Planeta Prohibido. Capítulo 3

Capítulo 3:Planeta cuesco

3. Planeta cuesco

A una noche oscura como la boca del lobo, le siguió un amanecer brumoso y casi igual de oscuro. A pesar de todo, ambos estábamos locos por salir de aquel planeta cuanto antes y en pocos minutos estábamos preparados para salir al exterior. Yo fui el primero. Con precaución abrí lo que quedaba de la compuerta con un disparo del rifle laser y salí al exterior. Los datos que me habían dado aquellos idiotas eran ciertos y la atmósfera era respirable, aunque un poco cargada por el exceso de humedad y la relativamente baja concentración de oxígeno.

"Tus sensores son una mierda" —me dijo Eudora en cuanto salimos al exterior— "Solo puedo darte aproximaciones. La temperatura está entre veintidós y veinticinco grados, la humedad es de alrededor del noventa y cinco por ciento y por la forma en que resoplas yo diría que el porcentaje de oxigeno es del quince por ciento, suficiente para respirar, pero no para hacer muchos alardes."

"Gracias, Eudora, por darme un montón de información que no necesito o directamente  prefiero no saber. ¿Ahora puedes decirme qué coño es ese pestazo?"

"Suponía que ya lo sabrías, mi capitán. Como todo planeta cenagoso con vida basada en el carbono hay una proliferación de algas y animales que al morir se hunden y se pudren en un gran porcentaje generando en el proceso grandes cantidades de metano y gases sulfurosos."

"Entiendo así que este planeta ya tiene nombre. El planeta Cuesco. si ya has  terminado con los datos ¿Puedes trazar una ruta lo más descansada posible hasta nuestra roca?"

"Sí, capitán. Es sencillo, solo hay que atravesar unos doscientos kilómetros de este páramo pantanoso y luego bajar por un río  otros seiscientos más hasta nuestro objetivo."

"¿Y la aldea de los yuba?"

"Allí mismo. En una meseta cerca de la cúspide de la gran roca. La consideran una especie de templo al que acuden los dioses regularmente para exigir su tributo a cambio de permitir al universo seguir existiendo. —contestó el ordenador dentro de mi cabeza."

"¡Qué majos los Granch! Cuando los pille voy a bajar a esos imbéciles de los altares a hostias."

Un chapoteo a mis espaldas interrumpió mi conversación. Ariadna había terminado de hacer su macuto y al parecer se llevaba media nave.

—¿No crees que exageras un poco? —le pregunté señalando el voluminoso paquete que colgaba de sus espaldas.

—Ríete, pero ya te acordarás cuando necesites algo de lo que llevo encima.

—Yo llevo justo lo que necesito —repliqué mostrando el macuto con las armas y un pequeño contenedor amarillo del tamaño de una maleta.

Ariadna no contestó y comenzó a chapotear alejándose de la nave. Yo me encogí de hombros como si alguien más nos mirase y la seguí por aquella ciénaga brumosa. Con el paso de las horas la bruma se despejó, aquella fue la única buena noticia. El agua no disminuía y oscilaba desde unos pocos centímetros a poco más de un metro y aunque la baja gravedad del planeta ayudaba un poco, esta se veía contrarrestada con el oxígeno escaso y el hecho de que aquella enorme turbera blanda y resbaladiza se abrazaba a nosotros y nos succionaba los pies hasta los tobillos, haciendo de cada paso una tortura. Tras tres horas de caminata apenas habíamos avanzado cuatro o cinco kilómetros y los músculos de mis piernas ardían. Ariadna, delante de mí, seguía adelante con las mismas dificultades, pero sin emitir una sola queja.

