Planeta Prohibido. Capítulo 8
8. Naipes y plumas
8. Naipes y plumas
La verdad es que Saget es un tío con estilo, cosa muy rara en los rancors, que solo entienden de violencia. Después de destruirle la lujosa mansión que había construido en una perdida estación de reaprovisionamiento Kuan, había decidido mudarse. Supongo que no le gustaban los nuevos vecinos revolucionarios que habían tomado el control de aquel cascote estelar.
Por lo que pude averiguar en un garito en Sooran, se había instalado en una pequeña luna en un sector de la galaxia dominado por los kuan, pero lo suficientemente lejos del centro de operaciones de la guerra con los glee como para no llamar la atención.
Allí se había establecido y había construido una pequeña estación y un casino, utilizando el whisky que le había enseñado a fabricar como reclamo. Si hay algo bueno que decir de Saget es que tiene olfato para los negocios. En cuestión de unos pocos meses el tío estaba de nuevo montado en el dólar y había convertido aquella pequeña luna en el lugar favorito de toda la escoria de aquella parte de la galaxia. En su casino se ganaban y sobre todo se perdían inmensas fortunas y por eso quería hacerle una visita. La gente que ya no podía pagar en metálico, dejaba allí toda clase de mercancías que el astuto rancor sabía convertir en créditos y yo precisaba reequiparme totalmente de nuevo.
Cuando llegamos a la vista de la estación, opté por la discreción y decidí que era mejor hacernos pasar por granch. Aquellos cabrones eran bienvenidos en cualquier sistema siempre que su nave apestase a especia. Utilizando el identificador de la nave para presentarnos, como esperaba, nos dieron prioridad y atracamos en una de las seis plataformas en menos de media hora.
Inmediatamente después de atracar una grúa alzó la nave y la introdujo en un hangar. La luna, a pesar de ser pequeña, tenía un núcleo muy pesado, con lo que tenía gravedad suficiente para mantener la atmósfera que Saget había creado. Un poco cargada de nitrógeno para mi gusto, pero eso permitía crecer los cereales con más rapidez. Salimos al exterior y el arkelión que se encargaba de la seguridad del puerto nos miró sorprendido.
—Hola, ¿Cómo va eso? —saludé dejando que aquel bicho fuese procesando poco a poco que yo no era un granch— Queremos hablar de negocios con Saget. Tengo un cargamento que quizás le interese a tu jefe.
El Arkelión me miró entrecerrando aquellos feos ojos pequeños y separados como si no terminase de fiarse, pero finalmente cogió un comunicador y tuvo una corta charla con alguien.
En apenas cinco minutos había un deslizador esperando a nuestro lado, dispuestos a llevarnos en presencia de la máxima autoridad de aquel cascote.
—¿Seguro que esto es buena idea? —me preguntó Ariadna mientras me seguía al vehículo.
—No te preocupes, conozco a esa sabandija.
Avanzamos por una pequeña avenida. En realidad el casino era un gran complejo de varias hectáreas con salas en las que se apostaba a todos los juegos de azar de la galaxia, rodeadas de todas sus industrias auxiliares, ya sabéis a que me refiero; bares, restaurantes, hoteles, salas de baile y por supuesto, putiferios.
Al final de la larga avenida y protegida de aquel barullo por un gran parque que nadie frecuentaba salvo para vomitar o dormir cuando ya no quedaban créditos ni para una habitación y un muro igual de alto que el que tenía en la antigua estación estaba la mansión de Saget. Más grande, más hermosa y más lujosa que la anterior.
Una nave cargada de especia te abre todas las puertas, y las de un contrabandista de par en par, así que logramos llegar hasta la puerta del despacho sin que siquiera se preocupasen de identificarnos.
Lo único que tuvimos que hacer para entrar en el despacho del rancor fue dejar todas las armas. Les dejé mi escopeta no sin decirle antes al encargado de conservarla que si no la encontraba en el mismo estado en que la había dejado lo pagaría con su vida.
