Planeta Prohibido. Capítulo 4

4. Sueños interrumpidos

4. Sueños interrumpidos

Lola está preciosa, el blanco marfil del vestido de boda hace destacar el color acaramelado de su piel y su corte entallado perfila su silueta abrazando sus caderas rotundas y aquel culo que me había enamorado.

Lo único jodido de casarse es la puñetera ceremonia. La paso a duras penas con mi flamante mujer al lado atendiendo los consejos del cura para una vida conyugal feliz y plena, (que prácticamente se reducen a engendrar niños como conejos y a aguantar cualquier cosa antes que divorciarse) mientras que yo solo pienso en arrancar ese vestido a mordiscos y devorar su cuerpo desnudo.

El banquete posterior es un poco más entretenido. Como, no mucho y bebo lo justo para poder mantener mi erección a raya. Aprovecho cada momento para besar y manosear a la novia que responde curvando sus hermosos labios en una amplia sonrisa que me pone en el séptimo cielo.

Todo va viento en popa. Terminamos de comer y Lola me coge de la mano y me lleva a la pista de baile. La enlazo por la cintura y bailamos el vals. Al fin puedo abrazarla y apretarla contra mí. Aplaco mi deseo dando vueltas y vueltas hasta sentirme mareado. Mis manos resbalan por la suavidad líquida de su vestido y su espalda parcialmente desnuda. No aguanto más. Tengo que llevarla a algún sitio oscuro y follarla una y otra vez hasta que se me caiga la minga a cachos...

En ese momento el padrino me la quita de las manos y yo me quedo desconsolado en medio de la pista viendo a Lola bailar e intercambiar confidencias con su padre. Las siguientes dos horas son una tortura. Tan lejos y tan cerca. Cuando no es ella la que es reclamada por un tío o un primo, soy yo el que se ve obligado a bailar con la tía Obdulia o la abuela Margarita. Finalmente en una pausa de la orquesta nos escurrimos camino de la habitación entre las bromas procaces de los más borrachos.

En cuanto nos metemos en el ascensor asalto a Lola con urgencia. La abrazo y amaso su culo a través del delicado tejido del vestido. Ella me besa y entre gemidos se aprieta contra mí, aparentemente tan deseosa como yo de consumar el matrimonio. Entramos en la habitación. Una botella de champán fresco nos espera en la suite nupcial, pero yo no la hago caso. Me quito la ropa a toda prisa y me lanzo sobre la novia. Ella me rechaza y entre risas se encierra en el baño. Tan caliente como frustrado doy vueltas por la habitación como un león enjaulado. Es entonces cuando me fijo de nuevo en el champán. Me acerco y tras descorcharlo sirvo un par de copas.

Cuando al fin Lola sale del baño viste un camisón de seda blanco y profusamente bordado. Por la forma en que los jugosos pechos de mi esposa se mueven, sé que debajo no lleva más que el liguero y las medias.

Yo me acerco con las copas. Le doy una y brindamos sin apartar los ojos uno del otro. Me sumerjo en aquellos ojos color miel sintiendo que todo esto tiene sentido. Lola es la mujer de mi vida. Tras brindar le cojo la mano y me la llevo a la cara. Observo el dedo con la alianza y tengo que pellizcarme para convencerme de que esto no es un sueño. La acerco a mis labios y le beso la mano, la muñeca y el brazo desnudo.

—Vamos papito. —dice ella sonriendo y tirando de mi hacia la cama.

Ni siquiera el ligero mareo provocado por el alcohol y las vueltas en la pista de baile aplacan mi salvaje deseo por esa mujer hermosa e hipnótica. La sigo como un perrito hasta el lecho, una enorme cama con dosel y justo antes de que me tumbe sobre ella la abrazo y acaricio todo su cuerpo. Beso sus hombros y su cuello. Una de las tiras del camisón se cae dejando a la vista un pecho del tamaño de un pomelo, tieso y redondo, con un pezón pequeño y oscuro. Me lanzo sobre él y lo beso mientras acaricio el resto de su cuerpo a través de la seda de la prenda.

—Así, mi amor, soy tuya y de nadie más. Hazme el amor. —me anima ella con voz ronca.

El turbulento correr de la sangre por mis oídos apenas me permite oír esas palabras como un rumor lejano, pero no hace falta que me anime. Mi dolorosa erección golpea su vientre estremeciéndose con cada roce.

El otro tirante cae y la prenda resbala por el cuerpo de mi esposa dejándola desnuda a mi vista, salvo por el liguero, las medias y las sandalias de tacón plateadas. Lola me mira, no como una novia nerviosa e inocente. Su sonrisa es todo lujuria y seguridad en el efecto que causa sobre mí.

