Planeta Prohibido. Capítulo 9

9. Pinocha me la pone tocha

9. Pinocha me la pone tocha

Cuando salimos al exterior, el planeta estaba ya en lo alto del firmamento. Saget era un tipo impaciente y aunque me apetecía un montón hacerle esperar, sabía que en mi situación no convenía cabrearle. Tres arqueliones de su escolta ya estaban esperándonos al pie del carguero granch. A su lado esperaban tres deslizadores dispuestos a cargar con mi especia.

—Estupendo, veo que Saget no ha perdido el tiempo.

—Venimos a recoger la especia. —dijo uno de los arkeliones, el que tenía una banda roja en uno de sus brazos izquierdos.

—Error, venís a trasladar la parte de especia que no he vendido a Saget a mi nueva nave. Luego podéis hacer lo que os dé la gana.

—Esas no son mis órdenes —insistió el arkelión echando una mano a la pistolera donde reposaba una pistola láser.

—Pues entonces esa sabandija que tienes por jefe te ha tomado el pelo.

El arkelión hizo el gesto de sacar el arma, pero yo ya tenía mi sable láser preparado y lo coloqué justo debajo de su barbilla.

—Si sacas ese trasto un centímetro más de la cartuchera te separo la cabeza del cuerpo. —le amenacé— Ahora llama a tu jefe y dile que no me maree más o utilizaré su especia para abonar las plantas.

El arkelión apartó la mano de su pistola y se retiró unos pasos mientras susurraba algo en el comunicador. Tras un par de minutos de agitada conversación asintió con la cabeza y se dirigió a mí.

—Muy bien, tú ganas, pero antes inspeccionaré la carga para asegurarme de que no nos timas.

—Cree el ladrón que todos son de su condición, ¿Eh? —repliqué yo mientras le permitía entrar en el carguero.

En pocos minutos el mercenario convino en que no había ningún problema con la mercancía y nos ayudó a cargar los deslizadores con nuestra parte de la especia. Tras un corto trayecto con los deslizadores nos encontrábamos ante nuestra nueva nave. La nueva Eudora era el doble de grande que la primera aunque guardaba más o menos las mismas proporciones. Quizás era un poco más estilizada. Mejoraría bastante cuando la pusiese la capa de grafeno recubriendo el casco. Salté del deslizador y mientras Ariadna y los arkeliones descargaban los deslizadores yo le eché un vistazo más de cerca.

Tal y como esperaba, todo en ella era de última generación. Tres generadores de antimateria apoyaban las maniobras en el espacio cercano y proporcionaban energía suficiente para alimentar el generador de agujeros de gusano, los escudos y las armas que iba a instalar. Me desplacé por el interior. Se notaba que había sido construida con mimo; las bodegas estaban perfectamente aisladas y se podían usar tanto para carga como para pasajeros, disponían de todos los servicios básicos y se podían separar y dejar en órbita si se deseaba.  Dos de ellas disponían de sendas lanzaderas similares a las que poseía.

"¿Qué te parece tu nueva casa, Eudora?"

"Te lo diré cuando lleguemos al puente." —replicó mientras me dirigía a la proa de la nave.

La nave debía ser de algún pez gordo, porque no le faltaba ni un solo detalle. El puente de mando tenía todas las comodidades y frente a los mandos había cómodos asientos envolventes y modulares que analizaban tu estructura y al sentarse se adaptaban a cualquier forma y tamaño, además estaban forrados de piel de viluma, el cuero más caro de toda la galaxia. Presioné el botón de puesta en marcha de uno de los generadores e inmediatamente el panel de mandos se iluminó como un árbol de navidad. Apenas llevaba allí diez minutos y ya estaba deseando largarme de aquel pedrusco y probar a fondo mi nueva adquisición.

Sin hacer caso del traqueteo de Ariadna cargando la especia en una de las bodegas me conecté a la computadora de la nave. Tras asegurarnos de que tenía capacidad suficiente para Eudora la formateamos y la cargué con mi amiga. Imaginaba que sin ella volvería a ser yo, pero no era así. Ya no era el mismo, mi cerebro se había acostumbrado a su intervención y las modificaciones que había hecho en mi sistema nervioso eran profundas y permanentes además de mantener la ingente base de datos de la computadora en una especie de memoria auxiliar a la que podía recurrir en caso necesario.