Odiaba separarme de mi bebe. Al menos, cuando les dije que mi nuevo sable laser era una memoria auxiliar se lo tragaron y no fui totalmente desarmado. Confiado sí, tonto no.
Cuando entramos en el despacho, flanqueados por dos arkeliones, encontramos a aquel mercachifle hundido en un montón de papeles.
—Me han dicho que tenéis especia para vender. —dijo Saget sin levantar los ojos de los papeles.
—Hola, Saget. ¿Así recibes a uno de tus amigos más queridos? —saludé yo.
Inmediatamente Saget levantó la cabeza y sus pupilas multifacetadas se abrieron a la vez, convirtiendo a sus ojos en dos manchas negras.
—Por esta vez creí que era cierto cuando me dijeron que habían convertido tu nave en chatarra en el sistema Blitz, pero ya veo que no ha habido suerte.
—Al contrario, tienes una suerte del carajo. —lo contradije ignorando a los arkeliones y sentándome frente a él— Por cierto, ¿No me vas a ofrecer un trago de esa maravilla que atrae a toda la escoria de la galaxia a este peñasco?
Saget gruñó a uno de los arkeliones y este se apresuró en dirección a una pequeña mesa donde había una botella azulada en forma de gota y una serie de vasos de piedra finamente labrados. Sirvió tres copas y nos dio una a cada uno.
Pegué un trago y lo paladeé sin apresurarme intentando sacar todos los aromas atrapados en el licor ambarino.
—No está mal, a medio camino entre el DYC de tres semanas y el aguarrás. —comenté apurando el resto de la copa de un trago y levantándola hacia el arkelión para que la rellenase.
—La verdad es que tus instrucciones eran bastante vagas, así que he tenido que improvisar. De todas maneras, tan malo no estará. —respondió el rancor haciendo un vago gesto a la lujosa habitación.
—En eso no puedo más que darte la razón. Te lo has vuelto a montar de puta madre.
—Bueno, ahora que hemos roto el hielo, dime ¿Qué es lo que traes que evite que te mate aquí ahora mismo? —preguntó él haciendo una señal a los arqueliones que se giraron inmediatamente y me apuntaron con sus láseres.
—Vamos, ¿A qué viene tanta hostilidad? Sabes que no me gusta que me apunten con esos cacharros, sobre todo esos inútiles. Podrían disparárseles esos cacharros sin querer. —dije apartando los cañones se aquellos inútiles con un dedo.
—La última vez destruiste totalmente mis negocios y casi me matas. —respondió Saget levantándose y mostrándome sus dos nuevos apéndices de fibroplástico que sustituían a los que yo le había arrancado con la DP12.
—Tranquilo, con respecto a mí, todo está olvidado y te recuerdo que tú empezaste primero. Así que ¿Por qué no te vuelves a sentar y hablamos de negocios? —dije dando un trago a mi segunda copa— Tengo unas cuantas toneladas de especia y me gustaría desprenderme de una buena parte... por el precio adecuado.
—Interesante, ¿Se puede saber de dónde la has sacado?
—¿Desde cuándo te interesa conocer el origen de las mercancías que compras? Lo único que necesitas saber es que estoy dispuesto a dejarte la especia a un precio realmente competitivo.
Saget sabía que yo no era una persona con la que se pudiese jugar. Me miró con aquel rostro inexpresivo. Solo sus múltiples ocelos que no paraban de moverse y destellar en aquellos enormes ojos delataban las emociones que estaba experimentando. Sabía que deseaba matarme, pero también era consciente de que siempre que hacía negocios conmigo los beneficios eran exorbitantes. El rancor no me decepcionó y finalmente ganó la avaricia. Sus pupilas se convirtieron en dos pequeñas cabezas de alfiler rebosantes de interés.
—¿Cuánta especia tienes?
—Tengo alrededor de cuatro toneladas y estaría dispuesto a venderte dos de un golpe.
—¿Por qué no me la vendes toda? ¿No crees que vaya a ofrecerte un buen precio?
—La necesito para mis huevos fritos. —respondí lacónico.