Mis manos tiemblan y no puedo evitar que la boca se me haga agua admirando esos pechos rotundos y pesados. Con una sonrisa satisfecha acaricio el vientre de mi esposa, desplazo mis manos por su piel suave acariciando sus pechos y subiendo hasta su cuello. Lo aprieto con suavidad. Lola abre la boca para coger aire y aprovecho para darle un beso profundo y lujurioso. Descargo todo mi deseo en su boca. Mi esposa se abraza a mí y me devuelve el beso con igual intensidad. No sé exactamente cómo, pero la siguiente noción que tengo de la realidad es cuando ambos estamos tumbados en la cama desnudos, luchando por conseguir la posición dominante.

Finalmente Lola me da un doloroso mordisco en el hombro y aprovechando mi desconcierto se sienta a horcajadas sobre mí. Yo me rindo y con las marcas de sus pequeños dientes blancos y deslumbrantes en mi hombro, observo su cuerpo desde abajo. Admiro sus pechos y acaricio sus piernas a través del líquido tejido de las medias. Está perfecta y consciente de ello, se yergue y me mira con ese deje de superioridad que solo las mujeres hermosas y conscientes del efecto que ejercen sobre los hombres saben hacer. Sin dejar de mirarme comienza a mecerse suavemente sobre mi erección. En cualquier otro momento probablemente me hubiese corrido en cuestión de segundos, pero el alcohol que he ingerido durante la fiesta me ayuda a aguantar a duras penas. Ella no lo retrasa más e inclinándose ligeramente se mete mi polla de un solo golpe.

—¡Oh! ¡Sí! ¡Papito! ¡Qué dura y caliente! —dice ella mientras yo solo siento como mi polla resbala dentro de mi esposa haciendo que ambos temblemos de placer.

No sé exactamente lo que ella siente, pero no pierde el control en ningún momento. Mantiene un ritmo pausado estrujando mi polla y alternando los elogios con los insultos. Me yergo y la abrazo. Entierro la cara en su cuello mientras ella sigue moviendo sus caderas, el olor de su perfume, mezclado con el sudor de un día largo me enloquecen. La levanto en el aire y dando tumbos avanzó por la habitación hasta depositarla sobre el aparador donde he dejado la botella de champán. Pego un trago directamente de la botella antes de regar los pechos y el cuello de Lola con el líquido ambarino.

Mi esposa pega un respingo al sentir el líquido frío recorriendo su cuerpo, pero no se amilana y me arrebata la botella. Antes de que pueda hacer nada me separa de un empujón y sentada sobre el mueble abre sus piernas. Yo no me quedo parado. Recorro su cuerpo con mi boca y me detengo en sus pechos saboreando el champán de sus pezones. Notó las manos de mi esposa sobre mi cabeza y la dejo que me empuje en dirección a sus piernas abiertas. Yo, obedientemente, me sumerjo entre sus muslos acariciando y besando. Mi intención es volverla loca de deseo antes de lanzarme sobre su sexo, pero ella demuestra de nuevo que tiene el control.

—Vamos, esposo. Bébeme. —dice vertiendo el champán sobre ella.

La bebida corre entre sus pechos como un torrente, se desplaza por su vientre anegando su ombligo e inunda su pubis formando un delta entre los pelos que lo cubren para volver a unirse y escurrir entre los labios de su vulva. Con un movimiento reflejo yo me lanzo sobre él y degusto la mezcla de champán y flujos que corren por su sexo. Mi boca sorbe y lame mientras Lola se revuelve y gime al perder por fin el control. Poco a poco voy subiendo sin dejar de lamer besar y mordisquear.

Nos miramos un instante. Los ojos color miel de mi esposa intentan hipnotizarme mientras abre un poco más las piernas. Sé exactamente lo que desea, pero yo la  ignoro y tirando de ella la desmonto del armario y le doy la vuelta.

Admiro ese culo redondo y bronceado y no puedo evitar darle un cachete. Lola se estremece y me mira fingiendo enojo, pero a la vez tensa las piernas y las separa ligeramente. Yo no me aguanto más y la penetro.

—¡Oh! ¡Sí papito! ¡Qué grande y que dura!

Yo la oigo y me siento aun más excitado. Asalto ese cuerpo joven y terso con todas mis fuerzas, disfrutando como un loco del cálido coño de mi flamante esposa que agarrada al armario gime y se estremece mientras me grita que le dé más fuerte. Yo ya no pienso en ella como en mi esposa solo veo ese cuerpo vibrante y deseo asaltarlo con todas mis fuerzas.

