Planeta Prohibido. Capítulo 6
6. Agua dulce, agua salada
6. Agua dulce, agua salada
La playa es un verdadero paraíso. La verdad es que me he resistido todo lo que he podido. No me gusta nada volar y estar once horas metido en aquella lata de sardinas me puso de los nervios, pero tengo que reconocer que ha merecido la pena. El bungalow, anclado sobre unos pilotes en la costa de aquel atolón de arena blanca, como la sonrisa de un mentiroso, vale hasta el último céntimo de la pasta que me he gastado. Y a Lola le ha gustado aun más. Es lo que necesito para darle un poco de picante a mi relación después de un par de años casados.
La tarde está cayendo y una ligera brisa corre moviendo las cortinas y refrescando un poco el ambiente tropical. Me siento en la hamaca del porche con un bourbon en la mano y observo como el sol va desapareciendo en el horizonte, en medio de una sinfonía de colores dorados, rojos y violáceos.
¿Y Lola? ¿Dónde diablos se ha metido? Estiro la cabeza en dirección a la solitaria playa y no la veo en ninguna de las direcciones. No puede estar muy lejos...
Entonces la veo emerger del agua con las gafas y el esnorkel como una diosa. Probablemente habrá estado explorando el arrecife. La he acompañado un par de veces, pero el agua no es mi elemento y aunque el espectáculo es fascinante, prefiero verlo en una pantalla panorámica mientras me quedo tieso a la hora de la siesta.
—¡Vamos, cariño! ¡El agua esta buenísima! —dice deshaciéndose de las gafas y tirando de mí.
A cualquier otra persona de la tierra la hubiese mandado al carajo, pero a mi mujer, vestida con un bikini blanco y con el agua escurriendo por su cuerpo no puedo negarle nada. De mala gana apuro mi copa y levantándome me acerco a la orilla. El agua del Índico lame mis pies, tibia como un meado. Sin embargo yo solo tengo ojos para ella. Se ha acercado un poco más a la orilla y se interna en la laguna coralina hasta que el agua le llega a las pantorrillas. La luz del ocaso perfila su cuerpo y baña su piel con una luz dorada. Sin apartar los ojos de ella me acerco y la abrazo.
—¡Oh, papito! Es un sitio precioso... —dijo ella colgándose de mi cuello— No sé cómo agradecértelo.
—Se me ocurren un par de formas. —digo acariciando su espalda.
—Mmm, cariño. Veo que no eres muy ingenioso. —dice ella girándose y restregando su culo contra mí como solo una venezolana caliente sabe hacerlo.
Me empalmo inmediatamente y abrazándola por la cintura la aprieto contra mí. Ella se ríe y sigue moviendo esas portentosas caderas. Subo mis manos y acaricio sus pechos mientras me froto contra ella como un babuino en celo.
—¡Uh, papito! ¡Qué bueno! ¡Me gusta! —dice ella retrasando la mano y colándola dentro de mis bermudas para agarrarme la polla.
Su mano suave y delicada me acaricia el miembro mientras yo acarició su cuerpo de arriba abajo y beso su cuello y los lóbulos de sus orejas.
No puedo más. Me quito las bermudas y las lanzo en dirección a la orilla. Estamos solos en el atolón. Nadie nos puede ver, bueno, a lo mejor algún operario de dron de vuelta de alguna misión de espionaje en Irán, pero a estas alturas me daría igual que me estuviese mirando el coro de una iglesia. Con un empujón me aparta y se arrodilla frente a mí. Si en algo Lola es una maestra es comiéndome la polla. Sus labios gruesos y suaves juegan con la punta de mi glande antes de abrir la boca y dejar que su lengua saboree mi miembro desde la punta hasta el escroto. Con un ruido de succión se mete uno de mis testículos en la boca. Ohh... ¡Qué sensación!
