Planeta Prohibido. Capítulo 27

27. Patente de corso Epílogo griego

27.  Patente de corso

En cuestión de cuarenta y ocho horas el resto de las naves de Kallias llegaron al sistema y fueron tomando posiciones en aquella nube de cascotes y asteroides. El plan era sencillo, utilizar la flota rebelde como  cebo para atraer a los kuan y asaltarlos cuando se introdujesen en aquel laberinto de asteroides.

Los kuan eran poderosos, pero eran sumamente predecibles. Al entrar en nuestro sistema se moverían con cautela, pero una vez que viesen el escaso potencial de nuestras naves de guerra se internarían en aquel dédalo de planetoides. Esperaríamos a que  toda la flota se separase entre las rocas del cinturón y entonces atacaríamos.

Estaba todo clarísimo, solo hacía falta que los kuan apareciesen y se tomaron su tiempo. Con todas nuestros transportes de asalto preparados y cargados de tropas hasta los topes, mi nueva nave incluida, estábamos cada vez más nerviosos. Sin embargo la embajadora y sus colegas no perdieron el tiempo y avanzaron en sus conversaciones. Confiados ahora en que los mercenarios humanos estaban en sus puestos de combate, dejaron de pensar en su futuro inmediato y comenzaron a hacerlo más allá.

Yo pasé el tiempo lo mejor que pude follando con Eudora tan a menudo como mi polla me lo permitía. La ginoide era tan complaciente que me estaba empezando a aburrir. Afortunadamente Ariadna estaba tan entretenida con Kallias aprestando a las tropas que creo que no se enteró de nada.  Apenas la vi un par de veces. Una cuando entre en la nave para asegurarme que las tropas no me la habían desguazado y para ver que tal estaba Flurnikk y en otra ocasión en la que Kallias me visitó para agradecerme personalmente mi generosidad. Como si hubiese tenido otra opción. Había que joderse.

El tiempo pasó lentamente, pero finalmente el ansiado momento llegó. Estar de nuevo en mi nave, con mi tripulación al completo, me dio una sensación de euforia y a la vez de alivio. Si las cosas se torcían estaba totalmente seguro de quien sería el que saldría indemne de aquel lugar. Aunque Kallias daba el triunfo por hecho, yo prefería ser más prudente.

Nos elevamos y nos alejamos del planetoide lentamente. La Eudora II llevaba las bodegas repletas de tropas. No os hagáis una idea equivocada. Allí no había monstruos peludos de dos metros armados con ballestas, ni ewooks con lanzas de madera, eran humanos uniformados. Tipos curtidos, capaces de masticar clavos y armados hasta los dientes, con pinta de tener tantas ganas de machacar a alguien que daba miedo. Después de todo llevaban casi diez días encerrados sin ni siquiera un chocho a mano para desfogarse.

Kallias se había ido a uno de los transportes en la cabeza del ataque y Ariadna, típico de ella, estaba en la nave insignia de la flota rebelde. O sea en el lugar más expuesto. Yo y mi nave  nos mantendríamos en la reserva, conscientes de que el enemigo nunca actúa como te lo imaginas en los planes.

Al final los kuan se dignaron a aparecer. Tal y como esperábamos la flota kuan se acercó lentamente, con precaución, utilizando las patrulleras para explorar el espacio cercano. Nuestras naves posadas en los pequeños asteroides y perfectamente camufladas pasaron desapercibidas.

La flota kuan era incluso mayor de lo que esperaba y en el centro de la formación había un gigantesco acorazado, de un nuevo tipo, con una pareja de cañones de iones enormes en la proa.

Antes que guerreros, esas sabandijas eran comerciantes. Conocían el valor de cada nave destruida y cada tiro desperdiciado. Como siempre nos hicieron una invitación a rendirnos, llena de una hechizadora empatía:

—Ciudadanos de la Federación. Soy el almirante  Kregas, jefe de la primera flota combinada. Conmino a la flota rebelde a rendirse. —se dirigió el nuevo almirante kuan a nuestras pantallas— Si deponéis las armas y entregáis a los cabecillas que os han puesto en esta desgraciada situación, no habrá represalias. Nos encargaremos de devolveros a vuestros hogares. Incluso esos asquerosos humanos mercenarios podrán largarse sin temor a represalias.

