Playa, sexo y un amigo (1)

Mi amigo de toda la vida siempre me había puesto muy cachondo, y esto es peligroso cuando por la noche estás en la playa con un calentón imposible de disimular.

  • Anda sal ya del agua que es tarde.

  • Si no tienes nada que hacer Nacho, hasta las doce venga – me contestó.

  • Hasta las doce va – repliqué, como si quisiera irme.

Yo me había salido del agua porque tenía frío, pero él seguía metido fingiendo que nadaba. Siempre me había gustado verlo mientras lo hacía, y más por la noche cuando con el frío (porque ya era casi otoño) sus pezones cogían ese color oscuro que tanto me excitaba. Lo admito, siempre me ha puesto a mil y solo imaginarme que podría meter aunque solo fuera mi mano por ese bañador ajustado que gastaba me ponía malísimo.

  • ¿Las has visto?

  • ¿El qué?

  • Las chicas que estaban hace poco rato en el agua – puso una cara de vicio que me empezó a encender.

  • Pues… no me fijé.

  • Se me ha puesto durísima tio, por eso no salía del agua – me contestó mientras se colocaba el paquete.

Ya estábamos recogiendo las toallas pero ese comentario despertó mi parte más puta. Entonces surgió el primer problema: mi polla empezó a pensar por sí sola. ¿Por qué? Nunca lo he sabido, pero creo que a veces quiere complicarme la vida. Me senté rápido en el suelo con la excusa de quedarnos a observar a aquellas chicas que acababan de salir del agua y se estaban secando. Y de mientras a pensar en cualquier cosa que no fuera aquel tío que me había obsesionado desde el primer día que lo vi. Desde entonces cada martes en las duchas lo repasaba de arriba abajo, y de abajo a abajo, claro. Estaba bien dotado, pero nunca lo había visto en acción. Precisamente por eso me ponía tan cachondo, porque a veces lo que no ves es lo más erótico, o lo más porno. Mientras hacía como que me interesaban aquellas chicas mi polla empezó a volver a su posición inicial.

  • ¿Nos vamos a ir yendo, no?

  • Espera a ver si se quitan el bikini tío, ¿no quieres verlo? – fingí tener interés.

  • Tú sabes que a mí solo me pones tú mariconazo.

Siempre habíamos mariconeado, si sabes hacerlo de tal manera que los demás te vean como un hetero que tontea te puedes poner las botas. Es más sospechoso no hacer nada que quedarte con las ganas. Al menos tocas carne.

  • Vamos a tener que hacer algo eh Nachete.

  • Que me estás contando tio.

  • Mira tio.

Y miré, y no pude parar de mirar. Se había dado cuenta que antes me había puesto cachondo y parece que esto es contagioso. Por la parte de arriba de su bañador asomaba un pedazo de herramienta que jamás había visto en mi vida. ¿Estaba soñando? Definitivamente no. Solo sé que las pavas aquellas habían desaparecido de la playa y nos quedamos él y yo solos. No podía estar soñando aquello. No podía estar soñando que me agarró el paquete y que en dos segundos se había vuelto a poner durísimo. No podía estar soñando que me la comía como nadie me la había comido. Pero sí, era cierto. Ni las chicas le importaban ni las tetas que había visto le inmutaban lo más mínimo. Eso sí, porque soy ateo que sino diría que la comía como dios.

  • ¡Buf! O paras o

  • Mmmmm… ¿o que nachete?

  • O paras o acabamos rápido

  • ¿Sabes cuanto tiempo he esperado este momento niño? Me vas a follar hasta que te corras como nunca te has corrido chaval.

Lo agarré de la cabeza y empecé a darle lo que quería claro. Gemía tanto que solo de recordarlo me pongo cachondo de nuevo. Y nunca he sido eyaculador precoz, pero estaba tan extremadamente cachondo que era imposible controlarme. Y entonces empecé a devolverle lo que me acababa de hacer y me metí su polla en mi boca. Sentía que se iba poniendo cada vez más dura en mi boca, y jugaba con mi lengua rodeando la punta de aquel pene. Lo suyo no era una polla gigante (grande, eso sí), ni mucho menos, pero empecé a mamar como si nunca hubiera visto una polla en mi vida. Sentía que estaba tanto o más cachondo que yo y como más jugaba con mi lengua más intensas eran sus embestidas.

  • Hazlo – pidió casi suplicando.

Y lo hice. En dos segundos su pantalón estaba por debajo de sus nalgas prietas de tantos años de jugar al fútbol. Lo que no sabía es que mi polla entraría tan fácil como entró ni que no le doliera lo más mínimo. No era la primera vez que alguien se lo follaba y era de los que aprietan el culo para sentirla mejor dentro. No fuimos tan insensatos de hacerlo a pelo, pero me puso el condón con su boca de tal manera que casi ni me enteré. Entonces pegué mi pecho con su espalda, y mi boca quedó a la altura de sus oídos. Y le preguntaba cuanto le gustaba y podía ver su cara de placer. Me ponía, me pone a mil. Estaba sudando y mientras follábamos lo pajeaba hasta que se corrió en mis manos. ¿Guarros? Siempre he sido muy cochino para estas cosas. Su polla estaba cada vez más dura hasta que explotó, literalmente. Nunca he sentido una sensación mejor. Y no fue una, sino tres veces cada una más escandalosa que la anterior, Se mordía los labios para no gemir más y eso hizo que pronto estuviera a punto de correrme. Me pone muchísimo ver la cara de placer de los que follo. Ni me acuerdo de las posturas ni cuanto tiempo estuvimos haciéndolo, lo que sé es que la noche se quedó corta, y que la mezcla entre el calor, su culo apretado y el movimiento de sus caderas como pidiendo que acelerara cada vez más todavía me pone malo, malísimo.

Y de repente sentí que me acariciaba los huevos mientras me lo follaba como a un condenado. No era su mano, y lo comprobé al voltearme y ver el rostro de aquel desconocido que nos miraba desde hacía rato sin que nos hubiéramos dado cuenta. Ni siquiera nos habíamos escondido porque estaba todo muy oscuro. Al ver que aquel pantalón ajustado de aquel desconocido iba a explotar entendí que estaba igual de cachondo que nosotros.

CONTINUARÁ