Lola suelta mi huevo y vuelve a recorrer mi polla con la lengua antes de metérsela en la boca y comenzar a chupar con vigor. Bajo la vista y la veo aplicada en torno a mi verga mientras me acaricia los huevos y el culo. Lola es un amante excelente, pero solo cuando está contenta me hace sentir así.
—¡Qué salada y qué rica, papito! —dice ella apartándose un instante para coger aire.
Yo la cojo por la cabeza y la guio de nuevo hacia mi miembro que se estremece tan hambriento como una de las barracudas que merodea por el arrecife. Lola abre la boca obediente y se mete mi polla hasta el fondo de su garganta. La aguanto unos instantes ahí antes de dejar que se separe. Al hacerlo un grueso cordón de saliva aun nos conecta. Ella me mira y lo coge unos instantes, juega con él y lo sorbe mientras se abre el sujetador del bikini.
No me he dado cuenta de que la oscuridad ya es la reina hasta que levanto la cabeza hacia el cielo y veo la luna llena espiándonos. Mi mujer es fenomenal. No hay otra como ella. Chupa y chupa sin descanso hasta que no puedo más y me corro en su boca. Lola no se aparta ni muestra su disconformidad simplemente sigue chupando, apurando hasta la última gota y dejando que el semen escurra por la comisura de sus sensuales labios. A pesar de haberme corrido sigo deseando devorarla.
La empujo un poco más mar adentro hasta que el agua me llega a la altura del pecho. Cogiéndola por la cintura le levanto las piernas hasta que su cuerpo entero flota sobre el agua. Acaricio sus piernas y recorro sus muslos con mis labios. Durante un instante me paro y observo los labios de su vulva haciendo prominencia en la braguita del bikini. Me lanzo sobre ella y lamo y mordisqueo por encima de la húmeda a tela. Lola se limita a dejarse llevar por las olas gimiendo cada vez más excitada. Apartando el tejido del bikini, paladeo el sexo de mi esposa y siento una intensa necesidad de estar dentro de ella.
Lola parece adivinarlo y se aparta de mí nadando como una sirena hacia la orilla y mirando hacia atrás de vez en cuando para ver como yo la sigo a trompicones. Llego a la orilla con el tiempo suficiente para atraparla y tumbarla sobre la arena. Me tumbo sobre ella y la beso. Lola excitada, me devuelve el beso. Su lengua penetra en mi boca inundándola con un intenso sabor a mar y a sexo. Me vuelvo loco, no sé que tocar que acariciar y que besar, me gustaría hacerlo todo a la vez.
—Vamos, papito. Llévame a la cama y fóllame. —me suplica Lola con la voz ronca de deseo.
Yo obedezco inmediatamente como un autómata y llevándola en brazos la introduzco en el bungalow y la deposito sobre la cama. Mi esposa se retuerce y arquea la espalda para hacer resaltar su espléndida silueta. Yo observo hipnotizado mientras se da la vuelta y se pone a gatas apoyando los codos en el colchón y exponiendo su glorioso culo.
Yo me acerco y tras quitarle la braguita vuelvo a abalanzarme sobre su sexo cada vez más hambriento. Lola grita y gime asustando a las gaviotas. Yo, totalmente empalmado de nuevo, me adelanto y acerco mi polla a la entrada de su coño.
—No, papito. —dice con voz melosa cogiéndome la polla y dirigiéndola a su ano— Quiero que este viaje sea tan memorable para ti como para mí.
Yo dejó que ella tire de mí y apoye la punta de mi polla contra la entrada de su esfínter. Con una sonrisa de tonto que no me cabe en la cara empujo poco a poco hasta superar la resistencia de su delicado ojete, disfrutando de cada centímetro que mi polla penetra en aquel estrecho y delicioso orificio.
—¡Uff ! ¡Qué dura mi amor! —exclama mi esposa entre lamentos— ¡Despacio! ¡Despacio!
