Plantando la bandera.
Pilar se destapa...
Pilar caminaba por la orilla, cargada con su bolsa de playa y un esterillo para tumbarse en la arena.
Estaba contenta. Con cada paso que la acercaba a la parte más retirada de la cala, se le avivaba la expectación de lo que estaba por llegar. Aun pensó en dar media vuelta, pero esta vez fue fácil desechar la idea. No se iba a echar atrás. Estaba excitada y motivada. Hoy sería el día.
Un pareo de gasa oscura la cubría, pero era tan ligero que ella se sentía casi desnuda. A través de la fina tela, podía sentir el calor de los rayos de sol y la bochornosa brisa que la pegaba a su cuerpo, como si de una segunda piel se tratara. El roce debido al contoneante movimiento, la excitaba cual suave caricia. Básicamente porque debajo del pareo, apenas un tanga cubría su cuerpo. Senos y glúteos desnudos, adivinándose al trasluz.
Pensó en el efecto que provocaría en cualquier hombre cuando se lo quitara. No sería la primera vez que se exponía de esa guisa en la playa, pero lo de mostrar su desnudez era algo que siempre le provocaba una subida de adrenalina. Probablemente porque era algo que se había prohibido toda su vida. O más bien, le habían prohibido. Fue su primer tabú roto una vez se divorció.
Recordó a Julián su ex marido. Era el culpable. Siempre preocupado porque no mostrara nada. Incluso en la playa, cuando tomaba el sol, torcía el gesto si ella se desabrochaba la tira trasera del bikini, para no dejar marca. ¡Por Dios, en la época del topless y del nudismo!
Cuanto había deseado Pilar sentir el sol, aunque solo fuera una vez en su vida, calentando sus pezones. El aire acariciando sus tetas blancas como la leche y que poco a poco, fueran poniéndose morenas. Tarea imposible. Cualquier intento, aunque solo fuera una sugerencia, generaba la bronca del siglo. Y ella siempre dando su brazo a torcer. ¡Qué tonta había sido!
Dicen que cuanto más tiempo pasan dos personas juntas más se conocen, pero Pilar creía que ese no era su caso. ¿Dónde estaba ese chico atento y cariñoso con el que se había casado?
No lo reconocía en el hombre que se acostaba con ella. Aquel que cuando tocaba tener sexo, insistía en ver videos porno “porque eso mejoraba las relaciones y los ponía a punto de caramelo”. Aburridas películas que no conseguían ver más de quince minutos. Repetitivas hasta el hartazgo. La misma secuencia de posturas y actos, que a veces solo alteraban el orden. Que solo lo excitaban a él. Ella se identificaba más con las chicas protagonistas: simulando disfrutar pero con la mirada inconfundible de hastío, de desilusión, de estar interpretando un papel para ellos y por ellos. Mujeres que vendían algo que realmente no sentían ni les gustaba.
¿Cómo podía pensar su marido que algo así la estimulaba? ¿Cómo podía Julián no darse cuenta que una sola tarde en la playa, enseñando los pechos, sintiendo el sol y el viento sobre ellos, expuestos y desafiando las miradas, miradas de admiración y deseo de algunos hombres… como no se daba cuenta que eso era mil veces más excitante que cualquier video porno?
Una sola vez mostrándose y siendo objeto, de aunque solo fuera una mirada furtiva, y ella se habría desbocado en la cama. Pero era consciente que la sola alusión a algo así, habría provocado que su marido la mirara como a una loca extraña. Si… extraños es lo que eran después de tantos años de matrimonio.
Por eso, lo primero que hizo cuando se separaron, fue comprase un tanga y salir a la playa a tomar el sol. Su hija veinteañera, se quedó boquiabierta al verla con ese minúsculo trozo de tela que apenas le tapaba el pubis y que por detrás, solo era un hilo que se perdía entre sus nalgas. Y más aún al verla ponerse una camiseta corta sobre los pechos desnudos.
- ¿Y la parte de arriba?
- No hay parte de arriba hija.
