que recuerdo gracias al relato de tu sueño erótico. Pero no sé hacia dónde va todo esto. No sé si me he perdido por el camino-.

Ana tiró el bote de lubricante al suelo del baño y se dio la vuelta con los ojos húmedos mirando hacia Carlos:

  • ¿No es esto lo que querías? ¿O es que no te valgo yo para eso? ¡Tal vez lo que quieres es darle por culo a esa puta de Sonia y con el mío no te vale, cabrón!

Carlos ya salió de dudas: no sabía dónde estaba. Se hallaba solo ante un océano de confusión. ¿A qué coño venía el nombre de Sonia en todo esto?

-¿De qué cojones me estás hablando, Ana?- preguntó alzando el tono.

  • De que te oí, que aquél día en que hablabas con Jorge estaba yo allí. Me acerqué para saludarte y oí cómo le decías que te aburrías de la mierda de polvos que echábamos y que te divertirías más de otra manera- le chilló Ana.

  • Por eso empecé a hacer todo esto, por eso quise que te divirtieses conmigo y pudiésemos hacer juntos las cosas que quieres- y rompió a llorar.

  • Pero ahora no sé si es que estas son las cosas que quieres o si es que no quieres hacerlas conmigo. Tal vez lo que te apetezca es ir por ahí con Jorge y esa gente del curro e ir haciendo tríos por las habitaciones de hotel que te paga la empresa- y siguió llorando.

Carlos estaba de una pieza, viendo a Ana llorar un mar, mientras el espejo le devolvía la imagen de ambos desnudos. Y eso le hizo sentir una vulnerabilidad absoluta, como si en ese instante sus pieles fuesen transparentes y saliesen a flote esas cosas que la ropa de día a día quedan escondidas. Quizás por eso se discute más en vacaciones, por culpa del bañador… Iba a hablar cuando ella continuó:

  • Lo peor es que ahora no sé qué quiero. Traté de hacer esto por ti, por los dos. Para que supieses que te daría todo lo que me pidieses, que sería tuya para siempre. Aunque hubiese otras opciones, yo te elegiría a ti. Esa era la idea inicial cuando bajé a la piscina casi sin ropa- el llanto ahogaba sus palabras.

  • Pero es que me gustó. Llegué allí y vi que todos me miraban y me puse a cien. Sentí sus ojos clavados en mi cuerpo, sentí cómo me querían follar todos ahí mismo y por Dios que me chorreaba el tanga antes de tirarme a la piscina. No lo quería reconocer pero me gustó portarme como una puta. Más allá de ser TU puta, me encendía ser UNA puta-.

Él no terminaba de entender nada. Oía sus palabras pero no terminaban de formar frases con sentido pleno en su cabeza. ¿Puta? Nunca la había visto como una puta. Era su novia, Ana, su chica de siempre. ¿Cómo iba ella a ser una puta?

Como Carlos no decía nada, ella siguió:

  • Lo de anoche fue definitivo. Esta mañana al pensarlo he abierto los ojos: no quiero sólo fantasías, lo quiero todo. Pero te quiero a ti, más que a nada en este mundo y no te quiero perder- dijo mientras se acercaba y se colgaba de su cuello, para llorar en su pecho.

Carlos no sabía si rodearla con su brazos, tocar su cabeza o si, directamente, tirarse por el balcón del 7º piso de su habitación. Por suerte, de nuevo Ana tomó la decisión por él y le mirando a sus ojos de cerca susurró:

  • No... no... no sé, cariño. No sé lo que quiero. Sólo sé que te quiero a ti y no quiero que te alejes de mi. Pase lo que pase. Quiero estar a tu lado. Con todo-.

Ella se le quedó mirando. Ahora sí era su turno. Trataba de ordenar los pensamientos suyos y las palabras de ella en su cabeza. Eran demasiadas emociones para ser las nueve de la mañana del primer día de sus vacaciones. Y lloró.

