Planeta Prohibido. Capítulo 22
22. Marco Pozo el titiritero
22. Marco Pozo el titiritero
Yo, sin ningunas ganas de deshacerme del aromático perfume del sudor y los flujos de mi amante, me vestí y salí directo a la barra con la botella de licor en la mano.
En cuanto me senté, me serví un vaso metiendo el dedo en el licor para aromatizarlo con el sabor de Alarieny. Skimmel me hizo un gesto señalando con la cabeza a un tipo que estaba sentado en una mesa, en la esquina más oscura del local con aire conspiratorio. Yo le di las gracias con un gesto y cogiendo la botella me senté frente a él.
Por muchos ropajes oscuros y holgados que llevase, un kuan no podía dejar de llamar la atención allí. Aun así hice como que me costaba identificarle. Esas cosas les encantan a los que juegan al espionaje.
—Buenas. —dije bebiendo a morro un largo trago de aquel apestoso licor— Me dicen que tienes un trabajo para mí. ¿A quién hay que matar? —dije sin bajar la voz.
—¡SShhh! —dijo el alienígena con gesto suplicante— Se trata de un trabajo muy delicado...
—Tranquilo, a todos estos tipos, lo único que les importa es coger una buena curda y follarse un chochito, da igual la raza...
—Necesito que haga algo por mí. —comenzó el kuan eligiendo las palabras cuidadosamente— Hay una persona... que se interpone en la consecución de la paz con la Federación. Esa persona va a conseguir que los Glee acaben con todos nosotros e impongan su gobierno totalitario.
—No hace falta que me cuentes la historia de tu vida. El destino de la galaxia me importa un pimiento. —dije pensando que algo había de cierto en aquello— Lo que realmente me importa es lo que me vas a pagar para que esa persona deje de ser un problema.
Lo miré con una sonrisa sarcástica y pegué otro trago a la botella. El kuan me observó intentando saber que era lo que pasaba por mi mente hasta que yo me cansé y le animé con un gesto a que continuase. El tipo seguía nervioso y no sabía cómo abordar el tema, así que se lo puse fácil:
—¿Quién es el objetivo y cuánto me vas a pagar? —le pregunté a bocajarro.
—Yo ejem... La embajadora Urglur. La turania que acaba de llegar... ya sabes.
—¿Cuánto? —insistí.
—Trescientos créditos.
—¿Estás de coña? Voy a matar a una embajadora, no a repartir pizzas. —dije poniendo cara de sorpresa— Me pagarás mil, la mitad ahora mismo y tienes suerte de que sea un blanco bien grande.
El kuan dudó un instante, pero al final asintió alargándome una bolsa con créditos.
—Trescientos cincuenta, el resto cuando el trabajo esté hecho. —dijo mirando a su alrededor con desconfianza.
—Está bien —dije cogiendo el saquito y sopesándolo a la vista de todos los parroquianos. No era mucho, pero trescientos cincuenta créditos por un trabajo que no iba a hacer tampoco estaba tan mal. Quizás ganase tiempo suficiente para que llegaran los refuerzos antes de que el tipo se diese cuenta de que lo había timado.
En fin, lo que si sabía es que ahora tenía un hilo del que tirar. Disculpándome apuré la botella de licor y salí del local. En cuanto salí me escondí en un portal cercano y esperé a que saliese aquel individuo. No tardó en hacerlo. Me costó seguir al tipo, caminaba mirando en todas direcciones, parando a menudo e incluso cambiando de sentido un par de veces durante el trayecto, pero finalmente conseguí seguirle hasta unas estancias en la parte norte del antiguo complejo minero, fuera de todas las zonas asignadas a las distintas delegaciones. No iba a ser tan fácil averiguar el origen de aquella conversación.
Era ya demasiado tarde para que el tipo fuese hacer otra cosa que comer algo y dormir así que me volví a nuestras habitaciones. Me sorprendió encontrarme a la embajadora despierta cuando llegué, a pesar de las horas. Estaba sentada en un escritorio, revisando unos papeles con atención.