—Hola, chato, aquí el almirante Pozo. Comandante en jefe de la flota del COLON. Encantado. No está mal la oferta. Para ser kuan es bastante generosa. Aunque no creo que ninguno de nosotros quiera volver a las minas de glesta o a esas asquerosas factorías. Así que te haré una contraoferta. Si aceptáis nuestro nuevo estado, os vais ahora mismo y no me obligáis a echaros de este sistema a base de patadas en el culo, os dejaré marcharos en paz. He dicho.

En cuanto terminé corte la comunicación, activé el camuflaje y me desvié observando las evoluciones de la flota enemiga.

Tras un par de horas la flota kuan adoptó una formación en flecha con el gigantesco acorazado en retaguardia. Como imaginábamos la flecha se deshizo cuando la avanzada penetró en el cinturón. Las naves mercenarias se mantuvieron quietas, repartiéndose los objetivos y esperando que toda la formación estuviese entre los planetoides. Mientras tanto, la flota de Ariadna permanecía estática en una formación defensiva en rombo con toda la energía desviada hacia los escudos.

Las primeras patrulleras y cazas empezaron a llegar y se internaron perseguidas por los cañones y los escasos cazas de la rebelión.

Enseguida vi el problema, la nave insignia de los kuan no cabía en el estrecho espacio que había entre los asteroides y había optado por pulverizarlos a cañonazos, destruyendo algunos de  los transportes de Kallias. El coronel no podía esperar más y ordenó el ataque general.

Consciente de que para eso estaba yo allí, contacté con Kallias para indicarle que se olvidase del acorazado y me lo dejase a mí. Como lo más importante era permanecer indetectable desplegué las velas solares. No era la forma más rápida, pero sí el almirante kuan nos detectaba estaríamos fritos, así que me dirigí hacia la nave insignia kuan en una carrera desesperantemente lenta, mientras sus cañones destruían todo lo que se les ponía por delante.

Era desesperante ver como el superacorazado avanzaba lentamente destruyéndolo todo. Apenas quedaban más que unas decenas de cascotes para que aquella mole saliese del campo de asteroides cuando entramos en su escudo. Esa fue la primera pista de que algo iba mal para ellos, una pequeña distorsión en la energía del campo de fuerza, pero ya era demasiado tarde. Con un golpe de los propulsores Flurnikk acercó la nave y la adosó a una escotilla a unos cientos de metros del puente de mando. El muncar parecía haber nacido para aquello. Ni yo mismo lo hubiese hecho mejor. Además se comunicaba de forma excelente con la computadora de la nave y en cuestión de menos de medio minuto solo una escotilla nos separaba de nuestro objetivo.

Con las órdenes claras, los dos pelotones de mercenarios se prepararon para el abordaje. Yo lideraría el primero que sería el que se dirigiría hacia el puente de mando y el otro se dividiría en dos; la mitad se dirigiría a la sala de maquinas para tomarla y el resto se ocuparía de cubrirnos las espaldas y facilitarnos una vía de escape en el improbable caso de que nos viésemos superados.

La escotilla era una pequeña portilla de mantenimiento. No estaba diseñada para resistir un ataque, ya que con la capacidad de defensa de esta, si un loco intentase llegar tan cerca, varias decenas de cañones lo convertirían en polvo estelar antes de que llegase siquiera al escudo. Era un poco estrecha y solo podíamos entrar de uno en uno. Afortunadamente daba a una serie de pasadizos de mantenimiento justo por debajo del casco los cuales apenas estaban frecuentados.

Los oficiales de los dos pelotones y yo fuimos los primeros en entrar. Una alarma sonó por toda la sección acompañada de unas luces parpadeantes. Eudora nos siguió y se conectó inmediatamente a la computadora de la nave en uno de los puertos de acceso, anulando la alarma y extrayendo un plano de la nave. Mientras las tropas se desplegaban en silencio y aseguraban el pasadizo por ambos extremos, Eudora cargo los planos en nuestras holopantallas y enseguida planificamos nuestros siguientes movimientos. Aquellos pasadizos no eran muy largos y desembocaban en unas pequeñas salas de mantenimiento que conectaban con las distintas secciones de la nave por medio de una especie de vagones de levitación magnética. En cuestión de un par de minutos los escuadrones se desplegaron para cumplir con sus objetivos.