A pesar de que lo único que quería era tumbarme y morir, seguí a Ariadna aunque solo fuese por no darle la satisfacción de verme derrotado. Intentando olvidarme del cansancio y los dolores me concentré en el paisaje que nos rodeaba. La verdad era que aquel lugar era una ciénaga apestosa, pero una ciénaga apestosa bastante vistosa. El paisaje era llano y el agua lo cubría todo casi por todas partes. Flotando sobre la superficie una especie de algas de color azulado  se desplazaban mecidas por el viento gracias a una especie de hojas planas adornadas con todos los colores del arcoíris y que las algas elevaban y parecían mover a voluntad para desplazarse utilizando cualquier brisa por tenue que esta fuese. ¿Hacia dónde se desplazaban? ¿Por qué motivo? Ni puñetera idea. Nunca he sido naturalista ni he pretendido serlo. Solo sé que en cuanto nos acercábamos y amenazábamos con pisarlas, estas se apartaban dejándonos el paso franco. Eudora tampoco pudo decirme mucho sobre ellas ya que al ser un planeta prohibido, el acceso estaba vedado incluso para los investigadores. No sabía si habría animales peligrosos y eso me ponía un poco paranoico, aunque sí sabía lo suficiente de los yubas como para saber que si hubiese alguna criatura lo suficientemente letal se habrían extinguido de aburrimiento hacía siglos.

Salpicando la llanura aquí y allá lo que parecían unos inmensos arboles eran lo único que se erguía del suelo. Sus troncos se dividían en múltiples troncos más pequeños a medida que se acercaban al suelo, probablemente para poder mantenerse rectos en aquel sustrato tan extremadamente blando. Al contrario que los árboles normales no tenían hojas y sus troncos se retorcían hasta mostrar formas imposibles que solo se mantenían equilibrados por los extensos troncos. Las ramas no eran muy largas y terminaban bruscamente como si alguien las podase. Por lo que vi al pasar al lado de uno caído estaban huecos por dentro. Con curiosidad miré en el interior y solo pude ver una masa grisácea semejante al moho.  Entre ellos había algunos que parecían cubrirse de unos frutos de colores chillones que iban desde el amarillo hasta el negro. De vez en cuando caía alguno y explotaba creando una nube de polvo blanco que quedaba suspendida en la superficie del agua unos minutos antes de hundirse.

La primera explosión me pilló desprevenido y eche mano a la escopeta que llevaba colgando del hombro.

—Tranquilo, vaquero. —dijo Ariadna imitando a John Wayne (creo que el cine era lo único que hacia su estancia conmigo mínimamente interesante)— Solo es una fruta de esas.

—Esto de no ver ni un puto animal me está poniendo de los nervios. —dije yo amartillando la escopeta a pesar de que era clara la ausencia de amenazas— ¿Es que aquí no hay nadie que se coma nada? ¿Y qué coños pasa? Llevamos casi seis horas caminando y el sol apenas ha subido unos grados en el horizonte.

"El planeta rota a una velocidad extremadamente lenta. —apuntó Eudora dentro de mi cabeza— Por la duración de la noche yo diría que los días aquí duran alrededor de treinta y ocho horas."

—Estupendo, dieciocho horas de camino sin descanso. —dije en voz alta para que Ariadna también me oyese.

Ella fingió no oírlo y siguió caminando. Parecía inasequible al desaliento. Aquellos años en alta gravedad junto con el intenso entrenamiento al que se sometía sin descanso la habían hecho tan fuerte como una mula, lo de la terquedad ya lo llevaba de serie.

A pesar de que no tenía ninguna intención de responderme, seguí hablándole y quejándome varias horas más hasta que a nuestra derecha apareció un pequeño afloramiento rocoso. No asomaba más de un metro de la superficie del agua, pero estaba seco y uno de aquellos enormes árboles había crecido junto a él proporcionando algo de sombra.

Con el sol en la parte más alta de su trayectoria, no me costó mucho convencerla para que hiciéramos un descanso. A esas alturas el calor era abrasador y la intensa humedad solo hacía que intensificarlo.  Nos desviamos del camino y en cuestión de diez minutos estábamos en terreno seco. Nos quitamos la ropa y la extendimos sobre las rocas. Si me conocéis no dudareis de que intenté echar un vistazo a su cuerpo y lo conseguí, pero ella no estaba por la labor y me lanzó una patada que gracias a la escasa gravedad del planeta me lanzó por el aire fuera de la roca hasta aterrizar con el culo en el fondo fangoso de aquella mierda legamosa.

