Plαcereѕ ιɴdebιdoѕ. Ձ/૩

Siempre me había visto como a su pequeña hermana, al menos eso había creído hasta esa mañana... [mensaje importante al inicio]

Bueno, antes de continuar quiero hacer una aclaración. Este relato es mío, sí. Ya lo había escrito hace un tiempo y lo había publicado en un foro de univisión llamado 'Webnovelas'. El escrito original era con un integrante de la banda británica One Direction, con Zayn Malik, en específico y la temática está algo cambiada, él era el mejor amigo. Aclaro porque se me ha acusado de plagio, sin embargo no lo es, dejo el link de la página original para que corroboren mis datos con los de el escrito original y puedan ver que no he robado nada... sólo lo adapté para saber la opinión de lectores más enfocados a relatos eróticos. Gracias.

http://foro.univision.com/t5/Web-Novelas/%D0%BC%CE%B9-%D0%BC%D1%94%D7%A0%CF%83%D1%8F-%CE%B1%D0%BC%CE%B9g%CF%83-z%C9%91yn-amp-%D1%82%C3%BA-one-s%D0%BD%CF%83%D1%82-%D0%BD%CF%83%D1%82-%D1%82er%D0%BC%CE%B9%C9%B4%CE%B1do/td-p/446469872#axzz22pNBzXMs

****

Camille apretó su mandíbula intentando reprimir los gritos que en su garganta comenzaban a acumularse y a hervir con desesperación. No recordaba la última vez que había estado de verdad molesta y; en esta ocasión, frente a su j hermano; estaba más que ello, se la estaba cargando el mismísimo Diablo. Sus muñecas comenzaban a dolerle a pesar de que sabía que él estaba ejerciendo la presión mínima sobre de ellas, quizá no se habrían siquiera irritado si ella no hubiera estado forcejeando para liberarse de su agarre. Le lanzó las ráfagas de ira que sus ojos expulsaban como pequeños dragones arrojando su letal fuego y comenzó a escupir todas las blasfemias que podía recordar, incluso algunas que ni siquiera sabía que conocía y otras cuantas más de las que no estaba segura de su gravedad.

- Cállate – Max perdió los estribos y la hizo acallar de una sola palabra ejerciendo por primera vez fuerza sobre ella para inmovilizarla. Se detuvo a observarla entonces. Sus cabellos alborotados, algunos pequeños mechones adheridos a su frente y a sus labios, sus mejillas con tenues brochazos rojos carmesí, sus labios entreabiertos  y su pecho subiendo y bajando en un acelerado ritmo mientras ella intentaba serenar su  pulso. Tragó en seco y pasó su mano libre por su cabello azabache sin quitar aún su dedo índice de los labios de su pequeña hermanita.

Esos labios. Eran suaves. Pegajosos, rosados y podría apostar que… deliciosos. Tragó un hálito de aire entorpecido por la molesta sensación que sus pulmones experimentaban tras unos segundos de ser privados de aire. Entrecerró el contorno de sus ojos miel y, en un acto reflejo, atrapó su labio inferior con sus impecables dientes. De repente, sin ser consciente del todo, dejó a su dedo resbalarse de aquellos labios lentamente. Su afilado mentón, el par de pequeñas cunetas al final de su cuello y el dije de oro blanco que lo adornaba. No se detuvo.

Continuó y no estaba seguro de que aquello fuese real. El negro encaje de su sostén por debajo de sus yemas haciendo el papel de una segunda sobre las curvas de su cuerpo, él jugueteando con los detalles de pedrería incrustados en los delicados tejidos al centro de su escote donde sus pechos formaban un caminito directo a su plano vientre. Serpenteó con delicadeza la yema de sus dedos índice y corazón a lo largo de su vientre, pausado, dejando a su paso el tibio cobijo de sus caricias impregnado sobre  la erizada piel de la enmudecida actriz. Subió su mirada a los ojos marrones de Camille y se perdió en ellos intentando descifrar lo que aquellos destellos que despedía su mirada significaban. Continuó descendiendo sus dedos hasta que la cálida sensación sobre su tacto se vio interrumpida por un pequeño escalofrío helado. Se detuvo y devolvió sus ojos a su desnudo vientre para aclarar sus convergentes preguntas.

- No bromeabas – susurró atónito. Pasó saliva y sonrió. Hace unos días él había creído ciegamente en que cuando ella había llegado a casa de sus padres con una flamante sonrisa en labios  había sido por la satisfacción de una buena noche de sexo con algún tío y no por la adquisición de una perforación sobre su ombligo, como ella le había asegurado.

