Plαcereѕ ιɴdeвιdoѕ.¹/૩
Siempre me había visto como a su pequeña hermana, al menos eso había creído hasta esa mañana...
Camille Jones presionó su agarre alrededor del tirante de cuero negro de su bolsa Gucci cesando el juego nervioso que había mantenido al hacer sonar sus uñas azul índigo contra el frío metal del tablero de botones mientras observaba en silencio el cambio de dígitos que indicaban el ascenso del elevador por aquél edificio de dieciséis pisos para después soltar de una sola vez el aire que había estado conteniendo. Dejó caer un poco su cabeza hacia atrás sintiendo cómo las espesas cortinas de sus largos mechones ondulados rozaban sus caderas y cerró los ojos asustada, – esa maldita claustrofobia – renegó de su patética situación hasta que un breve tintineo se coló instantáneo por sus oídos anunciando el fin de su breve tortura.
Regresó de un solo movimiento su cabeza a su posición normal para abrir lentamente sus ojos y descubrir ante ella ambas puertas metálicas abiertas cediéndole el paso a un amplio pasillo alfombrado en un rojo borgoña que le daba alguna clase de calidez al ambiente - o era quizá lo familiarizada que ya estaba con aquel lugar – que, de alguna manera, lograba borrar por unos segundos la tensión en los músculos de su espalda y su cuello.
Dejó escapar una risita entre dientes apenas para ella y comenzó a caminar sobre sus tacones altos, que teñían en sus casi angelicales facciones una pincelada de erótico peligro, hasta que se paró en seco ante la puerta blanca remarcada con un 123 pequeño y dorado al centro poco más arriba de la altura de su nariz.
Bajó su mirada a inspeccionar por un instante al par de cafés Starbucks con toques de avellana y vainilla – como a Max le gustaba – reposando sobre el portavasos de cartón en su mano izquierda y, tras asegurarse de que de ninguno de los dos vasos hubiese derramado alguna gotita del interior, comenzó a rebuscar entre su desordenado bolso hasta que dio con las llaves plateadas y sintió un suave tiritar en su brazo izquierdo que concluyó en una sensación de quemazón sobre su pecho un par de segundos más tarde.
- ¡ Mierda ! – la voz de la castaña sonó por lo bajo mientras ella observaba a su alrededor esperando que en esa ocasión no saliera la vieja señora Brown de la puerta de enfrente con un gato en brazos para comenzar a parlotear esas estupideces del grave pecado que cometía al mantener una relación sin compromisos con el moreno que estaría esperándola desde hace ya unos minutos atrás. Comenzó a limpiar el líquido caliente de su chaqueta sabiendo que su humor no estaría tan firme como para plantear de nuevo aquella explicación de que Max y ella eran hermanos de sangre – pero sólo eso – admitió para sí misma.
-
¿ Debo resignarme a que hoy tendré que usar mi cafetera ?
– una ronca voz familiar la hizo levantar la mirada de su chaqueta empapada en café para chocar con una sonrisa impecable en contraste a una gruesa cabellera negra despeinada que hacían suponer que su dueño no llevaba más de diez minutos fuera de sus sábanas.
-
Deja tus gilipolleces de lado y hazte a un lado, Jones
– ella respondió en un tono seco mientras depositaba sin cuidado el arruinado portavasos sobre las manos del bronceado y se colaba por la puerta abierta sin detenerse a quitar sus llaves de la cerradura.
- ¡ Vaya, vaya ! Que la pequeña no ha tenido una buena mañana – Max observó divertido la mancha de café sobre su chaqueta de cuero que Camille se había apropiado desde hace ya un par de meses. Tras quitar las llaves de la puerta y arrojarlas sobre el sofá de dos, antes de cerrar de un portazo, se dirigió a su cocina para desechar los residuos del líquido sobre el cesto de basura y tomó un par de servilletas absorbentes para llevárselas a su hermana que no había cesado sus gruñidos. Tuvo que morder su labio inferior para no reír ante ella, no si no quería recibir una buena lluvia de golpecitos en su pecho.
- Gracias – Camille tomó los dos pedazos de papel concentrada en la pequeña pelea que había comenzado en contra de su chaqueta mientras intentaba quitarla de su cuerpo.
- Es sólo café, cariño – intervino él quitándole la pesada prenda de encima y dejándola en su delgada blusa blanca de tirantes adornada con algunas manchitas beige con olor a avellana
–
¿ Quieres que te traiga un jersey limpio ?
Camille abrió por un instante menor a los cinco segundos la comisura de sus labios escéptica a lo que sus oídos habían dejado pasar directo de esos labios rosados y carnosos para recuperar su compostura tras alejar su mirada del pelinegro y retomar su tarea de limpieza con el par de servilletas que sus manos habían estrujado en una sola bola arrugada.
-
Entonces…
–
ella sintió irritarse aun cuando había estado inhalando con profundidad para calmar su pulso. ¡Carajo! Si había algo que odiaba eso era el color escarlata que su rostro podía tomar sin su consentimiento y el bastardo de su hermano lo había logrado ya, de nuevo – entonces – continuó tallando con más fuerza de la necesaria su chaqueta – ¿ te piensas que es un pu.to café el que me tiene así ? – enarcó una ceja exaltada –
¿ De verdad lo olvidaste ?
