Pleasure Resorts (1: Llegada al hotel)

Una pareja empieza unas vacaciones en Canarias donde poco a poco irán derribando todos los tabúes que les separan del placer absoluto. Y no lo harán solos...

Por fin habían llegado a hotel. Su habitación era grande, bonita, con vistas al mar y con una gran cama donde poder disfrutar de su amor en todas las posturas. Carlos y Ana empezaban sus vacaciones en Canarias.

Ambos tenían 25 años y llevaban saliendo juntos desde el último año de Universidad, en el que Carlos terminó su Ingeniería Informática y Ana la carrera de ADE. Tras varios Veranos de prácticas y sin vacaciones a la vez, este año iban a poder hacer un viaje juntos. Decidieron irse a Fuerteventura pues querían descansar y tomar el Sol. Se hubiesen ido al Caribe de no ser por lo poco que le gustan a Ana los aviones; pensar en más de dos o tres horas metida en uno, le hacía ponerse mala. Con su nuevo trabajo, él se pasaba mucho tiempo de aeropuerto en aeropuerto por su trabajo, así que tampoco le encantaba eso de perder un día de ida y otro de vuelta en los vuelos.

Este año Carlos había entrado en una gran multinacional, como Consultor de SAP y a Ana le habían hecho fija en el Departamento de Contabilidad una empresa de textiles. Les empezaban a ir bien las cosas y pronto podrían dejar de vivir con sus padres y de tener que compartir sus momentos íntimos en el asiento trasero del SEAT Ibiza de Carlos. Se pensaban pasar unas vacaciones de sol y sexo a raudales.

Ahora estaban allí, viendo el mar desde la terraza de su habitación y estaban felices. Su hotel era un resort: el Hotel Pleasure Resort; lleno de turistas extranjeros, donde casi no  hablaba español ni la recepcionista. Se veía a familias enteras de franceses, ingleses y alemanes. También había grupos de jóvenes chicos y chicas europeos que eligen las playas españolas antes que las lejanas islas del Caribe para sus vacaciones de desfase. Apenas había alguna pareja española que pareciese compartir su mismo estilo de viaje, tan sólo un matrimonio algo mayor que ellos y una pareja de recién casados, más o menos de su edad, en viaje de novios y poco más. Por lo que se ve, iban a tener que utilizar sus conocimientos de idiomas si querían hacerse entender con alguien.

Prefirieron dejar las maletas, ponerse el bañador y bajar a darse un bañito a la piscina para refrescarse del viaje. El calor y el agobio del viaje les hizo posponer su primera sesión de sexo para después, cuando el aire acondicionado que acababan de poner refrigerase su habitación y a Ana se le pasase el malestar originado por el vuelo.

El primero en estar cambiado fue Carlos que se despojó rápidamente de los vaqueros que llevaba y se puso sus bermudas y unas chanclas. Se despidió de Ana y bajó a la piscina. Ella prefería tomarse un poco de tiempo para organizar el equipaje y ponerse uno de sus bikinis nuevos.

Al salir de la habitación, Carlos se encontró en la puerta con sus vecinos que entraban en la suya. Un rápido "hola y adiós" que sólo le permitió intuir que, por lo menos, ellos eran también españoles.

Una vez en la piscina, se quitó la camiseta y se tiró al agua. Más de una no pudo evitar mirarle, pues llamaba la atención. Carlos era alto, moreno y con un físico atlético. Pese a sus largas jornadas de estudio primero y laborales después, siempre encontraba un rato para ir al gimnasio desde hace años y, claro está, eso se nota...

Mientras nadaba unos largos y pudo darse cuenta de cómo le miraba y cuchicheaba un grupo de jóvenes, alemanas parecían. Todas rubias, risueñas y con un gran par de tetas, la mayoría

  • Me empieza a gustar este hotel- pensó.

En ese momento aparecía por la zona su novia Ana. Estaba espectacular. Su negra melena se movía al ritmo de la brisa canaria y su pareo se le pegaba al cuerpo perfilando una figura escultural. Una típica belleza española, con curvas generosas pero con las mejoras que sus hábitos saludables le proporcionaban. Lucía espectacular,  sólo que cuando se quitó el pareo para dejarlo en la tumbona, Carlos se quedó sin aire. No le había visto ese bikini blanco y negro del que casi se le escapaban las tetas sólo con andar. Pero además es que, cuando se agachó de espaldas para dejar también las gafas de sol, alucinó viendo que la parte de abajo ¡era un tanga!