Yo ya no la oigo, solo soy capaz de sentir el tremendo placer que resulta de tener ese estrecho culo estrujando mi polla. Mi joven esposa separa los muslos un poco más y tensa su cuerpo aun cubierto por el sabor del mar. Me inclino sobre ella y deslizo mi mano por su vientre hasta llegar a su pubis. Sin dejar de sodomizarla comienzo a masturbarla hasta que los quejidos de dolor se convierte en gemidos y luego en gritos de placer.
Con un empujón me tumba boca arriba y dándome la espalda se empala de nuevo con mi polla. Solo concentrada en el placer que siente, comienza a saltar sobre mi miembro como una posesa sin descanso. Yo la acaricio la espalda y entrelazo mis manos con las suyas. Ella las estruja mientras sigue gritando.
—¡Sí... sí, papito. ¡Dame tu polla! ¡Dame tu leche! ¡Llena mi culo! —aúlla cada vez más cerca del clímax.
Yo no puedo aguantar más y me corro en su culo. Aun empalmado la tumbo boca abajo sobre la cama y la penetro de nuevo dándole una andanada de salvajes empujones a la vez que abrazo su cuerpo sudoroso por el esfuerzo y el calor de la noche.
—¡Sí! ¡Sí! ¡Síííí...! —grita Lola al fin asaltada por un orgasmo arrollador.
Me tumbo a su lado, jadeando como si hubiese estado corriendo una maratón mientras ella se coloca su pelo húmedo. Ruedo por la cama y me acerco a ella para besarla, ella me sonríe maternalmente y me da un par de cachetitos en la mejilla. Intento acercarme de nuevo pero de nuevo me golpea con la mano abierta una y otra vez...
—Joder, que coños... —digo yo abriendo los ojos desorientado.
Finalmente miro alrededor y me doy cuenta de donde estoy y quien me está golpeando.
—Despierta de una vez, cojones. —me grita Ariadna— Si intentas volver a besarme te parto la cara.
Totalmente despejado gracias a las atenciones de mi compañera de viaje me apartó a mi parte del árbol con gesto compungido. Dos noches seguidas soñando con Lola. No había pensado en ella desde que la dejé tirada en La Tierra sin un duro. ¿Por qué ahora? Me quedé pensando mientras Ariadna se daba la vuelta y seguía durmiendo como si no hubiese pasado nada.
Fui bastante lento, pero al final me di cuenta.
"Eudora, ¿Has estado trasteando con mis recuerdos?" —le pregunté dentro de mi cabeza.
"Lo siento capitán." —se disculpa la computadora— "Estaba desfragmentando tu memoria y me he encontrado estos recuerdos y no he podido evitarlo. Quería saber qué es lo que los humanos llamáis amor."
Estupendo mi computadora estaba poniéndose filosófica. ¿Cuánto tardaría en tomar el control y hacer de mí una especie de contenedor bajo su control?
"No es que no te agradezca el que estés quitando basura de mi mente, pero prefiero que no sigas curioseando..."
"Está bien, pero ¿Puedo hacerte una pregunta?" —insistió mi computadora.
"Ya la estás haciendo."
"Hay algo que no entiendo. Tengo en mi memoria extensos artículos sobre los efectos físicos que producen en los humanos el amor y el enamoramiento y no lo entiendo..."
"¿Qué es lo que no entiendes?"
"Experimento tus recuerdos y veo como tu esposa te hace el amor, es mimosa y atenta, pero no veo en ella ninguno de los signos, ni respiración acelerada, ni se toca la cara o las cejas con nerviosismo y en cuanto termináis el sexo te da la espalda y se queda dormida... Sin embargo Ariadna te grita, te insulta y te ahostia cada vez que tiene la oportunidad y puedo advertir como te mira, su cuerpo aumenta casi un grado la temperatura y se le disparan las pulsaciones cada vez que te suelta un guantazo."