—Pensé que ya estarías durmiendo. —dije cerrando la puerta— ¿Mucho trabajo?
—Estoy dándole vueltas al discurso final. Quiero tenerlo preparado para cuando vuelva Ariadna con su flota y es bastante difícil. ¿Cómo convencerles de que el plan va a tener éxito evitando los detalles para que no haya filtraciones? Muchos de los delegados están tan amedrentados que no piensan con claridad. —dijo levantando los brazos en señal de rendición.
—Quizás lo estás planteando mal. —repliqué yo— Sabes que he estado vigilando desde ahí arriba y no he tenido más remedio que escuchar todos esos discursos. Y me ha llamado la atención que todos giran en torno a cómo derrotar a los kuan o como pactar para llegar a una paz justa y ventajosa, pero nadie parece pensar en qué pasará después. ¿Tenéis pensado que tipo de gobierno o alianza vais a establecer cuando le demos una patada en el culo a esos monos presuntuosos?
—¿A qué te refieres? —se volvió interesada hacia mí.
—Si les pones a todos esos pánfilos un objetivo te será más fácil defender los tuyos. No todo debe ser arrasar con los kuan. Deberías desviar el tema principal hacia el futuro de la alianza y darles un objetivo por el que merezca la pena morir.
—No había pensado en ello. La verdad es que no parece mala idea, pero no sé, creo que también entraña un peligro. Podría llegar a ser también un punto de disensión entre nosotros. Creo que los baarana están hartos de los slopsianos, aunque sean nuestros aliados. No veo la manera de que un gobierno dirigido por cualquiera de las facciones contente al resto. Creo que por eso hay tantos que están a favor de llegar a un entendimiento con la Federación.
—¿Y por qué tiene que gobernar una sola de las facciones? —pregunté yo.
—¿Y qué otra manera hay? Si no predomina una, cada vez que haya que tomar una decisión tendríamos que formar una conferencia que podría llevar semanas.
—No es tan complicado. Yo lo plantearía como una confederación de verdad. Ahora solo es eso, un nombre para disimular la tiranía de los Kuan. Casi todas las facciones predominan en unos determinados sistemas. Solo tienen que elegir unos representantes de cada sistema y crear un lugar donde se reúnan permanentemente esos representantes para dirigir los asuntos de interés común. Cada uno tendría control sobre su propio sistema y se dejarían las decisiones que afectan a todos a cargo de esos representantes que llegarían a acuerdos mediante votaciones.
—Me parece un sistema complicado.
—Pero sería justo y fácil de vender si todos se ven beneficiados. Está claro que si a cada uno le das su cuota de autonomía se sentirá más seguro de que el futuro por el que está luchando es mejor. —la animé yo sin poder creer que estuviese instaurando la democracia en la galaxia— Cada mundo tendrá su propia forma de gobierno por él elegida, pero a la hora de manejar las relaciones económicas o la diplomacia con los kuan o los glee tendrán que tomar las decisiones de forma colegiada.
—No todos los sistemas son igual de ricos o su tecnología es igualmente avanzada. Los más poderosos intentarán imponerse. —argumento Urglur interesada mientras empezaba a tomar notas.
—Desarrollaría una norma de obligado cumplimiento en el que se establecerían ciertos derechos fundamentales que todos los mundos deberán acatar y que protegerían a los más débiles contra la potencia de los más fuertes. —dije yo.
—No sé si los slopsianos o los Baarana aceptaría ceder una cuota de poder.
—Sí, lo harán. —la contradije— Si les haces ver que juntos y cooperando serán más fuertes económica y militarmente. Y este es el momento perfecto. Les desviarás de sus temores y podréis hacer algo constructivo. Cuando lleguen Kallias y Ariadna los tendrás comiendo de tu mano.
—Podría funcionar. —dijo con los ojos brillantes por la emoción— Creo que puedo crear un borrador sobre el que poder empezar a trabajar mañana mismo. Gracias. ¡Esto es emocionante!
