Planeta Prohibido. Capítulo 24
24. Marco salvador de la causa
24. Marco salvador de la causa
¡Dios que divertido! La nueva nave es tan buena como me lo había imaginado. La flota kuan está a apenas unos pocos miles de kilómetros con todos los sensores martilleando el espacio cercano, pero no tienen ni idea de que estamos aquí. Eudora me guiña un ojo y acelera con suavidad en dirección a la formación. Desde la pantalla la formación enemiga es una visión impresionante, digna de la mejor escena de la guerra de las galaxias, solo que ahora es real. Yo sin embargo, no puedo evitar recorrer ese cuerpo embutido en un mono superajustado. !Qué piernas! ¡Qué tetas! No sé si seré capaz de concentrarme...
En ese momento aparece Ariadna y me sonríe. La perspectiva de la acción hace que sus ojos brillen como los de una novia camino del altar. No es buena idea el símil, ahora mi mente no puede evitar imaginar su cuerpo vestido con lencería blanca... esperando en el lecho nupcial dispuesta para mí.
Ariadna capta mi mirada y yo me pongo rígido esperando un puñetazo en el estomago o una patada en mis pendientes reales, pero ella solo sonríe y roza mi mano con la suya, dejándome tan desconcertado que por un momento se me olvida que coños hago yo aquí.
—¡Eh! ¡Alelado! —me dice con una sonrisa de suficiencia— No te quedes ahí como un pasmarote. Hay trabajo que hacer.
Sacudiendo la cabeza, miro a un lado y a otro, a las dos mujeres y no puedo evitar pensar que tarde o temprano tendré que elegir. Para no tener que seguir pensando, me dirijo al módulo de armas. El nuevo puesto me está esperando con su sillón anatómico, su pantalla, su joystick y su selector de armas. Es una pasada, puedo elegir entre tres tipos de armas los blíster iónicos de alta potencia, los láseres multitubo y el cañón rotativo de 105 mm que tanto adoro, directo de Kabul al séptimo brazo de la galaxia...
Pasan los minutos y veo la flota cada vez más cerca. Eudora sigue mis instrucciones y se introduce entre la nave insignia, el más poderoso acorazado kuan y un portanaves. A Ariadna le toca el acorazado, pero no me importa, el portanaves con todos los cazas saliendo de su barriga es más divertido...
En unos segundos los tenemos encima. Los pobres no saben la que les viene encima. Amartillo el arma y apunto cuidadosamente. Entonces doy la orden y abro fuego. No puedo evitarlo, a pesar de que es demasiado grande, utilizo el 105 y lanzo una andanada. Aunque les pillamos en bragas, los kuan reaccionan rápido, levantan su escudo y comienzan a salir cazas de su prominente vientre.
El escudo no les sirve de nada veo con fascinación las explosiones de los impactos de mis proyectiles. Es hipnótico. Los veo desaparecer en el casco, luego una conmoción y finalmente una llamarada acompañada de detritos que son absorbidos por el vacio...
Un impacto en el escudo de la nave me recuerda que los cazas están zumbando a mi alrededor como avispas cabreadas. Cambió a los láseres y apuntó con precisión. Verlos caer uno a uno me pone como una moto...
En ese momento el resto de la flota rebelde abre fuego desde el flanco. La batalla degenera en una apretada melé llueven los proyectiles y las naves kuan empiezan a desintegrarse... ¡La victoria es nuestra!
Destruimos otro par de fragatas y un acorazado más, pero los kuan están rindiéndose. Mierda, es como un coitos interruptus. Estoy excitado... Necesito más. Me giro hacia Ariadna y leo en su expresión la misma frustración que yo estoy experimentando. Me levanto de mi puesto y me acerco a ella. La cojo por la nuca y le doy un largo beso. Es liberador. Por fin la saboreo de nuevo. Hacía tanto tiempo que no la abrazaba que no me acordaba de lo bien que huele. Hundo mi cara en su cuello y aspiro esa mezcla de jabón con un fondo de sudor y adrenalina.