"Bienvenido al club, chata." —respondí— "Yo tampoco lo entiendo. De hecho nunca he entendido a las mujeres, simplemente me limito a dejarme llevar. Ahora prométeme que no volverás a hurgar en mis recuerdos..."
"Te lo prometo, capitán."
"¿Has avanzado con mi lodo enamorado, por cierto? "
"Entender a esos microorganismos es mucho más sencillo." —respondió ella— "He conseguido hablar con ellos y he llegado a un acuerdo. Tú los alimentas con tus abundantes glándulas sebáceas, tus pieles muertas, tu orina y tus heces y ellos harán lo imposible por mantenerte vivo. Mientras dormías he estado conectando las neuronas de tu columna vertebral a nodos del microorganismos en tu espalda. Así no solo el lodo reaccionara protegiéndote de caídas sino que podrá agruparse a tu voluntad creando herramientas o modificando tu aspecto."
"¿Cómo diablos...? "—pregunté.
"Basta con pensarlo y tu lodo lo hará si es posible."
No lo entendía muy bien, pero hice una prueba. Me miré la mano y enseguida salieron de mis nudillos unas garras similares a las de lobezno. Las pasé sobre la pétrea superficie del árbol dejando dos profundas marcas, luego levanté el brazo y con un movimiento de mi muñeca las lancé a la oscuridad. Con mi visión nocturna las vi caer a un centenar de metros sobre una de aquellas algas flotantes.
—No está mal. —dije en voz alta.
—Calla y duérmete de una puta vez. —murmuró Ariadna.
Libre por fin de sueños extraños dormí las siguientes diez horas de un tirón. Los primeros rayos del sol reflejados en unas nubes altas, al este, adelantaban la llegada de un nuevo día. Ariadna no tardó de salir de su saco de dormir y empezó a preparar el desayuno. La observé un rato mientras me hacía el dormido reflexionando sobre los comentarios de Eudora. Viéndola revolver aquella pasta informe e insípida con su característico ceño fruncido expresando enfado y concentración a un tiempo, no podía evitar pensar que por una vez la computadora estaba por primera vez equivocada.
"No estoy equivocada." —me interrumpió la computadora dentro de mi cabeza.
"Con cualquier cálculo te daré siempre la razón, pero los sentimientos humanos no se pueden reducir a algoritmos y menos los de una mujer que se cree traicionada." —sentencié yo— "Y ahora deja de meterte en mis asuntos. Si realmente desea algo de mí, Ariadna me lo dirá. Si algo puede decirse de ella es que sabe lo que quiere y no se anda con circunloquios, va directamente por ello."
Eudora me dejó patente su escepticismo, pero no insistió, simplemente se calló por fin, dejándome a solas con mis pensamientos. Cuando finalmente me levanté el sol ya había asomado en el horizonte. Comí unas pocas galletas y una porción de gachas que me ofreció Ariadna con el rostro pétreo.
—¿Cuánto nos queda hasta ese maldito río? —preguntó sin evitar un gesto de asco al ver como mi lodo recogía y hacía desaparecer solícito las migas y restos de gachas que habían escapado de mi boca.
—Puedes erguirte y comprobarlo tú misma. —contesté yo indicando la dirección del río con mi brazo.
Ariadna se irguió y miró en aquella dirección. Por fin veía en ella un esbozo de satisfacción en su rostro. Ignorándome subió un poco más arriba en el árbol y contempló los destellos que el sol arrancaba en la brillante superficie del agua.
—En menos de cuatro horas podemos estar ahí. —dijo con voz enérgica— Vamos, no hay tiempo que perder. Cada vez estoy más harta de esta mierda de planeta.
Sin esperar respuesta se dejó caer del árbol y ayudada por la baja gravedad del planeta apenas tuvo que doblar un poco las rodillas para amortiguar el impacto. Yo la seguí sin apresurarme y cuando bajé finalmente del árbol me llevaba un par de cientos de metros de ventaja. Haciendo alarde de mis nuevas habilidades la alcancé en apenas un par de minutos tratando de que mi respiración no se acelerase.