No esperaba que hubiese mucha oposición. Aquellas naves estaban en su mayor parte automatizadas y la mayoría de la tripulación eran ingenieros y especialistas sin demasiada experiencia militar, pero cada minuto contaba y teníamos que apresurarnos.

Nos introdujimos en aquellos vagones y avanzamos directamente hasta la sección de proa. Eudora estaba justo detrás de mí con mi DP12 preparada.

—¿Estás nerviosa? —le pregunté.

—¿Nerviosa? —repitió mi pregunta extrañada— No. ¿Por qué iba a estarlo?

—No sé. ¿Quizás porque algún disparo despistado podría arrancarte la cabeza?

—La verdad es que no. Si pierdo la cabeza, la copia de seguridad está en la nave...

En ese momento los vagones se detuvieron interrumpiendo la conversación. El pelotón se desplegó en cuestión de un minuto y salimos de la pequeña estación. Los dos arkeliones que la vigilaban estuvieron muertos antes de que se preguntasen quién demonios éramos. Sin embargo las cámaras nos detectaron y esta vez una alarma aun más estridente recorrió la nave de proa a popa.

Volamos la puerta de la estación y salimos a un amplio pasillo con tiempo apenas suficiente para desplegar los escuadrones. Mientras un capitán tuerto con uno, se dirigía a popa, yo con el resto de los hombres me dirigí hacia la proa. Los primeros guardias aparecieron por la siguiente escotilla, eran casi una docena y estaban bien adiestrados. Se atrincheraron y nos estaban reteniendo. Los mercenarios, conscientes de que cada segundo contaba, se lanzaron en un ataque suicida que hubiese acabado en desastre si no hubiese sido porque aproveché la diversión para lanzarme hacia el techo y colgado de él gracias a mi lodo, disparé y mate a tres. Del resto se ocuparon los soldados. Un último chim.gam que estaba tras la escotilla impedía el paso, pero con el sable laser atravesé el panel de fibroplástico tras el que se parapetaba y lo ensarté.

Pasamos en tromba a una sala de comunicaciones que hacía de antesala del puente de mando. Siguiendo mis instrucciones los mercenarios mataron a todos los técnicos causando el menor daño posible al equipamiento. Después de todo, aquella preciosidad sería uno de las naves que me quedaría.

La puerta del puente de mando fue un poco más complicada. La escotilla era doble y el fibroplástico estaba reforzado con placas blindadas de titanio. Me costó un rato pero al final conseguí destruir el cerrojo. Los primeros dos hombres en entrar cayeron víctimas de los disparos de los defensores. Pero como me imaginaba, no se esperaban aquello y aunque estaban bien entrenados eran apenas media docena. En cuestión de segundos estaban muertos o desarmados. Inmediatamente mandé a los hombres a reforzar la retaguardia consciente de que el resto de las tropas enemigas se estarían organizando para contraatacar.

Antes de nada me acerqué a la pantalla táctica para ver la situación. La flota rebelde había perdido un par de fragatas y un portanaves, pero el viejo acorazado, que hacía de nave insignia rebelde, había aguantado como un campeón. Ariadna tendría que esperar a la próxima batalla para diñarla.

—No te saldrás con la tuya, sabandija. —dijo el almirante kuan al fin recuperado de la sorpresa— No tenéis nada que hacer. Solo habéis conseguido retrasar lo inevitable. Mi tripulación no tardará en contraatacar y volverá a tomar el control y mientras tanto el resto de mi flota os borrará del mapa.

—Para ti, almirante sabandija. Y si quieres acercarte a la pantalla táctica verás algo muy divertido. —le repliqué haciendo zoom en el par de naves que escoltaban al almirante.

El almirante Kregas se acercó con toda la chatarra que tenía en el pecho tintineando y se inclinó para ver como un mercante dentoniano con su inconfundible perfil de ballena jorobada y un espacioyate deportivo estaban adosados a dos fragatas kuan. Los escudos de las naves estaban bajados y era evidente que se mantenían al pairo esperando órdenes. Mis órdenes.