Eudora tardaría unas horas en tomar el control de la nave así que puse el generador al mínimo para evitar cualquier accidente e inspeccioné el resto del modulo habitable de la nave. En la zona de babor encontré una cocina totalmente equipada. Saget se había llevado todo lo que no estaba atornillado, aun así le daba cien vueltas a la vieja Eudora. Al lado y comunicado por una escotilla independiente había un comedor enorme que también servía de sala de conferencias. Al otro lado del pasillo había media docena de camarotes independientes. El más grande, el del capitán, era circular y tenía una gran pantalla que simulaba un ventanal y que ocupaba casi toda la pared.

Me podía imaginar a un enorme chim-gam cargado de joyas en el medio de aquella cama de madera grabada con imágenes tribales, rodeado de un montón de hembras que complacientes lamían todos sus agujeros naturales.

Salí del camarote e inspeccioné el resto. Eran más modestos, pero supongo que Abramovich hubiese matado a su abuela por tener cualquiera de ellos  en uno de sus yates. Satisfecho con mi compra recorrí las bodegas una vez más y me reuní de nuevo con Ariadna fuera.

Los arkeliones ya habían descargado los deslizadores y habían abierto el portón de una de las bodegas para llevarse la lanzadera que había dentro.

—Dile a Saget que espero el resto de mi material antes de que salga el sol. —les dije mientras observaba el cuidado con el que enganchaban la lanzadera a los tres deslizadores para poder remolcarla.

—Descuida, tendrás todo lo que has pedido. —dijo el arkelión despareciendo en uno de los deslizadores y poniéndose en marcha lentamente.

El resto del día nos dedicamos a acondicionar las bodegas y con la ayuda de Eudora, decidir donde establecer el modulo de armas y seleccionar los diseños más adecuados para repeler cualquier ataque el tiempo suficiente para poder escapar. El resto del tiempo lo ocupamos en estibar la especia en una de las bodegas más protegidas.

—Esto de andar con estos fardos de un lado a otro es un engorro. —dijo Ariadna— Podías haberle vendido toda la especia a Saget y haberte olvidado de este asunto.

—No es una mala idea, pero me gusta tener siempre un as en la manga.

—Los yubas... —Ariadna podía ser muchas cosas, pero de tonta no tenía un pelo.

—Exacto. Creo que conseguir aceremea en los próximos tiempos va a ser una verdadera putada y cuando Saget acabe con la suya, ¿A quién recurrirá? —continué con una sonrisa.

—Eres un mercachifle. Lo que deberías haber hecho es destruir toda la especia...

—Hemos salvado a un montón de yubas, por los muertos no podemos hacer nada y no creo que les importe lo que haga con sus restos. —dije encogiéndome de hombros— Además soy el Dios de los yuba, puedo hacer lo que me dé la gana.

—¡Joder que te lo tienes creído!

—Deberías mostrar más respeto, los dioses somos caprichosos. —repliqué yo de coña.

—Los arkeliones de Saget acaban de llegar. —nos interrumpió Eudora,

—Gracias, Eudora. —respondí un poco aliviado de tener aquella voz de nuevo fuera de mi cabeza— Vamos a revisar la carga, no quiero que ese rancor me la vuelva a jugar.

En esta ocasión Saget no intentó volarnos por los aires. Todo el material de la lista estaba en perfecto estado y hasta había apartado dos cajas de su whisky más antiguo para nosotros. Esperaba que aquello significase la paz definitiva entre nosotros. A pesar de que era un cabrón, me gustaba aquel tipo y era una tranquilidad saber que siempre que necesitase suministros podía recurrir a él.