Carlos lloró apretando los dientes y a su novia contra su pecho, viendo las lágrimas resbalar por sus mejillas en su doble del espejo.

  • No vas a perderme, preciosa. Nunca. Pase lo que pase. Te lo prometo-.

La abrazó y la separó suavemente de su cuerpo.

  • No sé qué es lo que oíste o creíste oír aquél día, pero no van por ahí los tiros. No te voy a dejar por Sonia por cualquier otra tía que aparezca por ahí. Yo te quiero-.

Sin embargo, era necesario dar más explicaciones:

  • Lo que le comentaba a Jorge es que estaba harto de follar en el puto IBIZA, o en el momento que a tus padres les dé por irse de casa. Que lo que más deseo es irme ya a vivir contigo y follarte en cada rincón de nuestra casa. No verme obligado a follar cuando podemos, ni sentir que tú te ofreces a mí porque toca. Quiero que podamos hacer el amor cuando nos muramos de ganas, sin que nada nos lo impida-.

Ana estaba más sorprendida por esto que Carlos cuando se levantó y la vio con el culo en pompa.

  • ¿Vivir juntos? ¿De verdad quería que nos fuésemos a vivir juntos?- pensó ella. La de veces que lo había deseado y, es cierto, ahora podían. Lo que pasa es que no sabía si él deseaba realmente irse con ella. Eso era todo, poder estar juntos... Era tan feliz de oír es que se lanzó a los brazos de él gritando:

  • ¡Vámonos juntos! No puedo creerlo, mi amor. Me muero por que sea así- le gritó con sincera alegría.

Se abrazaron y se besaron. Aunque se estaban olvidando de algo que le vino de nuevo a Ana a la cabeza:

  • Charlie, eso no es todo. Quiero decir, que eso aclara lo que creía que pensabas, pero no soluciona el hecho de que note que se ha abierto una brecha en mi interior y que está saliendo hacia fuera algo que siempre he sentido-.

Apartándose de él, se giró para seguir hablando, pues no podría haberlo hecho mirándole de frente:

  • Lo de anoche me volvió loca. Es lo que quiero hacer-.

Carlos contestó enseguida:

  • Yo también, Ana. Me encantan los juegos morbosos-. Me llevo poniendo como un burro contigo desde que empezamos con esto-.

  • No me entiendes, cariño. No quiero imaginar que me tratan como a una puta-  y aclaró:

  • ¡Quiero que me traten como una puta!-.

Como es normal, él no terminaba de entenderlo, así que Ana tuvo que explicarse mejor:

  • No sé qué pretendías con tu juego pero ha dejado algunas claras, para mí. Mientras me imaginaba en la playa, rodeada de pollas, me sentí bien. Me sentía dueña de vuestros deseos, la reina del lugar. Y eso me gustó. Quiero saber lo que se siente haciendo eso; y no me refiero orgías improvisadas a la luz de la luna. A lo que me refiero es a dejarme llevar. Quiero soltarme la coleta y abandonarme a los acontecimientos. No quiero ser una furcia que regala su cuerpo como un saco de esperma; ésa no es mi idea. Lo que busco es disfrutar del sexo sin temor-.

Y prosiguió:

  • Al fin y al cabo, ¿no es eso una puta para vosotros: Una tía que se relaja y disfruta del sexo sin tapujos? No me voy ir por ahí comiéndole la polla al primero que se me acerque, no te asustes-.

Menos mal que lo dijo, porque Carlos ya se esperaba lo peor. Tras pedirle a su novia que se fuese a vivir con él, ésta le parecía estar diciendo que se iba a ir por la puerta a follarse a medio hotel. Mejor seguir escuchando:

  • Quiero vivir contigo. Quiero follar contigo y que me hagas el amor en nuestra cama cuando vuelvas de un viaje y me hayas echado de menos. Y quiero que no haya barreras en nuestras vidas, ni en nuestro sexo-.