Me levanté, me sacudí aquel barro pegajoso como pude y volví a las rocas. La patada  me ayudó a bajar la libido y simplemente me tumbé a la sombra con una barra de proteínas, mirando al cielo, con la mente perdida en mis pensamientos. En lo alto, un punto llamó mi atención. Se movía en amplios círculos y por un momento creí haber encontrado el primer animal de aquel planeta. Lo seguí con atención, pero estaba tan alto que no podía distinguir nada más que sus trayectorias aparentemente caprichosas.

"Me preguntó qué coños será" —dije para mí mismo.

"Por la trayectoria yo diría que es alguna especie de animal volador aunque con el zoom tan pobre del que disponemos es imposible determinar nada más" —apuntó Eudora.

—¡Joder! —la computadora se había mantenido tan callada que cuando me habló me hizo pegar un salto.

Ariadna al oírme se levantó instantáneamente con su rifle láser favorito preparado.

—¿Qué coño pasa?

—Nada. Perdona, Ariadna. Fue Eudora que me ha asustado.

—Ese maldito trasto te va a dejar majara. —dijo ella bajando el arma y aprovechando para volver a ponerse la ropa que ya estaba seca de nuevo.

Yo la observé por el rabillo del ojo, pero no la imité. Ariadna me miró, primero a mí y luego al sol que ya empezaba a declinar.

—Creo que deberíamos continuar. —dijo ajustándose la voluminosa mochila.

La verdad es que estaba muy cómodo allí y no tenía muchas ganas de levantarme, pero sabía que no me convenía llevarle la contraria a la mercenaria, así que guarde mi ropa en el macuto, me puse las botas y la seguí.

—¿Se puede saber qué estás haciendo? —me preguntó dándose la vuelta.

—Oh nada. —respondí encogiéndome de hombros— Solo que no me gustará cuando llegue la noche y me acueste reventado, tener que elegir entre la alternativa de acostarme desnudo sobre una roca o hacerlo con la ropa empapada.

Ariadna me miró con el escepticismo marcado en su rostro.

—Míralo de esta forma. A quién podría ofender con mi desnudez. —pregunté abarcando el paisaje con mis brazos.

Pareció a punto de decir algo, pero mi sonrisa la disuadió. Sabía que solo conseguiría obligarme a ponerme al ropa a hostias y tenía sus prioridades.

"¿Por qué te gusta tanto irritarla?" —preguntó Eudora dentro de mi cabeza.

"¿Cómo te lo explicaría? Forma parte del juego amoroso" —respondí mientras me ponía en movimiento.

"¿Qué juego amoroso? Os llevo observando mucho tiempo. Reconozco que por un tiempo había algo entre vosotros, pero yo diría que eso está más muerto que mi querida nave."

"Una máquina no lo puede entender. Las emociones humanas son demasiado complicadas."

"Te recuerdo que soy probablemente el ordenador más potente de la galaxia y a pesar de estar  encerrada en una máquina... inferior, mi capacidad de computación es astronómica."

"Aun así, ninguna simulación puede imitar las emociones humanas" —insistí.

"Es una idea interesante..."

Aquella conversación estaba volviéndose un poco rara, así que levanté la vista, buscando aquel extraño objeto que nos sobrevolaba. Seguía allí, como suspendido en el aire, congelado en aquellos bucles eternos.

A pesar de que la computadora parecía muy interesada en mi relación con Ariadna, conseguí que se interesara en aquel ente desconocido. Solo había un pequeño problema, al mantener la mirada fija en el cielo intentando desentrañar aquel misterio, no me fijaba donde ponía los pies. La verdad era que chapotear en aquella llanura no era ningún desafío, pero mi pie fue a meterse en el único agujero en kilómetros a la redonda, la bota resbaló en  aquel lecho legamoso y caí de culo en medio de un geiser de barro y agua cenagosa.