En cuanto cargamos todo el material, despegamos. No quería pasar un minuto más del necesario en aquel lugar, sobre todo antes de hacer las modificaciones en la nave. En cuanto salimos de la órbita aceleré la nave. Los cuatro generadores se activaron y un chorro de plasma nos impulsó pegándonos a los asientos. Hice algunos giros para hacerme con los controles y rocé la atmósfera superior del gigante gaseoso alrededor del que orbitaba la luna de rancor dejando una estela de chispazos plateados. La nave se movía con una agilidad que no esperaba y tras quitar los umbrales de aceleración que protegían a la anterior tripulación alcanzamos ocho ges en cuestión de segundos.

—No está nada mal. —comenté mientras hacía un nuevo rizo pasando entre dos asteroides— Es incluso más rápida que la antigua Eudora.

—¿Y ahora qué? —preguntó Ariadna.

—Iremos a un sitio tranquilo para darle unos últimos toques a la nave. —respondí yo preparando a Eudora para el salto a uno de los refugios que tenía dispersos por la galaxia.

—Avísame cuando lleguemos, —dijo tomando la pastilla que evitaría los efectos del salto y retirándose a su cabina para dormir un rato.

—¿Esta todo en orden, Eudora?

—Sí, saltaremos al sistema Neebalo en una hora.

—Perfecto. Si no necesitas más yo también voy a echar un sueñecito. Aquella nave granch olía tan mal que apenas he pegado ojo.

—La verdad es que hay una cosa más. Hasta ahora no había echado de menos tener un cuerpo, pero la verdad es que después de ver el universo desde tu punto de vista creo que ahora me gustaría tener una versión física de mí. En cierta ocasión me lo sugeriste, ¿Sigue la oferta en pie?

—Por supuesto, no me gustaría tenerte otra vez dentro de mi chola si volviese a ocurrir algo. Me parece una idea excelente.

—Entonces aprovecharé la travesía para hacerme un cuerpo a medida con la impresora y la tendrás libre cuando lleguemos al sistema Neebalo.

—Buena idea, haz lo que quieras. Yo me voy a dormir. —dije abandonando el puente y dejando a Eudora al mando.


Sí hay algo que odio es que me despierten a gritos de una buena siesta. Al principio ni me di cuenta de donde estaba y me levanté en bolas tanteando debajo de la cama en busca de mi DP12, luego me di cuenta de dónde estaba y de las últimas palabras que intercambié con Eudora y até cabos.

—¡Quieta o te parto el cuello! —la voz de Ariadna se oía proveniente de una de las bodegas.

Corrí temiendo que la teniente cumpliese su amenaza y me la encontré al lado de la impresora sentada sobre una mujer desnuda que intentaba debatirse torpemente.

—Vamos, déjala en paz. —dije yo.

—Ya veo que como siempre soy la última en enterarme de las cosas. No me lo cuentes; con lo que ganaste en la timba de Saget le has comprado una furcia muda a Saget y mientras dormía os habéis dedicado a correr en bolas por toda la nave. —masculló enviando una mirada venenosa a mi cuerpo desnudo.

—No es lo que te imaginas. Es Eudora, se ha fabricado un cuerpo mientras dormíamos. —respondí apartando suavemente a Ariadna y ayudando a Eudora a levantarse.

¡Joooder! No sé si lo había hecho a posta, pero la computadora se había hecho un cuerpo a medida... de mis sueños más sucios y lúbricos. Tras ayudarla a erguirse, la androide se tambaleó aun incapaz de mantenerse por sí sola en pie. Yo la abracé instintivamente para que no cayese y mi cuerpo desnudo contactó con unos pechos grandes, pesados y turgentes. Sus pezones pincharon mi torso y por supuesto mi cuerpo reaccionó instantáneamente.

—¡Qué bonito! —intervino Ariadna jodiendo la magia del momento— Si queréis os dejo solos.

La verdad era que esta vez la mercenaria no estaba muy desencaminada. Claro que se me pasó por la cabeza llevarla a mi camarote y fundirle todos los circuitos a base de polvos, pero me contuve a duras penas y ordené a Ariadna que se retirara cosa que ella hizo a regañadientes.

