Plαcereѕ ιɴdebιdoѕ. 3/૩ғιɴαl
Siempre me había visto como a su pequeña hermana. Al menos eso había creído hasta esa mañana...
Sus respiraciones agitadas no eran suficientes, ni siquiera para atenuar el ritmo de sus pulsaciones y el sube y baja de sus pechos. Sus ojos seguían cerrados con fuerza y sus manos permanecían entumecidas mientras sus uñas se enterraban en los bordes de la mesa de madera.
- Buena chica – la voz de Max se hizo escuchar con esa chispa de sensualidad que, Camille estaba segura, él no tenía que aplicar ni el más mínimo esfuerzo para producirla.
Dibujó en su rostro esa mueca de placer puro, esas arruguitas involuntarias alrededor de sus ojos mientras se levantaba con esos movimientos felinos, tan de él, del refugio que había encontrado sobre las piernas de su pequeña hermana, la que sabía todo de él y de la que él sabía todo.
Mordió su labio inferior al verla desfallecida sobre la mesa. Soltó una bocanada de aire tibio mientras jugaba con sus labios hinchados repasando su textura con su lengua sólo para prolongar por unos instantes más aquel sabor a fruto prohibido. Sonrió cuando descubrió en sus comisuras aún un delgado manto de pequeñas gotitas blancas, impregnadas de aquel sabor a ella, el sabor de su primer orgasmo del día. Las lamió. Pasearon por unos segundos en su lengua para penetrarse en sus papilas y grabarse en él el más placentero de los sabores en el mundo terrenal. Las tragó.
Su mirada se apartó de su entrepierna y comenzó a subir por los pliegues de su piel, su Monte de Venus libre de cualquier diminuto vellito, el suave cambio de tono en su piel tostada a su tono natural limitado a la marca de una diminuta tanga y su ombligo hundido y brillante por esa piedrita semipreciosa que destellaba a cada movimiento de su cuerpo. Subió un poco más del suelo y posó sus brazos alrededor de sus caderas curveadas para pasar a hacer el papel de una cárcel de la que ella no podría salir.
Se reclinó a ella y atrapó sus labios con ansiedad. Introdujo su lengua en ella para jugar con su paladar y sus manos se posaron a cada costado de su delgada cintura para atraerla un poco más a la orilla de la mesa. Su saliva sabía ahora diferente. Era pastosa, tibia, agridulce y con notas de café y tabaco… más el sabor de su corrida.
La saboreó sin prisa y con placer, como se hacía con un buen caviar. Era malditamente deliciosa y estaba tan caliente que casi quemaba su piel contra la suya. Quería volver a sentir su interior, quería sentir la presión de sus paredes sobre sus dedos y… sobre su miembro. Agonizó ante la idea de sentirla apretujarlo con su estrechez, recibirlo con aquel calor tan abrasador y empaparlo de sus abundantes fluidos. Bajó su mano derecha sin despegarse ni un segundo de sus labios y la comenzó a deslizar por el canal formado desde su ombligo hasta el inicio de su centro. Comenzó a acariciar familiarizándose de nuevo con aquel terreno recién descubierto y terminó de introducir de un golpe tres dedos a su resbaladizo interior.
- ¡ Aaah ! – la sintió retorcerse debajo de su cuerpo mientras él tragaba cada uno de sus gritos – Eres un animal, Max – ella susurró mientras jugaba con sus lenguas y llevaba sus brazos alrededor de su cuello.
Estuvo uno, dos, tres, cinco y siete, diez... diez eternos segundos sin mover la palma de su mano sólo para dejarla acostumbrarse a él y prepararla para lo que venía. La sintió dilatarse un poco, casi nada. Maldijo para sus adentros, si ella seguía manteniéndose así de estrecha sería un problema continuar con aquello. Movió un poco, a modo de palanca en su interior. Círculos, arriba, abajo, de lado a lado y ella seguía tan estrecha, tan apetitosa. Terminó de sacar la falda de sus caderas para dejarle el sostén como única prenda. Aquella imagen era digna de una portada especial de Playboy.
Cesó los besos por un momento para verla arrugando su frente a cada movimiento de dedos que él hacía. Si seguía a ese ritmo, su segundo orgasmo vendría en menos tiempo de lo esperado. Sintió endurecerse hasta lo imposible ante la idea y comenzó a dolerle la presión de sus bóxers. Refunfuñó y le robó un beso antes de bajar a sus senos para lamerlos y llenarlos de su saliva. Su sostén estaba tan tenso que, estaba seguro, de un momento a otro explotaría si no hacía algo con él. Entonces se sintió bondadoso y, con su mano libre, lo desabrochó para sacárselo y dejar expuestos aquel par de erectos pezones duros como la roca. Sus labios no quisieron esperar a probarlos. Y él… él tampoco podía esperar más. Su polla ya dolía y le exigía a gritos desesperados libertad. No se torturó más y sus bóxers se deslizaron presurosos hasta el suelo.