En ese momento Ariadna estableció una especie de competición, cada vez que la alcanzaba ella aumentaba el ritmo, yo la dejaba ir y luego la volvía a coger, así hasta que cuando nos dimos cuenta íbamos al trote. Si hubiera querido, hubiese podido dejarla atrás con facilidad. Ahora que podía comunicarme con el lodo solo tenía que pensar en acelerar el ritmo y él se encargaba de recubrir mis piernas con una especie de película elástica que multiplicaba la fuerza que hacían mis músculos. La presioné hasta que percibí como resoplaba con el esfuerzo y el sudor comenzó a humedecer su cabello y correr por su cuello. Finalmente aflojé un poco el paso y dejé que se mantuviese a unos veinte metros.
Por delante de nosotros la línea del río se hacía más nítida a cada paso, pero curiosamente el panorama era exactamente el mismo. La misma ciénaga pantanosa, los mismos árboles pétreos aislados y las mismas criaturas flotantes. Solo cuando estuvimos a un par de quilómetros el terreno empezó a descender muy suavemente y el agua comenzó a correr perezosamente en dirección al cauce.
Media hora más de carrera aprovechando el pequeño declive del terreno nos llevó a la orilla de un río enorme de aguas aceitosas y suave corriente. El calor del sol levantaba una fina bruma de aquellas aguas y solo gracias a mis nuevas dotes visuales pude vislumbrar la otra orilla a cuarenta kilómetros de distancia por lo menos.
—Muy bien, genio. —rompió Ariadna el silencio sobreponiéndose al rumor del agua—¿Ahora me puedes decir cómo diablos vamos a navegar por este río? No es por ponerme demasiado crítica, pero me da la impresión de que la madera de esos árboles no flota demasiado.
—Tranquila, está todo controlado. —dije cogiendo el maletín amarillo que había acarreado todo el viaje conmigo y por el que Ariadna no me había preguntado ni una sola vez.
No pude contenerme, le guiñe un ojo y soltando los cierres la abrí, saqué una caja pequeña de color amarillo con un botón que no dejaba de parpadear y dos bastones de madera. A continuación sonreí con superioridad y presioné el botón parpadeante. En cuestión de segundos el contenido de la maleta comenzó a hincharse hasta convertirse en una Zodiak de unos cinco metros de largo por dos de ancho de un brillante color amarillo limón.
—¡Listo! Ya tenemos nuestro medio de transporte. —le dije tirando mi mochila dentro de la lancha.
—Muy bonita, Marco. Un color muy discreto, pero no veo motores por ninguna parte. —dijo con una mueca despectiva.
—Eso también está solucionado. —dije cogiendo uno de los bastones y desplegándolo de un tirón hasta formar un remo de un metro de largo.
—¿Estás insinuando que debemos empujar la nave con esos... palos?
—Vamos Ariadna, No exageres. Lo único que tenemos que hacer es dejarnos llevar por la corriente y desviar la lancha con los remos en caso de que nos encontremos con un obstáculo.
La mujer le echó un último vistazo desconfiado y miró río abajo. Pareció sopesar sus opciones unos segundos y finalmente se dio cuenta de que siempre era mejor dejarse llevar por la plácida corriente que seguir caminando por aquella ciénaga flatulenta durante días. Con la cabeza baja me ayudó a empujar la Zodiac al agua y se subió a la parte trasera. Yo la seguí y colocándome a proa empujé la Zodiac con el remo y con un par de paladas la introduje en el centro de la corriente. Pronto no hizo falta apenas más que un golpe de remo de vez en cuando para mantener la lancha enfilada.
No pude contenerme, gateando me acerqué un poco más a la proa y de rodillas, me erguí y puse los brazos en cruz:
—¡Soy el rey del mundo!