- No lo haría con una perforación –  ella se encogió de hombros con tanta gracia que le hizo recordar los motivos por los que todos sus compañeros del equipo de fútbol habían fantaseado con más allá de tirársela por una larga y placentera noche. Era adorable. – Sabías que llevaba años deseándola – sonrió orgullosa como lo haría una madre con un logro de su hijo.

- Me gusta – él sonrió satisfecho bajando de nuevo su mirada al pequeño aretito sobre su ombligo. Y, de repente, quiso jugarlo con sus labios.

______ dibujó una sonrisa en sus labios dejando a la mirada del morocho sus perfectamente alineados dientes blancos. Rodó los ojos ante su comentario y dejó escapar de su boca un suave suspiro perceptible apenas para ella. Se estremeció cuando Malik dejó de jugar con el pequeño diamantito en su ombligo y de repente se hizo más pequeño al dejarse caer de rodillas ante ella.

Una ola de calor nació en su primer vertebra y la sintió recorrerla con prisa en cada uno de sus músculos hasta que se detuvo sobre su vientre. Mordió su labio inferior para reprimir el suave jadeo que había surgido sin su permiso y sus piernas temblaron como si de repente hubiese perdido todo control sobre de ella. Tuvo que enterrar sus manos en los cabellos negro azabache de su hermano para no caer. La saliva de Max brillaba sobre de ella alrededor de su perforación y su cálido aliento chocando contra su piel se penetraba por sus erizados poros haciéndola apretar aún más el agarre de sus manos sobre su despeinada cabeza. Jadeó.

Max alzó su mirada sin despegar sus labios del sabor de su piel para verla retorcerse un poco al soltar un gemido, el primero de tantos. Lamió de nuevo. Salada. Paseó su mano derecha por uno de sus muslos cubierto en esas medias oscuras  de encaje que cubrían poco más arriba de sus rodillas y siguió el camino que marcaba su liguero hasta que llegó por debajo de su falda, donde unas diminutas braguitas comenzaban a ser innecesarias. Tomó con dos dedos el elástico de sus bragas y lo estiró para comenzar a hacer jirones con él. Ella tiró de su cabello presa de un suave delirio y él sonrió.

Quería besarla, morder sus labios y probarlos. Se levantó de un brinco para quedar a su altura. Frente con frente y cuerpo contra cuerpo. Sintió esos provocativos senos apretujados sobre su desnudo pecho exigiendo  ser liberados de la prisión de su ajustado sostén. La tomó por la cintura para ahogar cualquier posible distancia entre ellos y clavó su mirada en esos ojos castaños nublados por la lujuria. La besó. Sus labios chocaron con los de ella sellando aquel beso que había imaginado en gran parte de sus noches, sintió sus respiraciones encontrándose y mezclándose en una sola. Entreabrió sus labios para darle un suave mordisco a los de ella e introdujo con lentitud su lengua saboreando a conciencia las notas ácidas de su brillo labial, el dulce sabor de su pegajosa saliva y el calor de su aliento a yerbabuena.

Camille sintió su pecho punzar, sus acelerados latidos se habían intensificado a tal grado que, incluso, le molestaba un poco. Cerró los ojos de inmediato para poder enfocar su atención por completo en aquellos labios moviéndose con su propio ritmo sobre los suyos. Feroces, hambrientos pero dulces. Todos sus sentidos estaban centrados en él, en su hermano mayor. Su masculino aroma con notas de madera y vainilla, Perry Ellis, café y sudor, se colaba por sus fosas nasales. Su piel temblaba ante sus caricias y por sus oídos se perdían las mudas respiraciones agitadas del bronceado. Aquello no estaba bien.

Bajó sus manos del desacomodado cabello negro hasta el cuello de su nuevo amante y lo rodeó con fuerza, casi salvaje, sólo para profundizar aquel beso, el que había ansiado por años tras escuchar los constantes rumores que giraban en torno a aquellos ardientes labios. Ahora comenzaba a entender las razones por las que todas las tías de su instituto soñaban y fantaseaban con tenerlo aunque fuese por una sola noche en sus vidas sobre sus revueltas sábanas y encima de sus cuerpos. Resopló. Sus amigas se habían quedado cortas al momento de describir un beso del Jones mayor. No las culpaba. Es decir, ¿cómo diablos poner en palabras aquellas sensaciones mágicas que ni siquiera Shakespeare podría haber imaginado? No podría hacerlo, no si no quería minimizarlo. Vagó con la punta de su dedo índice a lo largo del marcado dorso de su hermano, con el que se había criado, borrando con su paso las perlas de sudor que bañaban en un manto los huequitos de la espalda baja del moreno y se detuvo al encontrar la tela de la única prenda que él llevaba encima, sus bóxers. Eso tenía que estar siendo un sueño, uno muy erótico y caliente.

