Platero y ella

Caminando y sin mirarme, Ellie comenzó a hablarme: “¿Sabes perro? Hace muchos años, cuando era una niña, tenía otro perro como tú, un Yorkshire, era la única criatura en este mundo que me demostraba verdadero y sincero amor, cuando enfermó y se murió, sentí como si se me desgarrara el corazón y lloré durante meses. Ahora tú vas a llenar el vacío que quedó en mi alma desde ese día y sé que lo harás bien, o quizás mejor, pues no solo serás mi perro, también vas a ser mi esclavo, mi criado, mi mayordomo, mi bufón, mi cómplice, mi confidente y mi único amigo. Vas a ser lo que yo decida en cada momento pues me perteneces como me pertenecen los pensamientos que circulan en mi cabeza.”

PLATERO  Y  ELLA

Cuando a mediados de curso, Ellie entró por primera vez en la clase 1 C del Instituto Pérez Galdós, todas las miradas se posaron automáticamente en su esbelta figura, miradas las de los chicos de deseo, las de las chicas de curiosidad, y la mía de absoluta admiración. A sus 15 años, con sus espléndidas piernas, sus pechos bien formados y erguidos y su hermoso rostro, Ellie, sin pretenderlo, llamaba la atención por donde quiera que fuera, como también llamaba la atención su mirada fría y arrogante, y su carácter orgulloso y reservado.

Ellie no hablaba con nadie, ni siquiera los profesores podían presumir de haber sostenido una conversación con ella, por lo que toda la información que de ella circulaba no pasaba  de ser un rumor que nadie se atrevía a afirmar con rotundidad. Algunos decían que sus padres estaban divorciados, que su madre era una alcohólica, una ricachona heredera de una gran familia que en su vida había hecho nada que pudiera definirse como trabajo, y su padre, un empresario de éxito, hombre de gran carisma, atractivo y mujeriego. Otros aseguraban que Ellie había sido expulsada de un Instituto femenino privado de gran prestigio porque se rebelaba completamente con la rígida disciplina que allí se imponía.

De todas formas esto último era difícil de creer cuando al poco tiempo Ellie se ganó completamente el respeto de los profesores con su inteligencia, su elevada cultura y su total dominio de las materias impartidas.

Sin embargo entre sus compañeros no gozó del mismo aprecio, los chicos y las chicas la criticaban duramente aunque por distintos motivos. Los unos, después de ver como sus cortejos eran inevitablemente rechazados por algún comentario agudo y desdeñoso, solían decir: "¡La muy... PUTA!" Las otras, envidiosas de su belleza y heridas por su arrogancia, ponían los brazos en jarra y se miraban diciendo: "Pero... ¿Qué se ha creído la Duquesa esta?" Puede que Ellie fuese consciente de estos comentarios pero jamás lo demostró, permanecía altiva e imperturbable, ausente en su mundo particular y concentrada en sus libros.

El único que no hablaba mal de ella era yo; yo no hablaba, solo pensaba, pensaba que si los Angeles existen, sin duda tendrían el rostro de Ellie, pensaba que era la chica más maravillosa, más atractiva y más adorable que pisaba la faz de la Tierra. Siempre que llegaba a casa después de las clases, me iba al baño y me masturbaba pero ya no podía pensar, como solía hacer, en Elena, la atractiva manceba de la farmacia de la esquina, ni en Celia y Patricia, que eran los bomboncitos del Instituto hasta que llegó alguien que las desbancó completamente, alguien que ahora monopolizaba mis fantasías: Ellie.

Ellie y sus preciosos pies, porque tengo que confesar que yo no soy como los demás chicos, cuando pienso en las chicas que me atraen, no fantaseo con introducir mi polla en su coño, sino que por extraño que parezca, solo puedo pensar en arrodillarme ante ellas y besar sus pies humildemente.