Le mordisqueo el cuello y los hombros y posó la mano sobre uno de sus pechos. Lo estrujo con suavidad a través del resbaladizo tejido de la camiseta. Noto como el pezón se endurece. No puedo contenerme y la cojo en brazos. La llevo hasta la puerta de mi camarote y al atravesarla casi se me cae de los brazos. En la cama Eudora nos espera. En vez del mono lleva un body de color blanco semitransparente. La parte superior consiste en dos bandas de gasa blanca que se atan al cuello y envuelven sus pechos pesados y redondos dejándolos a la vista.
Las dos mujeres se miran y yo espero la tormenta, pero en vez de eso, Ariadna se baja de mi regazo, se acerca a Eudora y se tumba a su lado enredando sus dedos en los rubios tirabuzones de la ginoide mientras me mira con ojos traviesos. Entonces se vuelve hacia Eudora y le acaricia la cara con suavidad. Se besan, primero suavemente y luego con más profundidad. Sus lenguas se tocan y Ariadna se tumba sobre la ginoide deslizando la mano entre sus cuerpos. Acaricia sus pechos, su vientre y la entrada de su sexo. Eudora gime y se retuerce separando las piernas para acoger el membrudo cuerpo de la mercenaria entre ellas. ¡Dios como me pone! Empalmado como un duque, me acerco, pero ellas me paran con un gesto y se ríen. Yo me cago en todo, dudo un segundo, pero al final decido acercarme de todas maneras.
—¡Atrás! —no sé como lo ha hecho, pero sin dejar de masturbar a la ginoide, Ariadna se las arregla para sacar una pistola láser y ponérmela en la nariz— Ni se te ocurra tocarnos.
Yo reculo y me siento en el sofá impotente, pero incapaz de poder apartar la mirada de los dos cuerpos hirvientes.
Ariadna, sin ceder la iniciativa, gira su cabeza hacia su amante que se convierte en el centro de su atención. Sus dedos penetran más profundamente en el interior de la ginoide que suelta un quedo quejido y arquea su torso. Atraída por sus pechos, aparta la banda de gasa y los besa y los saborea con deleite. Le chupa los pezones y los golpea suavemente con su lengua. Crecen y se endurecen, tan golosos que no puedo evitar retorcerme de frustración. Sin saber lo que hago, me bajo el pantalón y me saco la polla erecta. Sin apartar los ojos de las dos amantes me la pico como un mono.
Es tan humillante como excitante ver a las dos mujeres follando, tan lejos y tan cerca. Aparentemente ajenas a mi presencia cambian de postura. Ariadna se separa y se tumba hacia atrás a la vez que entrelaza las piernas con Eudora. Sus sexos contactan y se golpean cada vez con más fuerza acompañados de un sonido húmedo que me pone a cien...
Ambas se abrazan a las piernas de la otra se giran y se retuercen sin dejar de frotar sus sexos. Puedo ver como sus vaginas chorrean. Gruesos cordones de excitación las mantienen conectadas cada vez que se separan. Ariadna es la primera en correrse. Se estremece y grita mientras Eudora se inclina sobre ella y la masturba con violencia apurando su orgasmo hasta que su amante deja de agitarse.
En cuanto la mercenaria se recupera la ginoide se aparta y se pone a cuatro patas de espaldas a ella.
Yo observo el culo de la mujer robot tensarse por el apremio y sus pechos colgando pesados y turgentes tan apetecibles que a punto estoy de levantarme. Pero Ariadna me lee el pensamiento y levanta de nuevo su pistola para apuntarme. Yo me estrujo la polla con una mano mientras clavo los dedos de la otra en el reposabrazos del sofá. ¡Serán cabronas!
Sin dejar de mirarme se lanza sobre Eudora le arranca el bodi a tirones y entierra la boca entre sus piernas. La ginoide se estremece y separa las piernas al sentir el contacto de la lengua de su amante acompasando sus movimientos con los de ella. Me voy a volver loco. Veo las manos de Ariadna tanteando y pellizcando y deseo que sean las mías, veo las piernas de Ariadna tensas y musculosas y deseo estar entre ellas. Estoy tan frustrado que me entran ganas de llorar...