—Sí, sí. Tremendamente emocionante. —repliqué pensando que aquella tipa no sabía en el lío en el que se estaba metiendo— Pero yo ahora estoy muerto. He dormido cuatro horas de las últimas treinta y seis.
Dejé a la turania enfrascada en sus papeles con ansias renovadas y me dirigía a mi habitación. Antes de caer en la cama ya estaba dormido.
Cuando me desperté de nuevo, me encontré a la embajadora aun inclinada sobre su escritorio, trabajando con la misma intensidad con la que la había dejado unas horas antes.
—Deberías descansar un poco. —le dije entre bostezos y rascamientos de cojones.
—No hay tiempo. En unos días llegará Ariadna. He pasado toda la noche trabajando en la propuesta y debatiendo cada punto con Glaerminn. Creo que esto podría funcionar. —replicó ella emocionada— Para cuando lleguen los regimientos humanos quiero que las conversaciones estén lo suficientemente avanzadas como para que las noticias que traiga sean el empujón final.
—Te entiendo, pero exhausta no le servirás de nada a la causa.
—No te preocupes, en nuestro sistema de origen los días eran de casi cincuenta horas. me explicó ella— Puedo trabajar treinta horas seguidas antes de sentirme cansada.
—Una habilidad muy útil en un embajador. —dije pensando en las interminables horas de verborrea que constituía cualquier negociación— De todas maneras, si quieres llegar a la conferencia deberías refrescarte un poco y ponerte en marcha.
Urglur miró el reloj con un gesto de contrariedad, se rindió a la realidad y se levantó de mala gana dirigiéndose hacia la ducha. Yo me fui a la pequeña cocina y me preparé un delicioso desayuno. Un hidrolizado de algún tipo de cereal que aliñé con un par de tragos de una botella que encontré en un armarito.
Estaba terminando de desayunar y de rascarme los cojones, cuando salió la embajadora preparada para salir.
—¿Hoy no me acompañas? —preguntó mientras recogía el fajo de papeles en el que había estado trabajando toda la noche y los metía en un maletín.
—Creo que debería, ya que me han pagado para que te mate. —dije sonriendo— Pero supongo que podré dejar de ser tu sombra un par de días antes de que se den cuenta de que han malgastado su dinero.
—Es una pena que te pierdas las negociaciones...
—Sí, una verdadera pena, pero podré aprovechar este tiempo para husmear un poco e intentar saber quién es el traidor. —la interrumpí yo sin intentar disimular mi alivio al no tener que volver a escuchar a esa pandilla de cansinos dar vueltas en torno a los mismos temas hasta la nausea— En fin, que tengas un buen día.
Le di un par de tragos a la botella y la levanté en señal de despedida. La turania no pudo evitar un gesto de enfado, pero no dijo nada y salió de nuevo en dirección a la asamblea.
Yo me quedé jugueteando con los restos del desayuno antes de levantarme finalmente. Me esperaba un día largo, pero igual resultaba interesante. Me vestí tranquilamente y salí a los túneles que ya estaban llenos de gente. Los días pasaban y la ausencia de resultados de la conferencia se hacía notar en el ánimo de la gente. Paseaban cabizbajos y sus miradas esquivas lo decían todo. Los más nerviosos eran sin duda los habitantes de aquel peñasco. Supongo que no les hacía mucha gracia ser los anfitriones. Probablemente nadie les había preguntado y si las cosas se torcían lo perderían todo.
Calcular el tiempo que había ganado aceptando el encargo era bastante difícil, pero al menos tendría un día y medio para seguir a aquel desgraciado y ver con que peña se juntaba.
Apenas había recorrido un par de cientos de metros, cuando uno de los hombres de Minerou se me acercó y me informó de que un kuan había contratado a un asesino a sueldo para que se cargase a la embajadora. Después de recomendarme que tuviese cuidado, que parecía ser un tipo violento, le di las gracias y otra bolsita de especia que siempre llevaba preparada para esas ocasiones.