Necesitaba sentirla, su humedad y su ardor mezclados en un solo punto. Tomó su crecido glande con una de sus grandes manos que apenas y alcanzaba a sostenerlo y comenzó a frotarlo contra los labios de su botón. Cerró los ojos, aquello ya era un martirio de puro placer y lujuria, no quería imaginar la locura del frenesí que experimentaría al entrar en ella.
- ¡ Maldita sea! – ella gritó con ansiedad… desesperación - ¡ Fóllame ya ! – exigió mientras sentía cómo sus uñas se enterraban en la piel de su espalda, es su músculos bien trabajados, con profundidad y precisión.
Entró.
Camille soltó un grito que vino recorriendo con velocidad desde su monte de Venus hasta la punta de su lengua repartiendo por su cuerpo espasmos de placer inyectados en cada uno de sus músculos como pequeños aguijones. Sus caderas se habían levantado sin su permiso formando en su columna un perfecto arco mientras que sus manos se debatían aún en si debían permanecer aferradas a la espalda de Max cubierta de un manto de perlitas de sudor o a la superficie de la robusta mesa de cedro que debería estar ya dañada con algunos rasguños recién hechos por sus feroces uñas.
Su hermanito la estaba abriendo como nadie lo había hecho y, a pesar de que él se esforzaba de manera sobrehumana para entrar lo más lento y suave posible luchando en contra de sus instintos animales que le suplicaban a gritos terminar de clavarse en su fondo y el calor que irradiaba, la castaña no podía dejar de retorcerse bajo el abrigo que sus brazos.
- Siiií, así, Maaaax – Camille suplicó con voz entrecortada en un hilillo de gritos que los labios del pelinegro sofocaban apenas se mezclaban con el caldeado aire que dominaba en su departamento – Sigueeee – sintió cómo sus piernas aumentaban con ansiedad la presión ejercida alrededor de la cintura del capitán del equipo de fútbol de su escuela sólo para obligarlo a pegarse más a su cuerpo y a su sonrojado pubis.
Y, cuando menos lo esperaba, él tocó su fondo hasta donde ya no podía seguirse hundiendo. Su cabeza se dejó caer por completo hacia su espalda permitiéndole a sus largos mechones enmarañados y empapados de sudor cubrir la madera de la mesa que su cuerpo no alcanzaba a ocupar. Quiso hablar, maldecirlo por ser tan grande, por no poder entrar por completo en ella porque ya la había llenado y aún parte de él seguía fuera de su cueva, pero no pudo pues todas sus palabras se quedaron atoradas en sus labios que apenas y podían formar un círculo mientras soltaban callados aullidos.
Ella estaba en la cima de aquello que la gente llamaba lujuria y legítimo placer. Una descarga de erotismo sobre su desnuda piel, una ola de pasión bañando una y otra vez y sin descanso sus estrechas paredes que, en un milagro, habían logrado adaptarse al tamaño de su hermano. Todo ello paseando deliberadamente por hasta el más pequeño rincón de su interior, sin reglas y sin ritmo. Un embiste más y sus ojos se nublaron restringiéndola de aquel cuadro que Max daba encima de ella con su cabello alborotado y chorreante, sus mejillas en un escarlata vivo, sus labios tan rojos como sus mejillas, sus ojos cerrados mientras su nariz apuntaba hacia el techo haciendo destacar la manzana de su garganta tensa y juguetona a cada trago de saliva que él daba.
- Más – fue un número ya perdido de suplicas de los labios de la pequeña Jones – Más rápido, más – y no necesitó repetirlo pues esas palabras cortadas surtieron de inmediato su efecto para incitarlo a aumentar el ritmo de sus empujes.
Dentro, fuera, dentro y fuera. Dentro. Arriba. Abajo. Izquierda y derecha. Más dentro. Y ella apenas podía respirar.
Un espasmo. Camille estaba cerca de llegar y de comprobar lo que las tías de su colegio aseguraban sin descanso en cada oportunidad que tenían de hablar del macho más deseado en todo el campus... de su hermano. Jadeó y sintió sus grandes manos sostener con mayor fuerza su cintura mientras él se decidía por incrementar el ritmo de sus martilleos. Subió y lo orilló a profundizar más el beso que en aquellos momentos le venía como una bendición a sus labios.