- Pero, pero Mamá, ¿Tú te has visto? Si vas medio en cueros…
- Pues el que no quiera que no mire.
- Mamá, joder…
- Tú y tus amigas bien que vais con las tetas fuera…
- No es igual. Si papá te viera…
Ahí fue donde Pilar se cabreó.
- Hija, papá ya no me dice como tengo que ir a la playa. Vete tú también acostumbrando. Y si no, no importa, me voy sola y punto.
Fue el primer día que nerviosa y temblona, se quitó la camiseta en la arena y mostró sus tetas al mundo. Y descubrió (como siempre había sospechado), que le gustaba. Era un sentimiento de libertad y seguridad en sí misma que la atrapó ya para siempre. Y también de morbo. No se le escaparon algunas miradas que atrajeron sus dos buenos pechos, abundantes pero no excesivos.
Lo mejor es que a los tres días, su hija lo veía tan normal que no dudaba en posar con ella para un selfie y además, se lo mandaba a su padre. Las dos en topless en la playa. Hubiese dado la misma vida por ver su cara.
Actualmente, enseñar los pechos y el culo se había convertido ya en una costumbre. Seguía disfrutándolo pero ya no le suponía el subidón que el año anterior. Ya no era una novedad, sino algo que había incorporado a su vida. Y por tanto, una rutina agradable y excitante, pero rutina al fin y al cabo.
Otra fantasía ocupaba ahora sus morbosos sueños. Se imaginaba a sí misma desvistiéndose por completo para ser observada, convirtiéndose en el centro total y absoluto de atención, todas las miradas puestas en su cuerpo. Una sensación de libertad absoluta, mezclada a partes iguales con excitación, la embargaba solo de pensarlo. Mostrar su coñito, convenientemente rasurado aunque no del todo, traspasar la última barrera de su intimidad, ofreciéndola en ofrenda a los ojos ávidos de los hombres que sin duda la rodearían, envarados por el deseo.
Había perdido la cuenta de las veces que se había masturbado con esa ilusión, eso sí, con distintas variantes a cual más interesante: con ellos solo mirando, embelesados; en otras ocasiones masturbándose en corro a su alrededor; quizá permitiendo ella algún contacto físico, alguna caricia con sus manos mientras se daban placer a sí mismos, etc…
Complicado de cumplir en esta ocasión, ella no era tan echada para adelante. ¿Cómo y dónde podría hacer algo así sin exponerse…? No había muchas posibilidades de cumplir esta fantasía…O… ¿acaso sí?
La sola idea de mostrar en toda su integridad su cuerpo, provocaba que el gusanillo del morbo comenzara a andar por su tripa. Lo había compartido con su aún virtual amiga Paqui.
Paqui la había animado a hacerlo, aunque para ella, eso de mostrarse desnuda era ya pura rutina, nada nuevo ni especialmente motivante. A veces, solo un paso a dar antes de llegar a la cama. Otras, en situaciones más motivantes y especiales, lo incluía en el juego de la seducción.
Pilar tenía mucho que aprender de Paqui. Intuía que iba a ser una excelente compañera de viaje en el tema de su nuevo despertar sexual. Era con la única que podía hablar en profundidad los temas, y ya habían decidido que pronto darían el paso de conocerse en persona.
Pero por lo pronto, el siguiente reto estaba allí, apenas a unos 100 metros de distancia en la parte más recóndita y alejada de la playa. Puede que para Paqui no tuviera mucha importancia y fuera algo fácil, pero para ella era una singladura que esperaba con expectación y a la que no estaba dispuesta a renunciar.
Al llegar a al sitio donde la playa hacia un pequeño recodo que acaba en un espolón rocoso, Pilar desacelero aún más el paso, aprovechando para echar una mirada escrutadora al lugar. O más bien, podríamos decir que a las personas que lo ocupaban.
No encontró ningún motivo de prevención o de rechazo con que justificar dar marcha atrás.
Un grupito de escandalosos jóvenes pegados a la pared del acantilado. Agitados ellos y ellas, ante la posibilidad de verse unos a otros desnudos, con las hormonas de la juventud revolviendo sus sentidos. Haciendo lo que siempre hacían cuándo se juntaban en el parque, en la piscina, o en la playa. Pero esta vez con el aliciente de poder verse mutuamente sus vergüenzas.
