Planeta Prohibido. Capítulo 23
23. Marco el guardaespaldas
23. Marco el guardaespaldas
Dormí casi seis horas, pero me parecieron apenas seis segundos. Un pinchazo en el costado me recordó que no me encontraba en el mejor momento, justo cuando ella más me necesitaba. Afortunadamente aun seguía teniendo mis menudos amiguitos, que seguían manteniendo limpia la herida y la había recubierto con una costra que la fijaba e impedía que se abriese.
Sin embargo parecía que no podían hacer nada con el dolor. Las punzadas que me daban de vez en cuando eran apenas soportables. Me esperaban unas cuantas horas incómodas agazapado en el bajo techo del auditorio.
Me vestí lo más rápido que pude y salí tras la embajadora, siempre a cierta distancia, confiando que nadie intentase atacarla en plena calle, pero cuando llegó a la plaza, especialmente concurrida, empecé a ponerme nervioso. Si algún zumbado intentaba utilizar aquel barullo para acercarse y volar a la embajadora en pedacitos me sería bastante difícil evitarlo. Nervioso y un poco ofuscado por los calmantes me acerqué un poco más.
La gente parecía entusiasmada y a cada paso paraban a Urglur para felicitarla y pedirle detalles sobre el orden del día. Para empeorarlo todo, una nueva punzada casi me obligó a doblarme de dolor, cogí un calmante y estuve a punto de tomarlo, pero no necesitaba más drogas que me nublasen el juicio.
Finalmente terminó el largo desfile y entró en la asamblea. Yo me colé en mi escondite y me dispuse a vigilar otra insulsa y larga sesión.
Para aquella gente que estaba allí abajo todo debía parecer muy importante. Se debían sentir como unos pioneros, creando una nueva patria dónde todos fueran iguales... o casi todos. Suponía que los muncar seguirían lavando inodoros. Los discursos se prolongaron en tediosos tecnicismos y yo ya no sabía qué postura adoptar. Me miré la herida y no pude evitar un sentimiento de vulnerabilidad. Era verdad que no era la primera vez que había estado a punto de palmarla, pero aquella era la primera vez que me herían. Con mis monos de grafeno, mis amiguitos microscópicos y mi fuerza había adquirido un falso sentimiento de que nada podía dañarme y esto me recordaba que era tan mortal como cualquiera de ellos.
Nunca me había parado a pensarlo, pero a lo mejor debería haberme quedado en la tierra disfrutando de mis millones. Ya sabéis, drogas, mujeres, fiestas y probablemente hubiese tenido una vida larga y provechosa. Ahora mismo estaría follándome a tres modelos polacas en vez de estar allí arriba, encorvado y mirando con hastío a un montón de seres que no entendía y que tampoco me importaban demasiado. ¿O sí?
La verdad era que a pesar de que intentaba parecer totalmente al margen de aquel conflicto, no podía evitar sentir cierta admiración por aquella pequeña panda de desharrapados que, a pesar de sus problemas, habían decidido oponerse a un potente imperio y habían logrado ponerles en jaque más de una vez. Era verdad que solos no conseguirían independizarse, pero si se aliaban con los glee quizás pudiesen obligar a los kuan a pedir la paz.
Una nueva punzada me devolvió a la realidad. Miré a mi alrededor. Todo seguía tranquilo. Ningún ruido allí arriba y abajo seguían discutiendo animadamente. En realidad habían avanzado más de lo que esperaba y ya tenían los rudimentos de una constitución. La embajadora Urglur había seguido mis consejos y todos parecían bastante satisfechos. Para mantener a los más poderosos contentos había creado una especie de triunvirato con un slopsiano, un baarana y un representante elegido de entre el resto de los sistemas minoritarios para dirigir el cotarro.
Tanto Kuulam como el líder Slopsiano, parecían bastante satisfechos, pero aun se notaba que tenían dudas y cuando el Kuan subió al estrado de los ponentes mi intuición se vio confirmada.
—... y no negaré que todo esto es un bonito ejercicio de política ficción. —continuó el kuan con aquel gesto de superioridad típico de su raza— Pero la pura realidad es que dentro de una semana tendremos encima un flota kuan de considerables dimensiones. Y si aun estamos aquí, el que seamos un estado independiente no les impedirá reducir este asteroide a cenizas.
La embajadora Urglur se levantó con calma. A pesar de que los asientos estaban más bajos sus ojos quedaban prácticamente a la misma altura que los del ponente y lo miró de hito en hito mientras replicaba:
—Eso no será problema, para cuando llegue la flota kuan nosotros tendremos preparada una respuesta adecuada...
—¡Hasta ahora solo hemos recibido vagas promesas! —apuntó un tercer asambleario que me resultaba vagamente familiar— Necesitamos saber que ese... "plan" como su excelencia se empeña en denominar, tiene visos de funcionar y no nos estás vendiendo humo.
—Lo sabréis muy pronto, pero por ahora es mejor que solo unos pocos conozcan los planes concretos. Lo único que puedo deciros es que una flota humana se dirige hacia aquí como refuerzo de la que está aquí estacionada.
