Planeta Prohibido. Capítulo 25
25. Mafiosos muertos y turanias agradecidas
25. Mafiosos muertos y turanias agradecidas
No tenía mucho tiempo, en cuanto Minerou se enterase de su ataque fallido intentaría largarse, pero no antes de poner a salvo sus riquezas duramente ganadas. Así que a empujones logré salir de la plaza y dirigirme hacia su guarida. Afortunadamente no les había dado tiempo a organizarse y llegué sin novedad hasta las puertas. Frente a ellas seis arqueliones y dos chim-gams me estaban esperando con las armas preparadas, pero esta vez yo tenía la ventaja. No habían tenido tiempo de montar una barricada y estaban totalmente desguarnecidos. Me asomé y disparé a discreción haciendo que cayesen como bolos excepto el único listo, un arkelión que había disparado en la nuca a uno de los chim-gams y se había cubierto con su corpachón desde el que me disparaba apoyando su rifle láser en la barriga.
No tenía mucho tiempo así que opté por una táctica arriesgada. Me comuniqué con mis pequeños amiguitos y salí de mi escondite rodeado de una gruesa armadura y desplegando una especie de membrana que me rodeó convirtiéndome en una especie de enorme monstruo de contornos irregulares. El arkelión asomó la cabeza con la boca abierta tratando de identificar la enorme y desgarbada criatura en la que me había transformado y yo aproveché para descerrajarle un tiro de pistola láser entre los ojos.
Con una sonrisa miré a la cámara de Minerou mientras recuperaba mi escultural cuerpo y sacando el sable láser lo hundí en la cerradura de la pesada puerta acorazada que me separaba del mafioso.
Pensé que me llevaría más tiempo encargarme de la puerta, pero era evidente que el mafioso se sentía bastante seguro en su guarida. La puerta era pesada, pero la cerradura era una mierda y en cuanto el haz de la espada churrusco los circuitos, la puerta se desbloqueó con un chasquido. Empujé la pesada puerta y entré de un saltó con la espada láser preparada.
Aquella maldita gravedad me jugó una mala pasada y le di demasiada potencia a mi salto. Me vi volando por encima de las figuras agazapadas en medio de una lluvia de disparos. Por suerte logre agarrar a uno de los mangures por el pelo y lo usé de escudo. El cuerpo del delincuente se debatió hasta que intercepté con él una lluvia de disparos que caían sobre mí mientras me colaba como un proyectil por una puerta que resultó ser la de los baños.
Mi vuelo terminó abruptamente contra la pared del inodoro y aterricé con un pie dentro de una taza de váter rebosante de mierda. Sin tiempo para hacer nada más que sacudir la bota para intentar eliminar alguno de aquellos detritus, salí por la puerta gritando y disparando la DP12. Los esbirros de Minerou no estaban preparados para aquello y en cuanto los dos primeros geiseres de tripas y sangre emergieron del tronco de sus compañeros salieron corriendo en dirección a la puerta. Los observé irse con la escopeta humeante reposando en mi hombro y me volví hacia la puerta del despacho de aquel mafioso de medio pelo.
La pesada hoja de fibroplástico no aguantó más que un golpe de mi bota convertida en una pesada maza con la ayuda de mi lodo. Entré con la escopeta preparada, pero no era necesario. Minerou no era Saget y el pobre diablo había intentando colarse por una pequeña galería de ventilación y se había quedado atascado. Era la putada de tener tu guarida en lo más profundo de una mina. Las vías de escape eran limitadas. Quizás cuando se asentó allí aquella podía haber sido una vía adecuada de escape, pero el tiempo no pasaba en balde y la buena vida había afectado al mangur cuyo engrosado tren inferior sobresalía de la abertura de manera un tanto ignominiosa.
No lo pude evitar y sacando el sable láser lo acerqué a la cola del mangur. Minerou soltó un grito y se retorció en su prisión mientras yo jugaba intentando alcanzar el extremo de la cola del mangur y cortarle una pequeña rodaja.
—¡Basta! ¡Por favor! —suplicó.
—¿Por qué debería parar? —pregunté cortando otra rebanada de la cola del mafioso— Me has traicionado y tus hombres han intentado matarme. Te has pasado de listo. Todo por pura avaricia. Parece que la aceremea no era suficiente.