Para esa camada adolescente no existía nada ni nadie más en aquel rincón.
Pilar tampoco parecía llamar la atención de un par de parejitas que tomaban el sol y descansaban, bajo sus respectivas sombrillas: una más madura que se había llevado sus hamacas de playa y otra que había llegado allí solo con las toallas. Apenas le dirigieron una mirada y luego volvieron a lo suyo
El cuadro lo completaban tres hombres solos, uno joven y dos adultos, más o menos de su misma quinta.
Uno de ellos alzó la cabeza y la observó con atención. Estaba segura que los otros dos también la miraban, parapetados tras las gafas de sol, aunque mantenían un aire indolente, tratando de aparentar indiferencia.
Bueno, pensó, pues allí tenía su público.
Decidió situarse a prudente distancia de todos los demás. Fingiendo desinterés.
Estaba muy interesada en lanzar el mensaje de que se encontraba allí solo para tomar el sol.
Extendió su esterillo y se situó sobre la toalla, marcando cada esquina con una piedra para evitar que la brisa la levantara.
Deshizo el nudo del pareo y este cayó a sus pies, dejándola solo con el tanga. El simple hecho de notar directamente el sol en sus pechos los hizo repuntar, endureciéndose los pezones. Cuando se agachó a recoger el pareo y ponerlo en su bolso de playa, ambas tetas colgaron ingrávidas. Era consciente (y más en esa posición), de que el fino hilo del tanga desaparecía entre sus glúteos, mostrando su culo casi igual que si estuviera totalmente desnudo.
No necesitó mirar a su alrededor para saber que los tres hombres la observaban.
Tras ordenar sus cosas, se quedó un momento de pie, dubitativa. El plan original consistía en quedarse un rato en tanga y luego disimuladamente, como quien no quiere la cosa, desprenderse de él tumbada en la toalla. Que los demás supieran de su desnudez, pero enseñando poco o nada. En fin, actuar muy lentamente para ser el primer día y también para ir acostumbrando el cuerpo y su mente. Lo dicho, estar pero sin enseñar demasiado.
Más adelante sería más descarada.
Sin embargo, sintió un impulso. Estaba allí de pie con solo un minúsculo trozo de tela cubriéndole su pubis, rodeada por gente desconocida y sintiendo las miradas que se clavaban en su cuerpo y entonces, tuvo un arrebato. Sin pensarlo, se desprendió también del tanga.
Permaneció erguida con él en la mano, apretando fuerte y mirando hacia el mar, consciente de estar en público y como su madre la trajo al mundo.
La última barrera, la última muralla, formada por sus tabúes propios o inducidos, había caído.
Era su particular muro de Berlín. Con su derrumbe, había roto ya también con una vida anodina e insulsa; con una existencia agobiante donde ella era poco más que un adorno, una comparsa o el complemento de otros. Ahora se sentía protagonista. Expuesta e inquieta y un poco asustada, pero también viva y eufórica, dueña de su propio destino, sea este el que fuera.
Se giró hacia el interior, mostrándose sin recato, plantando la bandera y aunque un poco nerviosa, se demoró en tomar asiento en la toalla.
Sí, aquí estoy. Miradme, no soy una chavalita, pero me conservo bien. Sé que mis redondeces os gustan: he conseguido captar nuestra atención y despertar vuestro deseo…Aquí he llegado y aquí me quedo. Este es mi sitio, no me iré a ningún otro lado…
Pequeños calambres la recorrieron. Igualmente notó un suave cosquilleo en su entrepierna.
Decidió que ya había llamado bastante la atención y se sentó sobre la toalla. Tomó el bote de crema y echándola sobre la palma de su mano, comenzó a extenderla, dándose un masaje por sus hombros, cuello y pechos, que respondieron rápidamente a la caricia. Cuándo bajó al vientre, el cosquilleo aumentó. Especialmente cuando frotó su depilado pubis.