Pero al contrario que mis compañeros, nunca traté de acercarme a ella, ni siquiera me planteé esa posibilidad, ¿Cómo iba a hacerlo si ellos, más fuertes, más listos, y más guapos, habían sido rechazados? Yo soy una completa nulidad, soy feo, débil, tímido y un auténtico ceporro en los estudios, solo el simple contacto de mis dedos con los libros ya me produce pavor, como si éstos estuvieran electrificados. Había repetido 2 cursos y ya iba camino del tercero. Mis opiniones no solo no contaban para nadie, sino que muchas veces yo era el blanco de las burlas y el desprecio de mis compañeros.

Por eso casi me atraganté con el bocadillo que comía en el recreo, cuando Ellie me abordó. La Diosa reparaba en mi existencia y me aceptaba como persona, con una sonrisa amistosa me dijo:

-¡Hola! ¿Qué comes?

Con un soberano esfuerzo engullí la bola que tenía en la boca para balbucear tontamente:

-Bocadillo... ¡De sardinas!

Acerqué el bocadillo a su cara invitándola a que le diera un buen mordisco pero ella retrocedió horrorizada.

-¿Sardinas? ¡Cielos, no!

A partir de ese momento nos hicimos inseparables, o mejor dicho, yo no me separaba de ella y la  seguía como un perrito faldero a donde quiera que fuese, pero lo más increíble es que a ella no solo no le disgustaba mi compañía, sino que me había cogido aprecio y parecía complacida con las pruebas de franca admiración que le profesaba.

Ella hablaba sin parar, su conversación era ágil y sus ideas y comentarios sorprendentes, yo la escuchaba extasiado, riendo sus divertidas ocurrencias mientras contemplaba con poco disimulada admiración la belleza de su rostro y de sus pies. En alguna ocasión ella se daba cuenta de mis miradas furtivas a sus pies, pero fingía no darse cuenta y se limitaba a sonreír comprensivamente. Quizás sea mi imaginación, pero parecía que con mayor frecuencia ella me provocaba jugueteando con sus zapatos después de descalzarse, yo me agitaba nervioso, loco de deseo, luchando con la tentación de mirarlos, de arrojarme sobre ellos y cubrirlos de besos.

Después de las clases la acompañaba a su casa. La primera vez le pedí, casi le supliqué, que me permitiera llevarle los libros; la segunda vez ella me los tendió sin pronunciar palabra, sin sonreír siquiera, como si ya fuera una obligación que yo no debía eludir. Poco a poco, animada por mi docilidad, ella se acostumbró a ordenar, más que a solicitar pequeños servicios, me tendía unas monedas y me decía: "compra helados" o "saca entradas para esa película". Antes de que acabara la frase, yo volaba a ejecutar sus deseos.

Cuando la dejaba en su casa y mientras caminaba hacia la mía, mi mente estaba poblada de fantasías infantiles, como la de aquel día que soñaba que la rescataba de unos malvados villanos que intentaban forzarla y atentar contra su virtud, yo los ponía en fuga fácilmente con unos cuantos golpes de Kung Fu como los que veía en las películas, y ella, llorosa y agradecida, se arrojaba a mis brazos. Yo la apartaba con delicadeza y postrándome a sus pies le decía: "No tiene que agradecerme nada Señorita, ha sido mi deber, yo... la amo, yo... soy su ESCLAVO, yo..." No pude acabar el curso de mis pensamientos, mi sonrisa de bobalicón se borró con la dolorosa cachetada que recibí en el cogote. Algunos de mis compañeros, envidiosos de mi relación con Ellie, me habían acorralado para descargar su frustración, golpeándome hasta cansarse. Durante varios días, me acechaban para propinarme una paliza cuando me cogían desprevenido, hasta que Ellie, que sospechaba algo, apareció para hacerles frente. Sorprendentemente los matones, intimidados por la mirada autoritaria y el porte imperioso de Ellie, se acobardaron y ya no volvieron a molestarme. No pude reprimir la emoción y me arrojé a sus brazos lloroso y agradecido. Desde ese momento Ellie no solo era mi Ídolo, sino que también se convirtió en mi Santuario, el Refugio en el que sentirme seguro y confortado.