Jugaba con su lengua en una clase de baile, uno que no estaba segura que existía pero que su ingrediente principal se había vuelto el deseo y el hambre de placer. Sus manos a la altura de su nuca y su barbilla reposada en la cuna de su masculino cuello le ayudaron a sostenerse cuando él la levantó por los aires separándola de la madera barnizada adherida a su piel. Se aferró más a él sin emitir la mínima protesta y limitándose a recibir todo lo que él le estaba dando y que no quería se detuviese cuando sintió su espalda descubierta chocar firmemente contra una de las paredes de su departamento mientras él la sostenía con sus manos y sus arremetidas que no daban tregua ni por un instante.
Siguió penetrándola. Duro, suave, en círculos y en todas las formas que se le cruzaban por la mente mientras se ayudaba del apoyo que aquella pared le daba. La observó de frente a él, débil y agotada como si el hechizo hubiese acabado y ahora fuese una simple muñeca de trapo que se movía al ritmo que él decidiera marcar. Era grandiosa, tan estrecha y tan caliente como la había imaginado. Perfecta. Deliciosa.
Estaba a punto de llegar, después de perder la cuenta de las veces que ella se había corrido ya bañándolo de sus tibios fluidos. Se detuvo por un instante para verlo todo en cámara lenta, las gotitas escurrían a chorros de su rostro, su espalda ardía como los mil demonios y él estaba seguro que habían en ella marcas que no desaparecerían en un plazo mínimo de dos semanas, sus respiraciones apenas y eran suficientes para seguir vivo y ella más hermosa no podía verse jamás. Comenzó a arremeter en su contra con la fuerza que aún le quedaba, duro y casi despiadado haciéndola reaccionar de nuevo. Adentro, adentro y más adentro. Todo en él estalló a la par de ella y se corrió.
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Camille alzó su mirada a él, a su adormilado y perfecto rostro. Su cuerpo débil reposaba sobre el de él recibiendo el cálido refugio de sus brazos mientras su cabeza permanecía recostada sobre el pecho de acero del apuesto Max.
Subía y bajaba aún acelerado pero recuperando su ritmo poco a poco. Su piel seguía adherida a la de él bañada en todos los fluidos inimaginables que sus cuerpos podían haber liberado. Sentía cómo sus párpados pesaban y querían cerrarse pero ella se resistía sin querer renunciar a esa imagen que quería grabarse en su memoria por el resto de sus días.
La yema de su dedo índice paseaba muy suave sobre los cuadritos remarcados del bronceado torso sobre el que descansaba mientras que su otra mano jugaba un poco con la derecha de él. Se arrastró un poco hacia arriba y levantó sus labios sólo para probar y mordisquear con ternura los lunares que adornaban el cuello del pelinegro poco abajo de su barba crecida de dos días que lo hacía verse tan sensual como un modelo de Calvin Klein. Y después pasó a su boca en donde todavía podía apreciar el sabor de su propia excitación. Era adictivo.
- Creo que te debo algo – el moreno extendió su brazo libre al cajoncito de su buro rebuscando en su interior hasta dar con su objetivo. Del interior sacó una cajita que ella reconoció de inmediato, la abrió y extrajo de su interior un cigarrillo que puso de inmediato en los labios de Camille para después prenderlo con la llama azul índigo de su encendedor metálico.
Camille aspiró lento sintiendo su boca inundarse del sabor a tabaco y de repente ya no sabía tan bien comparado con los labios de su hermano. Cerró los ojos saboreándolo y no, ya no era lo mismo desde ahora. Soltó la nube de humo observando en silencio cómo se esfumaba casi de inmediato en el aire y alzó su mirada a él mientras abandonaba su cigarrillo sobre el cenicero cerca de ella.
- Apuesto a que si salimos ahorita aún consigues el papel de Odette – Max habló con una voz suave e invadida por el sueño que comenzaba a dominarlo después de darle un sorbo a la cerveza que reposaba a un lado de su cama sobre uno de los buros de su habitación a la que había llevado a su pequeña después de semejante acto.
- No digas gilipolleces, Jones – Camille sonrió mientras le arrebataba en un torpe movimiento la botella de sus manos y también bebía de ella con calma, saboreando las notas amargas del frío líquido para dejarlo pasar por su garganta y devolverla a su propietario.
La besó.
*ғιɴ
Bien, eso es todo. Muchas gracias por sus visitas. Espero les guste, es mi primer relato en esta página y bueno... perdón por los malentendidos y eso. Espero lo hayan disfrutado y espero saber sus críticas. Gracias.
Betz.