Mientras tanto, el cuerpo de Eudora empieza a retorcerse. Jadea cada vez con más fuerza. Ariadna se incorpora y se coloca sobre ella, la penetra con sus dedos mientras que con la otra mano agarra a la ginoide por el cuello y tira hacia atrás con todas sus fuerzas.
El cuerpo de Eudora se arquea y la robot acompaña a Ariadna con los movimientos de su cuerpo. Gime ahogadamente mientras su amante le ciñe el cuello más estrechamente.
A pesar de que sé que la robot no lo necesita, me maravilla lo bien que simula todos los aspectos del sexo. Los gemidos, los jadeos, el sudor corriendo por su espalda y recorriendo en finos hilillos por sus costados hasta sus pechos y goteando de sus pezones... Y luego está el placer. Sé que ella ha reproducido todas las terminaciones nerviosas humanas en su vagina... ¿Pero sentirá un placer real o la forma en que se muerde el labio es pura simulación? ¿Se retuerce y grita cuando le llega el orgasmo por pura programación?
La observo retorcerse durante un instante mientras Ariadna sigue penetrándola con sus dedos hasta que los últimos espasmos se esfuman y no puedo ver nada artificial en ellos...
Eudora no tarda en recuperarse y ahora es ella la que coge a Ariadna y la tumba sobre la cama. Ariadna se abre de piernas y se acaricia la vulva con descaro. Eudora se sumerge en ese sexo hirviente y le lame el interior de los muslos y asciende poco a poco. La lengua de la ginoide es más fuerte y más rápida que nada que haya visto entra en el sexo de Ariadna como una avispa enfurecida haciendo que la mercenaria se retuerza agarrada a la melena rubia de la ginoide.
Nadie puede aguantar ese castigo durante mucho tiempo. Ariadna hace lo que puede, pero en cuestión de pocos minutos tiene dos orgasmos casi consecutivos hasta que aparta a su amante con un ligero empujón. Solo entonces se acuerdan y me miran desnudas como un par de leonas de cuerpos esbeltos y turgentes relamiéndose los labios satisfechas. Yo sigo pelándomela como un mono y cuando ya he perdido la esperanza se acercan a mí y se arrodillan a mis pies. Eudora coge el tallo de mi polla y Ariadna acerca sus labios entreabiertos...
La alarma me despertó justo en el momento en que la boca de Ariadna se cerraba en torno a mi glande. Ahogué una ristra de juramentos y me levanté cubierto de sudor y con la polla palpitando dolorosamente en mis calzoncillos.
Me la pelé como un mono mientras me duchaba, pero eso no aplacó la comezón que recorría mi cuerpo y se concentraba en mi bajo vientre. No podía evitarlo, sentía que iba a tener un día de mierda. No daba un duro por aquel que se interpusiese en mi camino.
La masturbación me tuvo bastante tiempo entretenido así que cuando salí la embajadora ya estaba preparada y no tuve tiempo de desayunar. Sin quitarla el ojo de encima la seguí hasta el pabellón y compré un par de pinchos de ulodoets, una especie de gusanos tan crujientes como sabrosos, antes de volver a mi escondite.
Cuando llegué, la asamblea ya estaba en plena efervescencia. Un Slopsiano había tomado la palabra, intentando convencer a todos de la locura que suponía enfrentarse a las fuerzas de la confederación. Expuso con todo lujo de detalles lo que las armas de un acorazado kuan podían hacer con las fragatas rebeldes e incluso con aquel asteroide. La inminencia de los detalles no hacía sino intensificar las dudas y los temores de todos los consejeros. Solo la embajadora permanecía imperturbable, de brazos cruzados, sobre sus tres pares de pechos y esperando con paciencia a que todos expresasen sus temores.
Después de un leve receso y siguiendo escrupulosamente el programa establecido, la embajadora se levantó imponiendo sus dos metros treinta y pico de altura y su mirada acerada sobre todos los presentes y se acercó majestuosamente al estrado mientras Glaerminn se levantaba y aplaudía iniciando una larga ovación que acompañó a la turania hasta el estrado. Colocó los papeles y empezó el discurso con voz clara y sin vacilaciones.