La red del mafioso parecía funcionar bastante bien y hasta ahora no se había equivocado. Se me pasó por la cabeza encargarles la vigilancia, pero esperaba resolver el problema antes de deberles más favores.
Me fui hacia la parte norte y después de encontrar un lugar cómodo desde donde poder vigilar la puerta de mi objetivo me dispuse a esperar preguntándome si algo parecido a la democracia funcionaría en aquellos sistemas. No creía que nadie hubiese hecho más que ordenar u obedecer en aquella parte de la galaxia en miles, quizá decenas de miles de años. Puede que les resultase demasiado extraño, pero tal como le había dicho a la embajadora, me parecía la única forma de obligar a aquella pandilla de imbéciles a echarle un par de huevos.
Tal y como esperaba el kuan tardó un par de horas en ponerse en marcha. Salió con la misma túnica, de un discreto color azabache y se dirigió hacia el parque central. Ahora que pensaba que sus planes estaban en marcha, parecía algo más relajado. Durante aquel paseo se me pasó por la cabeza secuestrarle y sacarle la preciosa información que poseía a hostias, pero sabía que el dolor hacía que la gente no dijese la verdad sino lo que creía que querías oír. Eso era muy útil para conseguir condenas, pero no para obtener información y además tendía a ser un proceso sucio y trabajoso.
Una vez en la plaza, el kuan haraganeó entre los puestos picando aquí y allá hasta que cogió un cuenco con una especie de crema espesa y se sentó a comerlo lentamente en el borde de la fuente.
Al principio no parecía hacer nada más que pasar el tiempo y esperar a que yo hiciese el trabajo que se suponía debería estar haciendo, pero aun así me senté en un lugar discreto, un pequeño puesto de licores y no le quité el ojo de encima. Las horas se arrastraron leeentamente y el kuan apenas había cambiado de postura, solo había sacado una pequeña holopantalla y parecía estar concentrado en ella. Seguramente estaba observando el desarrollo de las conversaciones, como muchos de los que estaban sentados en los puestos, hasta había uno a mi lado.
Cuando ya estaba a punto de desesperarme algo pasó. El kuan agarró los bordes de la holopantalla con fuerza y le vi fruncir la comisura de la boca en un gesto de contrariedad. No era el único. La mayoría de la gente que estaba pendiente de la conferencia comenzó a dar muestras de nerviosismo. Los gestos no eran unánimes, pero yo diría que había una mayoría de actitudes optimistas y esperanzadas.
El tipo que estaba a mi lado, un mangur bastante desaliñado, pegó un trago a su licor, señaló su holopantalla y exclamó:
—¡Vaya! Esto sí que no me lo imaginaba. Sabía que ese esperpento de seis tetas se traía algo entre manos, pero ni de coña me esperaba esto.
El mangur me mostró la pantalla. En ella la embajadora Urglur estaba sacando a la luz sus planes para la nueva confederación. La mayoría de los asamblearios se mostraban entusiastas, solo los Kuan Slopsianos y Kuulam, el baarana, no parecían totalmente convencidos. Durante la siguiente hora la convención pareció convertirse en un dinámico intercambio de ideas. Desgraciadamente uno de los kuan astutamente desvió la conversación hacía el futuro nombre que debería adoptar la alianza rebelde y de nuevo las conversaciones se encallaron en una desesperante discusión sobre comas, preposiciones y terminaciones.
Pronto la gente perdió el interés y volvió a sus ocupaciones cotidianas. El tipo al que vigilaba también pareció relajarse un poco cuando las conversaciones se empantanaron. Aun así siguió pegado a la holopantalla hasta que de repente miró el reloj y súbitamente se puso en pie. De nuevo la mirada huidiza y la actitud hostil. Se preparaba para algo.