No tardé en visitar su casa que en comparación con la mía, era un auténtico palacio. Acostumbrado al cuchitril en el que vivíamos hacinados mis padres y hermanos, me sentí intimidado por las vastas y suntuosas estancias y por el valioso mobiliario. Ellie vivía con su madre aunque apenas la veía pues pasaba las tardes gastando dinero en el bingo hasta bien entrada la noche. La asistenta solo venía por las mañanas, con lo cual Ellie disponía de total independencia por las tardes.

Me llevó a su cuarto y con la mayor naturalidad, se sentó en una silla y me ordenó: "descálzame esclavo". Sin dar crédito a lo que oía, me arrodillé ante ella temblando por la emoción y lentamente le quité los zapatos, completé la operación poniéndole unas cómodas zapatillas y permanecí en silencio contemplando sus pequeños y perfectos pies. Había soñado muchísimas veces con vivir un momento así y en mi sueño siempre terminaba por besar el hermoso objeto de mi deseo, pero ahora no tenía valor para hacerlo pese a mis enormes ganas.

Ellie no tardó en romper el silencio, en un tono que no admitía discusión, dijo: "Desnúdate completamente, nunca llevarás ropa alguna cuando estés en mi presencia y siempre que la situación lo permita". En ese momento me di cuenta de que mi mente y mi cuerpo ya no me pertenecían y que para bien o para mal, era propiedad de Ellie. Sonrojado de vergüenza me desnudé cubriendo pudorosamente mis genitales con las manos, sin embargo las aparté en seguida al darme cuenta de lo absurdo de mi gesto, esta era una situación a la que tendría que acostumbrarme  tarde o temprano.

Siempre segura de si misma, Ellie sacó un collar de perro y una correa y calmosamente, casi con indiferencia, me la colocó en el cuello diciendo: "Ven perro, todavía no has visto bien la casa". Tiró de la correa y me vi obligado a salir del cuarto caminando a cuatro patas.

Ellie caminaba con la majestuosidad que le caracterizaba y que yo admiraba profundamente, yo, en cambio, trotaba en pos de ella con torpeza, temiendo que en cualquier momento se abriera una puerta y asomara inoportunamente la cabeza de otra persona. Sin embargo, humillado y empequeñecido ante Ellie, sentía una sensación de felicidad que jamás había sentido, una sensación que hacía que la vida mereciera la pena ser vivida.

Caminando y sin mirarme, Ellie comenzó a hablarme: "¿Sabes perro? Hace muchos años, cuando era una niña, tenía otro perro como tú, un Yorkshire, era la única criatura en este mundo que me demostraba verdadero y sincero amor, cuando enfermó y se murió, sentí como si se me desgarrara el corazón y lloré durante meses. Ahora tú vas a llenar el vacío que quedó en mi alma desde ese día y sé que lo harás bien, o quizás mejor, pues no solo serás mi perro, también vas a ser mi esclavo, mi criado, mi mayordomo, mi bufón, mi cómplice, mi confidente y mi único amigo. Vas a ser lo que yo decida en cada momento pues me perteneces como me pertenecen los pensamientos que circulan en mi cabeza."

Dijo esto sin esperar aprobación por mi parte, sabía que no le hacía falta pues yo sentía que su Voluntad gobernaba hasta la más pequeña de mis funciones vitales.

A partir de ese día, no había tarde que yo no fuera a su casa a postrarme desnudo a sus pies. Jugábamos y nos divertíamos, ella lanzaba objetos y yo ladraba excitado y  trotaba de aquí para allá para traérselo con la boca; o se sentaba sobre mis espaldas para que yo la paseara por toda la casa a cuatro patas, en esas ocasiones me obligaba a recitar un poemilla que me hizo memorizar y del que solo recuerdo la siguiente estrofa: "Platero es pequeño, peludo, suave, tan blando que se diría de algodón". No recuerdo más, lo único que puedo recordar es la sensación de felicidad que me producía escuchar su risa cristalina mientras yo recitaba los mismos versos una y otra vez. Pronto se acostumbró a llamarme Platero, nombre con el que me quedé definitivamente.