El almirante kuan miraba con los hombros hundidos como los restos de su flota eran reducidos. Sabía que su carrera había terminado y probablemente su vida también. Su única posibilidad era retomar el control de su nave insignia, pero cuando mis mercenarios tomaron la sala de máquinas y cortaron la energía sabía que no tenía nada que hacer.

De nuevo puse una vista general en la pantalla táctica y observé. Las naves que rodeaban al superacorazado habían caído prácticamente intactas, pero el resto, como tenían tropas de asalto para atacar el planetoide y controlar las naves rebeldes capturadas, se defendieron con dureza y mostraban bastantes daños. Solo dos docenas de las naves Kuan habían aguantado  el asalto y ahora estaban siendo acribilladas por la fuerza combinada de la flota rebelde y el resto de las naves kuan capturadas. Con una sonrisa me uní a la refriega invitando al operador de los cañones de proa con mi pistola láser que apuntase a la nave kuan más importante que quedaba un enorme portanaves que aun se defendía con la ayuda de sus cazas y naves patrulleras.

El cañonazo hizo que toda la estructura de la nave vibrara, pero bastó solo un pepinazo para que donde antes había una orgullosa nave, ahora solo quedase un montón de chatarra flotando en el espacio.

Inmediatamente el resto de las naves dejaron de disparar y fueron abandonadas por sus tripulaciones en pequeñas cápsulas de escape que no nos molestamos en destruir.

—Bien, ahora haz el favor de decirle a tu tripulación que deje de malgastar vidas contra toda esperanza. —dije acercando la espada laser a su cabeza.

—No temo a la muerte. —dijo el tipo irguiéndose y mirándome desafiante.

—Claro que no. —repliqué— Pero supongo que el dolor es otra cosa. —añadí esculpiendo una fina línea ardiente en su brazo izquierdo. El almirante gritó y se encogió.

—¡Animal! ¿Es que no tienes honor? —gritó el almirante encogiéndose y agarrándose el brazo herido.

—¿Acaso el mandar a tus hombres a un muerte inútil es mucho más honorable? —repliqué escupiéndole a la cara y acercándole el micrófono del comunicador de la nave— Te ruego que no acabes con mi paciencia. No te lo pediré otra vez.

Si las miradas matasen hubiese caído inmediatamente fulminado, pero el almirante kuan no tuvo otro remedio que rendir la nave. En cuestión de minutos teníamos a toda la tripulación de la nave encerrada en uno de los hangares. Como nadie tenía tiempo ni ganas de hacer de niñera de todos aquellos prisioneros los llevamos a uno de los transportes de asalto y después de desarmarlo los metimos en él. Solo nos quedamos con el almirante. Los kuan eran excelentes negociantes. Seguramente pagarían un pastón por recuperarlo, ya fuese para poner otra flota en sus inútiles manos o para despellejarlo lentamente. Me daba absolutamente igual.

Desde el puente de mando observé el panorama. La victoria había sido total, pero no estaba del todo satisfecho. Solo habíamos capturado relativamente intactas una veintena de naves, cinco portanaves una fragata, un acorazado, tres corbetas, el superacorazado y unas cuantas naves menores. No esperaba que la lucha en el interior de las naves hubiese sido tan violenta y había decenas de naves a la deriva, abandonadas tanto por los kuan como por los mercenarios de Kallias, explotando y estrellándose contra los planetoides. Era el inconveniente de pelear en medio de un cinturón de asteroides. Un buen lugar para una emboscada, pero no para maniobrar con naves averiadas. En fin, no podía tener todo en la vida, tampoco nos había ido tan mal. Después de hacer recuento, los mercenarios habían perdido unos trescientos hombres, la mayoría en los transportes que habían quedado destruidos o dañados antes de adosarse a sus objetivos. Los rebeldes habían perdido una fragata y una decena de naves de menor importancia. Un precio pequeño por la libertad, sin duda.

Tras asegurar las naves capturadas, agrupamos las intactas o que podían ser reparadas en un lugar despejado y se celebró una reunión en el puente de mando del superacorazado. Tanto Kallias como la flamante presidenta en funciones de la COLON parecían bastante interesados con mi nuevo juguetito. Ariadna, sin embargo, no parecía demasiado impresionada.