Dejó entreabrir sus labios para facilitar la entrada del aire que comenzaba a faltar en sus pulmones. Su cabeza se reclinó  para atrás cuando Max comenzó a acariciar su mentón con ternura y ella sintió las puntas de los mechones de su enmarañado cabello rozar su cintura. Sus besos parecían querer devorarla. Era feroz, el baile de su boca sobre la suya y las intervenciones de sus dientes atrapando su lengua iban en incremento. Camille podía sentir cómo aquel beso calentaba con fiereza la atmósfera y a sus cuerpos con ella, era terriblemente ardiente y la necesidad de dar un paso más allá se iba haciendo más y más intensa.

Liberó un gemido. Y cuando ella cesó el juego de estira y afloja con el elástico de sus cuadriculados bóxers, dejó hundir una mano por debajo de sus delgados tejidos, más allá de lo permitido, y soltó una carcajada juguetona. Su mano atada alrededor del cuello de su depredador se aferró con más fuerza cuando ella sintió cómo sus estiradas puntas de los pies eran separadas del suelo y lo único en lo que su completa atención se podía concentrar era en las sacudidas y descontroladas sensaciones que las manos de él despertaban en ella con sólo acunar sus nalgas casi desnudas.

- ¡ Jones! – Camille protestó aún cuando sabía claramente que su traviesa sonrisa la delataba.

- Vamos, enana – él pareció de repente más atrevido y ella reconoció a ese hombre. Ese era el Max que Camille había visto con tantas mujeres llegar a casa de sus padres y el mismo con el que había fantaseado inconscientemente durante sus noches de juerga con algunos tragos de tequila de más encima. La diferencia era que estaba sobria y lo  que estaba teniendo enfrente no estaba en su confundida mente ni era un producto de sus alucinaciones. No. Aquello era real, un dios griego en carne viva frente a ella y con sus manos sosteniendo con firmeza su trasero y sus labios jugando con los de ella, sin una fuerza mayor que lo frenara – estás ardiente, pequeña – le susurró al oído con una voz tan ronca que parecía un gruñido animal y que terminó por empapar su ropa interior.

Alzó su mano de debajo de aquellos bóxers y la regresó al cuello de su hermano entrelazando sus dedos con su cabello azabache y continuó el tango de sus labios. Le estaba poniendo como nadie... y era su maldito hermano. Él, su compañero de juegos y su cómplice de muchas travesuras. El mismo que la tomó de los muslos para obligarla a rodearle la cadera con sus piernas. Camille atrapó uno de sus labios y lo jaló en su dirección con sensualidad, sólo como una respuesta a sus provocaciones, pero se equivocó.

Cuando ella creía haber comenzado a tomar el control de la situación, él se decidió por demostrarle lo contrario. Se aferró con más fuerza aún a él y comprendió que había vuelto a cometer un error irreversible. Se obligó a cerrar sus ojos y no pudo tragar más un jadeo, uno lo suficientemente fuerte como para hacerla sentir un suave ardor en su garganta, cuando su entrepierna rozó con un bulto duro como una roca y grande como nunca lo habría imaginado. Entonces lo supo, no lo deseaba… lo necesitaba.

- ¿ Te gusta, gatita ? – Max siseó sobre su oído dejando escapar su aliento sobre su piel y esperó por una respuesta suya. Ella asintió incapaz de articular algo más allá de un sonido de placer ahogado pero eso fue suficiente para él. Volvió a hundirse en su boca encaminándose a la mesa de madera de su comedor sólo para recostarla sobre de ella. Suave y con cuidado – Hora del desayuno – la acomodó  – el menú del día – relamió sus labios  – .