Saget no era tonto y sabía que había gato encerrado, así que en vez de discutir se limitó a asentir y me ofreció un precio.
—Cuarenta mil créditos.
—¿Pretendes insultarme? —repliqué yo intentando parecer indignado— En el mercado adecuado esa cantidad de especia vale casi doscientos mil. No pienso bajar de ciento diez mil créditos.
—La verdad es que no ando muy bien de liquidez. —se quejó el rancor— Solo puedo darte setenta y dos mil. Es todo lo que tengo.
—Bueno si lo que te falta es liquidez quizás podamos llegar a un acuerdo. —dije fingiendo creer que el dueño de un casino andaba corto de cash y conteniendo la sonrisa de triunfo— He visto las naves que tienes a la venta en el puerto estelar.
—Sí, no te imaginas la de tipos que son capaces de darlo todo a cambio de una última mano.
—El caso es que ese carguero granch es un poco... tosco. He visto esa nave kuan, el Foxbat, ¿Qué te parece si lo metemos en el acuerdo junto con un par de cosillas para modificarlo a mi gusto?
—Tienes buen ojo. Un carguero de última generación. Seis bodegas modulares autoselladas. Dos lanzaderas, generador de plasma de última generación... Vale por lo menos trescientos mil...
—Dudo que alguien que llegue hasta aquí te ofrezca más de setenta y cinco mil. De todas maneras voy a hacer un esfuerzo y te ofrezco la nave granch y las dos toneladas por la nave. Me basta con una lanzadera, la otra te la puedes quedar. También quiero esta lista de material y veinticinco mil créditos... una ganga. —dije guiñando el ojo a Ariadna que se limitaba a observar y trasegar copa tras copa de licor.
—Aquí hay cosas difíciles de conseguir, sobre todo una impresora 3D de ese tamaño. —rezongó Saget— Esta bien, todo eso y dieciocho mil créditos, es mi última oferta.
—Si añades a eso tres cajas de tu whisky trato hecho. —dije alargando la mano.
Saget me miró durante un instante, echó un nuevo vistazo a la lista y finalmente asintió, pero dejó claro que preferiría perder otra pata antes de rozar alguno de mis miembros. Cerrar el trato no fue lo más arduo. Los detalles de cómo trasladaría mi parte de especia a la nueva nave, los plazos para conseguir el material adicional y el anticipo de la pasta, muy necesaria, ya que estaba de nuevo sin un duro, nos llevaron casi una hora.
Cuando salimos, la gigante roja se estaba poniendo en el horizonte y el planeta alrededor del cual orbitábamos tardaría un par de horas en iluminar aquella luna. Había quedado en trasladar la especia en cuanto el planeta estuviese alto e iluminase la luna con la luz reflejada del gigantesco sol, así que teníamos tiempo para dar una vuelta y echar un vistazo.
El rancor sabía elegir los planetas. Lo bueno que tienen las lunas de planetas grandes era que el ochenta por ciento del tiempo estaban bien iluminadas, ya fuese por el sol o por el planeta en torno al que orbitaban, eso proporcionaba energía extra para sus cosechas. Eso, unido al porcentaje de nitrógeno que tenía la atmósfera, solo necesitaba algún agente para fijarlo al suelo y conseguiría hasta tres cosechas anuales. Cogimos un deslizador de alquiler con parte de mis créditos recién obtenidos y nos alejamos unos pocos kilómetros de la ciudad. No había mucho que ver. No sé si había sido el rancor o la luna era así en un principio, el caso es que todo lo que podía abarcar con la vista era una inacabable llanura cubierta de cereales en distintos estadios de maduración. Los diferentes tonos de verde, amarillo y dorado se mezclaban en una especie de mosaico multicolor que cubría todo el horizonte.
Apenas tardamos un par de horas en aburrirnos y el planeta apenas había asomado en el horizonte, así que nos dirigimos al casino para pasar el rato. Creo que era lo que quería Saget demorando la entrega, pero decidí que podía no ser una total pérdida de tiempo, hacía una eternidad que no me corría una buena juerga.