No sentamos en torno a una enorme mesa de conferencias de madera de limko, la madera más cara de la galaxia, en una amplia sala de conferencias. Cómodamente sentado en el sillón de viluma apoyé las manos en la brillante superficie verde oscuro de la mesa y fui directo al grano.

—Creo que podemos decir que los planes han sido un éxito. Como comandante de esta operación no puedo dejar de felicitaros. —dije en el tono más petulante del que fui capaz—Todos hemos cumplido con nuestro papel y el resultado ha sido espectacular.

—Déjate de estupideces. —intervino Ariadna— Cada vez tienes más subidos los humos. Todos sabemos por qué estamos aquí.

—Sí, bueno. Los rebeldes ganan su libertad. Vosotros un nuevo cliente satisfecho. Yo también quiero la parte que me corresponde. Es natural. —argumenté yo.

—No hemos capturado tantas naves como pensábamos. —argumentó Kallias— Si te quedas con las diez que tu elijas, a nosotros nos quedarán unas pocas naves menores.

—Soy consciente, pero no es mi problema. Sin embargo el buen humor me hace sentirme magnánimo, quizás podamos llegar a un acuerdo.

—¿En qué estás pensando? —preguntó el coronel.

—Se que las naves grandes no te interesan nada más que para pagarme los transportes. Sin embargo la alianza rebelde necesita urgentemente reforzar su flota. —respondí yo mientras mis interlocutores asentían con la cabeza.

—No te fíes de esa sabandija. —intervino Ariadna.

—Creo que ambos llegaréis a la conclusión de que es una oferta justa. La verdad es que si revendiese ese montón de naves a Saget no me daría ni la mitad de lo que mi querida Ariadna despilfarro, así que ¿Por qué no os cedo todas esas naves a cambio de una parte del negocio? Con esos transportes y las naves de batalla que os corresponden para escoltarlas, os convertiréis en una flota considerable y ya no dependeréis de transportes ajenos para cumplir vuestros contratos. Eso aumentará los beneficios y yo solo me quedaré con un irrisorio quince por ciento. —le expliqué al coronel con una sonrisa.

—¿Cómo te atreves, hijo puta? —estalló Ariadna.

—El quince es demasiado. —contestó inmediatamente Kallias atajando las protestas de Ariadna— Yo veo más justo un seis por ciento...

—Ni para ti, ni para mí. El once por ciento me parecerá bien. Ten en cuenta que solo recibiré dinero si tenéis beneficios y estoy seguro de que no todas vuestras aventuras serán igual de lucrativas que esta. Además, si lo deseas, podrás recuperar a Ariadna. —dije yo consciente de que Kallias estaba especialmente satisfecho de haberla tenido de nuevo a sus órdenes.

Ariadna se volvió hacia mí y al contrario de lo que esperaba me miró furibunda. ¡Joder! ¿Ahora qué coños quería? Llevaba meses recriminándome que la tuviese "secuestrada" y lejos de sus camaradas y cuando le daba la libertad me miraba como si le hubiese traicionado. La sonrisa del coronel, que se apresuró a aceptar el trato, me hizo abandonar aquellos pensamientos y volver a los negocios. Ya tendría tiempo de hablar con la mercenaria antes de que se fuese para saber qué demonios había hecho mal esta vez.

—En cuanto a la Confederación... Soy consciente de que necesitáis potenciar urgentemente vuestra flota y estaría dispuesto a venderos las naves que me han tocado.

—Y a nosotros nos encantaría comprarlas, pero aunque nuestras previsiones son buenas, actualmente nuestras finanzas no son precisamente boyantes. Si intento presionar demasiado a los miembros de la Confederación eso podría generar tensiones que una alianza aun tan frágil no se puede permitir. Podemos pagar a los hombres de Kallias, pero no nos queda apenas nada. —argumentó Urglur tirando de su labia a esas alturas ya legendaria.

—Bueno, siempre estoy dispuesto a llegar a otro tipo de acuerdos. —repliqué yo.

—¿En que estas pensando? —preguntó la presidenta en funciones.

—En una cantidad de dinero más bien testimonial y el resto podríais pagármelo en especie.

La turania no contestó, simplemente me invitó a continuar con un gesto.