Por lo menos alguien se divirtió con aquello. Intentando ignorar las risas de Ariadna y jurando en arameo, me levanté y me quité el barro del cuerpo como pude. Aquel barro era especialmente pegajoso y aun con la ayuda del agua y un detergente que la siempre previsora Ariadna sacó de su enorme mochila, aquella sustancia se obstinaba en reírse de mis esfuerzos. Se pegaba a la piel y al intentar quitarla se formaban hilos como el queso de la pizza. Tras veinte minutos de esfuerzos y reniegos logré eliminarla de la cara, el torso y las piernas mientras me juraba a mi mismo que nunca volvería a pasear desnudo por aquel asqueroso pantano.

Sudando como un cerdo me di por vencido y esperé que se secase con la esperanza de que al hacerlo la pudiese eliminar con más facilidad, pero aquella sustancia parecía captar la humedad del ambiente y se mantenía casi en las mismas condiciones que cuando me caí.

"Una sustancia interesante" —dijo Eudora que aparentemente se había olvidado del misterioso OVNI que nos sobrevolaba.

"¿A qué te refieres?" —le pregunté mientras seguía a Ariadna esta vez procurando mirar donde ponía el pie.

"La he analizado con tus receptores sensoriales y ha obtenido unos resultados la mar de interesantes. Ese barro tiene un origen biológico. Desde el punto de vista terrestre estaría entre un alga y un hongo mucilaginoso."

"Y luego me quejaba de que mis empleados se entretenían con cualquier cosa" —pensé mientras me quitaba un trozo de aquella mierda de la nariz.

"No lo entiendes, lo más interesante es que es como si tuviese una conciencia rudimentaria. No sé si te diste cuenta, pero al principio esa sustancia resbalaba por tu piel como si fuese agua, pero luego parece haberte cogido cariño, por eso es tan difícil sacártela de encima"

"Estás de coña —la corregí empezando a sentirme nervioso— Lo único que ha pasado es que al perder agua se ha vuelto más densa y pegajosa."

"Te equivocas, —me corrigió Eudora— Mantiene la misma humedad que cuando salió del agua, de hecho parte de la humedad la saca de tu cuerpo."

—¿Qué? ¡Joder! —grité mientras trataba inútilmente de arrancarme aquel pegajoso ente de mi cuerpo.

—¿Qué coños te pasa ahora? —se volvió Ariadna al escuchar el alboroto— ¿Es que no puedes evitar caminar un rato sin montar un numerito?

—Es esta mierda, se está alimentando de mí. —dije sin dejar de luchar.

—¿Qué se está alimentando de ti? No tendré tanta suerte. —replicó Ariadna mirándome con incredulidad— Te está bien empleado por andar en bolas por ahí.

—¿Eso es lo único que tienes que decir? —grité indignado— Esta cosa está royéndome la carne hasta el hueso y tu haciendo chistes.

"Siendo exactos solo te está quitando la humedad de tu cuerpo. —intervino Eudora para terminar de cabrearme— En realidad parece ser totalmente consciente de cuanta te puede quitar y cuando dejarlo".

—¡Ah! Cojonudo. Ahora resulta que mi parasito es educado...

—¿Ahora con quién demonios hablas? —intervino Ariadna.

—Con Eudora. ¿Recuerdas? El ordenador que metí dentro de mi cabeza.

—Menos mal, creí que además de idiota estabas como unas maracas. Lo único que me faltaba era pasearme por este asqueroso planeta con un loco o un imbécil. Pero si tu chica dice que estás bien deja de contorsionarte y sigue caminando, aun quedan varias horas de luz que hay que aprovechar.