Le hubiera gustado acariciarse más íntimamente, pero evidentemente no era plan de hacerlo allí a la vista de todos, así que sus manos recorrieron las piernas en un lento suave y metódico masaje, mientras se ponía la crema protectora.
Conforme sus dedos fueron recorriendo la cara interna de los muslos, convergiendo hacia su sexo, Pilar noto un aumento del hormigueo y de la sensibilidad en la zona. Su clítoris empezaba a mandarle señales para reclamar sus caricias. Aún se regodeo un rato más sintiendo cómo se humedecía.
Estaba yendo demasiado lejos así que decidió tumbarse y hacer lo que se supone que había venido a hacer: tomar el sol desnuda.
Cuándo tomaba el moreno en la playa, habitualmente la embargaba un dulce sopor, pero en esta ocasión estaba demasiado agitada, demasiado en tensión como para relajarse y entrar en una situación de vigilia, entre la realidad y el sueño. Aun así, disfrutó de la sensación un rato, tumbada boca abajo y finalmente dándose la vuelta, de forma que el sol acarició sus pechos, vientre y sexo. Los minutos pasaban lentos y espesos. Cualquier sonido parecía amplificado a sus oídos; la caricia del aire la sentía con una especial sensibilidad; creía sentir más calor del que realmente hacía... tenía los sentidos a flor de piel.
Por eso, los pasos sobre la arena no le pasaron inadvertidos y menos todavía, el hecho de que se detuvieran junto a ella. Una sombra se proyectó sobre su rostro, tapándole la luz del sol.
- ¡Hola!
Entreabrió los ojos y vio una silueta masculina a contraluz.
- ¡Hola! Contestó.
- Disculpe ¿veranea usted por la zona?
Era uno de los hombres maduros el que le hablaba. Cuando se aclaró la visión, vio que permanecía de pie junto a ella, completamente desnudo.
Pilar se irguió un poco, apoyándose sobre los codos.
- Tengo un apartamento en la urbanización de las anclas ¿por qué lo pregunta?
- No se preocupe, no es mi intención molestarla. Simplemente quería alguien que conociera el lugar y que me informara dónde puedo cenar un buen caldero de pescado. Me han dicho que es muy típico de aquí, pero qué solo en unos pocos sitios saben prepararlo como Dios manda.
Pilar lo observó con atención. No parecía peligroso. Educado y correcto, aunque poco original. Estaba claro que lo que menos le interesaba era la gastronomía de la zona. Eso sí, una buena barriguita dejaba claro que le gustaba la buena cocina, aunque al ser un hombre alto y razonablemente corpulento, seguro que con ropa la disimularía muy bien.
Le sorprendió que estuviera totalmente depilado. Y no pudo evitar fijar la vista en su miembro. Un cipote de un tamaño más que razonable, circuncidado y con el glande rosado, colgaba sobre los testículos, que tampoco desmerecían en tamaño.
Tuvo la impresión de que estaba un poco morcillona, quizás de ahí esa apariencia lustrosa y un poco hinchada que la hacía parecer mayor. El que posiblemente fuera debido a ella, era una posibilidad que de inmediato la excitó.
- Pues le han dicho bien, si quiere probar un buen caldero vaya a la venta Luis o al restaurante de la cofradía de pescadores en el puerto. Hay algún restaurante más que lo prepara bueno pero son carísimos. En estos dos encontrará calidad a un buen precio.
- Vaya, pues no sabe cómo se lo agradezco.
- Otra cosa: no se lo recomiendo para cenar, es un plato muy contundente. Mejor al mediodía.
- Bueno, quizás sí lo compartiera… ¿no le apetecería a usted cenar conmigo? es lo menos que puedo hacer después del buen consejo que me ha dado…
Vaya, vaya… así que no se anda con chiquitas. Directo al grano ¿eh?... pensó Pilar.
La verdad es que la situación la estaba poniendo muy cachonda. Un hombre desnudo, posiblemente haciendo esfuerzos para no empalmarse, hablando educadamente con ella como si estuvieran en una cafetería, pidiéndole una cita. No esperaba tanto de su primera incursión en una zona nudista pensó divertida…Se sentó en la toalla y separó las rodillas, apoyando los codos sobre ellas.