—He estado estudiando vuestro nuevo estado. En el sistema de Kelp hay un planeta rocoso. Selva Glumkam creo que lo llaman. Demasiada masa para resultar cómodo para cualquiera de vuestras razas. Esta deshabitado de especies inteligentes y es perfecto para mí. ¿Qué te parece si me lo das en pago por todas las naves? Con eso y cinco mil créditos quedamos en paz.

Urglur me miró y pareció sopesar pros y contras. Era consciente de que mis planes eran convertirlo en una base de operaciones para mis chanchullos, pero también sabía que sería útil saber dónde encontrarme, así que finalmente asintió.

—De acuerdo, pero con una condición. El planeta seguirá perteneciendo oficialmente a la COLON. Y nada de negocios poco claros, no quiero quejas de tus vecinos de sistema. —me advirtió Urglur.

—Palabrita del niño Jesús. —mentí yo poniendo cara de no haber roto un plato.

Lo que me gusta de los embajadores, aunque se hayan convertido en dirigentes de un nuevo estado, es que son siempre una pandilla de buenistas y en el fondo están ansiosos por creerte, así que a cambio de un acorazado con el que no sabía qué hacer y unas cuantas naves que no necesitaba, ahora tenía un planeta entero para mí solo.  Y no os creáis que lo había elegido al azar. En una de mis últimas misiones de contrabando le había echado el ojo. Era bastante grande y alejado del resto de los planetas de aquel sistema. Tenía dos grandes océanos en la zona ecuatorial plagados de archipiélagos y dos grandes continentes al norte y al sur con frondosos bosques de algún tipo de hierba arborescente. Ideal para esconder material y quizás montar algún nuevo negocio...

Con todos los clientes satisfechos se levantó la sesión, mientras tanto yo no paraba de hacer planes. Las siguientes semanas serían interesantes.

Epílogo griego

La siguiente semana fue una locura. Escoltado por la flota reforzada de la COLON y los cuerpos mercenarios humanos, tuve el honor de llevar a su flamante presidenta en funciones a la nueva capital elegida por consenso. Harpektar era un pequeño planeta que giraba en torno a una enana blanca. No pertenecía a ninguna facción importante, estaba en una posición central en el nuevo estado, lo que facilitaba las comunicaciones y no estaba demasiado habitado con lo que aceptaría sin dificultad varios cientos de miles de funcionarios. La vida en aquel lugar pronto cambiaría radicalmente. Lo que no sabía era cuánto duraría aquello.

La COLON acababa de nacer y se enfrentaba a múltiples problemas, internos y externos. Una multitud de nuevas medidas esperaban ser aprobadas e implementadas por la flamante Presidenta en funciones. Algunas definirían el destino de aquella endeble alianza. No envidiaba la tarea de la primera presidenta. En fin, igual esos capullos me sorprendían y esta vez hacían las cosas como Dios manda.

Por lo menos la cosa empezó bien y a pesar de las escasas infraestructuras de la recién nombrada capital, las celebraciones fueron dignas de un almirante victorioso y culminaron en una gran cena que se celebró en el palacio de gobierno provisional; apenas un par de muros y un tejado de fibroplástico, pero la comida estaba bastante buena y le whisky de Saget apareció como por ensalmo.

Yo estaba en mi salsa, como siempre con una botella en una mano y el culo de Eudora en la otra, charlando con los más granado de la nueva Confederación, ya sabéis, tanteando sus necesidades, cuando Ariadna se acercó y tiró de mí fuera de la sala del banquete.

— Vamos, tenemos que hablar. —dijo Ariadna.

—¿Ahora qué he hecho? —le pregunté yo mientras la dejaba arrastrarme unos cientos de metros hasta un pequeño bosquecillo.

Ella no me contestó, me llevó detrás de un conjunto de piedras que según los lugareños era el último lugar de descanso de un famoso héroe ya casi olvidado. Yo la seguí observando como el mono de combate que llevaba incluso a las fiestas de etiqueta se ceñía a las curvas de su cuerpo, realzando su culo redondo y musculoso. Finalmente, al abrigo de miradas indiscretas, se volvió y se encaró conmigo.

—¿Cómo te has atrevido? —me espetó.

—¿Que me he atrevido a qué? ¿De qué coños hablas? —la pregunté empezando a mosquearme. Aquella mujer siempre tenía que estar de mal humor.