A punto de correrme desplazo mis manos hacia adelante y agarro sus pechos. Le doy una serie de salvajes empujones. Me corro dentro de ella mientras estrujo sus pechos con fuerza y sigo moviéndome  hasta que su cuerpo se estremece víctima de un intenso orgasmo.

Tensos y sudorosos nos abrazamos. Lola se agarra a mí, me besa y me muerde de nuevo en el hombro una y otra vez y otra...

—Eh, ¿Qué coños?—dije abriendo los ojos y viendo una especie de espantajo picoteando con saña mi hombro.

En una reacción instintiva intenté apartar a aquel bicho y retroceder sin recordar donde estaba. El resultado fue que un segundo después estaba cayendo de aquella especie de árbol. Afortunadamente aquel fango pegajoso y la baja gravedad del planeta amortiguaron mi caída impidiendo que se rompiesen todos los huesos de mi cuerpo.

Jurando y sacudiendo el cieno de mi ropa miré hacia arriba buscando el origen y temiendo que el bicho en cuestión atacase también a Ariadna, pero ella era un soldado y en cuanto percibió el movimiento sacó una pistola láser, juro que aun no sé de dónde y le había hecho al bicho un quinto ojo en el medio de la frente.

El bicho cayó justo a mi lado más muerto que mi abuela. Aproveché y le eché un largo vistazo. Lo primero y más evidente era que era alguna especie de criatura voladora, pero no tenía plumas ni alas sino que al igual que los bichos que había visto flotar sobre la superficie tenía una especie de vela. Cuando me fijé bien vi que no estaba exactamente sobre el suelo sino que flotaba inerte medio metro sobre la superficie del agua. Era evidente que en vez de volar, más bien nadaba sobre la atmosfera del planeta utilizando aquellas velas para maniobrar con las corrientes.

Tenía el cuerpo cubierto de una especie de pelo suave y denso que le cubría casi por entero menos una pequeña zona que rodeaba su boca. Una boca grande de múltiples dientes pequeños y afilados que hubiesen traspasado mi piel de no ser por la capa de fango pegajoso que aun me cubría y que había cegado sus aristas hasta hacerlos inútiles. Lo acaricié y el pelo emitió reflejos verdosos a la luz... ¿Qué luz?

Miré a mi alrededor y me di cuenta de que seguía siendo de noche y yo veía perfectamente en aquella oscuridad tan densa como la brea.

"¿Eudora, qué cojones...?"

En ese momento Ariadna se dejó caer a mi lado interrumpiendo el hilo de mis pensamientos.

—¡Maldita basura espacial! ¿Qué coños ha pasado? Menos mal que desperté a tiempo. Creí que eras tú que te estabas poniendo cariñoso.

—Es un consuelo saber que si me acerco a ti para darte un beso me lo recompensarás adecuadamente. —repliqué con ironía apuntando mi frente con el dedo.

—¿Y se puede saber qué era eso?

—No tengo ni idea. —respondí aplazando mi conversación con Eudora— Aparentemente es una especie de pez volador y peludo con cuatro ojos. Creo que era lo que nos estaba vigilando desde el cielo esta tarde aunque no puedo estar seguro.

—¿Cómo coños puedes distinguir nada en esta oscuridad?

—Eso era lo que estaba a punto de preguntarle a Eudora cuando me interrumpiste. —contesté— Ayer estuvo quejándose de lo pobres que eran mis sensores. Así que sospecho que ha aprovechado mi sueño para andar toqueteándome por aquí dentro. Ahora mismo puedo ver como si fuese mediodía, los colores están un poco difuminados, pero la definición es perfecta. Incluso creo que si me concentro puedo ver a través de los objetos... —insinué mientras la miraba directamente.

—¡Cabrón! —Ariadna no veía apenas nada. Fue una suerte, porque inmediatamente captó el sentido de la insinuación y me lanzó una coz capaz de arrancarme la cabeza que pasó a cosa de treinta centímetros de mi oreja.

—Tranquila, era broma. —me apresuré a contestar antes de que finalmente consiguiese dar conmigo— Aun quedan unas horas para el amanecer, —dije mirando mi reloj— será mejor que volvamos a subir.

Sin esperar respuesta me agarré a una de las ramas del árbol y trepé con facilidad. Ariadna, a ciegas, echó un buen rato hasta que llegó a la plataforma, pero en ningún momento me pidió ayuda así que me limité a observarla desde arriba y a advertirla cuando estaba a punto de perder un apoyo o coger un camino equivocado.