Devolvimos el deslizador y entramos por la lujosa puerta. Ariadna no pudo evitar resoplar al ver toda aquella multitud de razas, cada una emperifollada a su manera, buscando dinero fácil, diversión y sexo.
Con los ojos fijos en cartas, dados y estrambóticas máquinas, nadie se fijó en dos humanos de aspecto mugriento que no llevaban más que unos pocos créditos. Le di un par de miles a Ariadna en cuestión de paga retrasada y con el resto me dirigí a las mesas de kundar. El kundar es un juego sencillo, se aprendía en un par de horas, pero como el póquer dependía más de saber mentir que del azar y yo era tan bueno mintiendo como haciendo trampas. La mayoría de las especies de aquella galaxia se creían muy listas, pero eran como los granch, todos tenían su punto débil. Los que más difícil me resultaban de descifrar eran los glee y los rancor. Por los glee no tenía que preocuparme así que solo tenía que evitar las mesas en las que hubiese alguno de aquellos langostinos irascibles y por supuesto algún otro humano. Finalmente me decanté por una mesa donde había un baarana dos mangures de sedosas colas rojas una cirgana y una burkan con un delicioso copete de plumas amarillo en lo alto de la cabeza.
Las primeras manos me dediqué a observar, apostando poco e intentando pillar la forma de jugar de cada uno de mis rivales. Con Eudora en mi cabeza fue aun más fácil. Por la tensión de la voz, sabía si tenían buen juego o no y además calculaba inmediatamente las probabilidades que tenía con mis cartas.
A pesar de las dudas morales que planteó la computadora, yo no hice caso y aproveché al máximo mi ventaja. Aunque la verdad era que no hubiera hecho falta. Cada vez que los mangures tenían una buena mano se les secaba la boca y hacían un casi imperceptible movimiento con sus mandíbulas, el baraana dilataba ligeramente las fosas nasales, la cirgana se tocaba nerviosamente las aberturas de las agallas y el copete de la joven burkan temblaba casi imperceptiblemente.
En cuestión de una hora estaba en mi salsa, con mi parte de la mesa rebosando créditos, una copa del whisky de Saget en la mano y flirteando con la burkan.
—¡Mierda! —exclamó el baarana tirando su mano— Es imposible ganar un juego.
—¿Se puede saber dónde has aprendido a jugar así? —preguntó la burkan.
—En el penal de Uktasi. —respondí yo mostrando una sonrisa siniestra— Allí no hay mucho que hacer salvo picar piedra, aplastar caras y apostar a cualquier cosa.
El copete de la Burkan tembló ligeramente, pero no pareció nerviosa sino más bien interesada. De repente el juego empezó a perder interés y perdí un par de manos. Hacía un montón de tiempo que no echaba un polvo decente y explorar una nueva especie galáctica aumentaba aun más mi interés.
Finalmente la burkan se excusó y yo la seguí tras recoger mis ganancias. La alienígena se dio cuenta de que la seguía y me miró. Su copete se irguió un par de veces antes de desaparecer por una puerta.
"Te recuerdo que las burkan tienen cuatro poros genitales y tú solo una..." apuntó Eudora.
"Lo sé, Yo te recuerdo a ti que tengo toda tu información en mi cerebro" repliqué yo mientras seguía a la burkan al interior de una pequeña sala de descanso.
—Hola, soy Brica. —dijo ella.
—Yo Marco.
Nos quedamos mirándonos el uno al otro con atención. Las burkan hembras eran realmente atractivas. No a la manera humana, ya que su figura era totalmente distinta con unas piernas demasiado largas y que se articulaban al revés que las rodillas humanas, pero su figura esbelta y delicada, el fino plumón irisado que le cubría el cuerpo y los ojos grandes como pelotas de pin pon y de un color aguamarina, tan brillantes que cuando la mirabas parecía que estabas sumergiéndote en una laguna caribeña, me atraían como un imán . La hembra se deshizo de su vestido plateado, dejando a la vista el fino plumón irisado. Me acerqué y la acaricié. Inmediatamente el copete de plumas amarillas se irguió y la Burkan emitió un suave trino. Hipnotizado, acerqué mi mano. El suave plumón se ahuecó y yo sumergí mi mano en aquella delicada cobertura y rocé su piel, estaba caliente y expelía una aroma enloquecedor.