—No. No es lo que piensas. —replicó— Yo... Yo solo quería salir de este cascote antes de que los kuan llegasen y lo redujesen a cenizas.
—Hay que ver qué poca fe. —una nueva porción del rabo del mangur cayó al suelo mientras el tipo gritaba y se revolvía intentando liberarse sin éxito.
—¡Joder! ¡Para ya! A nosotros nadie nos consultó. Yo vivía muy tranquilo con mis chanchullos de poca monta comprando y vendiendo mis mercancías hasta que llegó la Graan Causa Rebelde a nuestro planetoide y nos colocó una diana enorme en la espalda. —su tono sardónico, a pesar de estar distorsionado por las reverberaciones del estrecho conducto, era perfectamente identificable— Nadie nos consultó y ahora estamos bien jodidos. Solo buscaba una salida.
—Pues esta s un pelín estrecha...
La verdad es que el tipo no dejaba de tener parte de razón y solo por eso decidí que no merecía que le quitase la vida. Agarré lo que le quedaba de la cola al mafioso y tiré con fuerza desatascándolo mientras le daba un puñetazo en el vientre para evitar que se le ocurriese hacer cualquier tontería y a la vez siguiese pensando que su vida corría peligro.
Minerou cayó boqueando en el suelo de su despacho agitando débilmente el tercio de cola que le quedaba. Le miré. Aquel tipo era un superviviente y sabía que su pellejo estaba en peligro. No necesitaría persuadirle demasiado.
—¿Hace falta que te despelleje para que me digas quién te contrató? —le pregunté balanceando mi sable láser ante sus hocico.
—Compréndelo. —replicó él— yo solo quería...
—Hacerte más rico y venderme como a una vulgar sabandija. Es una pena, podrías haber ganado mucho dinero. —le interrumpí.
—De nada me servirá toda la aceremea del universo si los kuan convierten este asteroide en cenizas. Yo solo quería salir de aquí antes de que lleguen los acorazados de la Federación. Él me prometió un pasaje...
—¿Quién te prometió el pasaje?
—Yo no sé... utilizó un intermediario...
—Vamos, Minerou. No me mientas. Se perfectamente que no harías ningún negocio sin saber con quién te la juegas. —le dije acercando de nuevo la punta de mi sable al cuerpo indefenso del mafioso.
—Está bien. No hace falta que te pongas violento. ¿Si te lo digo me dejarás en paz? —me preguntó.
—Por el momento... —le amenacé.
—Es ese delegado, el que le esta chupando el culo a la embajadora. Glaerminn, creo que se llama.
—¿Estás seguro? —pregunté ocultando mi sorpresa a duras penas— Si averiguo que me mientes te juro que cuando acabe contigo no habrá forma de reunir las piezas.
—Te lo juro. Hice seguir al kuan que me contrató y los vimos en varias ocasiones hablando acaloradamente en viejos túneles mineros. Solo puede ser él.
—Está bien. Te creo y solo por eso te voy a dejar con vida. Ahora tranquilito. No me obligues a volver o no seré tan tolerante.
Me quedé mirándole unos instantes más. Parecía decir la verdad y ahora que su plan de largarse estaba jodido no tenía ninguna razón para mentirme. Con mi cabeza funcionando a toda marcha, apagué el sable y me alejé. Tenía que darle una mala noticia a Urglur y no sabía muy bien como.
Antes de llegar a nuestros alojamientos tomé un par de copas de licor para darme ánimos. Me encontré a la turania inclinada sobre su holopantalla y cuando oyó el ruido de mis pasos se levantó y se acercó a mí.
—Gracias, hasta ahora nadie me había salvado la vida y tu lo has hecho dos veces. —dijo la turania.
—Solo hacía mi trabajo. —repliqué en una espectacular exhibición de falsa modestia.
—Ya, pero yo no estoy acostumbrada a que nadie exponga su vida para proteger la mía. —dijo ella inclinándose y dándome un beso en la mejilla— Y eso me resulta realmente excitante.