—¡Haz el favor de sentarte, Joder!. Como desestabilices el bote te ahogo en esta mierda fangosa. —bufó Ariadna que había visto aquella película poco antes de que nos derribaran.
Yo no la hice caso y me quedé allí de rodillas gritando gilipolleces un rato más. La brisa y los suaves rociones de agua me refrescaban la piel en aquel ambiente tan caluroso. Cuando me cansé me senté en la Zodiac y me dediqué a observar aquellas aguas oscuras y aceitosas. La corriente nos empujaba a casi veinte kilómetros por hora así que en poco más de un día estaríamos al pie del promontorio. Dejándome llevar por mis pensamientos me asomé por la borda y metí la mano en el agua. Inmediatamente mi lodo se dirigió a mi mano y la envolvió con una película resbaladiza. La idea me resultó tan natural que casi no lo pensé e inmediatamente la membrana empezó a expandirse entre mis dedos hasta que los unió con una amplia membrana interdigital.
Impresionado por la velocidad a la que habían reaccionado mis amiguitos saqué la mano del agua y la observé.
—¿Qué coños? No me digas que esa mierda de agua es radiactiva. —dijo Ariadna tirando el remo lejos de ella.
—Tranquila. —repliqué yo girando la mano a la vez que le ordenaba a mi lodo que devolviese la mano a su apariencia normal.
Ariadna abrió mucho los ojos mientras le hacía una pequeña demostración haciendo emerger de mis manos y mis brazos, ganchos, espinas y otros apéndices. Debería haber empezado a practicar antes, porque con cada cambio notaba como lo hacía con más soltura y mis microorganismos respondían a mis pensamientos con más exactitud. Cuando finalmente lo dejé, ya no estaba exhibiéndome. Simplemente me dedicaba a observarme maravillado y a practicar una y otra vez hasta que aquellas modificaciones fueron casi reflejos instintivos.
Ariadna se limitó a observarme. Si la conocía un poco, probablemente estaría pensando en la gran variedad de aplicaciones militares de mi lodo.
El día pasó lentamente y ambos nos sentíamos un poco nerviosos ante aquella obligada inmovilidad. Después de varios días recorriendo cientos de kilómetros ambos sentíamos que nos faltaba algo e intentar rellenar aquel hueco con siesta y comida no era lo ideal. No haber metido un par de botellas de whisky, aunque fuera aquella mierda de Saget había sido un error. El rancor al final se había comprado un planetoide y siguiendo las instrucciones de cultivo de los cereales y elaboración del Whisky que le había dado, estaba produciendo sus primeros lotes de licor. Lo envejecía artificialmente sometiéndole a no sé qué rollos de radiaciones y a pesar de que sabía peor que DYC adulterado con aguas residuales, había tenido un éxito arrollador y se lo quitaban de las manos antes de que terminase de producirlo.
Sabía que Ariadna estaba igual de aburrida, pero mantenía el rostro imperturbable y se limitaba a descansar y mantenerse alerta como se esperaba de un buen soldado. Cualquier ruido o desvío de la trayectoria la ponía inmediatamente en guardia, pero la realidad era que si algo nadaba en aquellas aguas negras como el hollín no salía nunca a la superficie y eran virtualmente invisibles.
La mañana dio paso a la tarde y esta al ocaso sin que nada hubiese cambiado. De no ser por una suave curva a la izquierda, hubiese jurado que no nos habíamos movido del sitio. Cuando la oscuridad se hizo más intensa, me dirigí a la popa y sustituí a Ariadna en el timón. A pesar de la profunda oscuridad yo hubiese sido capaz de captar cualquier obstáculo a varios cientos de metros de distancia si es que había algún obstáculo que ver, cosa que dudaba.