—No os digo que esto vaya a ser fácil. Esto no va a ser un camino de rosas. Cuando todo acabe, no todos los que estamos aquí seguiremos vivos, pero lo que si os garantizo es que este no será el fin de la rebelión. Es más, este será el principio de una campaña que acabará con nuestra independencia. Los compañeros slopsianos tienen miedo, lo entiendo. Es normal en unas circunstancias como estas, pero yo os pregunto, ¿El hecho de rendirnos y llegar a algún tipo de acuerdo con la Federación nos permitirá dejar de sentir miedo? Si volvemos a ser esclavos de los kuan sustituiremos el miedo a ser aniquilados por el miedo a no tener comida en el plato al día siguiente o que de repente algún kuan decida que eres más útil en el tercer brazo de la galaxia en una de sus asquerosas plantas mineras, lejos de tu familia y tus amigos.
—Son miedos distintos, pero la diferencia es que hay uno contra el que podemos luchar y si hoy me dais la razón esta será una victoria que nadie podrá olvidar. —continuó la embajadora antes de ser interrumpida por una baarana que llevaba un tocado dorado.
—¡Una victoria! ¡Es una locura! Nos harán trizas en cuestión de minutos. Nuestras naves no son suficientes...
—Lo sé y por eso he conseguido ayuda. Mañana a más tardar una flota de mercenarios humanos llegará al sistema y tomará posiciones. A los kuan les espera una desagradable sorpresa...
En ese momento un sonido metálico a mi izquierda desvió mi atención del discurso. Al girarme pude entrever una silueta que se deslizaba entre las sombras. Me agazapé y esperé con los músculos en tensión, preparado para lo peor.
El desconocido se acercó a uno de los pasadizos y observó desde ellos buscando algo. No tarde en darme cuenta de que lo que buscaba era un ángulo adecuado para disparar a la embajadora. En cuanto pareció satisfecho sacó un rifle láser y lo desplegó antes de apoyarlo sobre la barandilla.
El tipo no me resultaba totalmente desconocido, mientras me preparaba para saltar sobre él lo reconocí como uno de los hombres de Minerou. Concentrado como estaba en él, no me di cuenta de que no estaba solo. Minerou no era tonto y había tomado precauciones. Tampoco me había señalado todas las entradas al bajo techo del edificio después de todo. En cuestión de segundos estaba rodeado. Al menos cuatro de sus esbirros habían tomado posiciones para cubrir al asesino. Desde la oscuridad sopesé mis alternativas. Aun no me habían descubierto pero lo harían en cuanto hiciese un movimiento. Lo principal era evitar que se cargasen a la embajadora así que observé al tirador apuntar con cuidado. Usar el láser o la escopeta delatarían mi posición así que levanté una mano lentamente y recurriendo a mi lodo cree un púa y la disparé. Tal y como esperaba no maté al tirador, pero la púa se clavó en su hombro, el disparo se perdió en el techo del edificio y el rifle se le resbaló de las manos. Sus compinches levantaron sus armas y apuntaron en todas direcciones intentando detectarme.
La púa me había dado tiempo, pero el asesino había conseguido sujetar el arma por la bandolera antes que cayese y estaba a punto de recuperarla. No me lo pensé y cogiendo la DP12 me lancé en plancha contra el capullo más cercano, volándole la cabeza. Girándome ciento ochenta grados, pegué un salto y desplegué unas alas para planear un metro por encima de ellos. Los mafiosos no habían previsto mi movimiento y fallaron sus disparos. En ese momento plegué las alas y piqué sobre otro de los hombres de Minerou, le pateé y cayó de la pasarela estrellándose en el suelo con un ruido de huesos rotos. A continuación batí las alas de nuevo y me arrojé sobre el tirador que estaba apuntando de nuevo lo agarré por el pelo y nos precipitamos sobre el suelo de la asamblea.
A pesar de la baja gravedad, en el momento del impacto tiré del pelo de mi enemigo con todas mis fuerzas, tensando su columna de manera que cuando me levanté el tirador intentaba alejarse de mí arrastrándose por el suelo con la parte inferior del cuerpo paralizada.