La bunkar me sacaba casi treinta centímetros de altura, así que tuve que ponerme de puntillas para acariciarle la cara, la única zona que tenía desnuda. La bunkar abrió la boca y trinó, esta vez en un tono un poco más alto, mientras me desnudaba con sus manos de finas y afiladas garras. Afortunadamente tenía bastante información y sabía que si me acercaba demasiado a su boca intentaría morderme. Lo que tenía que hacer era acariciar su copete.
Eso la puso como una moto. Apenas un roce y ya estaba meneando las caderas como una loca. Si es que todas las alienígenas son unas calentorras. Tras un par de minutos se dio la vuelta y ahuecó el plumón que tenía al final de la columna descubriendo sus poros genitales.
Acerqué mis manos y la bunkar se removió inquieta mientras emitía un trino mucho más elaborado. Al parecer las hembras de la especie atraían a sus amantes con elaboradas canciones que se volvían más complejas a medida que se acercaban al clímax.
Pensaba en explorar todos sus orificios, buscando el más estrecho o sensible, pero los trinos ejercían una intensa influencia sobre mí, haciéndome imposible retrasar un minuto más la penetración. El tiempo justo para ordenarle a mi lodo que formase otros tres apéndices extra. La penetré.
La bunkar soltó un suave cacareo antes de comenzar un trino especialmente complejo y excitante. Agarrándome a su cintura comencé a envestirla con violencia mientras ordenaba a mis otros penes que se moviesen y agitasen dentro de los poros de la joven alienígena. Los chochos de aquella criatura eran deliciosamente estrechos y con un tacto un tanto áspero, que rozaban mis pollas intensificando mi placer. En pocos minutos la bunkar empezó a moverse al ritmo de mis empujones sin dejar de trinar. El único gesto que delataba el placer que sentía era el vibrante movimiento de su copete de plumas amarillas y la interrupción de sus trinos cada vez que yo le metía las pollas con un empujón especialmente duro.
Aquellas interrupciones eran seguidas de trinos aun más complejos y agudos hasta que con un revuelo de plumas se corrió. Los trinos se convirtieron en un suave cloqueo mientras yo seguía fallándola en medio de una nube de fino plumón.
Yo tampoco tardé mucho más en correrme. Mis cuatro pollas se agitaron aunque solo una eyaculó dentro de la plumosa criatura. Al parecer aquello no le gustó demasiado y se volvió con un graznido. Antes de que pudiese reaccionar se lanzó sobre mí con sus garras a punto. De no ser por mi lodo, que me cubrió, me hubiese atravesado como a una aceituna.
Las garras rebotaron con un chirrido mientras Eudora me informaba que había elegido el agujero equivocado para eyacular ya que allí tenía media docena de huevos listos para fecundar y que probablemente se habrían echado a perder.
Recuperado de la sorpresa le lancé un directo en lo que debía ser su estomago. La bunkar soltó un graznido y su cara se puso morada, al parecer le había atizado en un saco aéreo y se había quedado sin aliento. Sin dejarle tiempo de recuperarse me vestí.
—Lo siento chica. No era mi intención.
—Cabrón. No sabes lo que has hecho... —respondió irguiéndose y recuperando poco a poco el aliento.
Yo no esperé a escuchar sus razones y me largué cerrando de un portazo. Las salas de juegos estaban atestadas y me costó un buen rato encontrar a Ariadna. Al final la encontré en la barra bebiendo chupitos. Al parecer había perdido toda su paga o al menos la parte que estaba dispuesta a perder.
—¿Te has divertido? —preguntó ella al verme aparecer aun congestionado.
—Sí, mucho, pero ahora tenemos cosas que hacer. —respondí yo agarrándola por el codo y dirigiéndola hacia la salida mientras echaba fugaces miradas a mi espalda.
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