Planeta Prohibido. Capítulo 26

26. El triunfo de la democracia

26. El triunfo de la democracia

La mercenaria había cumplido y estaba de vuelta. Como siempre que se avecinaba jaleo, la sonrisa no le cabía en la cara. Nos saludó efusivamente y enseguida la puse al corriente de todo lo que había ocurrido mientras ella estaba comprando una flota... con mi dinero, lo que me recordó una cosa:

—¿Cuánta especia te has gastado? —la pregunté viendo como su sonrisa se volvía un poco artificial.

—La verdad es que necesitábamos muchas naves. —intentó justificarse— Y prácticamente todas se las tuvimos que comprar a Saget o por su mediación...

—¿Cuánto? —insistí temiéndome lo peor.

—Me temo que la gastamos toda. —respondió Ariadna bajando los ojos.

—¿Toda? ¡Joder! —dije cabreado— Matando gusanos espaciales serás la hostia, pero de regatear no tienes ni idea.

—Pero necesitábamos las naves. No podíamos pararnos a pelear cada crédito. —argumento ella.

—Saget te ha timado. Te ha colocado unas cuantas naves, la mayoría tan obsoletas, cuyo único destino lógico era el desguace y te las ha vendido al precio de acorazados de última generación. —la recriminé dando vueltas arriba y abajo por la habitación— Tú y tu coronel me debéis un montón de créditos. Y esta vez no pienso perdonaros ni uno. Estoy harto de ser el tonto que financia esta rebelión. Más vale que capturéis un montón de naves porque si no, en vez de una mercenario voy a tener todos los regimientos humanos a mi disposición.

—¡No te atreverás! —levantó por fin la voz.

—¡Haberlo pensado antes de tirar mi especia como si fuese mierda de muncar! Ni se te ocurra gritarme.

—Vamos, por favor. Este no es el momento. —intervino la embajadora intentando poner paz— Ahora que estamos tan cerca de nuestro objetivo, no podemos empezar a pelearnos entre nosotros. En vez de hablar de deudas deberíamos estar hablando de los siguientes pasos que debemos tomar.

Yo miré a la embajadora y finalmente levanté los brazos en señal de rendición. Estaba cabreado, pero no tanto como simulaba. En el fondo, librarme de aquella especia de origen tan moralmente dudoso era después de todo un alivio. Cabrón sí, pero no genocida. De todas formas me jodía que Ariadna gastase mis fondos de una manera tan liberal, como si fuesen suyos. Para tener una mujer que se dedicase a fundir mi tarjeta de crédito comprándose fruslerías me hubiese ahorrado un montón de años luz y no hubiese salido de La Tierra.

De todas maneras la embajadora tenía razón y nos sentamos los tres en torno a una mesa y una botella de Whisky de Saget que había traído Ariadna, previendo que necesitaría aplacarme para planificar nuestros siguientes movimientos. En cuestión de unos minutos planteamos la situación y llegamos a la conclusión de que lo que teníamos que hacer era anunciar los planes de nuestra flota para terminar de convencer al resto de los delegados a la vez que aislábamos el asteroide para evitar que los partidarios de los kuan pudiesen informar a la Federación. Afortunadamente el pequeño tamaño de aquel planetoide nos facilitaba la tarea. Bastaba con ocupar el espaciopuerto y la sala de comunicaciones para aislarlo del resto de la galaxia.

Sin acceso a esas dos infraestructuras la oposición no tendría ningún medio para conectarse con el exterior y solo podría limitarse a ver impotente como evolucionaban los acontecimientos. En cuanto terminamos la botella levantamos la sesión. Ariadna salió disparada para traer parte de las tropas que había embarcado en mi nave y tomar el control del espaciopuerto y de la sala de comunicaciones mientras yo seguía guardando las espaldas de la embajadora. No esperaba que surgiesen más problemas, pero no podía descartar que los partidarios de los kuan tomasen una medida desesperada. Si me veían a su lado estaba seguro de que no intentarían nada.

Salimos hacía la plaza que rodeaba el pabellón de conferencias. Esta vez la embajadora me mantuvo a su lado. Parecía que me había ganado su confianza definitivamente, aunque no sabía si era por haberla salvado la vida o porque se sentía culpable tras el polvo de la noche anterior. Como siempre, un montón de gente la esperaba intentando acceder a ella. Se podía notar el optimismo y a la vez la preocupación. Los sucesos del día anterior habían constituido una píldora de realidad. Aquello no era un juego. Con maestría, la embajadora habló con unos y con otros dando tiempo a Ariadna y finalmente la gente comenzó a desfilar hacia el centro de convenciones reconfortados por las promesas de Urglur.

Los últimos en entrar fueron Glaerminn y sus partidarios, que había formado un grupo en una esquina de la plaza, sin hacer ningún intento de unirse a los distintos corrillos. Les lancé una mirada en plan "si hacéis cualquier tontería tendrán que recoger vuestros restos con una fregona" y acompañé a la turania hasta la entrada.