Fue entonces cuando me di cuenta de que la embajadora había sustituido su pesada e impenetrable túnica por un vaporoso vestido de color crema. La luz se colaba por la tela perfilando la vertiginosa silueta de la embajadora que me miró y me acarició la cara, mirándome dulcemente con aquellos ojos oscuros.
—Es una lástima que seas humano. —dijo la embajadora dándose la vuelta y dirigiéndose al escritorio.
—¿Ahora eres racista? No me esperaba eso de ti. —dije yo bajando mis manos y acariciando sus pechos por encima del suave tejido.
La media docena de pechos se contrajeron irguiéndose de forma que sus pezones múltiples apuntaron al techo. No pude contenerme y estrujé uno de ellos, tenía una consistencia cálida y pesada que provocaron en mí una erección inmediata.
La turania suspiró y un murmullo emergió de su pecho, pero me apartó con suavidad y me miró con una mueca indefinible en el rostro.
—Lo siento, cariño, pero no somos compatibles.
—Eso déjamelo a mí. —repliqué yo— Me estás subestimando.
A continuación tiré de su vestido y la dejé desnuda antes de desembarazarme de mi ropa. Noté como su cuerpo se tensaba al verme desnudo con mi polla balanceándose hambrienta frente a ella. Se notaba que estaba intentando luchar contra sus deseos, pero un par de caricias más y no pudo contenerse. Me cogió en brazos y me dejé llevar como una princesa encantada hasta su habitación.
La estancia era más adecuada a su tamaño; más amplia, con el techo más alto y una enorme cama adecuada a su tamaño en el medio de la habitación. Urglur me depositó sobre la cama y se lanzó sobre mi polla. Sus finos dientes córneos rasparon el tronco de mi miembro con suavidad mientras la punta de mi glande se estrellaba contra el interior aterciopelado de su boca. Yo solté un gemido bronco y empujé en su interior con fuerza.
—Por favor. ¡Para! Esto no está bien. —suplicó la turania apartándose un instante.
—No te preocupes. Esto no saldrá de aquí.
—No es por eso...
Yo, cansado de tanta escusa, me tumbé sobre ella y me lancé sobre sus pechos besando, acariciando y estrujando hasta que las quejas y las excusas se vieron sustituidas por gemidos cada vez más intensos. Los pezones se erizaban y se clavaban en mi boca cada vez que los rozaba con mi lengua y colmaban mi boca con un sabor ligeramente picante. En un último intento por librarse de mí se revolvió e intentó apartarme, pero yo la giré de cara a las sábanas y la inmovilicé sin dificultad mientras acariciaba y besaba su cuerpo buscando el lugar donde colar mi herramienta. Podría haberlo buscado en mis archivos, pero así me parecía más divertido y notaba como mi prospección la estaba poniendo cada vez más cachonda.
Guiado por los gemidos cada vez más intensos de la alienígena fui bajando por su espalda hasta que mis labios terminaron justo al lado de un pequeño poro, que probablemente hubiese pasado por una especie de cicatriz o pequeño ombligo. Lo exploré con el dedo y todo el cuerpo de la turania se arqueó y ella gimió
—De veras. Hay una cosa que deberías saber. —insistió justo antes de que la penetrase.
Mi polla resbaló dentro del estrecho agujero hasta que hice tope unos pocos centímetros más adelante apenas suficiente para que enterrase mi glande en ella. Sin embargo no me importó, en ese momento solo pensaba en su placer. Agarrado a su enorme espalda como una garrapata seguí hincando mi miembro sin piedad, haciendo que la embajadora perdiese los papeles definitivamente gimiendo y gritando, retorciendo las sábanas con sus enormes manazas.
Noté como el cuerpo de mi enorme amante se estremecía y vibraba cada vez con más violencia hasta que el orgasmo la dominó, lo que no me esperaba era el tipo de orgasmo. La turania se revolvió sin dejar de gemir y de un empujón me lanzó contra el techo. Me hubiese aplastado como una mosca de no ser porque mi lodo se interpuso amortiguando el golpe.
Cuando caí, Urglur se dio la vuelta y con los ojos en blanco abrió la boca... pero no era su boca normal. De alguna forma había desencajado su mandíbula hasta adquirir tamaño suficiente para tragarme de un bocado. Afortunadamente el lodo vino en mi rescate y lanzando una serie de brazos acabados en ganchos me quedé suspendido colgando del techo a escasos centímetros de la ansiosa boca de mi amante.