Pagué el licor y me puse en marcha tras él. Afortunadamente, a aquella hora los túneles estaban atestados y por muchas precauciones que tomase aquel tipejo, sería un milagro que me detectase. Lo seguí por túneles cada vez más estrechos y oscuros hasta una serie de antiguas galerías de mantenimiento que terminaban en unos antiguos barracones, probablemente destinados a los mineros que hacían turnos dobles extrayendo quien sabía qué demonios.
Me escondí en un pequeño rincón, entre unos trajes de protección abandonados y esperé sin quitar los ojos de encima al kuan que se paseaba nerviosamente de uno a otro lado murmurando y lanzando miradas desconfiadas a todas las esquinas. Me arropé un poco más entre aquellos trajes mohosos seguro de que mi silueta se confundiría fácilmente con ellos.
El sonido de unos pasos hicieron que el kuan se parase en seco, tenso como la cuerda de un piano. Se giró hacia el origen del sonido y sacó una pequeña pistola láser que llevaba escondida entre los pliegues de la túnica.
Los segundos pasaron y el tipo apretó con más fuerza la culata de su pistola hasta que tras unos segundos pareció relajarse.
—Te veo un poco nervioso, Oluf. —le saludó una voz rasposa fuera de mi ángulo de visión.
Intenté moverme para conseguir ver al interlocutor, pero entonces yo también quedaría a la vista así que preferí seguir en mi escondite escuchando.
—He visto las conversaciones en la holopantalla. La cosa se está poniendo peligrosa. No sé cómo, pero la turania ha tenido un golpe de inspiración. Se ha sacado una idea de la manga que podría convencer a todos para resistir e intentar enfrentarse a la Federación en una batalla sin esperanzas.
—Lo he visto. Es horrible. —le dio la razón el desconocido— Afortunadamente la embajadora no durará mucho. ¿Hiciste el encargo?
—Me costó un poco. No sé por qué, pero la mafia no ha querido saber nada del asunto. —al parecer Minerou prefería la especia a los créditos contantes y sonantes— Afortunadamente encontré al tipo perfecto. Un humano. Un borracho y asesino sin escrúpulos. Aunque me ha costado caro. Casi dos mil créditos. —mintió aquel gusano.
—No le pagarías todo... —dijo la voz.
—No. Por supuesto. Solo le adelanté un poco, para tentarle.
—Perfecto. De todas maneras la cosa corre prisa. —continuó la voz— Cada minuto cuenta. Será mejor que insistas con ese mangur. Seguro que después de las noticias de hoy cambia de opinión. Ya sabes que el dinero no es problema. Y no me fío de los aficionados, suelen tener ataques de escrúpulos en el último momento.
—De acuerdo, tu eres el jefe. —dijo el kuan ignorante de que nada de lo que él tenía era más valioso que mi especia.
—Y sobre todo discreción. Quiero un trabajo limpio. En cuanto la maten quiero que te escondas en el rincón más oscuro de esta estación y no saques ese coco a pasear hasta que todos hayamos entrado en razón y preparemos la huida.
—La verdad es que las palabras de Urglur dan que pensar.
—El problema es que es todo una entelequia. Todo lo que dice es muy bonito, pero cuando llegue la flota kuan nos borrará del mapa. Además, no me parece justo. Nosotros hemos puesto la cara y hemos recibido buena parte de las pérdidas. Nuestro sistema será uno de los primeros en ser golpeados cuando se desencadenen las represalias, que las habrá. Vuestras fortunas también están en juego y además ahora perderéis peso en futuras negociaciones.Esa bruja quiere que todos seamos iguales. No me parece justo, ni para nosotros, ni para vosotros.
Aquellas palabras no me dieron ninguna idea de quién podía ser el desconocido. Así que intenté asomar el hocico para echar un vistazo, con tan mala suerte, que uno de los viejos trajes se desprendió con un ruido de chatarra polvorienta. No pude distinguir más que una silueta informe cubierta de arriba abajo por un grueso gabán antes de salir corriendo por los túneles.