Después de nuestros juegos, Ellie se sentaba en su escritorio y se enfrascaba en las montañas de libros y apuntes. Yo me acurrucaba a sus pies y durante horas se los besaba y lamía desde el talón hasta los deditos, con todo el amor y la ternura que me nacían del alma. En ocasiones, quizás cuando terminaba un capítulo del libro de Historia o cuando resolvía un complicado problema matemático, Ellie suspiraba de placer y alargaba su mano hasta mi cabeza para acariciarme con afecto y cariño.

El curso terminó y como era de esperar, Ellie sacó matrícula en todas las asignaturas y yo, a pesar de sus esfuerzos por explicarme la mayoría de las lecciones, aprobé religión y gimnasia. Pero eso no tenía importancia para mí pues solo pensaba en el maravilloso Verano que iba a pasar junto a Ellie.

Casi todos los días íbamos a la playa, Ellie se tumbaba en la dorada arena y mientras leía una novela, yo le extendía el protector solar acariciando las perfectas formas de su cuerpo. Cuando jugábamos al tenis, yo corría kilómetros y kilómetros para recoger la pelota allá donde cayera, a veces Ellie la tiraba intencionadamente lejos y mientras contemplaba mis entusiastas esfuerzos, su fresca y juvenil risa alegraba el ambiente. Mi cuerpo estaba bañado en sudor cuando nos introducíamos en el agua para refrescarnos, Ellie se sentaba sobre mis hombros y con su brazo me indicaba la dirección hacia donde debía encaminarme. A últimas horas de la tarde me hacía parar y contemplaba sobre mis hombros, ensimismada y pensativa, la maravillosa puesta de Sol. Después de secarnos, ella se sentaba y yo me arrodillaba ante ella para limpiarle los pies de la pegajosa arena húmeda.

Los fines de semana solíamos ir al cine y veíamos la película pegados uno al otro  mientras compartíamos el mismo refresco. Realmente fue el mejor Verano de mi vida, no hubo otro Verano como aquel.

Cuando me dijo que la iban a enviar a estudiar al extranjero y que seguramente no nos íbamos a ver durante años, me quedé completamente paralizado. Durante días no quise salir de mi casa y me pasaba todo el tiempo rumiando mi desgracia en la cama mientras negros nubarrones cruzaban por mi semblante. Ellie me visitaba e intentaba consolarme diciendo que cuando terminara los estudios universitarios volvería a por mí para pasar el resto de nuestras vidas juntos y que debíamos aprovechar el tiempo que nos quedaba, pero solo logró hacerme salir al exterior por medio de una de sus órdenes tajantes e incontestables.

El color desapareció de mi vida cuando la vi marchar, el hermoso sueño fue sustituido por una realidad gris y melancólica. Definitivamente dejé los estudios y me convertí en un barco sin timón, inicié un interminable periplo en el que peregrinaba de un trabajo a otro con largos intervalos en los que hacía cola en innumerables oficinas de empleo. Ganaba lo justo para sobrevivir y en el camino entre empleo y empleo, iba acumulando un equipaje cada vez mayor de amargura y resentimiento.

Al cabo de los años, saltaba de una provincia a otra buscando mejores oportunidades, pero la desgracia y el infortunio eran mis inseparables compañeros de viaje. Terminé por odiarme a mí mismo y todo lo que me rodeaba, y me acostumbré a soñar despierto y a realizar las monótonas y pesadas tareas de los malpagados trabajos que me ofrecían, mientras mi mente volaba buscando el alivio en los viejos y entrañables momentos vividos juntos a Ellie. Cuando mis compañeros me veían sonriendo, con la mirada perdida, y murmurando una extraña letanía: "Platero es pequeño, peludo...", se miraban entre sí y sacudían la cabeza tristemente llevándose un dedo a la sien.

Había cumplido 30 años y me sentía como un anciano. La nostalgia se apoderó de mí y regresé a mi tierra y a mis playas, necesitaba volver a ver el cielo limpio y azul y el cálido Sol que tanto añoraba y que jamás lograría encontrar en otro lugar.