– se rindió cuando lo único que pudo advertir en las arruguitas remarcadas sobre la frente de aquel hombre fue la viva expresión del desconcierto. Tuvo que concentrarse en no dejar salir los gritos –
Se supone que para esta hora ya se me habría hecho tarde para recogerte –
suspiró rodando su mirada rendida
– arreglado y vestido, claro – le lanzó una mirada afligida al morocho que dejó bajar lentamente por su desnudo six pack recorriendo el delgado caminito de vellos que comenzaba un poco arriba de su ombligo hasta perderse por debajo del elástico de su bóxer a cuadros, tragó en seco y se obligó bajar la mirada al suelo – Hoy era mi audición para el papel de Odette – resopló dejando caer todo el peso de su delgado cuerpo sobre el sofá de uno y lanzaba una mirada de reojo a su reloj de pulsera sólo para confirmar que su protagónico en ‘ El lago de los cisnes ’ se había escapado de sus manos ya.
- **¡
Mierda
!** – su hermano maldijo con los ojos fuera de órbita mientras limpiaba con el dorso de su muñeca los restos de migas que habían quedado alrededor de sus labios y devolvía su emparedado de mermelada de fresa sobre el plato que descansaba en la barra que dividía la cocina del pequeño comedor
–
¿ era hoy ? – preguntó tan alterado como un alumno que ha olvidado hacer una tarea.
- Era
–
Camille comenzó a enroscar distraída un mechón semi-ondulado de su castaño cabello intentando desviar su atención del ataque de ira que comenzaba a apoderarse de ella –
c omo sea, ya habrá otra temporada, quizá la protagonista se luxe una pierna o se rompa un brazo y entonces podría ser donde entro yo y…
- Camille, para – Max sacudió su mano al aire como si estuviera intentando repeler un enjambre de mosquitos de enfrente –
q uizá si me visto rápido y bajamos corriendo, acelero el auto…
–
bajó su mirada avergonzado –
lo siento, enana
– musitó una palabrota por lo bajo al momento de subir una mano a su nuca y comenzar a rascar en un gesto involuntario.
-
Ya, Jones
– ella dibujó un mal intento de una sonrisa mientras observaba que él había acortado la distancia entre ambos yse había dejado caer de rodillas frente de ella en un lento movimiento – ***C
omo sea, el rosa no va conmigo*** – dejó escapar una risotada esperando que con ello toda culpa quedara olvidada de la mente del moreno.
Cerró sus ojos y entonces experimentó la sensación calorífica del delicado roce de la yema de unos tres dedos sobre su piel descubierta poco más arriba de su rodilla.
- ¿ Algún día me perdonarás, enana ?
–
Camille abrió sus ojos de golpe para confirmar lo que estaba sucediendo y que, por vez primera, le pareció algo casi perverso.Cerró un puño sintiendo sus uñas enterrarse en la palma de su mano derecha solo para manejar las reacciones que su cuerpo quería expresar, un suspiro, un jadeo y una súplica para que eso no parase.
Una ola de descargas eléctricas se repartió por cada una de sus vértebras hasta estallar a la altura de su vientre y convertirse en una nube de calor que estremeció cada uno de sus sensibles poros. ¡Su hermano
le estaba acariciando la pierna! Desvíó sus ojos nublados de un extraño frenesí de sensualidad pero las caricias que el moreno repartía en sus desnudos muslos no cesaban y ella casi podía jurar que aquellos meticulosos dedos disfrutaban, tanto como ella, del encuentro con su erizada piel.
-
El mismo día que me traigas un jersey limpio
– ella respondió con naturalidad agradeciendo que el estremecimiento de su cuerpo no se remarcara también en sus palabras.
Relajó su mentón mientras observaba en silencio el sensual e involuntario andar de Max hacia su habitación con una sonrisilla en sus labios y su espalda perfectamente moldeada y bronceada mostrándose desnuda a su mirada.
Paseó su lengua por la comisura de sus labios sintiendo la necesidad de mantenerlos ocupados en algo.
Camille bufó mientras negaba en silencio reprochándose a sí misma los casi obscenos pensamientos que se había tenido. Sonrió irónica mientras bajaba sus manos a los botoncitos de su blusa de algodón y los desprendía uno por uno para terminar por desprenderla de su cuerpo. Observó las manchitas en su blusa blanca – tendría que usar un buen detergente para poder hacerlas desaparecer – se pensó mientras la doblaba distraída y la arrojaba al interior de su Gucci y aprovechaba ello para hundir su mano al interior de ésta y buscar entre sus pertenencias hasta dar con un cigarrillo.
Sintió un golpe y una tos de inmediato provocada por el humo del cigarrillo acumulada en su garganta. Una risilla se coló por sus oídos obligándola a alzar la mirada a la blanca dentadura del moreno que sostenía en sus manos su jersey favorita de los Patriotas extendida como si recién hubiese sido usada como un afelpado látigo. Lo odió.
-
Deja de molestar
– ella refunfuñó amenazante al hombre que la había golpeado con una vieja jersey mientras le enseñaba en toda su extensión su dedo medio de su mano izquierda intentando controlar aún la picazón de su garganta.
- ¿ Volvemos al viejo hábito ? – él la reprendió arrebatándole de su otra mano el cigarrillo aún encendido para terminar por restregarlo en contra del cenicero de cristal cortado que estaba más que nada de adorno sobre la mesita de centro de su sala. Lo había apagado.
-
Te importa una mier…
- Ya – la hizo acallar poniendo un dedo sobre sus labios antes de que ella pudiera seguir alardeando una serie de blasfemias que no abundaban en labios femeninos –
No quiero que mi hermana* ande por ahí apestando a tabaco por mi culpa*** –
dijo mientras se reclinaba a ella para acariciar con la yema de sus dedos una de sus mejillas.
-
Vete al diablo
– ella reclamó seca mientras atrapaba su mano y lo obligaba a alejarse de ella desatando una lucha de forcejeos.