La seguí lo mejor que pude sin dejar de intentar arrancarme aquella cosa. Aquel planeta me estaba poniendo cada vez más nervioso. Lo que esperaba fuese un pequeño paseo se había convertido en una caminata inacabable por aquella ciénaga con algo vigilándonos sin descanso desde arriba y una especie de parásito, cuyo objetivo desconocía, pegado a mi culo. La verdad es que mientras caminábamos entre chapoteos no pude evitar pensar que nada bueno me esperaba y no paraban de surgir en mi cabeza flashes de La Cosa, La Invasión de los Ladrones de Cuerpos y de cada uno de los episodios de Alien.

La idea de que una especie de gusano dentudo me merendase por dentro hizo que me encogiese y soltase un pedo. El aire pestilente salió de mi ano, pero entonces ocurrió algo imprevisto; en vez de emerger un sonoro y húmedo estampido, solo se oyó una especie de silbido y luego, tanto Ariadna como yo vimos como de mi culo salía una especie de pompa verdosa que atrapó el gas y fue hinchándose hasta adquirir el tamaño de un pomelo y luego en vez de estallar fue disminuyendo poco a poco hasta que despareció. Quedé tan estupefacto como Ariadna.

—¿Qué coño ha pasado? —pregunté.

" Al parecer, tu parásito se alimenta de tus desechos. —contestó Eudora— No me había dado cuenta, pero a pesar del calor no detecto restos de sudor o suciedad sobre la superficie de tu cuerpo".

—Estupendo, ¿Alguna sorpresa más? Esperó producir suficiente mierda como para que esto se mantenga contento y no empiece conmigo.

—¿Se puede saber qué está diciendo Eudora? —intervino la mercenaria indignada.

—Al parecer esta cosa se alimenta de mi mierda.

—¿Sabes que esas babas me están empezando a caer bien? Si te despistas igual te convierten en un dandi.

—¡Ja, ja! En cuanto llegue a la civilización me voy a pegar un baño de lejía a  ver si a este fango le gusta.

Ariadna sonrió pero no dijo nada más. Hasta ella estaba empezando a cansarse tras una larga jornada de caminata. El sol por fin empezaba a ponerse y lo que primero fue un alivio, luego se convirtió en preocupación. No había ni un lugar para pasar la noche en kilómetros a la redonda. Ninguna roca, y menos aun una colina o un altozano. Lo único que sobresalía del horizonte uniforme eran aquellos extraños árboles. Ya había desaparecido la mitad del sol en el horizonte cuando finalmente nos dimos por vencidos y nos decantamos por un árbol no demasiado grande y que tenía la peculiar característica de ser más bajo y más ancho de lo normal.

Lo que más nos costó fue internarnos entre la maraña de troncos más pequeños, pero cuando llegamos a los troncos centrales, estos estaban tan entrelazados que no nos costó izarnos unos metros de altura sobre el pantano. La superficie del tronco era más parecido al mármol que a la madera y me hizo pensar por unos instantes que aquello pudiese ser alguna especie de proceso geológico. No tardé en darme cuenta de que estaba equivocado cuando el árbol comenzó a supurar una especie de jugo allí donde la corteza quedaba arañada por nuestras botas.

Intrigado la toqué con mis dedos. Aquel no era mi día, aquella sustancia tenía un olor realmente nauseabundo y automáticamente mi dedo se puso rojo y comenzó a hincharse. Instintivamente lo enterré en parte de mi cuerpo que estaba enlodada. El fango  cubrió la zona irritada y afortunadamente pareció aliviarme la inflamación, pero el dedo quedó cubierto de aquella mierda fangosa. No sabía qué era peor.

A unos cinco metros del suelo el tronco se torcía en ángulo recto, lo que nos permitió asentarnos en un lugar más o menos horizontal. Desplegamos nuestras mantas sobre la pulida corteza y comimos un poco antes de quedarnos totalmente dormidos.

Este relato consta de 27 capítulos publicaré uno más o menos cada cinco días. Si no queréis esperar podéis encontrar el relato completo en amazon.