Afortunadamente encontré rápidamente trabajo como mozo de almacén en una gran empresa en mi ciudad, un trabajo como todos a los que estaba acostumbrado, duro, tedioso y mal pagado.

Al terminar la jornada, llegaba a mi casa derrotado por la fatiga y la desesperación. Me tumbaba en la cama sin molestarme en quitarme la ropa y pasaba el resto del día mirando la vacía bombilla del techo con la mente aún más vacía.

No sé cuanto tiempo hubiera podido aguantar esta situación cada vez más insoportable si el día en que cambió mi suerte hubiese estado en la cama enfermo y no hubiese acudido al trabajo, el día más feliz de mi vida, el día en que alcé los ojos para enjugarme el sudor de la frente y vi en lo alto de la escalera que conduce al almacén a la Diosa: Ellie.

Me quedé atónito y durante varios segundos no pude reaccionar pensando que mi imaginación me traicionaba, pero no había duda, era ella, tan hermosa y altiva como siempre, pero reflejando más dureza y dominio en la mirada, ahora era toda una mujer que había cambiado los mocasines de colegiala por unos elegantes zapatos de tacón de aguja. Miraba concentrada un plano mientras unos hombres trajeados sonreían obsequiosamente y disputaban entre sí por ser el primero en responder a sus preguntas. Ella se comportaba como si le perteneciera todo lo que le rodeaba, incluyendo las personas.

Cuando me recuperé de la emoción y mi corazón recobró el ritmo normal, me invadió la tristeza ¿Y ahora qué? Seguramente no se acordaría de mí, y si así fuera, procuraría disimularlo y fingiría no reconocerme, es normal que así fuera, ella es una triunfadora que vive permanentemente en la cúspide del éxito, ¿Cómo podría atreverme yo, un fracasado mozo de almacén, después de tanto tiempo, acercarme a ella y rogarle que reviviéramos tiempos pasados? Seguramente su vida actual ya no tendría nada que ver con la de aquella adolescente, ahora buscaría la compañía de hombres cultos y elegantes como los que la acompañaban en ese momento, buscaría la compañía de triunfadores como ella.

Abatido me di la vuelta dispuesto a reanudar mis tareas pero no pude hacerlo, en realidad todos pararon de trabajar cuando un chillido resonó por todo el almacén: "¡¡¡¡ PLATEROOOO !!!!" Me di la vuelta y embargado por la sorpresa y la emoción, vi como Ellie bajaba corriendo la escalera, se lanzaba a mis brazos sin importarle que mi ropa estuviese empapada de sudor y me llenaba la cara de besos mientras murmuraba alegremente: "¡Mi Platero... mi querido Platero!"

Ante mis sorprendidos compañeros, Ellie me cogió de la mano y me arrastró fuera del almacén haciendo caso omiso de las respetuosas protestas de los hombres de traje y corbata. Jamás volví a pisar ese almacén, desde ese día viví en casa de Ellie, en casa de mi Reina y Dueña.

Cada mañana, antes de que despierte, yo ya estoy a los pies de su cama para servirle el desayuno y recibir sus habituales instrucciones diarias. Durante el día realizo todas las tareas domésticas que me ha encargado con el corazón henchido de gozo, soñando con el momento en que ella vuelva después de un día de duro trabajo. Cuando termino las tareas,  la espero arrodillado junto a la puerta para besarle los pies cuando entre y recibirla como se merece. Cierto que a veces viene de mal humor y me aparta con un puntapié, pero tiene todo el derecho a hacerlo pues yo le pertenezco en cuerpo y alma. Después de relajarse azotando mis nalgas y de tomar un baño caliente y la cena que he preparado, sé que vuelve a estar accesible y me permitirá hacer lo que me produce tanta felicidad: besar sus preciosos pies. Por primera vez en mi vida me doy cuenta de que hay algo que hago bien: servir a Ellie, bueno, quizás también se me da bien escribir relatos, relatos como este que acabo de terminar.