La turania estaba cegada y arremetió de nuevo contra mí. Yo reaccioné y de un saltó caí de pie frente a ella. Había que joderse. Era la última vez que no revisaba mis archivos cuando me tiraba una nueva raza galáctica. Aquella especie de mantis estaba cegada por su hambre. Quería devorarme probablemente para alimentar a su progenie. Ahora me explicaba porque no había visto todavía un macho de su especie. Solo tenía que contenerla hasta que la tormenta hormonal pasase y volviese a ser ella misma.
En seguida ordené a mi lodo que crease zarcillos que se extendieron e interceptaron a la turania en pleno ataque envolviéndola en una maraña que la retuvo. No fue fácil. Al principio la embajadora tenía fuerza y rompía y se deshacía de ellos casi tan rápido como yo los creaba hasta que poco a poco se fue agotando aquel furor uterino y finalmente se derrumbó exhausta sobre el suelo.
—¿Ahora entiendes por qué no somos compatibles? —preguntó ella con un hilo de voz.
—Sí. Recuérdame que la próxima vez me corra antes—respondí medio en broma medio en serio.
—Lo siento. ¿Estás bien? —se notaba que la embajadora se sentía terriblemente culpable.
Yo asentí y retiré mis zarcillos al ver que su furia asesina se había disipado.
—Desde luego ha sido impresionante. —dije quitando hierro al asunto— Nunca había visto un orgasmo tan largo. Lástima que los machos turanios no sobrevivan para contarlo.
—Lo creas o no, ellos sacrifican con gusto su vida por una nueva generación. —dijo ella sentándose en el borde de la cama.
Yo me limité a encogerme de hombros y a recoger mi ropa. Le di unas palmaditas en el hombro para decirla que todo seguía bien entre nosotros y salí de la habitación pensando divertido que ahora ya sabía lo que era que me dejasen a medias.
Me tumbé en la cama con la sensación de que se me había olvidado algo y aturdido como estaba no recordé mi conversación con Minerou hasta media hora después. Salí como una flecha de mi habitación y me encontré a la turania de nuevo inclinada sobre su escritorio. Aquella extraterrestre era incansable.
—¿Le has contado los planes a alguien más? —le solté a bocajarro.
—¿Qué planes? preguntó la turania desconcertada.
—¿Sabe alguien más como vamos a enfrentarnos a los kuan?
—No, la verdad es que he pensado que mientras menos gente lo sepa menos posibilidades hay de que la Federación se entere. Lo sabrán en el momento adecuado, cuando todo esté preparado.
—¿Seguro? —insistí.
—Pues claro. Ni siquiera Glaerminn lo sabe y eso que insistió bastante en conocerlos...
Inmediatamente detectó mi mirada de consternación y le bastó un instante para encajar las piezas del puzle. Abrió la boca, pero las palabras parecían no poder salir. Estaba claro que había estado muy unida a Glaerminn y aquella traición era como una daga clavada en uno de sus siete corazones.
—No puede ser. —dijo por fin— Es imposible. Es mi amiga. No conocemos desde hace siglos... literalmente.
—Lo siento, pero tengo testigos fiables. Sé a quién contrato y por medio de quién. Puedo detenerlos a todos ahora mismo si quieres.
La turania no reaccionó inmediatamente. Los impulsos homicidas los dejaba para el sexo. Invitándome a sentarme apoyó el codo en el escritorio y meditó todas las vertientes del problema antes de contestar.
—No. No haremos nada. Nos limitaremos a dejarlo pasar. ¿Crees que tiene medios para intentar atentar contra mí de nuevo?
—No sin delatarse. —respondí yo.
—Entonces seguiremos como hasta ahora. Si maniobramos contra ella o contra los kuan podrían tacharnos de querer imponer nuestra opinión por la fuerza...
—Hola ¿Qué tal? —irrumpió Ariadna con una sonrisa de triunfo— ¿Os habéis divertido en mi ausencia?
Este relato consta de 27 capítulos publicaré uno más o menos cada cinco días. Si no queréis esperar podéis encontrar el relato completo en amazon.