Nunca se hubiese esperado esto de Ana, siempre celosa de mostrar sus generosos atributos. Nunca quería llevar grandes escotes ni pantalones ceñidos. No le gustaba llamar la atención, pese a que con ese cuerpo y su carita de niña buena, era difícil no fijarse en ella.

Mientras pensaba en lo buena que estaba su novia, sonó un silbido que le anunciaba que había más gente con la misma opinión; concretamente un grupito de tres ingleses a los que se les caía la baba mirando a Ana. A Carlos no le hacía ninguna gracia, pero ella, en lugar de ponerse rápidamente el pareo y sonrojarse como hubiese sido habitual, le sorprendió mirando con cierto desdén a los ingleses. Se dio la vuelta, reglándoles la hermosa vista de su firme trasero en tanga y, lanzándose de cabeza hacia donde estaba Carlos bañándose. Sacó la cabeza del agua, respiró y le plantó un muerdo en medio de la piscina. Era su manera de decirles a todos dos cosas:

a) Este es MI hombre

b) YO soy su mujer

Tras separar sus labios de los de Carlos, dirigió su mirada hacia los tres británicos que estaban flipando con la escenita y les sonrío pícaramente, como riéndose de su ingenuo interés. Abrazó a Carlos, cuya sorpresa era parecida  la de los demás que estaban en la piscina y, acercándose a su oído le susurró:

  • Yo ya me he refrescado y se me ha pasado todo lo del vuelo. Quiero que me lleves de vuelta a la habitación y me eches el primer polvo de las vacaciones-. Dicho y hecho.

Carlos empezaba a notar cómo su polla crecía bajo el agua. El show que estaban dando y las ganas de follarse a Ana por fin con tranquilidad, hicieron que se le subiera el mástil, cosa que se notaba en su bañador. Este detalle no pasó desapercibido para el grupito de alemanas chismosas que se empezaron a reír; ni para los padres de una familia de franceses que prefrieron mirar para otro lado con cierta vergüenza...

Una vez ya fuera de la piscina, cogieron como pudieron sus cosa de las tumbonas y enfilaron hacia el ascensor. Durante las siete plantas que duraba el trayecto no dejaron de besarse, de comerse los labios y entrelazar sus lenguas. Las manos de Carlos amasaban el aún mojado culo de Ana, desnudo por su tanga. Coló una mano bajo la húmeda tela y comprobó que no sólo era agua lo que chorreaba... El coño de su novia estaba empapado también por dentro. Se abrieron las puertas automáticas pero ellos apenas lo notaron y siguieron a lo suyo, hasta que oyeron una voz. Pararon y miraron al frente donde se encontraron a un joven alemán de unos quince años, plantado frente la puerta del ascensor y sin saber qué decir, ni en qué idioma ante la morbosa visión que tenía frente a él.

Carlos y Ana se separaron, miraron al suelo y pasaron cada uno a un lado del chaval, que seguía paralizado. Con el calentón que llevaban, tan pronto como la cara de sorpresa del chico se le quitó de delante, volvieron a pensar sólo el deseo que les quemaba. Por suerte las puertas de la habitación se abrían con tarjeta, ya que seguro que no hubiesen atinado a meter la llave con las prisas que tenían.

Nada más abrir, fue Ana la que empujó a Carlos contra la puerta, mientras ésta se cerraba tras de él. Se agachó y a duras penas, logró bajarle el bañador mojado que le pegaba a las piernas. Tan pronto liberó su duro cipote, se lo metió en la boca y empezó a chuparlo. A él  le encantaba y sus gemidos se la hacían saber a ella, lo que le retroalimentaba y se aplicaba más aún en la mamada. Él la cogió por la cabeza y la apartó, pues entre unas cosas y otras, estaba como una moto y no quería que la cosa acabase con dos meneos rápidos. Levantó a Ana y le sacó el bikini de encima. Le empujó hacia la cama y se puso a comerle el coño.