Ella refunfuñaba pero se dejaba guiar. Consciente de que la veía en aquella densa oscuridad no dejaba de hacerme la higa cada vez que tenía una mano libre. Aquella mujer me encantaba. Hermosa, fuerte, inteligente... Era una lástima que me odiase a muerte. Desde que la había salvado en una misión suicida y había negociado con su coronel una cesión por tiempo indeterminado, cambiando una vida castrense peligrosa y aburrida, por una llena de emociones y aventuras me la tenía jurada. Solo la disciplina y la orden terminante de su coronel impedía que aquella mujer me apuñalase mientras dormía y volviese con sus camaradas para conseguir una muerte gloriosa.

Un par de minutos más y al fin la tuve a mi lado. La vida en mi nave, con la gravedad ajustada al viejo planeta Tierra había fortalecido su cuerpo y apenas tenía la respiración acelerada por el ejercicio. A tientas buscó la esquina donde tenía su saco de dormir y se acurrucó sin decir palabra. Yo la observé unos minutos hasta que se quedó dormida. Ni en lo más profundo del sueño se relajaba aquel ceño fruncido. Sabía que en el fondo no era a mí a quién odiaba, sino a sí misma. Llevaba demasiado tiempo en este universo, con la tecnología de esta parte de la galaxia su vida se había prolongado hasta el punto de que se había cansado de vivir.

Podría haberme rendido y haberla devuelto a su amado coronel Kallias para que se suicidase de una manera elegante, pero estaba determinado a conseguir que aquella mujer recuperase de nuevo el gusto por la vida y quizás por sacarle el brillo a mi minga. Quizás solo fuese cuestión de tiempo. Con Ariadna roncando suavemente, por fin pude dedicarme un poco de tiempo a mí mismo.

"Ahora que estamos solos, Eudora. ¿Puedes decirme que coños has estado haciendo por ahí adentro?"

"Nada importante" —respondió la computadora dentro de mi chola— "Solo he reordenado tus terminaciones nerviosas en la retina, el oído medio en interno y el olfato, ahora puedes ver en la oscuridad casi como en pleno día y he aumentado tu agudeza visual, tu rango de audición y tu capacidad para detectar y discriminar olores, además podrás adoptar todas estas cualidades a voluntad. Al principio yo las controlaré y poco a poco tu cerebro hará automáticamente las conexiones neurales necesarias para sustituirme."

"¿Quieres decir que puedes cambiar cualquier cosa de mi cuerpo?" —pregunté yo.

"No en lo que estas pensando" —se adelantó Eudora a la pregunta que realmente quería hacer— "No puedo convertir tu polla en una anaconda de treinta centímetros sin alterar tu ADN con consecuencias imprevisibles incluso para mí, aunque si puedo modificar las terminaciones nerviosas y el proceso de recuperación para hacer tus orgasmos más intensos y disminuir el periodo refractario."

"¿Y pudiendo hacer eso has perdido el tiempo consiguiéndome una supervista y un superolfato? —le recriminé— Eudora, creo que tengo que empezar a plantearte claramente nuestras prioridades...

"Hay otra cosa más"

"¿Qué pasó? ¿Ahora puedo ver por el ojo del culo?"

"No" —respondió ella sin captar la ironía— "Es referida a tu fango."

"¿Mi fango? Dirás esa mierda pegajosa que se empecina en agarrarse a mí."

"Llámalo como quieras." —atajó la computadora— "Pero esa mierda fangosa, como tú la llamas te ha... Nos ha salvado la vida. Cuando te atacó ese bicho cegó las aristas de su dentadura y cuando caíste pude percibir como se acumulaba en torno a la zona de contacto con el suelo amortiguando la caída, evitando que te rompieses algún hueso."

"Se cuidarme solito" —repliqué— "Además, ¿Cómo sé que un día no decidirá que se ha cansado de mi como Ariadna y en vez de amortiguar caídas decide apretarme el cuello hasta que mi lengua adopte un bonito color morado?"

"Déjame a mí. Este fango tiene una mente rudimentaria y creo que puedo establecer un contacto con él. Si me das un poco de tiempo creo que podremos establecer una relación de mutuo beneficio."

Yo no estaba del todo convencido, pero dada mi total incapacidad para deshacerme de aquel légamo comedor de pedos, la dejé hacer e intenté relajarme y descansar unas horas antes de volver a ponernos en movimiento.

Este relato consta de 27 capítulos publicaré uno más o menos cada cinco días. Si no queréis esperar podéis encontrar el relato completo en amazon.