Pronto Ariadna se quedó dormida y me quedé solo en la oscuridad. Me arrellané en el asiento y miré a las estrellas preguntándome cuanto tiempo tendría que pasar en el planeta antes de que apareciese alguna nave granch. A pesar de haber dormido casi todo el día, el calor y el suave bamboleo de la nave me amodorraron y no tardé en quedarme sopa.
—¡Despierta, mamón!
—¡Eh! ¿Qué puñetas? —respondí intentando saber donde estaba.
Inmediatamente me di cuenta del problema. La Zodiac ya no se bamboleaba suavemente. La corriente zarandeaba la lancha y la propulsaba a toda velocidad por el centro de la corriente hacia un suave rumor que se podía escuchar más adelante.
—Tranquila, será solo un rápido. La corriente pronto volverá a serenarse. —dije yo intentando parecer tranquilo— De todas maneras si te sientes más tranquila podemos acercarnos un poco más a la orilla.
Sin esperar la respuesta guie el timón para desviar la Zodiac, pero la corriente era tan fuerte que apenas tuvo efecto la maniobra.
—¡Jodido idiota! Lo único que tenías que hacer era quedarte despierto y ni eso sabes hacer. Espero que tengas razón, si no te juro que esta vez no respondo...
Yo había dejado de hacer caso Ariadna y estaba consultando con Eudora. El lejano rumor en vez de disminuir estaba aumentando poco a poco y tras aguzar un poco más el oído un mal presentimiento se apoderó de mí.
"¿Cuánto nos queda para la meseta?" —le pregunté a la computadora aunque ya sabía la respuesta.
"Un par de horas según mis cálculos, capitán."
"Y lo que oigo es una catarata..."
"Me temo que sí, mi capitán."
"Mierda, no me dijiste nada..."
"Apenas tuve tiempo de hacer un par de fotos antes de estrellarnos y los sensores ya estaban bastante dañados. Lo que creo es que la meseta es la elevación central de un cráter. Probablemente el resultado del impacto de un meteorito. El cráter parece muy profundo, el agua se filtra poco a poco en el fondo y parece mantener el nivel estable. Por eso la meseta no está sumergida. Hay un noventa y cinco por ciento de probabilidades de que el río desagüe en el fondo del cráter en una catarata. "
"¿De cuantos metros?"
"Dado el caudal del río imposible saberlo."
Inmediatamente me puse a remar como un loco en dirección a la orilla, pero la corriente era tan fuerte que lo único que conseguí fue girar la Zodiac trescientos sesenta grados. Ariadna interpretó inmediatamente mi nerviosismo e intentó ayudarme con los mismos resultados. En cuestión de minutos el agua se aceleró aun más y ya perdimos cualquier ilusión de control sobre la embarcación. Pasábamos de remolino en remolino con el fragor del agua cada vez más cercano.
Consciente de que era inútil cualquier esfuerzo me senté en el centro de la Zodiac y me dediqué a reflexionar con Eudora. Solo había una solución. Sin apresurarme me deshice de la ropa hasta quedar totalmente desnudo. No sabía si funcionaría, pero era lo único que se me ocurría.
—Si lo que estas pensando es en un último polvo. Vete olvidándote, antes prefiero follarme cualquier pez que haya ahí abajo. —me malinterpretó Ariadna.
—Deshazte de todo menos de tu arma. —dije yo consciente de que el tiempo se nos echaba encima y que no había tiempo de explicaciones.
—¡Qué coños! —intentó discutir ella.
—¡Hazlo y deja de renegar. —dije yo cruzando mi ropa y la escopeta con las municiones en torno a mi pecho.
Afortunadamente no tuve que discutir más, porque apenas había terminado de colocarse el rifle láser cuando la cogí de la cintura y saltamos de la lancha justo cuando esta se precipitaba por una inmensa catarata. Durante un segundo permanecimos suspendidos en el aire antes de caer en picado entre la bruma.
Este relato consta de 27 capítulos publicaré uno más o menos cada cinco días. Si no queréis esperar podéis encontrar el relato completo en amazon.