Urglur quiso que la acompañara, pero yo insistí en que era más seguro que volviese a mi escondrijo. Desde allí tenía una visión panorámica de toda la sala y además tenía la ventaja de que el enemigo no sabía exactamente por dónde aparecería. Justo antes de entrar, Ariadna nos comunicó que ya tenía el planetoide bajo control. El plan ya estaba en marcha. Ocupé mi puesto y me dispuse a esperar.

La conferencia comenzó como siempre. Los primeros en hablar fueron los que aun mantenían dudas y Glaerminn, que ya no tenía nada que perder, tomó la palabra y fue especialmente virulenta. El hecho de ser una persona estrechamente ligada a la embajadora hizo que parte de la gente dudase. Terminó su discurso justificando su actitud por el secretismo con el que Urglur estaba llevando los planes militares para acabar con los kuan, llegando a insinuar que en realidad no tenía ninguno.

Urglur acusó el golpe, probablemente, más por ver confirmada la traición de la que pese a las pruebas se negaba a creer del todo. Vi el rictus de desprecio en el rostro de la embajadora, pero no intentó defenderse y se limitó a esperar a que le llegase su turno de hablar.

Los distintos delegados siguieron desfilando, la mayoría argumentando a favor de la embajadora y de su plan de futuro, pero a algunos les había afectado el despliegue de violencia del día anterior y mostraban sus dudas y sus nervios en sus discursos. Podría ser un problema a la hora de la votación, ya que si no ganaban por una mayoría aplastante, el intento por unirlos fracasaría.

Sin embargo, la turania, en vez de dudar, parecía a cada momento más segura de sí misma. Como hasta ese momento, se limitó a escuchar y a tomar alguna nota esperando pacientemente a que le llegase su turno de hablar. El tiempo pasó lentamente y tal como esperaba los conspiradores no se habían atrevido a hacer ningún movimiento. A estas alturas, si no eran idiotas, sabrían que estaban al descubierto y tenían las manos atadas. De momento no causarían problemas y ya les ajustaría las cuentas.

—...  El momento ha llegado. —cuando volví a mirar hacia abajo la embajadora Urglur estaba en el estrado— Todo está preparado y os prometí que conoceríais el plan a su debido tiempo. Ese tiempo ha llegado.

La turania no se paró en los detalles, pero contó lo suficiente del plan como para demostrar a los delegados que tenía muchas posibilidades de salir bien. La embajadora estuvo excelente en su discurso y convenció a todos los que habían tenido dudas. Los partidarios de la paz negociada con los kuan miraban al suelo y negaban suavemente con la cabeza mientras murmuraban entre ellos probablemente buscando la manera de alertar a la Federación de la celada que les habíamos preparado. Adelantándose a sus maquinaciones informó a los presentes de las disposiciones que había tomado para aislar el planetoide y evitar que nada pudiese entrar o salir de allí. Glaerminn se levantó, probablemente para protestar, pero sus palabras quedaron ahogadas por una estruendosa ovación. Urglur había sido muy inteligente eligiendo ser la última en intervenir. Con el público electrizado, propuso votar la nueva constitución allí mismo, a mano alzada.

No hubo color. Las manos se alzaron y finalmente hasta los partidarios de la paz de unieron aprobando la nueva alianza por unanimidad y los delegados estallaron en una nueva ovación que se prolongó durante varios minutos antes de que la embajadora pusiese fin a la barahúnda con un gesto. Había mucho que hacer. Se creó una junta provisional para organizar el nuevo estado y se proclamó a Urglur como Presidenta provisional de la junta. Se la veía tan complacida que por un momento temí que empezase a comerse a todos aquellos delegados.

Por primera vez desde que había llegado allí, me estaba divirtiendo. Estaban tan ilusionados que no podía evitar pensar que aquellos pobres no sabían el lío en el que se estaban metiendo. Aun no sabían que la democracia era tan chunga y retorcida como cualquier tiranía. Tarde o temprano se convertiría en lo que era cualquier democracia, una jungla en la que solo el más fuerte sobreviviría. Al final seguirían siendo los mismos los que cortarían el bacalao, pero se les veía tan satisfechos a todos que no pensaba ser yo el que les cortase el rollo.

Aquella sesión fue especialmente larga y cuando la nueva junta terminó, hacía rato que yo estaba dando cabezadas Cuando por fin abandonaron la sala de convenciones aun estuvieron debatiendo en la plaza mientras reponían fuerzas. Consciente de que la muerte de la embajadora ya no serviría de nada a la oposición, les dejé y me fui directo a mis habitaciones. Por fin podría descansar un rato.

Cuando entré, no me molesté en encender las luces. Atravesé la sala y fui directo a mi cama me dejé caer como un saco para descubrir que alguien la estaba ocupando. A punto estuve de atravesar aquel cálido cuerpo con la ayuda de mis microscópicos amiguitos.