—¡Alto! —el kuan que aun tenía la pistola en la mano se volvió y apretó el gatillo mientras yo huía ciegamente.
Lo que no me esperaba era que aquel alienígena tuviese buena puntería. Uno de los disparos me atravesó rozándome la columna vertebral. El dolor me atravesó el vientre como un hierro al rojo. Empujado por el impacto caí al suelo, pero ayudado por la adrenalina y la baja gravedad rodé por el suelo y me erguí. El lodo no había podido evitar el disparo, pero en cuanto percibió la herida la taponó y cortó la hemorragia inmediatamente aliviando el dolor. No lo pensé más y a duras penas seguí corriendo, cogiendo ramales al azar hasta perderme en aquel dédalo de túneles.
En cuanto perdí a mi perseguidor, el efecto de la adrenalina desapareció y necesité casi cuarenta minutos para volver a orientarme y llegar a nuestras estancias. Afortunadamente aquel lugar tenía un botiquín con todo un arsenal de drogas que me enviaron al séptimo cielo.
Estaba tirado en un sofá tan colocado que ni siquiera me enteré cuando llegó la turania.
—Hola. Veo que te has divertido. —dijo señalando el sucio vendaje que me había puesto de cualquier manera sobre la herida.
—Solo es un rasguño. —repliqué intentando disimular las punzadas de dolor que empezaban a recordarme que me tocaba la siguiente dosis de calmantes.
—Déjame ver eso. —dijo cogiendo el botiquín y acercándose a mí.
La turania era tan alta que tuvo que sentarse en el suelo para poder adoptar una postura cómoda mientras levantaba con cuidado el vendaje.
—Por Dios, ¿Qué es esta mierda que recubre la herida? —dijo pasándome una gasa para retirar el lodo que se acumulaba en la herida alimentándose de mis células muertas.
Yo iba a decir algo, pero ella me acalló con un gesto y me limpió la herida con detenimiento hasta que todo el tronco pareció arderme.
—¡Maldita sea! —apreté los dientes— Ten un poco de cuidado.
—Listo. Este nanoimplante evitará la infección y acelerará la cicatrización y la inyección calmará el dolor.
—Podías haber empezado por las drogas. —dije sintiendo inmediatamente el alivio.
—Ahora que hemos terminado ¿Me puedes explicar cómo te has hecho esto?
—Bueno, paseaba por los túneles de servicio y me he encontrado a unos tipos charlando. Al parecer se mostraron un poco cabreados cuando intenté unirme a la fiesta. —respondí poniéndome cómodo y mirando el escote de la turania cuando se inclinó un instante para levantarse.
—¿Y de qué charlaban esos tipos?
—Lo típico, de cómo deshacerse de personajes molestos que amenazaban sus cuotas de poder. —dije sin dar más detalles.
—Me lo imagino; los slopsianos y Kuulam han decidido que mejor arreglan esto por su cuenta.
—No te preocupes, no te harán nada. Y a ti, ¿Qué tal te ha ido?
—Ha sido una jornada muy productiva. —la embajadora parecía realmente emocionada— Hemos avanzado mucho. Cuando Ariadna haya llegado, estoy segura de que nuestro plan terminará por convencerlos. Todos los asistentes se han mostrado bastante esperanzados, hasta hemos acordado un nombre para nuestro movimiento. Confederación por el Orden y la Libertad al Oeste de la Nebulosa.
—COLON. Le auguro un futuro largo y tortuoso. —dije sin poder evitar pensar en tripas revolviéndose.
La turania me interrogó con la mirada. Iba a explicárselo, pero probablemente me llevaría demasiado tiempo. Los calmantes aun no habían hecho todo su efecto y se me ocurrían pocas cosas con menos sentido del humor que una turania y si encima era embajadora...
Yo me encogí de hombros y con mucho cuidado me levanté del sofá. Lo único que deseaba era tumbarme en la cama y dormir. Ahora la embajadora estaba en peligro y tendría que ser su sombra hasta que todo aquel jodido asunto terminara.
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