No tenía tiempo para regodearme, le pegué un tiro de gracia y ante la visión estupefacta de la asamblea me dirigí al estrado sin dejar de mirar hacia arriba.
Al menos Urglur no era tonta y se había agachado intentando cubrir su humanidad con el pequeño atril en el que reposaban las notas de su discurso. Los focos me impedían ver la evolución de los hombres de Minerou allí arriba así que me concentré en mi protegida y de un salto me coloqué a su lado. A nuestro alrededor la sala había entrado en ebullición. Los menos miraban a los dos cadáveres y a mí alternativamente con lo sorpresa marcada en sus rostros y el resto intentaban escapar sin reparar a quién pisaban para conseguir salvar su pellejo.
—Vamos, no podemos quedarnos aquí. —le dije a la vez que levantaba la DP 12 y descargaba el cargador en la oscuridad del bajo techo.
Cogí a la turania por el brazo y tiré de ella. Atravesar toda la estancia al descubierto y evitando la muchedumbre no era una opción así que la guié hacia una puerta que llevaba a la parte trasera del escenario. Recorrimos el pasillo de los camerinos a toda velocidad hasta llegar a un recodo. Paré a la embajadora y asomé el hocico un instante mientras recargaba la escopeta. Dos arkeliones abrieron fuego inmediatamente desde una pasarela que dominaba un almacén que se interponía con nuestra libertad.
Disparé un par de salvas y observé la situación mientras los arkeliones se cubrían. Los asesinos tenían la ventaja, pero su posición tenía un problema, la pasarela estaba sujeta por unas finas cadenas. Mi fuerte no era la puntería, pero bastaba con romper una de las cadenas para que la pasarela cayese.
—¿Sabes usar una de estas? Saca el cañón por la esquina y dispara sin parar. —le dije poniendo una pistola láser en sus manos y escurriéndome sin darle oportunidad a negarse.
Finalmente la embajadora reaccionó y siguiendo mis instrucciones disparó a ciegas. Los Arkeliones no dejaron de disparar sobre mí, pero sus disparos perdieron precisión. Antes de que se repusiesen, entré en el almacén a la carrera y me cubrí detrás de un cajón. Empuñando la DP 12 apunté me asomé un instante y disparé sobre una de las cadenas. Fallé por bastante y una lluvia de disparos me obligó a cubrirme de nuevo. La embajadora al ver que había dejado de ser el centro de atención se asomó un poco más y apuntó con su pistola hiriendo a uno de los arkeliones en la pierna. Esa distracción bastó y abandonando mi escondrijo de un salto descargué la escopeta sobre la cadena cuatro veces hasta que uno de los impactos la arrancó de su sujeción.
La estructura se inclinó casi cincuenta grados y los arkeliones rodaron como bolos. A apenas dos metro de los asesinos me deshice de la escopeta y hundí la espada láser en los arkeliones antes de que pudiesen apuntarme con sus armas de nuevo.
En cuestión de segundos recogí la DP 12 y tras introducir cuatro cartuchos apunté a mi alrededor buscando más enemigos. Allí no quedaba nadie. Los restantes asaltantes probablemente habrían huido para informar a aquella lombriz escurridiza.
Aun así esperé un par de minutos antes de indicar a Urglur por gestos que ya podía salir de su escondite. En cuestión de un par de minutos nos encontramos de nuevo en la plaza donde una confusa mezcla de delegados cuerpos de seguridad y curiosos se apelotonaban tratando de averiguar qué demonios había pasado.
En cuestión de segundos la corpulencia y la profunda voz de la turania lograron imponer silencio y tras relatar lo hechos e informarles de que estaba todo bajo control, le indicó que la asamblea quedaba aplazada para el día siguiente.
Con un gesto llamé a varios guardias y les ordené que escoltarán a la embajadora a sus habitaciones y que no se apartasen de ella ni un centímetro hasta que yo volviera.
—¿A dónde vas? —me preguntó Urglur al verme tomar aquellas disposiciones.
—A acabar con esto de una vez. —respondí— No quiero que mañana haya más interrupciones.
—Ten cuidado. —me pidió sin poder evitar que se notase lo que parecía una sincera preocupación por mí.
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