Camille había soltado un gemido bajo mientras lo observaba desde debajo, con su cuerpo encerrado entre sus dos marcados brazos bronceados impidiéndole moverse sobre la lisa plancha de madera en la que muchas otras veces había compartido carcajadas inofensivas con él  mientras comían o se embriagaban con shots de tequila o vodka, a veces ambas, jugando póquer. Nunca había imaginado en su vida, por lo menos no estando del todo consciente y sobria como lo estaba ahora, que esos juegos se convertirían en lo que estaban siendo ahora. En esos movimientos feroces y agresivos que sus cuerpos hacían por meros impulsos. Esas miradas y esas caricias. Esos juegos. Juegos de fuego, ardientes y peligrosos... con su propio hermano.

- Sacia tu hambre, Max – ella pidió mientras atrapaba una de las manos del mayor y la llevaba a uno de sus erectos pezones debajo del encaje de su sostén negro que cubría su pálida piel, después de saborear uno a uno sus alargados dedos con lentos e incitantes lengüetazos memorizando su sabor a sal y vainilla. Lo escuchó gruñir. Tan sensual y salvaje como un tigre en celo. Sus labios se había concentrado en el diminuto diamantito que adornaba su ombligo y sus manos no se habían querido despegar ni por un segundo de los delgados tejidos de su sostén. Ella estaba volviéndose loca y, cuando creía que nada más la haría volver a gritar como lo había hecho hasta ahora, supo que se había equivocado por tercera vez.

Una avalancha de despiadados estremecimientos se avecinó y pronto se apoderó de ella y su débil carne para comenzar a arrancar desde lo más profundo de su garganta jadeos… no, gritos de placer puro y devastador cuando él, tras llevarla a la orilla de la mesa de un solo jalón, arrancó sus empapadas bragas de su lugar  y dejarlas caer al suelo después de aspirar su dulce aroma excitante que no quiso probar de ahí, no teniendo su fuente ya indefensa ante él y sus labios.

- Abre las piernas –  Max ordenó con su voz potente y dominante, enronquecida de la excitación mientras agarraba sus rodillas y las separaba para poner una de cada lado de su cuello, sobre sus hombros. Se detuvo por un instante, sólo para verla ahí. Sus mejillas pintadas de un rojo carmesí tan intenso como las mismas llamas de fuego sobre su vientre, sus labios hinchados y empapados en saliva, su cuello adornado por pequeñas manchitas rojas causadas por sus dientes, su largo cabello castaño enmarañado adherido a varias partes de su cuerpo por el sudor, sus senos crecidos, su falda levantada y el resto de su cuerpo bañado por perlitas de sudor esparcidas en su piel. Se hincó ante ella entre sus dos piernas que lo abrazaban por el cuello y muy lentamente, sigiloso como el mejor de los depredadores, se fue acercando a ella. Primer lengüetazo. Primera súplica.

Sus respiraciones eran intensas, fuertes y  escandalosas. Podía escuchar claramente los gruñidos guturales que su propio hermano reprimía en las entrañas de su garganta mientras se enterraba con insistencia y hacía bailar su lengua con más y más agilidad en cada uno de sus movimientos ejercidos sobre su depilado botón. Y ella no podía pensar claro. Tenía hambre de él y quería saciarse.

- No te detengas –  fue lo único que Camille pudo decir… suplicar con tanta desesperación remarcada en su voz que se había reducido a un cortado chillido débil y agudo.

No podía soportarlo, tanto placer acumulado era increíble. Su cálida lengua exploraba su interior, separaba sus paredes y se clavaba sobre su clítoris. Ella podía sentirlo claramente, su saliva se mezclaba con los fluidos que habían comenzado a surgir a chorros de ella advirtiendo que su orgasmo, el primero de tantos que le deparaban, se aproximaba veloz y furioso. Y, de repente, un dedo se adentró en ella, en su piel estirada y vino un grito.

- ¡ Oh, Dios ! –  ella apretó sus manos en su cabello para enterrarlo más en ella – Mmmáaas, Maax –  suplicó mientras abría más de lo posible sus piernas alrededor de su cuello.

- Córrete –   él ordenó con su voz firme mientras se separaba un par de centímetros de ella para alzar su mirada a ella y sus labios entreabiertos y sudados.  Sexi y adorable, sumisa para él.

Y, sin más, su mirada se nubló. Un escalofrío y otro más recorrieron cada una de sus vértebras. Su cerebro se paralizó y sus pensamientos se detuvieron. Pequeñas descargas eléctricas se acumularon sobre su monte de Venus y entonces estalló. Luces de colores en sus ojos, sudor frío recorriendo a ríos cada centímetro de su piel, gritos atorados en sus labios, su entrepierna empapada de sus fluidos y su cuerpo debilitado. La boca de Max estaba llena.