—Me has mandado de vuelta con Kallias.

—¿No era eso lo que querías? No te entiendo, llevas meses llorando por volver con tu adorado capitán y otra vez estás cabreada. No sé qué tengo que hacer para tenerte contenta. Todo lo hago mal. —me quejé levantando las manos en señal de rendición.

—Lo que haces mal es que nunca me consultas sobre mi futuro. Para ti solo soy una herramienta prestada, ¡Yo no tengo ni voz ni voto! Eres un majadero.

Sin pensarlo se acercó a mí y me arreó un puñetazo. Ese fue el gesto que colmó el vaso.  Con todos mis dientes bailando me acerqué a ella e intenté devolverle el golpe. Me esquivó limpiamente y me arreó una patada en el estómago. Esta vez estaba preparado y mi lodo formó un escudo en mi vientre que amortiguó el golpe. Eso no la arredró y volvió atacarme aun con más saña. Consciente que en el ataque a distancia no tenía nada que hacer, me lancé sobre ella y ambos caímos rodando por el suelo polvoriento. Ayudado por otros tres brazos más que surgieron de mis hombros no tarde en inmovilizarla.

Ariadna se revolvió e intentó todo, pero nuevas extremidades surgieron de mi lodo terminando de inmovilizarla. Miré como sus ojos oscuros echaban fuego y no pude evitarlo acerqué mis labios y la besé.

La mercenaria me sorprendió devolviéndome el beso con fiereza. Sabía a fruta y al whisky de Saget. su cuerpo se relajó ligeramente mientras yo le bajaba la cremallera de su mono de combate hasta dejar a la vista sus pechos pequeños con los pezones oscuros y tan erectos como mi polla. Aprovechando mi posición de control bajé por su cara y su mandíbula, le besé y le mordisqueé el cuello mientras notaba como su respiración se aceleraba. Estaba tan excitado que no veía el momento de clavarle mi miembro. No me lo pensé y me aparté para deshacerme de la ropa. Ariadna se levantó inmediatamente y de un empujón estrelló mi cuerpo desnudo contra una roca. Las arenillas y los líquenes se clavaron en mi espalda. Intenté adoptar una postura más cómoda, pero tras convivir tanto tiempo juntos en la misma gravedad se había vuelto tan fuerte o incluso un poco más que yo. Me cogió por las muñecas, las aprisionó contra la piedra y comenzó a besar y morder con saña mi cuello, mis labios y mis tetillas hasta hacerme aullar.

Evité usar mis amigos microscópicos para tomar ventaja así que me tuvo dominado cuanto quiso hasta que cogiéndome por el cuello se agachó y me proyectó por encima de su hombro. Caí sobre el suelo con un ruido sordo, levantando una pequeña nube de polvo. Ariadna se desnudó rápidamente mientras yo intentaba recuperar un poco el resuello y antes de que pudiera quejarme se sentó sobre mi cara. Su sexo estaba húmedo y caliente y en la agobiante oscuridad de sus ingles busqué con mi lengua lamiendo y sorbiendo aquellos deliciosos jugos.

—¿Te gusta que te mandingoneen? ¿Verdad que no es agradable? —preguntó la mercenaria mientras daba pequeños saltitos frotando su vulva contra todos los apéndices de mi cara.

Su respiración se convirtió en un coro de suaves gemidos que me puso totalmente fuera de mí, pero antes de que yo hiciese alguna tontería, ella se inclinó y se metió mi polla en la boca y comenzó a chuparla al mismo ritmo que mecía sus caderas.

No pude evitar un ronco gemido y sin dejar de lamer y mordisquear su sexo comencé a mover mis caderas, deseando clavarle la polla en el fondo de su garganta.  En ese momento les di unas órdenes a mi agentes microscópicos y con la ayuda de unos apéndices que emergieron de mi espalda, me puse en pie con la mercenaria aun agarrada a mí como una garrapata y chupándome el miembro boca abajo.

Estaba a punto de tirarla contra el suelo para aprisionarla con mi cuerpo cuando ella, dándome un rodillazo en la cara, se soltó y apoyando las manos en el suelo dobló la espalda y con la elegancia de una gimnasta recuperó la verticalidad.