—¡Joder, Eudora! He estado a punto de matarte. —dije encendiendo la luz.

—Solo quería darte una sorpresa. ¿Es que no me echabas de menos? —dijo  ella haciendo un mohín.

Era casi imposible enfadarse con ella. Allí tumbada totalmente desnuda con aquel cuerpo deliciosamente torneado retorciéndose y suspirando, envolviéndome con una nube de perfume que amenazaba con hacerme enloquecer.

—¿Me has echado de menos? —repitió su pregunta abriendo las piernas  y acariciando con suavidad la entrada de su sexo.

Después de la agitada sesión del día anterior, entrar en Eudora fue como volver al hogar; cálido, acogedor y reconfortante. La ginoide no se apresuró simplemente me envolvió con su cuerpo acariciándome con sus uñas mientras yo la penetraba con movimientos amplios y pausados, disfrutando de la estrechez y la suavidad de su sexo y la ronca sonoridad de sus gemidos.

La verdad era que apenas había tenido tiempo de pensar en cuánto la había echado de menos y traté de demostrárselo tomándome me mi tiempo, alternando las penetraciones con las caricias y retrasando el momento del orgasmo hasta hacer doloroso nuestro deseo.

En ese momento me separó y se puso a gatas sobre la cama retorciéndose y mostrándome su sexo totalmente hinchado por el ansia. Jadeaba y se retorcía emitiendo un aroma que me volvía loco.

—¿A qué hueles? Es enloquecedor.

—He estado estudiando. —respondió ella sonriendo con la melena rubia flotando a su alrededor— Es una mezcla de feromonas...

No la dejé terminar y me lancé sobre ella comiéndole el sexo como un náufrago hambriento. Aquella mezcla de sustancias me volvía loco. Me incorporé y la penetré de nuevo dejando me caer sobre ella con todas mis fuerzas. Esta vez no me contuve y me corrí aunque el orgasmo no me detuvo y seguí aporreándola con mi manubrio hasta que no pude más, eso sí, no antes de que ella se corriese un par de veces.

Me derrumbé sobre su cuerpo y la abracé. Ella aguantó el peso de mi cuerpo sin aparentar incomodidad e impidió que me separase. Quería sentir mi polla en su interior. Palpitando y disminuyendo poco a poco.

—Aun no me has respondido. —dijo meciendo su cuerpo debajo de mí con suavidad.

—¡Qué va! —bromeé yo— La verdad es que he estado follando como un babuino con todas las especies de la galaxia...

Eudora no debió de coger la broma porque se revolvió en un instante y cuando me di cuenta estaba despatarrado en el suelo de la habitación. La computadora me miraba con furia y sus pechos se balanceaban de una manera realmente deliciosa captando toda mi atención.

—Eres un cerdo salido. —me espetó ella— ¡Y mírame a los ojos, joder!

—¿Acaso estás enamorada de mí? —la pregunté divertido sin apartar mi mirada de sus pechos balanceantes.

—Yo no... no sé... No sé lo que siento. Solo sé que estos días que hemos estado separados no  he pensado en otra cosa que en volver a verte... a tenerte dentro de mí empujando en mi interior, enseñándome lo que es el placer. —dijo ella levantándose de la cama y apoyándose en la pared con las piernas abiertas y lanzándome una mirada inequívoca.

Yo la miré con un gesto displicente, intentando disimular mi deseo. Ella meció las caderas y bailó al ritmó de una música que yo no podía escuchar. Sus vibrantes cachetes me atraían de manera casi irresistible. Eudora lo sintió y lamió y mordisqueó el fibroplástico. Sus pechos se balanceaban hipnóticos. No me lo pensé y tomé un par de gotas de la esencia del orgasmo de yuba. Noté como un fuego se expandía por mi cuerpo y se concentraba en mi polla haciéndola palpitar como un reptil hambriento. —Ahora se va a enterar esa robotija— pensé y me deslicé bajo sus piernas abiertas. Le acaricié el sexo con mi lengua provocando un largo gemido en la ginoide que se inclinó un poco más poniendo sus pechos a mi alcance. Los sobé y le chupé los pezones que se erizaron inmediatamente. Bajando de nuevo por su cuerpo llegué  a sus pubis y la penetré con mis dedos. Suspiró y balanceó de nuevo las caderas. Yo me deslicé bajo ella y me levanté. La di la vuelta y la besé mientras la subía a una mesa. Ella me acogió y entrelazó su piernas en torno a mis caderas mientras yo la penetraba con fuerza sin dejar de besar su boca, sus pechos, su cuello...

El tiempo se diluyó. No sé cuantas veces la follé, pero no parecía hartarse de polla, solo gemía se retorcía y cambiaba de postura a cada cual más excitante chorreando sus flujos y mi semen por todas sus aberturas artificiales hasta que creo (no estoy seguro) que perdí el conocimiento.