Dicho esto se lavó la cara de los surcos dejados por el llanto. El agua fría le bajó la hinchazón de los ojos y  cuando se dio la vuelta, dejando a un lado la toalla de manos, el abrumado Carlos no pudo por más que pensar que era un ángel. Que una criatura desnuda así frente él, con la mirada que ella tenía en ese instante, no era propia de este mundo.

Ella se giró, caminó lentamente, como lo hizo en la piscina pero ahora sólo para él. Se agachó sensualmente a por el bote de lubricante que antes había estrellado contra  el suelo. Por suerte, no se rompió. Volvió sobre sus pasos, sin perder de vista los ojos  de su novio. Notó cómo éstos eran una mezcla de confusión y deseo. El deseo también lo dejaba claro su polla, que se estaba levantando enhiesta, cuando había estado arrugada durante toda la conversación.

Ana se volvió a plantar ante el lavabo, dejó el lubricante a un lado, sacó el culo hacia afuera de nuevo y, con pura lascivia en la mirada, como lo haría una diosa pagana de la fertilidad le dijo a través de su reflejo en el espejo del baño:

  • Si me has entendido, si sabes a lo que me estoy refiriendo, no digas nada. Tan solo sella el pacto de la manera correcta- y cerró los ojos a la espera de la respuesta de su amante.

Todo esto era raro. No terminaba de seguir toda la lógica del pensamiento de Ana, pero Carlos creía entender más o menos eso de dejarse llevar, liberarse y disfrutar. No tenía  idea de cómo iba a acabar esto, aunque, joder, nunca se había sentido tan vivo ni tan unido a Ana como en esos instantes.

Así que, cogió el bote, le untó bien el culo con suaves caricias, se puso un poco a lo largo de la polla y se la metió por detrás.

  • ¡AGGHHHHH, jooodeeeerr!- gritó ella.

  • Ni se te ocurra parar- dijo Ana mirando su reflejo preocupado.

  • El amor duele y te he dicho que hay que dejarse llevar, mi vida- añadió.

Y ahí estaban los dos, con el corazón a flor de piel, desnudos desde lo más profundo de sí mismos. Con él taladrando el culo de ella como manera de cerrar un pacto tácito de "carpe diem". Derribando más muros en un rato que en todos los años que llevaban juntos.

La polla de Carlos se abría paso por el recto de Ana como la nueva vida de ambos se proyectaba hacia el futuro. No había nada seguro al final del túnel, pero lo querían recorrer juntos.

A todo esto, Carlos no existía, al menos no para sí mismo. Notaba cosas que ni había soñado. El estrecho agujero de Ana le oprimía cada centímetro de polla. Cada vez que la sacaba y la volvía a meter, podía sentir cómo se dilataba y contraía. Eso cuando cerraba los ojos. Cuando los tenía abiertos, veía su polla colarse por el pequeño ano de ella, con la única ayuda del viscoso lubricante. También veía sus tetas mecerse al ritmo de sus embestidas, cada vez más animales. Y su cara. Esa carita de ángel que se retorcía sintiendo sus arremetidas por el "lado equivocado". Adivinaba el dolor que estaba sufriendo y una parte de él deseaba parar. No obstante, veía gozo en sus ojos, sentía orgullo en su gesto y sabía que debía continuar adelante; quería seguir adelante.

Esos pensamientos unidos a la gran presión muscular del cerrado agujerito de ella hicieron que no pudiese más y, mientras se miraban a través del espejo él se corrió dentro del culo de su amada novia.

Tan pronto como se separó de ella, vio que dio un último respingo de dolor. Disimuló y le sonrió. Se acercó, le besó con dulzura y le susurró:

  • Espero que te olvides de lo que esto significa. Y ahora, sal del baño porque lo que viene a continuación es privado. Baja a desayunar y ya te duchas luego. Deja que me limpie, me prepare y me reúno contigo abajo-.

Y, cómo no, se  puso las bermudas y una camiseta y se bajó al Buffet Libre. Tanto ajetreo le había abierto realmente el apetito.