Su coñito quedó expuesto aunque en la sombra. Un leve gesto del hombre le indicó que el movimiento no le había pasado desapercibido. Casi se sintió orgullosa de como mantenía el temple, pese a que jamás se había visto antes en una situación parecida. Se daba cuenta que estaba jugando con él, y eso…le gustaba…
- Lo siento, estoy ocupada esta noche, pero se lo agradezco.
- Es una lástima. Pero cuando lo pruebe pensaré en usted. Y por favor… tutéeme…me llamo Rafael.
Ella sonrió y asintió con la cabeza.
- Yo soy Pilar…
- Bueno, pues gracias por la información Pilar. Me vuelvo para mi apartamento. Encantado de conocerte.
Apenas hubo dado unos pasos, Pilar sintió un impulso.
- Rafael…
- ¿Si?
- Si vas a estar unos días por aquí, quizás nos encontremos. A lo mejor una copa sí que puede ser…
- Sería genial…
El rostro del hombre se iluminó. Giró en dirección a las urbanizaciones. Unos metros más allá se paró y se puso el bañador. Aun volvió un par de veces la cabeza hacia Pilar.
Esta, se recreó unos minutos más, solazándose en la toalla y dando tiempo a que el hombre se perdiera de vista. Sentía palpitar sus entrañas y un desasosiego que conocía bien. Miró disimuladamente entre sus piernas cruzadas y vio una mancha de flujo que mojaba la toalla. Un hilito brillante como una tela de araña al sol, surgía de los labios que cerraban el acceso a su vagina.
De repente le entró prisa por irse. Quería llegar pronto al apartamento. Estaba ansiosa por darse una buena ducha con agua tibia, tomarse una cerveza bien fría y meterse en la cama un rato antes de comer. Conmemoraría cada detalle, cada momento de lo sucedido. Se acariciaría recordando al hombre desnudo frente a ella, viendo de nuevo su verga, consciente de estar totalmente expuesta a su mirada, con el morbo de mantener una conversación aparentemente formal en esa situación…si, necesitaba correrse, realmente todo esto la había puesto muy cachonda. Y si pensaba en un nuevo encuentro, quizá casual, aún más. No desdeñó la posibilidad de ir hasta el final con este hombre. De hecho, si no lo veía por el paseo, más adelante volvería a la cala, segura de que él la buscaría allí.
Se colocó el pareo y recogió sus cosas.
La excitación no disminuía mientras se alejaba. Más bien aumentaba. Todo bullía revuelto en su mente y en su bajo vientre. Quizá incluso se saltara la ducha al llegar. Necesitaba dar salida a toda esa tensión.
Y por último, escribiría a Paqui por el móvil. Estaba impaciente por contarle todo.
Ella la entendía bien. Paqui era una adicta al sexo. No en sentido literal, ya que podía controlarse y evitar que afectara a su vida normal. Sabía separar ámbitos. Pero le gustaba y lo necesitaba tanto como respirar. Había probado casi de todo. Su guía, los distintos foros de sexo en los que participaba. Precisamente a través de uno de ellos se habían conocido.
Pilar, la novata que en un arranque de atrevimiento se atrevió a colgar una foto de sus tetas, esperando comentarios que la hicieran sentirse deseada. Como en la playa cuando hacia topless, pero con la diferencia que aquí, desde el anonimato, sí se podía permitir pedir a los hombres que expresaran sin ninguna contención lo que su desnudez les inspiraba. Paqui, la veterana que estaba en todo lo alto del ranking, que incluso colgaba algún que otro video, además de fotos y experiencias.
Habían congeniado bien. Pronto se conocerían en persona. Pilar se estremeció solo de imaginársela de mentora y compañera de aventuras.
Sonrió satisfecha. Por fin había plantado en aquella apartada cala, la bandera de la mujer que deseaba ser. Había sido un día muy interesante. Y aún no había acabado…