—¿Los regimientos humanos tienen una flota? —preguntó un mangur— Yo creí que cada vez que contratabas a esos mercenarios tenías que ocuparte de la escolta de sus transportes.
—Eso ha cambiado. Ahora dispondrán de potencia suficiente para eliminar a los kuan del mapa.
Los presentes asintieron, pero aun así un sordo rumor se extendió por la asamblea. Afortunadamente, si el calendario se cumplía, Ariadna debería llegar en un par de días y la flota humana no tardaría en acompañarla.
A pesar de las dudas, las palabras de la embajadora parecieron dar suficiente impulso a las negociaciones como para que el esqueleto de aquella constitución estuviese delineado a falta de unos pocos detalles.
Por fin levantaron la sesión y pude abandonar aquel incómodo escondrijo. Me apresuré a bajar para recibir a los emisarios a las puertas de la sala de conferencias. Como siempre, la turania fue de las últimas en salir. Yo, nervioso, procuré acercarme un poco más. No me fiaba ahora que sabía que probablemente habría más sicarios interesados en matar a mi protegida.
La herida había mejorado, pero la postura hacía que me escociese como el diablo. Quizás fue eso lo que me desconcentró. Justo cuando salía al parque vi como un humano corría hacia la embajadora. Di un paso hacia él y cuando pareció que buscaba algo en su túnica no me lo pensé, cogí carrerilla y de un salto le incruste el tacón de mi bota en la mandíbula. El hombre salió despedido y se estampó contra la pared. De su mano cayó una consola. Al parecer traía la noticia de que Ariadna llegaría con mi nave y la flota de Kallias en apenas cuarenta y ocho horas.
Después de deshacerme en disculpas y prometerle que la mandíbula le quedaría como nueva volví a mi puesto y traté de evitar las miradas furibundas de la embajadora.
Todo la alegría de tener noticias de Ariadna y de mi flamante nueva nave se esfumó en cuanto entré en nuestras habitaciones y vi la cara de la embajadora. Aunque supiese que no tenía nada que temer de ella, la mirada cabreada de una alienígena de dos metros treinta y cinco centímetros de altura intimida. Con las orejas gachas esperé la bronca que no tardó en llegar.
—¿En qué coños pensabas? —preguntó la turania— Esto no son los márgenes de la galaxia. Estás entre gente civilizada y no puedes pegar a cualquiera que haga un gesto raro.
—Yo solo pretendía...
—¡Tú no pretendías nada, cabrón! ¡Solo viste un tipo corriendo y lo atizaste, punto! ¡Todo lo arreglas con la violencia! —la mujer cerraba los puños haciendo que las pequeñas manchas verdeazuladas destacasen en la palidez de sus nudillos.
—¿Qué pretendes? ¿Que le deje abalanzarse sobre ti a cualquier zumbado? Si ese tipo hubiese llevado un arma en vez de noticias ahora estarías haciéndome la ola. —dije intentando contener mi ira— Sí lo que quieres es que trate a todo posible asesino con educación será mejor que te pongas una diana en el pecho. No sé si te has dado cuenta, pero hay un montón de gente que está loca por separarte la cabeza del cuerpo.
—Soy consciente del riesgo que corro, pero no puedo permitirme el lujo de parecer nerviosa... Estamos en una fase crítica de las negociaciones y mañana, cuando les diga que tenemos un ejército preparado para defender a la rebelión conseguiremos que todo esto salga para adelante. ¡Lo conseguiremos! ¡No podemos perder los nervios ahora que estamos tan cerca! —su furia se estaba convirtiendo en súplica.
—De acuerdo. Me lo pensaré dos veces antes de cargarme al próximo tipo que me parezca sospechoso.—traté de mentir convincentemente.
—De todas maneras, gracias. —la turania se relajó visiblemente y se sentó con una sonrisa. Yo sonreí a mi vez y eché una fugaz mirada a las seis atractivas protuberancias del pecho de la embajadora. No podía evitarlo. El hecho de que todas las turanias hasta ese momento se me hubiesen resistido, hacía que aquella hembra me resultase especialmente atractiva. Estuve a punto de intentar un acercamiento, pero en ese momento Urglur se levantó y diciendo que ese sentía cansada se dirigió a su habitación. Yo me quedé sentado... pensando que aun había que ganar esa batalla.
Yo también estaba cansado y sabía que el día siguiente sería realmente estresante así que me fui a dormir. En ese momento me di cuenta de lo mucho que echaba de menos un cuerpo a mi lado. Y aquello me obligó a pensar qué iba a hacer con Ariadna y con Eudora. Al principio la robot había sido nada más una distracción y ella parecía estar explorando el mundo que la rodeaba, pero no sabía hasta que punto era real o era solo una simulación. Estaba hecho un lío. Una cosa era echar un polvo de vez en cuando y añadir una nueva raza a mi colección, pero lo que sentía por Ariadna era especial, si ella me hubiese dado una oportunidad las cosas serían distintas. Sin embargo desde que la había obligado a acompañarme todo se había roto y ahora no sabía como Eudora encajaba en la ecuación.
Pasé los brazos bajo la cabeza y traté de no pensar en ello mientras esperaba que el sueño llegase por fin.
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