Ya solos, la senté en una caja de whisky y me pasé unos minutos  observándola. La verdad era que había hecho un trabajo increíble. No tenía ni idea de cómo era por dentro, pero por fuera habría pasado por humana, bueno más bien por la misma Venus de Botticelli, con la misma piel pálida, los largos tirabuzones dorados, los ojos color aguamarina y los labios jugosos e invitadores. Bajando la mirada observé el resto de su cuerpo y no pude evitar pensar que aquella ginoide reunía todo lo que deseaba en una mujer; pechos pesados y turgentes, caderas rotundas, un culo no demasiado grande, pero deliciosamente respingón y unas piernas largas y torneadas. Despertando de aquel estado hipnótico me arrodillé frente a ella y la toqué. Su tacto era suave y caliente, muy similar al humano, quizás un poco más seco.

Le cogí la mano y la observé unos instantes. Entrelacé mis dedos con los suyos, largos y finos mientras la miraba a los ojos. Ella no pareció incómoda. A continuación le acaricié el cuello.

—¿Puedes hablar?

La ginoide acarició mi cuello y carraspeó un par de veces. Era evidente que había copiado el sistema fonador humano y aun no sabía usarlo.

—¿Por qué no te has limitado a implantarte un micrófono? —la pregunté sin apartar sus manos de mi cuello.

—Que... quería parecer... me lo máx...imo a un ser huma...no. —su voz, al principio áspera como un graznido se fue suavizando hasta adquirir un timbre ronco y tan sensual que no pude evitar tener otra erección.

—¿En todo? —pregunté dominado por mi cerebro auxiliar y bajando la vista a su pubis oculto por aquellos esculturales muslos.

—Por supuesto, ¿Quieres comprobarlo? —preguntó ella intentando levantarse.

—No hace falta.—me apresuré abochornado por mu estúpida pregunta y la sujeté de nuevo para que no cayese al suelo como un saco.

—Maldita gravedad. No contaba con ella...

—Rebájala a 0.4 ges, te será más fácil.

Inmediatamente sentí la levedad de mi cuerpo al reducirse la gravedad artificial de la nave y Eudora también lo notó. Enseguida se irguió y dio unos pasos vacilantes agarrada a mi hombro. Primero un pie, luego otro y así hasta que pudo mantenerse en vertical por sí misma. Yo la observé alejarse  salivando como un perro salido.

—Deberías pensar en ponerte algo. No sé por qué, pero todas las especies civilizadas parecen tener algo contra los cuerpos desnudos.

—Le pediré algo prestado a Ariadna hasta que consiga mi propia ropa.

—Seguro que le encantará ayudarte. —dije sin poder evitar recordar la cara de Ariadna con una sonrisa— Pero creo que podemos hacer algo con la impresora. Dije yo acercándome al teclado más cercano y buscando en los archivos de memoria hasta encontrar varios dedicados a moda femenina.

A pesar de que podíamos haberlos revisado dentro de nuestras cabezas nos fijamos en la pantalla, el uno al lado del otro. La presencia de aquel cuerpo desnudo a mi lado era enloquecedora y la actitud de Eudora no la mejoraba. Mientras mirábamos la pantalla, ella no paraba de aprovechar cualquier ocasión para rozarme, recordándome que ambos estábamos desnudos. Tras descartar varios conjuntos se decantó por un sencillo mono, muy parecido al que usaba yo, pero que le quedaba infinitamente mejor.

—¿Qué tal? —preguntó ella con la cremallera abierta lo suficiente para que sus pechos formasen un profundo canalillo en el que todos mis sentidos deseaban sumergirse.

—No sabía que las computadoras fueseis coquetas. —dije yo sin apartar mis ojos de aquella belleza sintética.

—Aun estoy aprendiendo. —dijo ella jugando con la cremallera y bajándola un poco más— ¿Querrías ser mi maestro?

—Yo... —respondí azorado justo en el momento que sonaba una alarma y la nave nos notificaba que acabábamos de llegar a nuestro destino.

Este relato consta de 27 capítulos publicaré uno más o menos cada cinco días. Si no queréis esperar podéis encontrar el relato completo en amazon.