Allí encontró una nueva sorpresa: se lo había depilado por completo.¡Tenía el coño como una niña de primera comunión! Eso no era algo que hubiese hecho nunca antes, así que la excitación de Carlos fue en aumento y empezó a devorar el sexo de Ana hasta que el sabor a cloro de la piscina se sustituyó por el salado sabor de los fluidos de su chica. Ella no paraba de gemir y de decirle lo bien que lo estaba comiendo. Su humedad iba a más y a más: Ana se corría entre aullidos de placer.

Una vez la tenía allí, mojada a más no poder, con la mezcla de sus jugos y de la saliva chorreando por sus abiertas piernas, Carlos pensó que ya era hora de follársela. Se levantó para buscar los condones en su bolsa de viaje, pero escuchó a la voz de ella diciéndole:

  • Ya no te hace falta nada más, cariño. Me he empezado a tomar la píldora. Así que ven y fóllame hasta que me llenes de leche las entrañas-.

¿Qué pasaba? ¿Qué sería lo siguiente?, se preguntaba el chico. Una sorpresa tras otra, a cada cual más agradable y excitante. Llevaba tiempo insistiéndole a Ana para que lo hiciese y por fin se había decidido.

No se demoró más y se la metió de golpe hasta el fondo, sin problemas por la lubricación originada por sus esfuerzos anteriores... Se abrazaron, mientras ella sentía por primera vez la polla desnuda de su chico en su interior; mientras él también apreciaba la novedad de la humedad y el calor de los pliegues carnosos de su novia rodeando su pene. Gemían y se abrazaban. Se besaba, se decían palabras de amor y con deseo se arañaban las espaldas. Se querían y se devoraban.

La polla de Carlos se abría paso con fuerza entre las piernas de Ana, rozando con su gran grosor las paredes vaginales y que a su vez, se contraían del gusto. De pronto, para sus embestidas, se la saca de golpe y la gira. Ana queda de espaldas y levanta el culo, intuyendo lo que su chico pretende; se muestra sumisa a sus intenciones.

  • Vamos, jódeme así, como a una perra en celo- le dice meneando sensualmente su culito

  • Que me tienes ardiendo, ¡joder!- remata, por si a él le quedaran dudas. Pero Carlos no duda y aunque se extraña del furor que hoy muestra su amante, no se preocupa mucho por eso y le pasa su lengua por el chocho y comienza a acariciarlo con su glande, entrando poco a poco dentro de ella, una vez más. La tiene ahí, a cuatro patas sobre la cama, dándole caña. Metiéndole cada centímetro más y más fuerte, a la vez que  le acaricia el hinchado clítoris y hace que sus chillidos comiencen a ser exagerados.

-Así, así, más fuerte- sugiere Ana.

  • No creo que se pueda estar mejor-, se decía a sí mismo. Veía la bella espalda arqueada de su chica y cómo se tensaba cada vez que él entraba dentro de ella. A cada embestida se le movía su culito. Se estaba terminando de desquiciar con el bamboleo de sus tetas con cada empellón que le metía.

  • Me matas de gusto, Carlos-

  • ¿Te corres?, ¿Te corres con mi polla?- acierta a decir Carlos entre gruñidos.

Joder si se corría. Ana notaba como su coño se contraía y sentía que reventaba desde lo más profundo de sí misma. Chillando los dos llegaban al final, diciéndose palabras que nunca se habían dirigido:

-Qué bien me follas, cabrón-.

-Me corro, puta. Vas a hacer que corra en tu coñoooo-.

Cegados por la pasión del momento no les importaban ya ni el respeto ni los buenos modales. La humedad de la corrida de Ana hizo que Carlos diese el acelerón final estallase y llenando de semen su ya no tan estrecho coñito.

Ambos cayeron rendidos, con la respiración entrecortada y Con Carlos apoyado sobre la espalda su novia. Intentaba que algo de sangre que ya no necesitaba en la polla volviese a su cabeza y le permitiese procesar tantas cosas como habían pasado. Se puso a mirar al techo, retirándose del cuerpo de Ana y con el único pensamiento de que había sido polvo de la ostia.

Ésta quería seguir sintiéndole cerca y apoyó su cabeza sobre el pecho de su amante. Le miró a sus ojos oscuros y le dijo sonriendo:

  • Te quiero, Carlos-, mientras el reguero de leche que salía de su coño empezaba a empapar las revueltas sábanas.

Se lo iban a pasar genial esos días de vacaciones, ambos lo sabían. Y no iban  a ser los únicos