Ariadna me miró con despreció mostrando su espléndido cuerpo. Yo no podía apartar la mirada de sus piernas y su culo. Me abalancé sobre ella, pero en el cuerpo a cuerpo tampoco había color, de nuevo estaba en el suelo, con ella sentada encima de mi pene. Con una sonrisa salvaje se meció sobre mi polla recorriéndola con la raja de su vulva y solo cuando estaba a punto de volverme loco se adelantó un poco y se la clavó hasta el fondo de su vagina. Todos mis pensamientos se derritieron mientras ella subía y bajaba gimiendo de placer y abofeteándome de vez en cuando.

—¡Cabrón! Hijo de puta! ¡Necio imbécil! —me insultaba sin dejar de saltar sobre mi miembro y abofetearme con saña.

Finalmente aproveché un descuido para voltearla y montarme sobre ella. La agarré por las muñecas y tanteé con mi polla, consciente de que no podía permitirle ni la más ligera ventaja. Tardé unos instantes que aprovechó mi lugarteniente para  llamarme inútil y eunuco hasta que al fin encontré su sexo y acallé sus insultos a base de violentos pollazos que no tardaron en provocar en ella un orgasmo no menos violento.

Sin dejar de penetrarla aproveché su estado de momentánea indefensión para sobar y chupetear el cuerpo y los pechos de la mercenaria y darle la vuelta. Su culo era una maravilla tensa y musculada y no pude evitarlo, separé los cachetes y tras besar ligeramente la entrada de su ano le metí un dedo en el ano.

—¡Ni se te ocurra! —me advirtió.

Yo no la hice caso y seguí dilatando el esfínter mientras besaba y acariciaba su vulva hasta que sus quejas se convirtieron en débiles gemidos. Cuando se dio cuenta Adriana tenía cuatro de mis dedos entrando y saliendo de su culo. De un tirón la puse a gatas y penetré aquel delicado agujero, ella emitió un leve quejido, pero no me impidió continuar.

No tardé en acelerar mis empeñones y cuando me di cuenta estaba sodomizándola con todas  mis fuerzas, disfrutando de aquel estrecho agujero mientras ella gemía y me insultaba incitándome a que le diese más fuerte.

A punto de correrme, me separé un instante, pero ella no me dio tregua. De un empujón me dejó sentado y se volvió a clavar mi polla en el fondo de su culo. Agarrada a mi cuello volvió a menear sus caderas como una avispa besando mi boca mordiéndome los labios y las orejas y clavándome las uñas en la espalda. Yo no fui capaz de contenerme más y me corrí dentro de su culo con un rugido. Con mi polla llenando su culo con mi leche la tumbé sobre el suelo y seguí sodomizándola hasta que perdió el control de su cuerpo corriéndose con un prolongado aullido.

Nos separamos con nuestros cuerpos embadurnados de una mezcla de polvo y sudor jadeando e insultándonos. Cuando al fin nos recuperamos un poco ella se volvió hacia mí.

—La próxima vez pídemelo, por favor. —dijo ella dándome un bofetón y recogiendo su mono antes de desaparecer.

Yo me quedé unos instantes debajo de los árboles, viendo como los rayos de una enana roja se filtraban a través de las ranuras del tosco túmulo. Me levanté y comencé a vestirme con parsimonia. Justo en ese momento vi un ligero movimiento detrás de las piedras. Me aproximé al lugar preparado para enfrentar el peligro, pero solo era Eudora. Estaba encogida, con el ceño fruncido y sus adorables labios apretados en un mohín de disgusto.

—Hola, Eudora. ¿Qué haces...

No hacía falta ser un genio para saber que Eudora había venido a buscarme y había presenciado toda la escena, pero por si acaso me lo confirmó con un sonoro bofetón y volvió a la fiesta a toda prisa, dejándome totalmente confundido. ¿Qué coños pasaba con esa robot? ¿No se supone que esos trastos son todo lógica sin una pizca de sentimientos? Daba igual de que especie fueran, jamás entendería al sexo femenino. Con el cuerpo magullado y una brecha encima del ojo que mi lodo se estaba apresurando a cerrar volví a la fiesta...

FIN

Este relato consta de 27 capítulos publicaré uno más o menos cada cinco días. Si no queréis esperar podéis encontrar el relato completo en amazon.